RESUMEN ANUAL No 2: Historia y Logros
Resumen
anual: pintura y técnicas mixtas. Segunda entrega. Autores nacionales y
extranjeros que confrontaron su obra durante 1986, en galerías locales, y
fueron objetivo de crítica.
Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el sábado 3 de enero, 1987. Revisado por el autor el 12 de mayo, 2018.
Cuantitativamente el ámbito pictórico y, más
recientemente, el de las técnicas mixtas, ha crecido hasta el punto de
confundir al espectador en cuanto a si lo que se ofrece es arte o no lo es.
El mercado de arte, la aparición de marchantes y
más de diez nuevas galerías privadas durante el año que determina, supone un
aumento de la oferta y de la demanda.
Ello ha tomado por sorpresa a muchos espectadores
que se han visto obligados a discriminar, para bien o para mal, entre lo que
desean observar o comprar. Por otra parte, las autoridades culturales oficiales
han retomado la obra de autores, ya históricos, del país, para salvaguardar
algunos “valores” del gusto
tradicional, como el mito, el paisajismo (regionalismo) y el retrato criollo (academicismo),
así como cierto chauvinismo. En algunas
oportunidades, el interés ha sido saludablemente didáctico.
En este maremágnum de autores pictóricos cuando no
pintorescos, deseo destacar a dos veteranos que han demostrado consistencia
conceptual, disciplina y autenticidad: Otto Apuy (n. 1949) y Alberto Berrocal Binde (n. 1937).
Apuy confrontó en febrero pequeños y grandes
formatos; en unos se hallaba presente la transición final del “monstruo”, cuyo dolor ha sido modulado
en una especie de juego amistoso, visible en su obra; en los más, la línea
sigue estructurando la obra, continúa fiel a la idea recuerdo más que al
concepto de la pintura-pintura. Aunque a veces subordine su creación al
testimonio personal y a cierto feísmo, se percibe dedicado y profundo,
liberador de energía en una línea muy personal.
Berrocal denota una evolución, dentro de una misma
línea de pintura constructivista y no figurativa. Sus estructuras de color
contienen un rico efecto sensorial. Su gama expresa emoción, aunque
teóricamente siga una directriz racional. Además en su obra se da un afán integracionista
de los materiales, las técnicas y los conceptos. No extraña el empleo del “collage” en metal o la incorporación de
segmentos de color en formas geométricas, a veces libres, que son el vehículo
de ese objetivo que permite paralelamente comunicar, a partir de su entorno, un
cambio en la percepción visual de la realidad sensible y el arte tal y como lo
conocemos.
Muy distinta es la situación de autores como
Rodolfo Stanley, José Miguel Rojas, Carmen Borrasé y Luis Chacón, quienes
expusieron su obra este año, con mucho artificio y menos talento.
Stanley es el típico caso del pintor que quiere ser
artista a fuerza de voluntad. Como él, los otros pintores citados, con la
posible excepción de Borrasé, aún joven para concretarse, olvidan que el
talento, como inteligencia y habilidad para hacer una cosa determinada, es
insuficiente sin un quehacer propio; esto es, una práctica de muchos años que
implica indagatoria personal, equivocarse por uno mismo, ejercer la autocrítica
y confrontaciones sin esperar nada cambio.
Es común a todos ellos, este olvido y el
forzamiento de una propuesta pictórica carente de autenticidad, puesto que no
responde a una indagatoria dictada por sí misma, sino por los requerimientos
del mercado, los otros pintores y la moda.
El hecho de reasumir valores consagrados de nuestra
plástica en algunos casos, condujo a desacreditarlos con la distancia de los
años. Son los casos de Margarita Bertheau, Manuel de la Cruz González, Quico
Quirós, Jorge Gallardo y en mucho menor grado Alex Bierig y Enrique Echandi.
Al menos cuatro de ellos, son mejor conocidos y
respetados como educadores y promotores de arte, que como pintores que
concretaron un testimonio plástico de interés para el arte.
Bertheau reveló, en su mayor retrospectiva póstuma,
serios problemas de composición, desaprovechamiento de las posibilidades
lumínicas de los interiores, y un acercamiento plástico al problema de la
realidad como representación sensual, sin definir con claridad sus aspectos
artísticos y los documentales o nostálgicos.
De la Cruz González se proyectó tanto a sus
alumnos, que dejó en segundo lugar su quehacer artístico. Su obra, globalmente
débil en profundidad ideativa, y a menudo mimética de las corrientes de moda
entre 1948 y 1958, se caracteriza además por sus esporádicas aventuras no
figurativas.
Al valor documental e histórico, incuestionable de
un Bierig o un Echandi, dentro de un academicismo consistente, suceden trabajos
como los de Quico Quirós, de empaste casi matérico, muy grueso, relacionado con
cierta búsqueda de drama, y que por falta de convicción no profundizó en sus
paisajes urbanos, mientras que sus campesinos respondían más a una idea
literaria que a un concepto plástico.
DEL EXTRANJERO
Al aumento de oferta visual local, corresponde un
mayor interés de autores foráneos por exhibir su obra dentro de nuestras
fronteras, a menudo con la intención de recompensar un gesto amistoso, y en
otros a la necesidad de aumentar el currículum con una muestra en la “peligrosa” Centroamérica.
De la cuenca del Caribe, recibimos una nutrida
oferta de Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Cuba y México, así como de
estadounidenses residentes aquí.
Nutridas de un agudo eclecticismo heredado de su
tradición cartelista, los cubanos exhibieron la aplicación de ciertos
principios del afiche en las artes visuales. Del “modern style” al “pop art”,
buscando siempre cierta síntesis formal y un modo eficaz para plasmar una idea
global, publicitaria. Muchos de estos autores se pierden en la experimentación, y otros en las mímesis
gratuita de recursos manidos del surrealismo, el dadá, y otras tendencias.
Objetivamente, el gran problema de estos autores no es la experimentación, sino
escudarse en lo artificioso de pisar cada día un terreno más amplio y
desconocido, a fuerza de no profundizar.
Los salvadoreños, por su parte, modestamente
mostraron las tres vetas principales en que se mueve su pintura; el testimonio
sociopolítico con visos de cartel, la figuración sensible de características
posrenacentista y académicas de un lado y mágico-realistas de otro, así como
una naciente no figuración.
La muestra reveló las insipiencias conocidas en el
arte de la región, pero también fáciles correspondencias entre autores locales
y sus vecinos, no sólo temáticas sino incluso conceptuales.
Deben destacarse, por distintas razones, las
exposiciones del nicaragüense Alejandro Aróstegui, del argentino-mexicano
Kasuya Sakai, del guatemalteco Luis Díaz y del mexicano Carlos Torres.
El primero, por testimoniar con sensibilidad e inteligencia
una obra figurativa mediante el “collage”
con latas, convertido en fórmula tal vez por comodidad o temor a la aventura
plástica, pero no por falta de talento.
El segundo, por demostrar que la fama que le
precedía literalmente, no implica necesariamente calidad plástica y mucho menos
profundidad y novedad.
El tercero por advertir de las implicaciones del
mero diseño integrado a la arquitectura en el ámbito plástico, a la que simula
para desengaño de muchos espectadores.
El último, porque empleando el color negro como
antifaz pretendió, fallidamente, convencernos de que escondiendo el cuadro, el
público se encargaría de suplir sus carencias conceptuales inventando lo que no
logró concretar.
Hay otros pintores que confunden el oficio con el
arte, y la ambigüedad estilística y conceptual con el talento, tales como Ronald
Mills, José Leónidas Correas, Susana Jones y Antonio Grass, entre otros.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC
Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el sábado 3 de enero, 1987. Revisado por el autor el 12 de mayo, 2018.
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