MANUEL DE LA CRUZ GONZALEZ: Promesa truncada

Obras en colección permanente del pintor Manuel de la Cruz González Luján (San José,  1909-1986). 11 obras de laca, pinturas al óleo sobre tela y madera. Museo de Arte Costarricense (MAC). De martes a domingo.

En el trabajo de los artistas veteranos lo primero que se revisa es su conducta artística; hacemos con ello referencia a ese cúmulo de conocimientos adquiridos y asimilados en una trayectoria de varias décadas, que debe venir acompañado de la honestidad creativa, la valentía para hacer y confrontar, y la disciplina que incluye el dominio del oficio y los conceptos plásticos.

Sin este conjunto, el artista suele mostrar una conducta débil, reflejada en su acto repetido sin profundización de formas, colores y conceptos, así como en su aferramiento a lo externo del arte; popularidad, premios, viajes, comercio y aplauso.

Asimismo, hay dos formas en que se evidencia la necesidad prioritaria de lo externo en cuanto al arte: una es registrando un resentimiento hacia el entorno sociocultural, con o sin motivo real; y otra participando en los espectáculos seudo-artísticos  del mundo oficial de la cultura. En ambos casos la demanda de aceptación, por parte del artista, supera la de creación por imperativo interior.

A Manuel de la Cruz le ha ocurrido algo más; se proyectó tanto tiempo a sus alumnos, que dejó en segundo lugar el quehacer pictórico. Esto ha sido en parte beneficioso para el medio local, en términos de promoción y exigencia, pero si revisamos el desarrollo posterior de sus discípulos, comprobamos que muy pocos han continuado trabajando con seriedad y profundidad.

La obra de Manuel de la Cruz es globalmente débil en profundidad ideativa, y a menudo mimética de las corrientes de moda entre 1948 y 1958, especialmente, cuando estuvo fuera del país.

El hecho de que se hay convertido en mito obedece al desconocimiento de su obra, así como al apasionamiento con que se intentó juzgar su trabajo en el pasado, para bien o para mal. También influye la tan publicitada “rebeldía” hacia la figuración que sostuvo por unos años, y a la que luego volvió, paradójicamente, tras algunas aventuras plásticas “no figurativas”.

"Paisaje", 1951. Oleo/tela. Foto: CCACR

AUTOR CLISÉ

El temor manifiesto de Manuel de la Cruz a ser un pintor clisé, justificación de sus abruptos cambios, lo ha vuelto cliché.  No sólo se ha repetido en citas ajenas por décadas enteras, sino también, porque lo que recibió y testimonio, se volvió academia.

La muestra en posesión del MAC permite comprobar estos y otros asertos mediante obras que van de 1932 y 1978, a la sazón el período más prolífico de González. Como parte de la generación del 30, ocupada en la representación de lo real visible con acento regionalista, y temas recurrentes (casonas de adobe, valles y montañas, costas, campesinos y animales), Manuel de la Cruz hizo lo propio y se convirtió, con Quico Quirós, en uno de los primeros y pocos autores aceptados y que vendían su pintura desde el inicio de su trayectoria.

Algunos trabajos son meros estudios de la figura humana y el entorno natural, sin mayores pretensiones, como “La calera” (1935). Pero otros son deficientes en su concepción y factura, como “Desnudo” (1932), cuadro de gratuita morbidez.

Cuando por motivos políticos deja el país en 1948 y enrumba a Cuba, descubre la pobreza de su medio y su obra, y explora la descomposición de la figura en motivos geométricos que nunca llegarán a la abstracción pura, no sólo porque no se despojan de su carga figurativa en la forma y el color, sino porque de la Cruz no respalda “teóricamente” y con profundidad este testimonio plástico.

Más tarde, en Venezuela, esta tendencia se complementa con técnicas “constructivistas” que articulan en evocaciones de figuras y entorno típicos de esa nación, como la campesina, “Goajira”, cuya imaginería se evocará en obras posteriores.

"San José No 1", Serie: Espacio color. 1958. Laca sobre madera. Foto: (CCACR)

NOSTALGIA

La gráfica juega un importante papel en la estructura de los elementos de sus pinturas de movimientos curvos y rectilíneos, como “El pescador” (1957) y “Goajira” (1956), donde además enturbia el color como recurso expresionista.

Una de sus exploraciones interesantes, pero no concretas por falta de profundidad, fue la de engrosar las pinceladas oscuras a la manera en que se engrosa el emplomado en un vitral.

Buscaba crear especies de tabiques que el aprisionar el color lo potenciaban, como ilustran bien piezas recientes, como su “Paisaje” (1978).

A su regreso de Maracaibo, en 1958, intenta conmover al público nativo, “agredir al burgués”, diría él, con obras aparentemente no figurativas, consiguiendo el escándalo que buscaba y que ha nutrido su fama hasta el día de hoy.

A mediados de la década del 60, tras un breve retorno a la figuración, realiza un conjunto de diseños en pequeño formato que un “enlacador” traslada luego a mayores dimensiones y conocemos hoy como las lacas. En su decir, pretendió acercarse a principios mondrianescos (Piet Mondrian, miembro del grupo holandés “De Stijl”) para intentar un equilibrio a partir de formas sencillas y de una gama de colores muy limitada. 

Sin embargo, Mondrian (1872-1944), entre otras cosas, proponía, a diferencia de Manuel de la Cruz, una gama de colores primarios (Manuel de la Cruz usa colores compuestos o secundarios), empleo de la vertical y la horizontal evocadores del orden y la armonía natural (Manuel de la Cruz, a menudo, utiliza la curva que rompe ese orden).

"Desnudo de mujer", 1977. Oleo/tela. Foto: CCACR

RETORNO EXPRESIONISTA

Además, paralela a la práctica de las lacas, por parte de Manuel, corrían obras figurativas evocadoras de lo folclórico, lo que contradice su pretensión abstracta que se traduce en un conocimiento plástico ambiguo, conceptual entre sí: figuración y no figuración.

Equilibrio Cósmico” y “Amarillo permanente” (1965) son lacas que no responden a una percepción artística;  antes bien, son construcciones más lógicas. En otras palabras, cuando un artista ve, por ejemplo, una fórmula matemática dibujada en un pizarrón, aprecia el orden y la belleza, aunque no sepa lo que significa exactamente. Manuel intenta, sin ser matemático, construir, con base en una fórmula; ello anula lo artístico del resultado final.

Como en el pasado, tras una aventura “no figurativa”, de la Cruz vuelve a su mundo plástico de origen, menos enriquecido, tal vez algo diferente en lo formal, pero más nostálgico, lo que conforma con sus folclóricas pinturas de “Paisaje” (1978) o “El gamonal” (1977).

Manuel de la Cruz trata de demostrar a su entorno, grave error, que él puede pintar cosas comprensibles al común de las gentes y así traiciona su propia indagatoria. Necesita en cierta forma complacer, y sentirse aceptado, aunque oculte para los extraños estos hechos bajo una supuesta rebeldía, que en realidad elude la confrontación.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA

Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. 7 de Febrero de 1986
Revisado por el autor  10-3-18

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