RODOLFO STANLEY: Fuerza de Voluntad

Exposición individual del pintor Rodolfo Stanley (n.1950). 32 pinturas al óleo sobre tela. Sala de exposiciones temporales del Museo Nacional de Costa Rica. Del 8 al 28 de junio, 1986, de martes a domingo.

Desde su exposición individual en la sala Debravo en 1980, era visible el interés de este autor nacional por las posibilidades eróticas de las formas orgánicas, vegetales y animales, así como su absorbente preocupación por el oficio, en propuestas plásticas, de corte figurativo.

Seis años después retoma, con candor unas veces, y forzadamente, otras, esa propuesta erótica; con mejor oficio en el manejo de la línea, control colórico al acentuar los valores tonales, y calórico en la relación de luz y sombra.

Estamos ante obras que podemos contemplar según varias tónicas:
a)   Temática: gatos, frutas, aves, y mujeres desnudas.
b)   Erotismo: pretendidas alusiones a partir de signos cuyos significados son obvios; las redondeces de los traseros femeninos, la manzana como fruta prohibida en el Edén, los senos en punta y las serpientes-fálicas.
c)   Humor: intención comunicaba a partir de elementos compositivos anecdóticos y de color, como los rabos multicolores de ciertas barras de confite y cuerpos femeninos desnudos que sustituyen los caballos de madera en carruseles nativos a lo “Miss Costa Rica”.
       
Estas líneas no sugieren el erotismo o amor sensual como concepto plástico, a menos que lo obvio sea sensual, lo que nos deja con los acentos anecdóticos. Son obras donde las formas tienen, de cara al vacío de su no profundización, un relativo interés.


Como espectadores podemos llegar a creer, sin embargo, que Stanley ha hecho un esfuerzo serio por comprometerse como pintor figurativo, pero su falta de autenticidad lo vuelve estéril.

Su verdadero quehacer, el diseño gráfico con fines publicitarios, pesa de manera inusual frente a su legítima intención de trascender como pintor, léase artista.

Para cubrir en algo su carencia de códigos visuales propios y de una trayectoria profesional, recurre, como muchos otros, al surrealismo y a su correspondencia latinoamericana, el realismo mágico, como ya lo intentaron Gerardo González y Rafa Fernández, entre otros.

Pero como ellos, la suya es una recapitulación de elementos de forma externos, superfluos a la propuesta surrealista, y no un efectivo compromiso con la práctica del automatismo psíquico, según la cual el autor libera sus recuerdos, sueños, ideas, en un cuasi descontrol que evita coartar su expresión.

Stanley no es un surrealista ni un realista mágico, excepto por algunas referencias superficiales a esos movimientos.

Al contrario de lo que suponen algunos interesados en el arte, la obra y la conducta de Stanley poco o nada tienen que ver con la de artistas como Paul Delvaux, Rene Magritte o Giorgio de Chirico, quienes compartieron con el surrealismo del empleo de “instrumentos” para seguir el libre dictado de la mente, sin el control racional, como las tijeras y el bote de cola, el dibujo a lápiz y las compensaciones donde creaban una doble relación de significado y proporción, a menudo más narrativas que plásticas. Pero con todo verdaderas sucesiones alucinantes de imágenes contradictorias.

Voluntad y talento
       
El caso particular de Rodolfo Stanley ilustra una condición reproducida masivamente en los jóvenes autores de nuestro entorno.

Noveles autores con cierta destreza manual producto de una formación autodidacta o académica, especialmente en diseño gráfico, no conformes con ser dibujantes publicitarios óptimos, niegan su quehacer porque les impide “trascender”, porque suponen que se requiere ser considerado artista para ser “respetado” por la comunidad.

Olvidan que el talento como entendimiento e inteligencia, así como la habilidad para hacer una cosa determinada, es insuficiente sin un quehacer propio, posible sólo mediante, por ejemplo, una práctica en la pintura de muchos años que implica indagatoria personal, equivocarse por uno mismo, ejercer la autocrítica y estar dispuesto a confrontar sin esperar nada a cambio.

Este olvido es general, y el propio Stanley es reflejo de ello al forzar una propuesta pictórica carente de autenticidad por no responder a una indagatoria dictada por sí mismo, sino por los requerimientos del mercado, los otros pintores y la moda.

Su caso es de voluntad, de constancia en su intención de ser artista, pero como otros, confunde el oficio con talento y parece negar, como revela su estancamiento en comparación con su muestra individual de 1980, que no puede salvar sus limitaciones conceptuales sólo con el esfuerzo continuo de trabajo y lecturas.

Lo que más vició su trabajo desde su origen, es la vana intención de confirmarse como artista en cada pincelada que aplica, en cada exposición a la que concurre, con cada premio que percibe.

Comparto, por ello, la concepción de que antes de ser artista, se debe ser hombre, lo demás es pura vanidad que esteriliza el hecho creativo.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC

Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el viernes 1 de agosto, 1986.
Revisado por el autor el 10 de abril, 2018.

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