EUGÈNE ATGET: Reencuentro

Exposición de fotografías de Eugène Atget (Francia, 1857-1927). Cincuenta nuevas impresiones de “Albumen”, en blanco, negro y sepia, en formato francés (18x24 cms).  Museo de Arte Costarricense, del 13 de septiembre al 7 de octubre de 1985, de martes a domingo.

Cualquier historia de la fotografía contemporánea incluye, sin duda, como uno de los puntos de partida fundamentales, la obra del fotógrafo francés, Eugène Atget, quien antes de su muerte en 1927 legó a la humanidad miles de placas e impresiones que documentaban calles, edificios y personajes de París.

Todo está hecho con una sencillez compositiva, a la que contribuye el empleo de recursos técnicos anacrónicos - aun para su tiempo - y ópticos, cuya clara definición y limpieza asombran hoy a los profesionales.

Atget desbordó los límites del documento, al que contribuyó junto con otros desconocidos, testimoniando escenarios, vestuarios, personajes populares, pero también enriqueció con su expresión personal las bases de la fotografía artística.

Antes de abordar “las impresiones” exhibidas debe apuntarse que, en la fotografía, a diferencia, por ejemplo, del dibujo, el autor no se expresa directamente, sino por medio de recursos técnicos, ópticos y procesos físico-químicos.

Existe una renuncia al narcisismo que otras expresiones artísticas sí favorece; por ello, resulta aun más elocuente el triunfo de la expresión personal en este medio.

Desgraciadamente, como precisa muy bien el fotógrafo Brassai, “el campo de visión de los grandes fotógrafos es extremadamente estrecho”. En el presente caso, Atget se expresó con autenticidad en aquellas imágenes que se ajustan a su necesidad y personalidad, con sus lógicas obsesiones íntimas: las calles de París.

"Magasins du Bon Marché",  1926-1927 

DOCUMENTOS PERSONALES

La presente muestra de impresiones, a partir de un novedoso proceso técnico que obtiene calidades de impresión fotográfica similares a las de los originales de Atget, permite reconocer una naturaleza urbana y rural compuesta por una solemnidad y sencillez únicas.

Se trata de “documentos personales” realizados con una vieja cámara de objetivo de bronce y una funda, que como recuerda el fotógrafo Man Ray, “se desvanecían al exponerlos a la luz, porque estaban lavadas con agua salada para fijarlas”.

Nunca tuvo Atget, en su ingenuidad, la intención de conservarlas, antes bien, incluía “esas pruebas” en su álbum donde ofrecía cada copia a ridículos cinco francos.

Cierta labor precursora del Dadaísmo y el Surrealismo fue sugerida en las primeras décadas de siglo XX, por autores de esas tendencias en la obra de Atget.  Pero, ésta fue poco menos que accidental, dado que él nunca tuvo la pretensión formal ni el conocimiento de los métodos de producción cultura del Dadá y el Surrealismo, a saber, una actitud contestaria y la creación como producto espontáneo o dictado mental libre (automatismo psíquico).

En cierto modo, su producción preservada, entre otros, por la escultora, luego discípula de Man Ray, Berenice Abbot, es creación auténtica de un ser humano simple, ingenuo y trabajador, cuyo único objetivo era testimoniar su entorno específico.

No deja de ser paradójico que la entidad que patrocina la muestra, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), por medio de su actual director de fotografía, John Szarkowski, asegurara en los años cincuenta que su entidad no estaba interesada en comprar fotografías “porque primordialmente estamos comprando arte contemporáneo”.

Durante años el MOMA se había negado a gastar treinta mil dólares en comprar la singular colección Atget que poseían Berenice Abbot y Julián Levy.
Dichosamente, hoy podemos apreciar la obra de Atget, más allá de las paredes del MOMA, aunque aún de forma insuficiente.

Las cincuenta copias en cuestión están compuestas sobre una vertical u horizontal sin que queda duda alguna sobre la naturaleza del objeto representado visualmente: un sauce, una tienda del mercado, un estanque o una senda de barro.

Cierto difuminado y desenfoque enriquecen la representación del objeto y eliminan elementos accesorios o gratuitos.

"Patio de Rouen", 1915. 

LUZ MORTECINA E INTIMIDAD

La luz en estos trabajos – realizados entre 1896 y 1927 – es por regla general mortecina, casi como si el espacio estuviera dentro de una cripta y ésta entrara por una pequeña abertura.

Aunque la escena sea muy amplia como en los parques, siempre llega como contenida y nunca barre con los contornos de las techumbres y torres de casas e iglesias.

Atget prefiere, no obstante, los rincones casi despoblados y, aunque domina la ciudad, también fotografía en las afueras de ésta con la misma tónica visual, sobria y “en pose” que caracteriza a sus modelos naturales y humanos.

Una foto como “Interior del Señor T. Negociante” (1910) trasciende el documento para comunicar con la representación de una cama, con una colcha brillante y una cómoda antigua, el acento burgués del ciudadano que duerme en ella, así como su vacío, es decir la esencia de las cosas.

En otros casos, la vida aparece suspendida; por ejemplo, “Patio de Rouen” (1915) o el gato en el portal y la paloma sobre un busto patricio, en una vieja casona que evoca nostalgia y solemnidad. Allí todo se vuelve objeto para comunicar ciertas esencias.

La naturaleza le resulta vacía sin la presencia de la obra humana (calle, pozo, casa), y por ello, incluye ambas fuerzas, siempre en pose, congelando un instante irrepetible.

Hay una buena definición focal y sencillez compositiva en esta pequeña porción de la colección Abbot-Levy, que se sabe contiene unas mil placas fotográficas originales.

Sin embargo, carece mayormente de la calidad accidental de dadaísta y surrealista que hizo célebre a Eugène Atget, en los círculos intelectuales europeos y estadounidenses, de su época.

Esto se debe a que fueron piezas compradas sin selección rigurosa a la muerte de Atget por Berenice Abbott a los parientes del fotógrafo: se trata de placas en su mayoría de motivos arquitectónicos urbanos y rurales, personajes y paisajes que evocaban nostalgia.

Tanto es así que en la presente muestra, sólo adquieren valor contemporáneo unas piezas donde representa sombreros y, en otra maniquíes, pero que distan bastante de “Fete du trone”, que, representa en una profunda oscuridad una luz que directamente baña una especie de mesa decorada con afectación, sobre la que figuran una silla grande y otra chica, un zapato de lado y dos fotografías, una grande y otra chica, con gigantes de levita oscura junto a otros hombres, en escala menor, y de ropas claras y propias de la época.

El rompimiento formal de la foto de Atget con la estampa documental de 1900, es un anuncio claro de los cambios en la estética de años venideros.

"Fete du trone", 1914

ROMPIMIENTO

Debe recordarse para evaluar la actual exhibición que la mayoría de las fotos de acento Dadá y Surrealista, cuarenta hechas desde una óptica ingenua y simple, fueron adquiridas en vida de Atget por su amigo Man Ray quien más tarde se las envió al fotógrafo Beaumont Newhall.   

Son justamente las que más han sido reproducidas y dado fama a Atget, y que no se exhiben en nuestra capital.

El espectador atento podrá sentir en la muestra cierta pobreza y brevedad que no explican suficientemente el porqué el apellido Atget ha sido unido al de los mayores fotógrafos del siglo XX.

Pero, si creo que permite un acercamiento a su obra cuya calidad derivó más de un continuo trabajo disciplinado, que de una pretensión artística clara y definida.

Es, asimismo, una lección imperecedera para los nuevos fotógrafos que se ocupan en elucubraciones intelectuales artificiosas, que sólo llevan al efectismo y la gratuidad.

Atget demuestra que el talento deriva de la disciplina en gran parte y que no puede ser sustituido por la avanzada tecnología de las cámaras de hoy que solamente requiere, de su operar, un simple y llano disparo.


Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA

Fuente: La Nación. SINABI (2019), p.2B. Publicado el viernes 4 de Octubre, 1985. Revisado por el autor el 15 de enero, 2019.

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