El Eclecticismo Cubano


Exposición colectiva de pintura cubana actual: 20 autores. 60 piezas en témpera, dibujo, fotografía, acuarela, serigrafía, tinta, esténcil y técnica mixta. Galería Nacional de Arte Contemporáneo (GANAC), del 21 al 25 de febrero, de martes a domingo. Muestra individual de Hector Catá: “Caminando La Habana”. 24 piezas en técnica mixta. Espacio Jorge Debravo, del 20 de enero al 25 de febrero de 1986, de martes a domingo. 

Vindicada y atacada por igual, la Revolución Cubana de 1959, se ha publicitado definitivamente con sus éxitos deportivos y culturales, estos últimos favorecidos por una política benefactora del artista que acepta los postulados del sistema socio-político impuesto y, a cambio, le permite la experimentación plástica hasta la gratuidad. En realidad, como en el sistema capitalista, la libertad de creación es un medio eficaz de propaganda ideológica. El artista ha sido utilizado casi siempre en todos los sistemas políticos y económicos.

Informados visualmente por publicaciones culturales cubanas y algunas muestras de autores jóvenes recién emigrados de la isla antillana, ahora por primera vez podemos percibir e interpretar directamente su producción cultural en la plástica.

Antes de todo, el intercambio cultural entre nuestros pueblos, independientemente de las ideologías, es tarea urgente. No es posible que estemos mejor informados de lo que pasa en el último rincón de Norteamérica y Europa y desconozcamos lo que ocurre en esa casa de nuestros vecinos latinoamericanos.

La muestra, en primer término, confirma el fracaso de ciertas políticas marxistas que al principio de la revolución cubana intentaron limitar la creación artística al realismo socialista, siendo Cuba poseedora no sólo de una larga tradición pictórica con una de las primeras academias de arte en Latinoamérica, sino, además, portadora de una figura universal, como el pintor Wilfredo Lam. 



Nutridos de un agudo eclecticismo que heredaron de su naciente tradición cartelista, los autores presentes en la muestra aplican ciertos principios propios del “afiche” en la práctica de las artes plásticas. Por eso, es frecuente que la mayoría de las obras busquen la mera llamada de atención óptica, además de evidenciar con obviedad la toma de algo de todos los estilos, desde el “modern style” al “pop art”. Es cierto que buscan siempre cierta síntesis formal a la que se emplean a fondo para para plasmar de un modo eficaz una idea global, casi publicitaria. 

Esto último lo revelan autores como Pablo Oliva, con su “Recolectora de amores” y “La llegada de Eva”, quien abusa de gruesos trazos oscuros para estructurar el cuadro, debilitando su concepción pictórica y su motivo ilustrativo del hedonismo y el humor. Lo mismo ocurre, entre otros, con Segundo Planes y sus juegos, que pretenden ser sueño-fantasía, donde mezcla arbitrariamente elementos de la naturaleza y del ser humano.

Otro tanto ocurre con las dibujantes Zaida del Río Castro y Alicia Leal Veloz, cuya obras lineales a tinta resultan aptas para ilustrar un libro de relatos cortos, pero que aun así, al incorporar elementos gratuitos, como por ejemplo bueyes sobre un “nido” de líneas intrincadas, desaprovechan la concreción de un dibujo sugerente o provocador.  De hecho, su línea desaprovecha el espacio, niega tema en sí a la línea, que se convierte sólo en soporte de una anécdota, a veces, confusa.

También existen en gran número los autores que se pierden en la experimentación por la experimentación misma, como si tuvieran una sed de conocimiento que los supera, como José Manuel Fors en su serie de fotos manipuladas, centradas en colores básicos segmentados en zonas horizontales y cubos que alteran el paisaje, encerrando hojas dentro. Intenta transformar como otros fotógrafos en la muestra el entorno natural con una forma ordenadora, el cubo, sin otro propósito aparente que el de impactar. Algo similar ocurre con el también fotógrafo, Rogelio López Martín, quien en su serie “Viaje mágico y misterioso”, ilustra una historia personal con fotos que marcan una secuencia de espacio-tiempo, diferente cada vez. Olvida que el texto margina la lectura visual, cuando no la contradice, y niega así valores a la fotografía.

Objetivamente, el gran problema de esos autores no es la experimentación, sino el escudarse en lo artificioso de pisar cada día un terreno más amplio y desconocido, a fuerza de no profundizar. Ahí su búsqueda de la profundización se debilita.

Hay también en la exhibición quienes recurren, ya no a la búsqueda, sino a la mímesis o reproducción fácil de efectos manidos del dadaísmo, el surrealismo y otras tendencias; como Ricardo Rodríguez Brey con su “Cacao”, “Plátano” y “Tabaco”, cada uno con un dibujo del producto agrícola, su definición etimológica e histórica, en la “técnica” del “esténcil”; o Gustavo Pérez Monzón, con su técnica mixta de tensiones lineales en contextos cúbicos explayados ordenadamente en espacios cuadriculados. Se trata, a lo sumo, de estudios superficiales de modas conceptuales y de “pop”, sin mayor relación con el arte o su búsqueda.

Un peso tradicional cumple Manuel Mendive Hoyo, con su serie del amor de 1982, donde nutre sus representaciones de elementos afrocubanos, de su memoria y nostalgia, sobre la vida cotidiana (sexo, alimento, ocio, sociedad), con una tónica “ingenua” pero estilizada que ya adaptó con algún éxito a telas para la moda en Cuba.

En términos de expectativa, marca una pauta en la muestra Carlos García de la Nuez, con sus conversaciones I y II, dibujos coloreados con tinta donde máscaras blancas, a menudo de perfil sobre fondos degradados sombríos, buscan crear cierta gesticulación a través de sensaciones de color y figuración. Hay, sin embargo, deficiencias compositivas atribuibles a sus cortes superiores en pico, con blancos, que desequilibran la pieza y debilitan la tensión dramática interna.

Más interesante aún es la obra de Juan Pablo Villa Alemán, con su serigrafía indirecta sin título, compuesta de tres planos en los que hay un acercamiento al estado imaginativo del niño o podría decirse del “naif” o ingenuo, aunque la expresión figurativa despojada de contornos precisos revele relaciones más adultas por lo concretas. Es de lamentar su abusiva manipulación del papel, su “facilismo”.

Hector Catá

Catá (n. 1947) es, ante todo, un ilustrador y como tal trasciende sus derechos cuando trata de intenta imponer su “personalidad”, ya que su obra, como el cartel, busca sólo un objetivo: ser intermediario entre lo que se quiere anunciar y el público, una especie de telégrafo.

Aunque lo parezca, Catá no elige el sujeto o tema. Lo anuncia y se limita a él dentro de una “fórmula” plástica que en mucho recuerda a la pintora Amelia Peláez.  Parte este autor de la imaginería popular de La Habana para realizar sus series de interiores y arquitectura colonial. Su pretensión es solamente decorativa y a ello contribuye el color empleado, de efectos atmosféricos, y sus gruesos trazos para representar espacios abigarrados, propios del barroco latinoamericano.

Sus temas son recurrentes: lámparas, plantas, ventanas de persiana en su intenso colorido. No hay pintura en su trabajo, solo ilustración sobrecargada de un mundo de recuerdo por el que sólo se puede sentir nostalgia.

Si esta es la plástica cubana actual, y espero que no, tal vez algunos autores locales se consuelen en su propia obra, aún a nivel de expectativa. Si no hay que reclamar a los responsables cubanos y costarricenses, a las burocracias artísticas que existen en ambas partes, este conjunto de simplezas que ignoramos aún cómo lo muros soportan.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC

Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el 31 de Enero, 1986
Revisado por el autor el 15/3/18

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