ARNOLDO RAMÍREZ AMAYA: Lo social y la cocina
Exposición de Arnoldo
Ramírez Amaya (Guatemala, n.1944). 32 piezas en acrílico, acuarela, dibujo y
grabado; “A ojo de pájaro”. Galería Enrique Echandi, del 8 de agosto al 1ro de setiembre
de 1985, de martes a domingo.
Serie: "4 Jinetes del Apocalipsis: la peste", grabado en metal, 1985
Hay en la obra del guatemalteco Arnoldo Ramírez Amaya una
semejanza con el cocinero que sabe manejar los ingredientes para preparar un
alimento que consumirá el rico, pero que supuestamente se crea para el pobre.
Plena de un claro efectismo que ataca sólo la epidermis
antes que la sociedad que pareciera aborrecer, su actual confrontación sirve el
propósito de cazar tanto incautos románticos de clase media como burgueses con
complejo de culpa hacia los desposeídos, que compran “indulgencias pictóricas” a altos precios del mercado artístico
regional.
La inscripción de las creaciones de Ramírez Amaya en una
tendencia social poco tiene de novedoso para el espectador local que la ha
visto con regularidad desde 1972; oscilando entre el testimonio político y el
cartel, con ligeras diferencias derivadas de su perfeccionamiento técnico en el
dibujo.
Su serie de grabados sobre los cuatro jinetes del Apocalipsis y
los siete pecados capitales, que datan de 1978, ilustran bien lo ya descrito y
se entroncan históricamente con la tendencia latinoamericana de usar el grabado
como medio para explayar lo político, quizás debido a sus posibilidades de
reproducción y difusión.
Son piezas que busca el efecto totalizador del cartel (“poster”) publicitario, al pretender una
implicación activa y masiva del público meta en espacios libres como plazas y
calles, aunque en la práctica, por razones de mercado e interés personal, la
obra se restrinja a espacios asequibles para quienes puedan pagar por su
precio.
Ese contrasentido entre hecho y propósito no importa al
artista, quien muestra ilustraciones vacías, sin drama, a fuerza de repetir
contenidos gráficos manidos y espectaculares, como la bandera estadounidense
agitada por el jinete de “La peste”
que usa una montura con las siglas estadounidenses: U.S.
Otro tanto ocurre con “Los siete pecados” que se explicitan con símbolos obvios de fácil
referencia en la gráfica del último medio siglo; así, “La pereza” va acompañada de una tortuga; “La avaricia”, de una ricachona que suelta unas monedas como migajas
a los pobres; “La envidia” se ilustra
con una serpiente, entre otros elementos, etcétera.
Ha querido, el autor guatemalteco, patentizar hasta los
meros estudios de diseño, como las articulaciones de la mano animal, ¿humana?,
en la pieza titulada “La libertad lleva
fuego en el alma” y puro cartel e ilustración en los dibujos a tinta llamados
“El trabajo lleva la liberación” y “El ancestro aparece en el trabajo”.
MENOSPRECIO POR LO ESTÉTICO
Su obra “social”
menosprecia lo intrínsecamente estético, el único valor propio, ni prestado ni
reflejo, que puede aportar el arte.
Dibuja con oficio, no hay duda, pero centrado en la
rapidez de la anotación directa de la imagen y la capacidad de connotarla con
un tono ideológicamente comprometido.
Parece, no obstante, un alumno aventajado y refinado de la escuela del
dibujante mexicano, José Luis Cuevas, quien participa de la distorsión del
testimonio socio político latinoamericano, aunque recientemente haya retomado
otro camino, más artístico.
Los acrílicos de este guatemalteco son de gran formato y
crean cierta heroicidad al representar especies animales, regionales o no,
mediante un recurso visual publicitario propio de las vallas de carreteras, y
que consiste en aumentar la figura a escala mayor a la del espectador.
Esta “heroicidad”
en piezas como “Quetzal”, “Roto el
silencio se paraliza el movimiento”, y otras es, sin embargo, gratuita, al no
venir acompañada de formas o símbolos que la confirmen en las telas.
Pese a usar como pretexto técnicas artísticas para
comunicar realidades políticas, Ramírez Amaya cae en la trampa de muchos
autores centroamericanos, pese a tener mayor claridad ideológica que muchos de
ellos.
Dentro de sistemas expresivos contemporáneos que sólo
exigen una cierta habilidad técnica y el dominio de la “cocina” (manejo de ingredientes plásticos sin concepto propio) para
componer y organizar formas que ya están en venta en todos los mercados artísticos,
Ramírez Amaya, como otros, con mayor o menor talento, ha sido asimilado.
Su regodeo en el detalle verista, el pecho de los pájaros,
por ejemplo, sustituye la búsqueda de significación artística, porque no
traduce casi ninguna realidad a valores plásticos, antes bien, reproduce más
que crea.
"Ave", 1985. Grabado en metal.
LOGROS Y
DEFICIENCIAS
Se preocupa en los acrílicos, primordial mente, por la “cocina”, que sabemos produce a veces
virtuosismo técnico, nunca por sí misma conceptos o intencionalidad que en la
obra evoquen o comuniquen, sin obviedad, el hecho creativo.
Aun aceptando que revela oficio una obra como “La paloma de la paz levanta el vuelo en
Centroamérica”, son evidentes, también, deficiencias figurativas, como cuando
sin razón aparente descompone una trama que hace de pecho a las aves que representa,
después de mostrar un obsesivo cuidado en los demás detalles de la obra. O el ave que dice representar la paloma de la
paz, y que más parece un monstruo alado por su agresiva presencia y desparpajo.
En la obra citada los restantes personajes, también aves,
no tienen ningún papel compositivo, antes bien resuelven un problema de fondo,
ya que no aportan con su expectación ningún valor plástico o expresivo
relevante.
Está vivo de hecho en la muestra un conflicto entre sus
pretensiones simbólico-políticas (grabado y dibujo) y su hedonismo en la forma
y el color, lo que produce al final obras ineficaces, a contrapelo de su “estética comprometida”.
Su obra hace, sin embargo, un significativo aporte a la
incipiente sociología del arte centroamericano, en entredicho hace ya muchos
años.
Arnoldo Ramírez Amaya, entiendo, tiene influencia sobre
un grupo de autores locales, pintores principalmente, y le pasa lo que al
ecuatoriano Guayasamín, guardando las distancias del caso, que su obra inscrita
en el mensaje contra el sistema capitalista es de consumo burgués, porque su
denuncia se neutraliza en las residencias acomodadas de clase alta o se goza su
textura en las casas particulares de los intelectuales y académicos de
izquierda.
Fuente: La Nación. SINABI (2019), p.3B. Publicado el viernes 23 de Agosto, 1985. Revisado por el autor el 12 de enero, 2019.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA
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