RAFAEL OTTÓN SOLÍS: Inanidad

Exposición de Rafael Ottón Solís (Costa Rica, n.1944). Quince piezas en acrílico, ensamblaje, instalaciones, relieve y técnicas mixtas; “Corpus Christi América Latina”. Galería Nacional de Arte Contemporáneo (GANAC), del 8 de agosto al 8 de setiembre de 1985, de martes a domingo.

Sin precisar la naturaleza no artística del trabajo del educador y autor nacional, Rafael Ottón Solís (Costa Rica, n. 1946), es difícil determinar la “eficacia”, su principal búsqueda, en sus presentes propuestas político-religiosas.

Aunque emparentado con el “arte conceptual”, término equívoco por corresponder a una conducta anti-artística, su trabajo se nutre, además, del neoexpresionismo que como el primero se fundamenta en el abandono de cualquier posible elaboración de un producto artístico concreto, dando en cambio primacía a los procesos síquicos del espectador-participante.

Hace bien Ottón Solís en proclamarse “educador y comunicador” porque su obra exceptuando el ingrediente extra-plástico de ser exhibida en una galería, poco o nada tiene que ver con el arte.

Lejanamente influido por el dadaísmo que convertía objetos cotidianos en medios para atacar convencionalismos éticos y religioso, así como estéticos, hoy se nutre más directamente de “contemporáneos” que a fuerza de reiterar efectos desmitificadores, del dadá, han agotado las posibilidades de los mismos y sus “revoluciones” han sido asimiladas fácilmente por el gusto oficial y la moda como ya pasó con el “arte povera”, el “op”, el “pop”, el “land” y hasta el “concept art”.

No debe extrañar, tampoco, la coincidencia ideológica del autor nacional con el adagio posmoderno del pintor estadounidense, Frank Stella, “lo que se ve es lo que se ve”, al que Ottón agrega “lo mío está hecho para deteriorarse”.

La confusión, en nuestro medio artístico, sobre lo que es vanguardia y el sentido del arte es alimentada por quienes, de la noche a la mañana, quieren promover un “arte y diseño contemporáneo” de cuño nacional, por temor a parecer provinciales.

Ottón participa de esa falsa contemporaneidad que adopta fórmulas vacías, inanidad, sin el contexto socioeconómico y político que les da sentido, olvidando que un estilo o idea artística no se puede improvisar; crece lentamente hasta adquirir significación propia en el contexto que la produce, lo contrario es artificio.

Por otra parte, hay una evidente planeación manual en el trabajo del autor citado, que representa su habilidad física – ni siquiera técnica – para trasponer el modelo que llega con las revistas, las exposiciones circulantes o las bienales de moda.

Ello no avergüenza a Ottón, quien excusa el empleo de lenguajes ajenos a fin de comunicar realidades que le pesan y quiere testimoniar para aliviar su carga existencial.

De ahí que los pretextos sirvan para revelar con obviedad signos y símbolos de nuestro entorno sociopolítico y cultural, como la espada a la que se aferra un cordón sacerdotal, serpentinamente, y que marca la relación entre el poder político-religioso y político-militar o, el caso del Cristo sobre el que penden balas. Ambas imágenes componen la instalación titulada “Corpus Christi América Latina”.

"Nicaragua", 1978.  Tríptico en acrílico.

CASUALIDAD Y CAUSALIDAD

La casualidad en las telas de político “Aparta de mi este cáliz” – que exhibe su conocimiento de la pintura de acción de Pollock – lleva al autor a negar su individualidad como artista sustituyéndola por el desahogo de la espontaneidad, sin control, sin límites, y sin inteligencia.

Esto es más evidente en las telas aglutinadas bajo el título “Cántico” donde usa la mancha acrílica como juego o ejercicio visual sin significación alguna, lo que contradice su propio decir en cuanto a que busca testimoniar la realidad directamente.

Otras obras son anuladas por un fuerte elemento “kitsch”, mal gusto, como en “Las crucitas”, cuadro en que tiene lugar un interesante encuentro entre manchas opuestas colóricamente, compuesta sobre una diagonal, pero destruido por la gratuidad de una columna blanca con un crucifijo real en su parte superior.

Ignoramos de quién fue la idea de poner cédulas o títulos tan explícitos a las obras en la muestra que sólo fijan la lectura y destruyen la libertad de interpretación en el espectador, además de contribuir muy poco a la profundización de los mensajes que el autor busca comunicar.  Esto revela un conflicto adicional latente en el autor, quien pugna entre ser o no artista, crear o reproducir, buscar creativamente o hacer catarsis.

La expresión individual ha perdido autenticidad al sustituir la creación por la visualización de algo, una idea o un tema, y aunque pregone que no es artista, ni hace arte, la convicción pública es que lo intenta, por lo menos, en ciertos aspectos formales que explican la inversión cuantiosa del Instituto Tecnológico, el Museo de Arte y otras entidades para el montaje de la exposición.

La confusión pública aumenta en la medida que el expositor afirma que sólo quiere comunicar la realidad político-religiosa latinoamericana, aunque el concepto visual de la muestra lo contradice por su incoherencia ambiental, estilística y de tema entre cada uno de los cuadros.  Así, por ejemplo, arranca el recorrido con un espacio cerrado referenciado por una pared azul, donde hay obras de 1977, sin relación conceptual con el resto.  Otro tanto ocurre con la abrupta transición de los ensamblajes político-religiosos (“Homenaje a Monseñor Romero” y “Las siete cabritas”) seguidos de manchas de acento lúdico, exentas de significado (“Cántico”).

No hay unidad en la muestra ni en las instalaciones por su solemnidad y rigidez, derivadas en parte de no haber aprovechado óptimamente el espacio real disponible en la GANAC, y por aportar poco al desarrollo de los procesos psíquicos y espirituales del espectador-participante, que entendemos como ajenos a la obra artística concreta, o hecho creativo.

"Homenaje a Monseñor Romero", 1983. Técnica Mixta.

ARTIFICIO Y TALENTO

La naturalidad es otro elemento ausente en el recorrido de la muestra que se solaza en una hueca globalidad, plena en la inanidad de su mensaje, que, a fuerza de significar varias cosas de referencia común, como en la publicidad, limita la libertad de interpretación y la experiencia sensorial, ya no digamos mental, del observador atento.

Aunque las instalaciones son atractivas en términos de recorrido, como en el caso específico de “La procesión”, que permite girar en torno de ella descubriendo nuevas facetas, no tiene relación alguna con el entorno pictórico donde le tocó ubicarse.  Otro tanto ocurre en el caso de “El altar” obra que peca de artificiosa por ser una construcción a partir de elementos disonantes; gasa sucia, grava y su mismo pedestal con una pieza de evocación precolombina mesoamericana encima.

Podemos concluir, que al carecer la muestra de hilo conductor no podemos hablar de “arte conceptual”, antes bien de un intento fallido por pretencioso y falto de autenticidad.

Hay, sin embargo, dos obras en esta muestra individual que revelan la existencia de potencial en Ottón Solís, el tríptico en acrílico, “Obertura: el destino manifiesto opus 1856” (1985) y “Sepultura de la imaginación” (1977).

En el primero la mancha en rojo sobre el lienzo blanco, corre en con gran libertad expresiva, pero moduladas por una inteligencia que se hace sentir muy racional.  Su equilibrio con lenguaje recio y definido contrasta con la segunda obra donde se vale de ladrillos en lugar de pinceles para pintar con colores rojo, blanco y verde, haciendo una composición sugestiva en términos técnicos.

El gran pecado de algunos autores “contemporáneos” no es la experimentación como se supone a veces, sino el escudarse en lo artificial de pisar un terreno cada día más amplio y desconocido, a fuerza de no profundizar.  Ahí es donde su búsqueda creativa se debilita.

Lamento concluir concordando con Rafael Ottón Solís cuando afirma que “no soy artista, ni lo que hago es arte”.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA

Fuente: La Nación. SINABI (2019), p.2B. Publicado el viernes 30 de Agosto, 1985. Revisado por el autor el 12 de enero, 2019.

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