Temor a la Confrontación

Colectiva de doce autores: “La figura humana en la escultura costarricense”. 12 esculturas en talla directa sobre piedra y madera, así como fundición en bronce. Galería Sophia Wanamaker del Centro Cultural Costarricense Norteamericano. Del 5 al 26 de noviembre, 1986, de lunes a viernes.

Se ha generalizado las tendencia de que las colectivas artísticas, en nuestro medio, se conviertan en frenéticas muestras de irregularidad, cuyas posibles excepciones quedan anuladas en el contexto. Otra propensión es a “curar” exhibiciones, en las que casi ninguna obra se confronta con las que la acompañan para transformar y enriquecer así la percepción del espectador.

A esta carencia de confrontación pertenece la colectiva que hoy criticamos y que, de buenas a primeras, pretende esbozar los tratamientos que la figura humana, conceptual y técnicamente, ha tenido en el ambiente local, el único en Centroamérica y Panamá con cierta tradición escultórica y un número significativo de escultores profesionales.

Para ello los organizadores han recurrido a algunas obras de pioneros en la escultura, como Juan Manuel Sánchez, Juan Rafael Chacón y Francisco Zúñiga, las cuales parecen servir de sostén a las “nuevas propuestas” de una reciente generación aglutinada en el llamado Grupo Cuarzo (Coto, Vargas, Zamora y Jiménez).

Para facilitar una lectura histórica del período 1934-1986 han incluido piezas de autores de una generación intermedia, como Crisanto Badilla, Juan Emilio Arguello, Fernando Calvo y Domingo Ramos.

Así se auspicia un recorrido histórico-visual que parte de las concepciones primitivistas del “indio” Sánchez, con una obra de clara tosquedad, propia de una generación que vindicaba la materia y su enfrentamiento mediante la talla directa, contrariamente a la moda italianizante y superficial de los decenios del 20 y el 30, especialmente.

Se aprecia, por otra parte, el expresionismo de Chacón, cuya obra, de hechura sencilla, canon figurativo y directriz sensible, contrasta con la propuesta realista y monotemática de Paco Zúñiga (1912-1998): la indígena; volumétrica, apenas vestida, cuando no desnuda. En sus bronces apunta a una extraña sensación de paz, debido a que utiliza la figura femenina sensualmente, sino para recuperar el concepto precolombino de una madre-tierra: principio y fin de todo.

Estos maestros abren el camino a las generaciones siguientes, las cuales, debo apuntar, están débilmente representadas en la colectiva por un Hernán González (1918-1987), malogrado como otros de la década del 70, pese a que sentó una pauta en su momento con el “brutismo” de su obra. Es decir, lo aparentemente inacabado, pero que favorece la libertad interpretativa y el juego espacial. Asimismo, abandona el relamido que luego repuntará con la siguiente generación, la tercera, por medio de un Domingo Ramos, un Juan Emilio Arguello y el folclorismo de un Fernando Calvo, circunstancia temática esta que refleja la distorsionada conciencia de buena parte de la intelectualidad costarricense, la cual se vuelve nostálgicamente hacia el campesino que ya no quiere serlo, pero al que vindica como fuente de una identidad cultural de la que carece.

La última generación resume dos vertientes, una de ellas italianizante, caracterizada porque retoma el mármol, el relamido, el detalle minucioso, y la otra, tradición local, basada en una precaria síntesis de lo precolombino, pero adaptada a la demanda del consumidor contemporáneo, afecto a lo meramente decorativo; tal es el caso del Grupo Cuarzo.

Sensible ausencia

Existen serios problemas de profundización, surgido del excesivo celo por el oficio, verdadero simulador del talento, y una débil indagatoria formal, manifiesta en la ausencia de audacia en las formas y sentido de aventura en las propuestas de estos escultores que no agregan nada a lo ya existente.

Un enriquecimiento tácito de la muestra se habría producido de haberse presentado obras acerca del tema señalado, de escultores con trayectoria y cierta audacia, como Carlomagno Venegas, Mario Parra, Néstor Zeledón Guzmán, Olger Villegas y José Sancho. Sin duda, las figuras más destacadas de la escultura nativa, independientemente de la calidad intrínseca de sus obras. La ausencia de ellas se hace sentir desde un punto de vista histórico y artístico cultural. No es posible admitir, hoy, la negación de un autor con proceso propio y conceptos definidos con talento, como Venegas, Parra y Sancho, especialmente.

A su modo, cada uno de ellos ha establecido una pauta. Venegas, a partir de su indagatoria con los huesos, retomada de Henry Moore, logró plasmar una de las más notables series de torsos femeninos en nuestro medio.

Parra, quien dentro de cierto sociologismos definió, como pocos, una escultura de acentos sociopolíticos y existenciales con oficio calificado. Sancho, con un mayor sentido de aventura, antes que ahora, introdujo sistemáticamente la escultura en hierro y un respetable sentido de síntesis orgánica con un extremado celo por la “cocina” escultórica en su obra figurativa.

Parece pertinente que la curaduría y organización de estas colectivas se preocupen más por la selección de las obras, de acuerdo con un criterio de confrontación plástica, y no sólo por la armonía general conducente, en este caso, a la puerilidad. Debería superar el temor de que las exposiciones generen polémicas, críticas y autocríticas. De otra manera el espectador, tanto como el artista auténtico, son los verdaderos perdedores en estas muestras taimadas, tendientes en parte a promover a ciertos “nuevos valores” en circulación en el mercado, con el simple respaldo de algunas referencias de valor histórico.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC

Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el viernes 14 de noviembre, 1986.
Revisado por el autor el 19 de abril, 2018.

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