RON MILLS: Falso Criterio
Exposición del ciclo de pinturas murales de Ronald Mills (n. 1952, EE.UU.):
“El espíritu de la música indígena”. Tres murales en acrílico, dos de ellos
divididos en tres planos cada uno. Escuela de Artes Musicales, Universidad de
Costa Rica. Desde el 3 de junio de 1986. De lunes a sábado.
He señalado que la “búsqueda de identidad”, al parecer moda inagotable en ciertas
individualidades y grupos latinos, nos ha sido impuesta desde el exterior. “Nos preguntamos: ¿Qué es ser
latinoamericano?- y tratamos de buscar la respuesta olvidando que somos
categóricamente latinoamericanos; que no somos chinos, africanos o
australianos”. (L.N./9-5-86, P2B).
Nos planteamos una búsqueda de algo que se
encuentra en nosotros mismo; así, convertimos un problema existencial en un
asunto social y reclamamos al artista para que tenga “identidad” aplique elementos que le son ajenos en tiempo y espacio,
como el legado precolombino.
Esto, que obedece a una nostalgia y a un
asunto de identidad individual se refleja, como en un espejo, en la toma de
símbolos y signos prehispánicos cuyo significado, a menudo, se desconoce y en
el cual rara vez se profundiza.
Se practica con frecuencia esa “búsqueda”, sobrevalorando las
representaciones plásticas estilizadas o no que retoman del testimonio
arqueológico. Ello se refleja muy bien en el proyecto asignado por las escuelas
de Artes Musicales y Plásticas al pintor estadounidense Ron Mills, para que
elaborara un ciclo de murales.
Se trata de un aparente homenaje a la cultura
precolombina de la región, que ya no existe, y de “una expresión pictórica que celebra el poder de la música para
iluminar y transformar-dice el catálogo-el espíritu del género humano”.
Para cumplir este propósito, utiliza Mills la
imagen del Sukia, quien como curandero, guía espiritual, artista e
intermediario entre el poder divino y las limitaciones humanas sintetiza un
concepto global. Las cualidades del brujo tribal son distribuidas en la
sociedad moderna por medio de especialidades que dividen el conocimiento en:
clérigo, médico, narrador y artista.
Mills parece intentar un entronque entre
valores narrativos perdidos y necesidades permanentes del género humano. Sin
embargo, el empleo de los instrumentos de esas necesidades atávicas, como la
música, el bastón de la autoridad, las piedras mágicas y el fuego sacro, es
superficial cuando toca los límites de lo anecdótico.
Nostalgia y conciencia
Antes de que una interpretación propia del
pasado, Mills procura una visión didáctica que llenen los muros interiores de
Artes Musicales de la UCR sin transformar la percepción del legado precolombino.
Reproduce así el fenómeno, muy estadounidense, de mirar la realidad histórica y
cultural de nuestros pueblos según el principio del exotismo o la novedad.
Seguimos siendo “buenos salvajes” a quienes
conviene recordar su pasado, pero no como fue éste, sino como quiere verlo un
autor foráneo.
Mientras en el caso de Mills podemos hablar
de un intento errado por recuperar algo que no tiene su país, en el caso de los
patrocinadores nativos debe suponerse un falso criterio, según el cual se exalta
lo que, a menudo, se desconoce y por ello sólo se aprecia si se le representa
anecdóticamente.
Esta no profundización propia de la mayoría
de los murales de Mills no es nueva. Su línea de trabajo se identifica,
guardando ciertas distancias, con el fallido muralismo mexicano que terminó
siendo un aporte principalmente narrativo y técnico (perfeccionamiento del
acrílico), pero no creativo.
Cuando pintores como el cubano Wilfredo Lam o
el mexicano Rufino Tamayo incorporan a su creación elementos del arte negro o
indígena, revalorizan la estética original del país de donde provienen esos
elementos, pero no cometen la aberración teórica del muralismo, que inventó un
proyecto prefabricado de “búsqueda de
identidad cultural” por medio de la repetición, con fórmula, de signos,
símbolos o elementos coyunturales pasados y presentes que muy pocos entienden o
disfrutan.
La mezcla libérrima y gratuita que ha hecho
Ron Mills de detalles etnográficos de grupos como Bribris, Talamancas,
Guaymíes, y Borucas no contribuyen a mejorar la comprensión de sus conceptos,
sino a convertirlos en argumentos “exotistas” propios de la puerilidad
turística.
Las necesidades espirituales de las culturas
aborígenes, así como su universalidad, salen perdiendo con la visión de este
autor, quien no sugiere con las figuras ni con el paisaje, ni con el argumento
escénico, un valor plástico de interés o en su defecto, una lección sobre los
ritos musicales y religiosos de culturas autóctonas.
Aun cuando sabemos que parte de los murales
fueron obra de alumnos dirigidos por él, ello no exime el abocetamiento de las
figuras que revelan mal dibujo, los colores sucios sin finalidad expresionista
conocida, el pésimo conocimiento del detalle anatómico que incluso lleva al
intento de hacer pasar rostros de fisonomía europea por aborígenes
(especialmente en el mural de la cafetería).
Tampoco queda claro en este ciclo mural el
beneficio para una escuela caracterizada por la enseñanza de conceptos
musicales europeos y, en menor grado, latinoamericanos. ¿O, tal vez, el objetivo era fortalecer la
línea exclusivista y cosmopolita de esa academia?
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC
Fuente: La
Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el viernes 18 de julio, 1986.
Revisado
por el autor el 9 de abril, 2018.
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