ENRIQUE ECHANDI: Maestro sin huella

Exposición del pintor Enrique Echandi (1866-1959). Ocho obras en óleo sobre tela y madera, y dibujo a lápiz. Museo de Arte Costarricense (MAC), La Sabana. De martes a domingo.

El tiempo es el mejor juez de una obra: debemos reconocer que son muchas las manifestaciones plásticas que, aprobadas por el gusto imperante en un período determinado de la  historia, no han trascendido en los siguientes, y viceversa.

En este sentido ubico parte de la obra en retrato de Enrique Echandi, perteneciente a su período más prolífico, 1889-1983.

Con la distancia temporal que favorece el juicio objetivo es posible reconocer en algunas obras de Echandi a un retratista formidable para la Costa Rica, indiferente al arte, que le tocó vivir.

La huella de su quehacer profesional, no obstante, no se dejó sentir entonces ni ahora, pese a que su principal obra se mantiene firme ante el paso de manifestaciones plásticas más pretenciosas y efímeras.

Entre el último cuarto del siglo XIX, y el primero del presente, era más prudente dedicarse a tareas más “productivas” como el comercio o la agricultura. Algo similar dijeron sentenciosamente  unos caballeros costarricenses a Echandi, entre 1885 y 1891, cuando lo visitaron en Alemania donde estudiaba dibujo y pintura dentro de cánones académicos.

Ignorando toda advertencia, él insiste en la práctica de la pintura y regresa a Costa Rica convencido de que su destino era más fuerte que las conveniencias. Es el primer costarricense que aprende a pintar óptima y profesionalmente.

"Retratos de mis hijos", 1899. Óleo/tela. Enrique Echandi. Colección MAC. Foto:CCACR

INTEGRIDAD Y LEGADO

No se puede decir, en sentido estricto, que tuviera discípulos, ya que aún en sus pocas actividades como docente en colegios, no contó con talentos individuales que asimilaran su conocimiento y conducta en el arte.

No llega Echandi a ser el pintor de la burguesía ascendente, enriquecida por el cultivo y la exportación de café. Es cierto que realiza algunos retratos por encargo, pero los oligarcas prefieren seguir la corriente de moda, más neoclásica, superficial, cargada de detalles y generosa con los mecenas de la obra.

He aquí donde el trabajo como retratista, que es el que más interesa en Echandi, revela diferencias con respecto a la obra de pintores europeos emigrados, residentes en el país, como Emilio Span y Tomás Povedano.

Echandi opta no sólo por el verismo en el detalle, sino por la captación del carácter del personaje ya sea una dama de posición como “María von Hossel” (1904), un modesto investigador “El entomólogo”, o él mismo en “Autorretrato” (1891).

"Autorretrato", 1891. Óleo/tela. Enrique Echandi. Colección BCCCR. Foto: CCACR

ABISMO Y GRATUIDAD

Debe añadirse que, como pocos, supo definir, sin pretenderlo tal vez, una atmósfera laxativa en sus retratos, que refleja el medio local.  Acostumbrado a la penuria económica, si ello es posible, suele no hacer concesiones, lo que le permite profundizar psicológicamente en la naturaleza del modelo, al que presenta contra un fondo neutral, por lo general oscuro, que contrasta con la luminosidad de los rostros, principalmente.

Este pintor que acepta su destino pese a las complicaciones socioeconómicas, no debe nada a nadie, y lo que realiza lo hace sin esperar el aplauso y el reconocimiento.

La lección más importante de Echandi en el entorno costarricense es que impone, por primera vez, una conducta artística, aunque casi nadie le siga. En otras palabras, hace suya la mejor definición de arte que conozco ”aventurarse al abismo, con gratuidad”. No espera nada de su entorno sociocultural, pero da todo lo que su talento y disciplina le permiten en términos de quehacer y hecho creativo. Algo inusitado aún hoy en día.

En cuanto a su oficio, se supedita a lo que desea comunicar; no en vano algunos de sus estudios o dibujos a lápiz como el de un hombre recostado que posee el MAC, fueron hechos en el reverso de invitaciones, de programas, volantes de cine o turnos.

Su trabajo es una obra de convicción y sensibilidad. Es cierto que su escuela se emparenta con cierta “cosa muerta” del arte de los museos de fin de siglo XIX, y que propiamente su aporte conceptual es débil, pero en el retrato logró alcanzar, a veces, niveles de excelencia aún no superados en la plástica local, en el ámbito de la figuración verista.

Consciente, tal vez de las limitaciones de su quehacer en la desinformada nación de su tiempo, no va demasiado lejos en su práctica pero lo que concreta lo hace con dignidad y sin falsas búsquedas. Este esforzado pintor es el vínculo involuntario y concreto entre la escuela neoclásica de principios acotados y rígidos, centrada en el paisaje y la figura humana, y las nuevas generaciones que retoman tardíamente el impresionismo en su sentido de pintar al aire libre y con urgencia, especialmente a partir del decenio del treinta.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA

Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el viernes 20 de Junio, 1986. Revisado por el autor el 4 de abril, 2018.

Comentarios

Anónimo dijo…
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Juan Carlos Flores Zuñiga dijo…
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