FRANS WUYTACK: Dolor vivencial
Exposición de Frans
Wuytack. 20 esculturas y seis dibujos figurativos. Lio art Center (Galerías del
Este), del 28 de noviembre al 8 de diciembre de 1985, lunes a viernes.
Tanto el dolor como la alegría se dan con la existencia
humana. Ambos pueden ser testimoniados por los artistas o no, tal como ocurre
en nuestro medio, donde cabe distinguir dos formas de hacerlo: la auténtica y
la falsa.
La diferencia se evidencia cuando se trata, en una obra,
el dolor real que el artista vive, mientras que la otra se trata del dolor que
el falso artista busca: el testimonio del primero parte de un conocimiento
directo que da la experiencia del dolor vivido, como la guerra que destruye
nuestro hogar.
El segundo, en cambio, es una pose, una búsqueda neurótica que alimenta el ego y permite a algunos autores, algunas veces, lucrar con el dolor ajeno. De esto último abundan los ejemplos locales; en el dibujo y la pintura, sobre todo, autores que se duelen porque no son famosos, ven el dolor y se asombran, o señalan el dolor que perciben en otros, sin vivirlo realmente.
El segundo, en cambio, es una pose, una búsqueda neurótica que alimenta el ego y permite a algunos autores, algunas veces, lucrar con el dolor ajeno. De esto último abundan los ejemplos locales; en el dibujo y la pintura, sobre todo, autores que se duelen porque no son famosos, ven el dolor y se asombran, o señalan el dolor que perciben en otros, sin vivirlo realmente.
Caso muy distinto es el Frans Wuytack (Bélgica, n. 1934),
escultor que reside desde 1984 en Santo Domingo de Heredia, quien sí se
involucra con el dolor existencial, con la angustia auténtica y no con la que
buscan gratuitamente algunos.
Su propia vivencia como sacerdote en los tugurios de Venezuela y su activismo político le valieron ser declarado persona non-grata y ser expulsado de ese país. Tras colgar sus hábitos por su activismo se ha comprometido tanto con su arte como con su vida en causas sociales y políticas tanto en Europa como en las Américas.
"Ciego", 1985. Escultura en bronce patinada
Por ello, con su escultura figurativa, participa de la
identidad y el futuro; verdaderos puentes para alcanzar lo universal. Su punto de partida, no obstante, es la
historia que confronta él mismo, no para imitar sino para crear. Parte del dolor y la angustia para comunicar
su propio carácter, fuerte en unos casos, pero controlado en otros.
Sus bronces fundidos sobre mármol son verdaderas máscaras
evocativos de los primitivo, habla de su investigación escultórica, de una
energía que, según el testimonio de Wuytack, justifica al ser humano.
La identidad está dentro de nosotros, no necesitamos
buscarla fuera, y quienes lo hacen, están utilizando experiencias de todos y no
están aportando nada.
En ese sentido, la pieza en madera titulada “Italoca” (Historia), exhibe una mano que
crece y madura consumiendo su origen, mientras el rostro se contrae en una
mueca de indiferencia.
“Toetus”, una pieza cerámica, al girar en torno a ella
permite reconocer el testimonio de la locura, el retorno al vientre; un viaje a
los orígenes, interpretado y vivido por Wuytack al convivir con los enfermos
mentales en Lovaina, Bélgica.
Los rostros del ser humano señalan al dolor profundo,
cambian para revelar una esencia que los hace sentirse vivos, como en las
piezas de acentuada monumentalidad, por ejemplo, “Cahuitl”, “Maeehualli” (El
hombre del pueblo) y “Mietan” (El más allá), todas en madera de cocobolo o
cedro amargo. En ellas las cavidades
evocativas, en el rostro humano, crecen para unirse al cosmos, hasta su
desaparición o, deberíamos decir, transformación.
Al panorama sombrío que testimonia agrega la esperanza
confiada en el futuro que representan los niños con sus cabezas de bronce,
títuladas “Serena”, “Gracia” y “Eva”.
El autor belga no encuentra ningún obstáculo en su
expresión dominada por grandes líneas, en las que se abstrae para comunicar su
testimonio e integrar al espectador a su propio espacio.
Sus esculturas, principalmente, en posición vertical
mantienen como figuras una gran constancia sin que las afecten las desviaciones
perspectivistas.
Un oficio consumado que deriva de la disciplina y el
conocimiento, lo ha llevado, en casos extremos, a destruir la obra que no
satisface sus propias exigencias. Y pese
a ello, no cae en ningún tipo de preciosismo que en otros autores ha conducido
a la complacencia, que podemos llamar concesión gratuita y/o mero comercio.
En la escultura de Wuytack el concepto no se puede
comprender desligado de su particular existencialismo que, sin una búsqueda
gratuita, lo lleva a profundizar en una dimensión más íntima; de ahí que
algunos consideren que es un creador comprometido.
Su compromiso, sin embargo, no es con la anécdota, con el
detalle verista, la circunstancia política o el mercado; antes bien, con el
arte en su sentido vital, aunque a menudo “choque” su comunicación de sólo una
parte de la vida: el dolor y la angustia.
"Insultado", 1985. Escultura en bronce patinada.
SIN GRATUIDAD
Su concepción de la escultura es orgánica; vale decir que
parte de lo vital del ser humano. Y aun cuando vuelva sobre una situación
existencial, ésta ya no será la misma, no
hay reiteración gratuita.
No trata de congelar un instante o la fugacidad de una
emoción: deja simplemente que corran las experiencias en términos de mente,
espíritu y cuerpo.
También encontramos en su trabajo un aspecto
tridimensional que interesa: no permite que se desborde su emoción para inducir
al espectador a reflexionar. A ello se
debe que no complazca a potenciales adquisidores de arte, más afectos a los
trucos visuales, promovidos por algunos marchantes.
Sabemos que la escultura, como pocos medios artísticos,
asigna una mayor importancia al sentido del tacto y así el objeto palpado se
impone como lo indudablemente real; pero cuando además la obra es figurativa,
nuestro propio cuerpo vibra al armonizar con lo que representa, según la
interpretación del escultor.
Con Wuytack ocurre que ese contacto puede volverse
aterrador, nunca indiferente: sus masas descubren el asombro personal ante el
pecado humano.
Por otra parte, sus dibujos que evidencian más su
compromiso personal, son en realidad esbozos de sus trabajos escultóricos, y su
exposición de aquellos se explica sólo por un afán didáctico; son representaciones
de los males sociales cotidianos, presentes y pasados, y carecen de la fuerza
de sus esculturas, por estar demasiado atadas al ancla del presente.
No es una obra de fácil comprensión, ya que requiere una
lectura constante y paulatina, a lo que su última confrontación pública no
contribuyó, a veces, por estar en medio de pinturas y adornos de mal gusto
(Kitsch) y deficiente oficio, que enturbian la atmósfera donde “respiran” las
esculturas de Wuytack aglomeradas algunas, desgraciadamente, como en una
vitrina de bazar.
Sin embargo, se puede comprobar, cuando se es un
espectador atento, que su obra parte de un excelente oficio, un conocimiento y
honestidad auténticos que le permite comunicarse artísticamente.
Es una obra, en conclusión, que induce a profundizar, no
se limita a las apariencias; podemos explorar la experiencia del dolor
personal, por medio de un interlocutor propicio a lo vital.
Fuente: La Nación. SINABI (2019), p.2B. Publicado el viernes 13 de diciembre, 1985. Revisado por el autor el 19 de enero, 2019.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA
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