COLECTIVA PROFESORES UCR: Confrontación para Oficio y Academia

Exposición de profesores de la Escuela de Artes Plásticas, Universidad de Costa Rica, 50 piezas en pintura, escultura, grabado, dibujo, fotografía, papel y cerámica. Sala Libre de la Plaza de la Cultura, San José, Costa Rica. Del 12 al 28 de julio, de 1985, de martes a domingo.

Es verdad de Perogrullo que la academia de arte forma profesionales para la educación artística y no artistas, como recién confirmó su subdirectora, Grace Herrera Amighetti (La Nación, 12/7/85, Pág. 3B).

Pero más aún lo es que las exposiciones colectivas, mientras más concurridas peor sabor dejan en el espectador, como en el presente caso, donde la confrontación, no obstante, es necesaria para saber en manos de quiénes está la responsabilidad de la formación de la sensibilidad artística de las futuras generaciones de creadores costarricenses.

Sirva este preámbulo para entender por qué la exposición tiene más un acento didáctico que artístico, y también por qué los museólogos y curadores de la Plaza de la Cultura, encabezados por su director, Eduardo Faith, rechazaron por deficiencias 30 de los 80 trabajos previstos para exhibir.

La confrontación es un reflejo claro del estado actual de la unidad académica, a pesar o por los cambios administrativos constantes y las rivalidades internas que relegan la enseñanza de las artes visuales un segundo lugar.

La exhibición colectiva contiene técnicas tradicionales y de reciente incorporación a la didáctica universitaria, como el papel hecho a mano y el textil (tejeduría); este último estuvo ausente en la muestra, contrariamente a lo anunciado.

El nivel de oficio es aceptable, por lo menos, en la mitad de las obras y, en pocos casos, virtuosismo, aunque quedemos ayunos de una obra contundente en concepto plástico y calidad.

Es sabido que la destreza manual requiere ir acompañada de una intencionalidad plástica definida y un concepto personal para pasar por arte.

Esto lo ha comprendido con claridad Faith, quien con la curadora Virginia Vargas hizo lo indecible para que la muestra resultará visualmente aceptable; para ello distribuyó la obra de cada autor con el fin de que, en distintos contextos, se apreciará mejor.  De ahí la sobrevaloración de algunas obras en contraste con otras menores.

El virtuosismo o belleza de la forma debido a un buen nivel de oficio resulta evidente, aunque inocuo, en Anita Joraholmen, Mariano Prado, Gisela Stradman, Domingo Ramos, Herbert Birkner y, en menor grado, Emilio Arguello y Guillermo Porras.

"Cuarto tomado III", 1983. Grabado en metal 3/10. Ana Griselda Hine

LO RECUPERABLE

Entre lo recuperable figura un grabado en metal, polícromo, de Juan Luis Rodríguez titulado “El Sol”, donde la energía diurna dimana en tonos fuertes de amarillo y negro, convenciendonos de su origen puro y natural.  No ocurre lo mismo con su óleo “Movimiento”, realizado en 1967, hecho con base en sustancias terrosas, que tal vez interesó por su informalismo hace 18 años.

También en grabado en metal brilla Ana Griselda Hine, quien, con gran dominio y limpieza técnicas, expresa la tensión dramática de los objetos envueltos en cierta magia, en sus obras “Cuarto tomado III” y “Tres para el té”.  

La artista nos coloca en una perspectiva “a vista de pájaro” para observar el drama librado entre camas, sillas y mesas que se deforman en un horizonte que está en el piso de la habitación, mientras la puerta se entreabre dejando entrar una nueva fuerza que distorsiona, tal y como ocurre en el cuento del argentino Julio Cortázar “La casa tomada”, donde no sabemos si la imaginación nos juega una mala pasada o, en este caso, la artista.

La fotografía, por otra parte, es deficiente, no en lo técnico-formal, sino en lo dramático y/o expresivo, como ocurre en los “Sembradores” de Carlos Uribe, cuyos rostros se muestran indolentes ante el trabajo en el surco, como si estuvieran posando, fingiendo su labor.  Igualmente, inmutables y frías resultan las composiciones de Victoria Cabezas, que en una búsqueda oscilante entre lo existencial y lo onírico, de piernas e iconos televisivos femeninos, acentúa un contenido gratuito, sin drama.

La cerámica es menos irregular merced a dos obras, una de Ivette Guier sin título y otra de Xinia Marín titulada “Conjunto”. Su modelado del barro ha cedido lo funcional a lo estético.  Guier representa un mundo liliputiense de callecitas, casitas campesinas y gentes, en un mundo cuya redondez por escala es exagerado y cuyo interior parece haber reventado aún un vacío inexplicable.

En Marín, en cambio, el viejo sentido del candado como prisión le permite atrapar varias botellas vidriosas con un resultado decorativo muy agradable, aunque también está a medio camino en lo artístico.

En escultura hay mayor incertidumbre.  Destaca Crisanto Badilla, quien afirma una desproporcionalidad figurativa en su pequeño paisaje escultórico en bronce, “La cosecha”, que revela más el estudio de un lenguaje técnico que le resulta nuevo. 

La talla directa en madera de Jean-Christophe Bourg, bautizada como obras de la colectiva con el poco sugestivo título de “Abstracción”, es un típico caso de “homicidio a la madera”.  La pieza que usó, posiblemente arrojada y modelada por el mar, a fuerza de ser lijada y manipulada por Bourg, ha perdido su voz e identidad, y a falta de un artista mayor, ha velado sus secretos.

Una mención especial merece Rebeca Rodríguez, quien nos tenía acostumbrados a sus reiterativos y angustiosos trabajos matéricos, como “La morada de los vientos”, donde la tela se arruga tratando de capturar con colores fuertes y lúgubres energías indefinidas.  Pero, ahora, podemos ver, a modo de contrapunto, su papel hecho a mano, menos reiterativo y con un control más cálido, fresco e ingenioso.

                          "Sin título", 1985. Talla en madera. Emilio Arguello

ESTANCAMIENTO PROFESIONAL

Hay, por otra parte, un visible estancamiento en la obra de profesionales maduros como Luis Paulino Delgado, quien a fuerza de repetir influencias detiene su avance; José Luis López Escarré, que se mantiene desde hace años en una obra ilustrativa donde sólo el color, verde, azul o rojo, diferencia un trabajo de otro; Amparo Cruz y su tema de la germinación sin solución de continuidad; Grace Herrera, cuya acuarela sorpresivamente va de retro, y Carlos Moya, que nos acostumbró a un relativo oficio y que parece no tener ya nada que decir.


Con las excepciones mencionadas, la exhibición colectiva compite por la supremacía de la irregularidad con la pasada quinta exposición de “la nueva pintura” organizada por la Tabacalera Costarricense.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA
Fuente: La Nación. SINABI (2019), p.2B. Publicado el viernes 26 de julio, 1985. Revisado por el autor el 11 de Enero, 2019.

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