AROSTEGUI: Punto de partida y encuentro
No lograba quitarse las miradas y los
comentarios de encima, pero seguía impasible recogiendo objetos del suelo,
sucios y abandonados, visitando los basureros y los anillos de miseria, antes
en las cercanías del lago de Nicaragua, ahora al oeste de San José de Costa
Rica en Pavas.
“Me
han detenido y estuve preso dos veces por parte de la Guardia Somocista, en
Managua, por hacer mi trabajo”, refiere,
con una amplia sonrisa, Alejandro Arostegui, pintor que ha dedicado al arte 25
de sus 50 años.
Los objetos que recoge son, principalmente,
latas, desechos urbanos que luego comprime según la forma que le dicta el
material, para hacerlos partícipes como elementos pictóricos, en cada uno de
sus cuadros.
Hace un año se encontraba trabajando en su
nativa Nicaragua, con los mismos materiales y técnicas, pero no era fácil
crear, según explica: “En mi país, en
este momento, todo está en función de la política. La palabra que predomina es
prioridad. Desde el punto de vista del sandinismo, lo que es prioritario es la
defensa del país. El arte no tiene ninguna prioridad”.
En Costa Rica dice haber encontrado “la tranquilidad que andaba buscando para
crear una obra: mayor simplicidad, mayor intensidad en colorido”.
Arostegui es un pintor cuya amplia
trayectoria y consistencia estilística, le han ganado un lugar en el arte
latinoamericano. Sus inicios, como todo punto de partida, no fueron fáciles.
Desde que estudiaba el bachillerato, le atraía la actividad plástica; después
de clases iba a la naciente academia de Arte, fundada por Rodrigo Peñalba, en
1948, pero su familia no favoreció su interés.
Estudió arquitectura en Nueva Orleans,
Estados Unidos, a partir de 1954 pero al segundo año de carrera vio que no era
lo suyo, sobre todo cuando le tocó matemáticas. Los siguientes años los pasó
estudiando arte en Sarasota, Florida, y luego en Florencia y París. Cuando
regresa en 1963, a Nicaragua, su vocación está definida.
“Antes
de 1963, era sólo un estudiante de pintor”. Por
entonces, el ambiente artístico en su tierra giraba en torno al academicismo;
la práctica pictórica era muy rígida y todo se explicaba en razón de unos
maestros del pasado, que eran el modelo de belleza exigido.
“Solo
habían preocupaciones formales, no se profundiza en la pintura”, explicó
Arostegui, quien a pesar de ser retraído y solitario, asume la creación del
grupo Praxis, con el que lucha contra el miedo a la libertad de los pintores de
entonces, y el provincialismo.
“Nos
queríamos quitar de encima a los monstruos sagrados, los demás pontífices de la
cultura nicaragüense quienes se lass daban de conocedores. Nos propusimos que
fueran los pintores los que tuvieran la última palabra en lo que se refería a
la pintura nicaragüense”, recuerda.
El grupo se fundó sobre la base de libertad
creativa y continua experimentación, aunque al principio dominó cierta unidad
en los medios de expresión empleados, cierta monocromía en la no figuración.
Empezaron a buscar lo auténticamente
nicaragüense, a través del expresionismo abstracto que permitía una amplia
exploración técnica, la valoración primordial del sentimiento del autor y el manejo
de materiales pictóricos, sin ninguna traba figurativa naturalista.
Fueron años muy duros para los pintores de
Praxis, no vendían nada. Nuevos viajes alejan a Arostegui de Nicaragua y le
hacen ocuparse de otras temáticas sin abandonar su concepto informalista.
Cuando, en 1971, regresa a Nicaragua, Praxis
se había comercializado y muchos de los pintores serios se habían retirado.
Arostegui reorganiza el grupo sobre metas de
libertad y calidad, mientras su obra, claramente “matérica”, recibe la
influencia definida del pintor y teórico francés, Jean Dubuffet, que se revela
al retomar nostálgicamente la inocencia y en la aparente poca importancia que
asigna a la corrección del dibujo académico.
“Era
una manera de aprovechar lo occidental sin caer en el truco visual”, explica
el autor cuya obra nutrida de materiales desechados por la sociedad urbana,
revalorizan el objeto: lata o desperdicio.
Lo misérrimo que busca testimoniar en su
obra, a partir de elementos propios de los barrios marginales, lo emparenta con
el compromiso social de los artistas centroamericanos de fines de la década del
sesenta.
Los títulos de sus cuadros explicaban el
contenido “Basurero N°1”, “Basurero N°2”, “Basurero N°3”, etc. El autor nunca
separa el tema de su concepto estético, porque dice que hay una relación
dialéctica ineludible cuando uno se entrega completamente a la práctica
pictórica.
“Tal
vez uno parta de un tema, pero a medida que uno adquiere disciplina, quehacer,
el tema cede al concepto, la anécdota deja de importar”.
Expectativas
Para este pintor nicaragüense, cuya cabellera
ha encanecido y cuyas gafas lo pueden hacer pasar inadvertido, la pintura es toda
su vida, una forma de ser parte del
mundo.
La importancia de ser artista radica, para
él, en aportar al universo. Por eso se conmueve ante los aportes civilizados de
otros más universales, y “sólo aspiro a
contribuir en algo, hasta el límite de mis posibilidades”.
El alejamiento temporal de su país parece no
afectarle, no obstante haber pintado durante 15 años fuera de Nicaragua y otro
tanto allí.
“A fin y al cabo”, señaló, “el hecho de estar en Nicaragua o en otra nación, no significa que iba a
crear obra. El lago, los volcanes nos he vivido y puedo transmitirlos en
Managua, San José, o en cualquier otra parte”.
“El
entorno es vital para mí, si no obstaculiza mi libertad de trabajo. Costa Rica
tiene una ambiente que me da tranquilidad y libertad y eso me estimula”.
La pintura de los sesenta, monocroma y
patética en su expresión, ha ido cediendo en un proceso lógico a un colorido sobrio,
a la pintura geométrica en lo conceptual; algo que tal vez Arostegui nunca se
hubiera imaginado en sus años de formación.
Los elementos plásticos van predominado sobre
lo anecdótico y el objeto, la lata, aunque sigue siendo reconocible para el
espectador, por pertenecer a la cultura del desperdicio, sirve de punto de partida
para la creación del autor, de lectura para el público y de encuentro para
pintor y receptor.
La lata ha sufrido una evolución, ya que
cuando el pintor la dejó de emplear como “collage”, pasó a figurar como
elemento, en cuadros de grandes dimensiones, siempre como punto de partida para
otros testimonios.
Arostegui, a diferencia de otros autores
latinoamericanos, no reitera por falta de concepto o problemas formales, sino
para profundizar en una búsqueda propia, ganando con nuevos contenidos y
posibilidades expresivas, en cada nueva obra, aún con el mismo objeto, lata o
desperdicio, punto de partida y encuentro.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC
Fuente: Rumbo Centroamericano. SINABI (2017),
p.26-27. Publicado en el No 58 del 6 de Diciembre, 1985. Revisado por el autor el 28 de marzo, 2018.
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