II BIENAL LACHNER & SAÉNZ: Apariencia como fondo

Colectiva de II Bienal de pintura Lachner & Saénz. 68 obras de 39 autores en pintura al óleo, acrílico, pastel acuarela, collage y técnica mixta. Plaza de la Cultura. Del 6 de mayo al 6 de junio de 1986, de martes a domingo.

Ha concluido otra maratón del arte y los cuestionamientos críticos, y los rencorosos han hecho su irrupción en el medio costarricense olvidando que un evento como la II Bienal L&S demanda, por la inversión económica realizada y el número de participantes, un serio análisis. 

En primer lugar, conviene aclarar que es la bienal. Ante todo, es una oportunidad para la confrontación amplia de artistas y obras, jóvenes y viejos, con un incentivo económico que brinda un jurado mayoritariamente extranjero. No obstante, pretende ser un acicate periódico cuyos estímulos eleven la calidad del arte y la cultura nativa.

Resulta inoportuno juzgar los criterios sobre arte que maneja la corporación L&S mediante sus asesores (Guido Saénz, Carlos F. Echeverría y Rafa Fernández, entre otros) puesto que los mismos se desconocen y su vacío lo llenan los jurados foráneos.

No obstante, aumentó el nivel de participación de la primera a la segunda bienal, aunque disminuyó la calidad intrínseca de la obra concurrente.

ORIGEN Y DESTINO

Además, debemos admitir, que la oferta visual local aún es débil en profundidad creativa, poco novedosa en lo formal y conceptualmente tímida, por ende, en sus propuestas plásticas.  No así en materia de oficio o destreza técnica la cual mejora año tras año.

Entre las causas que pueden originar esta debilidad en gran parte de la producción nacional, parece figurar cierto temor del artista a indagar por sí mismo y equivocarse. Casi siempre prefiere ir a lo seguro ya sea satisfaciendo una demanda interna tradicional (retratos y paisajes) o retomando sin profundizar propuestas foráneas contemporáneas.

Lamentablemente importa a pocos autores el concepto plástico que deriva de la disciplina, sólo posible mediante una trayectoria consistente de muchos años de honesta investigación.

Como escenario abierto a lo existente, la bienal es un fiel reflejo del nivel artístico alcanzado y de un grave mal, a saber, la búsqueda de universidad mediante la obtención de premios, el “kilometraje” curricular, el plagio, la imitación y la vana originalidad.

CAOS “versus” ASEPSIA 

Hay sustanciales diferencias entre la primera y la segunda bienal. En la primera edición privó el caos producido por la variada confrontación de propuestas y estilos de autores jóvenes y veteranos como Edwin Cantillo, Gerardo González y Gonzalo Morales.

El fallo del jurado de 1984 (Julia Diaz, Raquel Tibol y Guido Saénz) procuró identificar entre las obras seleccionadas y expuestas aquellas cuyo vigor y autenticidad colmara sus expectativas. El caso de esa primera bienal rompió los esquemas imperantes sobre lo que debía ser considerado pintura, pero el debate estético que hubiera enriquecido al medio sociocultural fue desperdiciado en ataques de resentidos que participaron y resentidos que no participaron, en la mayoría de los casos.  El gran premio otorgado a Lil Mena por su batik titulado “El tronco” confirmó que no importa tanto el medio o la técnica empleado como el resultado final, lo que se comunica con la creación.

Por el contrario, en la segunda bienal, prevaleció cierta uniformidad aséptica que permite recorrer la colectiva en poco tiempo, sin que lo expuesto penetre en el espectador, entendido o no.

Se notó la ausencia de artistas veteranos o con trayectoria propia. El criterio del jurado de 1986 (Roberto Montero, Germán Rubiano y Guido Saénz) fue señalar aquella obra o conjunto que indicara una línea de producción artística conectada con las expectativas del mercado internacional y las propias de los jueces.

La asepsia en la presente edición ha obligado a muchos a guardar silencio, al tiempo que la “lección” ha resultado penosa para participantes y público.  Se avanzó en materia de exploración técnico-formal, pero se acentuó, negativamente, la ausencia de propuestas plásticas que concretaran un aporte al arte. A menos que alguno considere que el exiguo empleo de la pintura al óleo en el certamen pueda implicar un aporte más que técnico..

"Ocaso en la montaña", 1986. Polímero/tela. Luis CHACÓN. Colección privada. Foto: RRubi. 

PREMIOS Y PREMIOS

El criterio del jurado de la II Bienal debería ser visto en una dimensión más amplia. No importa tanto saber si acertó o se equivocó, sino qué quiso señalar con el premio otorgado a Luis Chacón por su polímero sobre tela “Ocaso en las montañas” en formato de 140 X 140 cm.

Decía el poeta alemán Hölderlin que “el premio basta recibirlo para darlo por vano”. En otras palabras, el premio no consagra a un artista ni legitima la calidad de su obra, a lo sumo, señala parte de su conocimiento o quehacer plástico.

El contexto en que se otorgó “el gran premio” fue de medianía y timidez, lo cual se explica en la lectura reflexiva del conjunto seleccionado para exhibición.  La obra de Chacón no es una pintura óptima en su oficio como revela su esquemático y pobre diseño, así como su anárquico empleo de las pinceladas y el color a veces expresionista por “sucio” o estar mezclado con otros pigmentos. 

Pero lo anterior no tendría ninguna importancia si con sus limitaciones de oficio obtuviera un resultado visual sugerente o evocador. Este autor figurativo, que se conoce ampliamente por su acento decorativista, no emplea el color sicológico que produce sensaciones o significados y efectos definidos, ni tampoco el color “fauve” de un Matisse que consideraba la estructura del cuadro resulta de la relación entre los colores que lo constituyen.

El colorido de Chacón es físicamente sensorial, pero al menos en la obra premiada más propio de la televisión.  Con la aparición de la televisión en color, en el decenio del sesenta, la visión del público y artista ha cambiado en general.  Muchos, tal vez crean que la última revolución en el color la dieron los “Fauves” (Fieras) a principios del siglo, en Francia, pero la verdad es que la TV cambio y sigue cambiando nuestra percepción del color hasta ahora utilizado en el arte. Percibimos ahora el color estridente, sin tonos ni matices explotado en parte por los neorrealistas y los neoexpresionistas.

Chacón aprendió eso en Europa, pero su obra tiene más saturación de ciertos colores que de la estridencia o contraste de ciertos artistas contemporáneos.

Chacón sabe que está a la moda e intenta, sin conseguirlo del todo, trasladar esa explosión colórica a sus propios polímeros sobre tela.

El jurado se ha concretado, por su parte, a señalar con el premio una tendencia internacional en arte que el laureado pálidamente refleja, pero la cual no emplea el resto de los participantes de esta bienal. 

Igual pudo haberse colocado una mancha estridente de bermellón sobre una tela, que el jurado hubiera premiado en este evento.

Me parece pertinente criticar a quienes por razones extra-artísticas (publicidad, premio, currículo) han trocado gratuitamente su quehacer para participar en esta muestra, pasando de una figuración paisajista o ilustrativa a una no figuración en la que no llegan a profundizar. Así ocurre con la obra de Fabio Herrera, Susana Jones y Raquel Villareal, entre otros concursantes.

COLOFÓN

En conclusión, el problema de sí unos participaron y otros no, es asunto meramente personal. Sigo pensando que la confrontación es una oportunidad, que el nivel de la bienal sólo se eleva participando y exigiendo dignidad para la obra y respeto para el artista, lo cual es más indispensable que nunca, y que el criterio estético debe ser riguroso en el juicio de la obra.

El objeto terminal de una participación en una bienal no debe ser ganar el premio, la mención, el aplauso o agregar un hito más en el currículo, sino confrontar las obras y aprehender.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA

Fuente: La Nación. SINABI (1986), P. 2B, Publicado el viernes 27 de junio, 1986. Revisado por el autor el 27 de agosto, 2022.

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