ARTE NAIF: Testimonios de la inocencia
Exposición itinerante
de autores “naifs”: “Constructores de lo imaginario”. Paneles con textos y
fotos de trabajos de diez autores franceses. Alianza Francesa. Del 13 al 29 de
noviembre de 1985, de lunes a viernes.
¡Cuántas veces al llegar a casa, después de un trabajo
tedioso y predecible hasta en sus mínimos detalles, nos hemos sorprendido de
pronto, a nosotros mismos, cavilando sobre el propósito de la existencia!
No somos indispensables, lo sabemos, pero si podemos
crear un legado que sobreviva nuestra muerte.
Esto no es algo nuevo, sin embargo, como revela la presente muestra de
autores ingenuos (naifs), en la Alianza Francesa; constructores de su
inmortalidad, por medio de lo ingenuo, movidos por la voluntad de comunicar.
La denominación francesa naif identifica la
producción de estos autores, no profesionales, que practican una expresión “no contaminada”, en el sentido de que
esté alejada de toda fundación teórica sobre el Arte.
Sus practicantes como revelan sus contribuciones en esta exhibición
son en su mayor parte jubilados, con oficios más que profesiones: gente común
acostumbrada a enfrentar los medios artísticos con una gran fantasía que suple
sus carencias para plasmar así sus anhelos y vivencias, ajenos a otras
especulaciones.
Vivo ejemplo es el abate Adolphe-Julien Fouere
(1839-1910), que durante muchos años esculpió en la roca viva de la costa de
Rotheneuf, decenas de rostros. O Camille
Vidal (1898-1979) quien creó un jardín de Edén, al alcance de cualquier mortal,
con fauna artificial y construcciones fantásticas.
Tenemos también al cartero Joseph Ferdinand Cheval
(1836-1924) que dedicó treinta y cuatro años de su vida a construir “el palacio
ideal” con desperdicios y rocas de los caminos.
Y Monsieur Gastón (n.1898) quien pinta a la manera de Henri Rousseau
(1844-1910), máximo exponente del naif francés, cuyos murales y esculturas con un
enorme gusto por lo exótico, de factura en extremo minuciosa, con formas
volumétricas y una decidida voluntad de pintar “bien” a pesar de sus innumerables errores técnicos.
"Sin título". Esculturas en roca viva. Costa de Rotheneuf. Adolphe-Julien Fouere
ROMPIENDO BARRERAS
Algunos vivos, otros muertos, han logrado, sin ser
artistas, romper la barrera entre lo imaginario y lo real, al acercar a otros
hombres como ellos a su pequeño y particular cosmos artificial.
Su aporte no existe en términos de civilización, valga
aclarar, puesto que en el fondo son recreadores de estilos, conceptos, formas y
colores que forman parte de eso que se denomina “inconsciente colectivo”: el
gran “banco” de imágenes y sensaciones que almacenamos en el curso de la vida,
y que acuden a las sucursales de nuestras mentes sin que, a menudo, advirtamos
que su novedad u originalidad reside en que las habíamos olvidado.
Cuando construyen sus jardines, palacios, esculturas y
pinturas, no lo hacen a partir de un conocimiento derivado de la disciplina y
la búsqueda constante de la belleza – verdad – como lo hace el artista
auténtico.
Construyen muros, ventanas, patios convencionales que
luego, con un terrible temor al vacío, como en el barroco, decoran con los más
disímiles signos, desposeídos de su significado original.
Lo que fascina y provoca en la obra ingenua es que su
imaginación corre libre reconstruyendo, a partir de maneras, técnicas y
conceptos precedentes creados por artistas, arquitectos, filósofos y
poetas. Caemos, no obstante, bajo la
seducción de una emotividad desbordada y, sin embargo, concretada en formas,
volúmenes, colores y espacios.
Cuando el cartero Cheval afirma, sobre su trabajo, que al
producirlo “he querido mostrar todo lo
que puede la voluntad. La genialidad la he sacado de la vida misma”, está definitivamente
en lo cierto. Como él, otros al testimoniar
la inocencia reivindican su existencia monótona por medio de objetos creativos
que los sobreviven, obteniendo una trascendencia que nos les hubiera conferido
el oficio de cartero, aduanero o fontanero.
Ofrecen de hecho una alternativa a la uniformidad de
objetos y hábitos de los seres humanos que viven en las urbes y que se quejan
de las realidades de una existencia y un entorno que los asombra y, a veces,
los desconcierta.
Este podría ser el caso de Robert Garcet, quien levantó,
entre 1948 y 1964, “Las bestias del
apocalipsis”, una enorme edificación pétrea con cuatro torres y
monumentales esculturas en cada una de ellas, en Bélgica, llamando la atención
del ser humano sobre su posible autodestrucción.
Las grandes limitaciones físicas y materiales con que
realizan sus trabajos, su búsqueda intuitiva de lo universal y su falta de
conocimientos formales, - de índole artística -, se compensan con su ser, por
medio del recuerdo de sus obras, tras su muerte.
"Torre Apocalipsis", 1948-1964. Robert Garcet. Bélgica
CAUCIÓN Y CREACIÓN
Pero, cabe una advertencia sobre la brevedad de estos autores,
cuyo alimento es su condición ingenua: y es que, en la medida que se les acepta
y celebra, empiezan a vivir de sus obras – sobre todo las pictóricas -, con la
consecuencia de que pierden su fuerza “creadora”, su ingenuidad.
Hay en nuestro país abundantes falsos creadores, que se
escudan en apariencias naifs para sobrevivir, corrompiendo el género sin reglas,
con una especia de academicismo a partir de algunas maneras ingenuas que
observan en autores genuinos. Así se
repiten como si fuera una fórmula un lenguaje libre y simple, creando numerosas
adulteraciones.
En cuanto a la muestra didáctica francesa debe acotarse
que muchos de los llamados “constructores
de la imaginación” citados murieron antes de ser asimilados por un mercado
voraz que comercializa casi todo, sobre todo lo ingenuo.
Por otra parte, hay encanto y peligro en estas
realizaciones. Cuando analizamos los
interiores de sus palacios y torres, descubrimos que no son habitables, aunque
permiten que la propia imaginación vague, libre de convencionalismos, por una
región fantástica, haciéndonos olvidar nuestro compromiso con la razón y lo
cotidiano.
Aun mediante la versión fragmentada de la fotografía
documental o la ilusión de las imágenes en movimiento, es posible reconocer
fragmentos de nuestra memoria cultural en común, de nuestro pasado y presente,
con “un desorden e imperfección” coherente, en su reflejo de la propia
realidad, creado por lo ingenuo.
En el fondo, nunca niegan la realidad del entorno de la
que parecieran querer huir; los puntos de referencia culturales son reconocibles, pero
es su composición intuitiva la que produce cierto absurdo en el que caemos
merced a la “fuga” momentánea de nuestra propia realidad cotidiana.
He aquí el encanto imperecedero y el riesgo de los
testimonios de la inocencia.
Fuente: La Nación. SINABI (2019), p.2B. Publicado el viernes 29 de noviembre, 1985. Revisado por el autor el 22 de enero, 2019.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA
Comentarios