RESUMEN ANUAL No 2: Historia y Logros

Resumen anual: pintura y técnicas mixtas. Segunda entrega. Autores nacionales y extranjeros que confrontaron su obra durante 1986, en galerías locales, y fueron objetivo de crítica.

Cuantitativamente el ámbito pictórico y, más recientemente, el de las técnicas mixtas, ha crecido hasta el punto de confundir al espectador en cuanto a si lo que se ofrece es arte o no lo es.

El mercado de arte, la aparición de marchantes y más de diez nuevas galerías privadas durante el año que determina, supone un aumento de la oferta y de la demanda.

Ello ha tomado por sorpresa a muchos espectadores que se han visto obligados a discriminar, para bien o para mal, entre lo que desean observar o comprar. Por otra parte, las autoridades culturales oficiales han retomado la obra de autores, ya históricos, del país, para salvaguardar algunos “valores” del gusto tradicional, como el mito, el paisajismo (regionalismo) y el retrato criollo (academicismo), así como cierto chauvinismo.  En algunas oportunidades, el interés ha sido saludablemente didáctico.

En este maremágnum de autores pictóricos cuando no pintorescos, deseo destacar a dos veteranos que han demostrado consistencia conceptual, disciplina y autenticidad: Otto Apuy (n. 1949) y Alberto Berrocal Binde (n. 1937).

Apuy confrontó en febrero pequeños y grandes formatos; en unos se hallaba presente la transición final del “monstruo”, cuyo dolor ha sido modulado en una especie de juego amistoso, visible en su obra; en los más, la línea sigue estructurando la obra, continúa fiel a la idea recuerdo más que al concepto de la pintura-pintura. Aunque a veces subordine su creación al testimonio personal y a cierto feísmo, se percibe dedicado y profundo, liberador de energía en una línea muy personal.

Berrocal denota una evolución, dentro de una misma línea de pintura constructivista y no figurativa. Sus estructuras de color contienen un rico efecto sensorial. Su gama expresa emoción, aunque teóricamente siga una directriz racional. Además en su obra se da un afán integracionista de los materiales, las técnicas y los conceptos. No extraña el empleo del “collage” en metal o la incorporación de segmentos de color en formas geométricas, a veces libres, que son el vehículo de ese objetivo que permite paralelamente comunicar, a partir de su entorno, un cambio en la percepción visual de la realidad sensible y el arte tal y como lo conocemos.

Muy distinta es la situación de autores como Rodolfo Stanley, José Miguel Rojas, Carmen Borrasé y Luis Chacón, quienes expusieron su obra este año, con mucho artificio y menos talento.

Stanley es el típico caso del pintor que quiere ser artista a fuerza de voluntad. Como él, los otros pintores citados, con la posible excepción de Borrasé, aún joven para concretarse, olvidan que el talento, como inteligencia y habilidad para hacer una cosa determinada, es insuficiente sin un quehacer propio; esto es, una práctica de muchos años que implica indagatoria personal, equivocarse por uno mismo, ejercer la autocrítica y confrontaciones sin esperar nada cambio.

Es común a todos ellos, este olvido y el forzamiento de una propuesta pictórica carente de autenticidad, puesto que no responde a una indagatoria dictada por sí misma, sino por los requerimientos del mercado, los otros pintores y la moda.

El hecho de reasumir valores consagrados de nuestra plástica en algunos casos, condujo a desacreditarlos con la distancia de los años. Son los casos de Margarita Bertheau, Manuel de la Cruz González, Quico Quirós, Jorge Gallardo y en mucho menor grado Alex Bierig y Enrique Echandi.

Al menos cuatro de ellos, son mejor conocidos y respetados como educadores y promotores de arte, que como pintores que concretaron un testimonio plástico de interés para el arte.

Bertheau reveló, en su mayor retrospectiva póstuma, serios problemas de composición, desaprovechamiento de las posibilidades lumínicas de los interiores, y un acercamiento plástico al problema de la realidad como representación sensual, sin definir con claridad sus aspectos artísticos y los documentales o nostálgicos.

De la Cruz González se proyectó tanto a sus alumnos, que dejó en segundo lugar su quehacer artístico. Su obra, globalmente débil en profundidad ideativa, y a menudo mimética de las corrientes de moda entre 1948 y 1958, se caracteriza además por sus esporádicas aventuras no figurativas.

Al valor documental e histórico, incuestionable de un Bierig o un Echandi, dentro de un academicismo consistente, suceden trabajos como los de Quico Quirós, de empaste casi matérico, muy grueso, relacionado con cierta búsqueda de drama, y que por falta de convicción no profundizó en sus paisajes urbanos, mientras que sus campesinos respondían más a una idea literaria que a un concepto plástico.



Del extranjero

Al aumento de oferta visual local, corresponde un mayor interés de autores foráneos por exhibir su obra dentro de nuestras fronteras, a menudo con la intención de recompensar un gesto amistoso, y en otros a la necesidad de aumentar el currículum con una muestra en la “peligrosa” Centroamérica.

De la cuenca del Caribe, recibimos una nutrida oferta de Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Cuba y México, así como de estadounidenses residentes aquí.

Nutridas de un agudo eclecticismo heredado de su tradición cartelista, los cubanos exhibieron la aplicación de ciertos principios del afiche en las artes visuales. Del “modern style” al “pop art”, buscando siempre cierta síntesis formal y un modo eficaz para plasmar una idea global, publicitaria. Muchos de estos autores se pierden  en la experimentación, y otros en las mímesis gratuita de recursos manidos del surrealismo, el dadá, y otras tendencias. Objetivamente, el gran problema de estos autores no es la experimentación, sino escudarse en lo artificioso de pisar cada día un terreno más amplio y desconocido, a fuerza de no profundizar.

Los salvadoreños, por su parte, modestamente mostraron las tres vetas principales en que se mueve su pintura; el testimonio sociopolítico con visos de cartel, la figuración sensible de características posrenacentista y académicas de un lado y mágico-realistas de otro, así como una naciente no figuración.

La muestra reveló las insipiencias conocidas en el arte de la región, pero también fáciles correspondencias entre autores locales y sus vecinos, no sólo temáticas sino incluso conceptuales.

Deben destacarse, por distintas razones, las exposiciones del nicaragüense Alejandro Aróstegui, del argentino-mexicano Kasuya Sakai, del guatemalteco Luis Díaz y del mexicano Carlos Torres.

El primero, por testimoniar con sensibilidad e inteligencia una obra figurativa mediante el “collage” con latas, convertido en fórmula tal vez por comodidad o temor a la aventura plástica, pero no por falta de talento.

El segundo, por demostrar que la fama que le precedía literalmente, no implica necesariamente calidad plástica y mucho menos profundidad y novedad.

El tercero por advertir de las implicaciones del mero diseño integrado a la arquitectura en el ámbito plástico, a la que simula para desengaño de muchos espectadores.

El último, porque empleando el color negro como antifaz pretendió, fallidamente, convencernos de que escondiendo el cuadro, el público se encargaría de suplir sus carencias conceptuales inventando lo que no logró concretar.

Hay otros pintores que confunden el oficio con el arte, y la ambigüedad estilística y conceptual con el talento, tales como Ronald Mills, José Leónidas Correas, Susana Jones y Antonio Grass, entre otros.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC

Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el sábado 3 de enero, 1987. Revisado por el autor el 12 de mayo, 2018.

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