FRANCISCO ZUÑIGA: Mito y Realidad
Pinturas de Francisco
Zúñiga. 48 piezas al óleo sobre tela. Museo de Arte Costarricense, del 25 de
abril al 30 de junio, 1985, de martes a domingo.
Fuente: La Nación. SINABI (2018), p.2B. Publicado el viernes 28 de junio, 1985. Revisado por el autor el 29 de agosto, 2018.
La exposición “Zúñiga- Costa
Rica”, cuyo eco publicitario nos ha alcanzado a todos, suscita varias
reflexiones sobre la validez del aserto de moda, de que la obra de Zúñiga,
representada en el Museo de Arte, revela ya no a un aprendiz sino a un genio.
Por lo osado de la expresión, es necesario apuntar que la mitad o más
de la obra del artista costarricense citado, que data de su juventud entre 1927
y 1935, corresponde a trabajos de encargo, meramente oficio, como el mismo
Zúñiga confirmó hace poco.
El resto es la obra en proceso, aprendizaje, de un artista entre los
15 y los 23 años, donde las influencias definidas oscilan entre el plagio y la
imitación, con algunas excepciones, sobre todo a partir de 1933, destacando
especialmente la del grabador y pintor Francisco Amighetti.
Zúñiga participa en los “paseos-taller”
por la campiña nacional que estimuló Teodorico Quirós a fines de los años
veinte, y muchas veces le toca dibujar junto a Amighetti, seis años mayor que
él. De éste toma el dibujo sin claroscuro, de líneas curvas y puras, que se
revela sin misterio en obras tales como “Contemplación”
(La ventana de 1933) y, “Retrato de mi
hermana” de 1932, donde hay, además, gran similitud con obras al óleo de
Amighetti.
La toma de conceptos ajenos durante el aprendizaje es excusable, pero
no por ello debemos sobrevalorar el trabajo de este período. Veamos sino, una de sus típicas obras de
encargo: “El purgatorio”, realizada
en gran formato para una iglesia en 1929.
Como otras de esta época, tales como “Bautizo de Jesús” de 1930 y “Cristo”,
también del 29, son casi estampas religiosas subordinadas en el concepto a la
escuela imaginera del siglo XIX y los cánones renacentistas, aunque hechas aquí
con más sobriedad y colores vivos. Los
personajes han sido jerarquizados por su lugar en el espacio pictórico. Cristo
arriba, los ángeles abajo, y así sucesivamente hasta llegar a los condenados.
El acento didáctico recuerda al papa Gregorio, quien dijo que el arte
debe servir para enseñar a los iletrados la doctrina de Dios. El juego lumínico
desatado obedece a fines didácticos preestablecidos, ya que acentúa el
dramatismo en la relación entre pecados y ángeles.
"Campesina con tinaja", 1931. Óleo/tela.
DESCONEXIÓN Y TRANSICIÓN
Resulta curioso que obras así hayan sido exageradamente destacadas,
cuando en realidad son poco favorables para Zúñiga, y su obra posterior, a la
que no están conectadas espiritualmente, buena parte de las obras exhibidas.
La abulia y la ignorancia local en los treintas llevó a premiar varias
veces a Zúñiga en pintura y escultura, y luego a condenarlo públicamente por
una obra que sí ameritaba un premio, la titulada “Maternidad”, una talla directa en granito de 1935.
Pero Zúñiga no abandona Costa Rica por el rechazo público, pues
recibe muchas muestras de apoyo, también públicas, sino porque deseaba crecer,
necesitaba “un techo más alto”.
Su transformación en artista se había iniciado en el 34, merced a la
influencia de la revista “Forma” de Vasconcelos, y la pintura del muralista
mexicano Diego Rivera que conoció mediante la publicación.
A partir de este conocimiento enriquecido por sus estudios de la
escultura y dibujo precolombino en el Museo Nacional, Zúñiga torna su línea en
abigarrada, abandona el acento renacentista y el dibujo de Amighetti, y la
práctica de modelar las masas pictóricas.
En las obras tituladas “El niño
con jarro”, “Chola” o “Niña con trenzas”,
y aún en su “Paisaje”, todas en 1934,
maneja una línea que aprisiona masas, rotunda, al amanera de Rivera, aunque sin
su tono comprometido ideológicamente.
La influencia pocos años después, en México, de Rodríguez Lozano, le
ayuda a liberar lo que ya se veía en sus pinturas, líneas escultóricas antes
que pictóricas.
Ese maestro mexicano le estimuló el modelado con el claroscuro
y su trabajo escultórico en bronce.
No es cierto que Zúñiga abandonara el país maduro en su concepto, como
que luego fue fácilmente absorbido por el “realismo
socialista” en sus paisajes escultóricos al aire libre. Es un error salir a defender la obra de
Zúñiga, como lo es defender la de Mozart, ella se sostiene por sí misma o no se
sostiene, ya que fue hecha para la confrontación.
En general, la obra de Zúñiga expuesta en esta capital, no soporta la
confrontación, porque ya Zúñiga está muy adelante en su proceso creativo
escultórico. No obstante, siempre hubo
más de escultor en su pintura, que de pintor en su escultura, a no ser el
dibujo, que siempre soportó las masas creadas por él.
Hoy por hoy, Paco Zúñiga es el artista monotemático: la indígena,
volumétrica, apenas vestida, cuando no desnuda.
En sus bronces apunta a una extraña sensación de paz, debido a que no
usa la figura femenina sensualmente, sino para recuperar el concepto
precolombino de una madre-tierra: principio y fin de todo.
Es una lástima que la muestra del Museo de Arte Costarricense haya
excluido los dibujos que son más útiles para reconocer el proceso de Zúñiga y
su tiempo, así como una muestra escultórica más representativa, que queda como
iniciativa a futuro por concretar.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
Fuente: La Nación. SINABI (2018), p.2B. Publicado el viernes 28 de junio, 1985. Revisado por el autor el 29 de agosto, 2018.
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