SALONES NACIONALES: Una Mirada Necesaria
Colectiva autores nacionales: “Una mirada a los salones nacionales”
(1972-1984). 32 acuarelas, escultura, grabado y fotografía. Galería Enrique
Echandi. Del 5 al 31 de marzo, 1987, de lunes a sábado.
Por iniciativa especial de doña Virginia
Vargas, directora del Museo de Arte Costarricense, tenemos la oportunidad, como
espectadores, de revisar el quehacer artístico de un número significativo de
autores nacionales a lo largo de una docena de años. Por tratarse de obras
premiadas en sus diversas disciplinas, atisbamos los juicios estéticos o de
gusto de los jurados que las distinguieron en dieciséis salones nacionales.
Ya se trate de las “artes plásticas” como generalización que engloba el grabado, la
pintura, la escultura y el dibujo, o de casos especializados en uno de esos
ámbitos, es cosa probada que los salones contribuyeron a fomentar, aún dentro
del error humano por ausencia ordinaria de criterio, la participación,
cuantitativa y cualitativa de los productores plásticos.
La cronología de las “medallas de oro” otorgadas entre 1972 y 1984, fue favorecida por un
mayor enriquecimiento en tal sentido de los jurados. En el último certamen mostrado
se distinguió sólo a dos autores: José Sancho, por su escultura de síntesis
animalística titulada “El colibrí”; y
Ottón Solís, por su óleo de contenido sociopolítico “Al norte con Nicaragua”. El jurado fue dominado, aparentemente, por
una corriente sociológica recurrente a la exaltación de una conciencia
nacional, o al menos tercermundista, que hallaba en los contenidos temporales
del entorno real visible, su razón de ser.
A diferencia de esta tendencia, en los
juicios acerca de obras en salones anteriores, privó cierto esteticismo
académico, cuyo planteamiento ideológico sitúa la estética y la búsqueda de la
belleza absoluta, como objetos fundamentales del hecho artístico, al que de
este modo aleja de cualquier compromiso social, político o coyuntural. Su
elección, acorde con los paisajes bucólicos, los grabados nostálgicos y las
esculturas en reposo dominadas por imágenes maternas, se revela en las obras de
Xenia Gordienko, Olger Villegas, Lola Fernández y Ana Griselda Hine.
Esta tesis, a menudo reaccionaria, choca con
otra progresista. No obstante, del enfrentamiento de ambas posiciones al juzgar
el producto artístico local, surge un silencio como plantea el fin de los
salones generales en 1978, y el inicio de los salones especializados al año
siguiente.
Sin encontrar un punto conciliador, los
premios se distribuyen alternativamente, según la composición de los jurados y
la moda imperante, a uno u otro representante de la tendencia; llamémos esteticista
a una y telúrica a la otra.
Subyace, en este conflicto, silencioso por no
producirse un debate estético abierto, un valor poco destacado; el de nuestros
fotógrafos, en particular el trabajo coherente y auténtico de Jenaro Mora,
Daniel Monge y, más recientemente, el residente Milton Colindres.
Si alguna obra mantiene vigencia, en términos
de riqueza conceptual y plástica, es la que constituyen las fotografías de
estos autores que, a partir del dominio de una técnica, en blanco y negro, los
costarricenses, y en color, el extranjero, formulan una visión propia del
entorno.
Revaloración
Una de las afortunadas ventajas de esta
muestra colectiva es el hecho de que, al ser representativa, en un 75 por
ciento de los salones abiertos, incluye imágenes que en su momento no fueron
valoradas adecuadamente; ni sus autores estimulados a confrontar una muestra
individual, por lo que las nuevas generaciones pueden tener parámetros del
pasado reciente para desarrollar su propia indagatoria fotográfica, cosa que a
menudo no ocurre con la pintura y el dibujo.
Si hemos de ser francos cuando hablamos de
grabado, tenemos una pauta respetable en Francisco Amighetti, y en menor grado
a Ana Griselda Hine, más por escasa producción que por falta de talento.
En escultura, contamos con una escuela en la
talla de piedra de índole nacionalista, nutrida de lo prehispánico, verdadero entronque
con nuestras raíces latinoamericanas.
La exposición confirma que no sucede lo mismo
en la pintura y el dibujo, ambos inseparables. Porque en términos meramente de
oficio, se pinta adecuadamente hace tan sólo una década. Antes el ambiente
estaba dominado por pintores de domingo, sin disciplina ni conocimientos
suficientes.
Es oportuna la revisión de los salones que
plantea esta “mirada” no para
reproducirlos como lotos en un estanque, sino para imponer más exigencia entre
las nuevas generaciones que desconocen las pautas y dominan los vicios
heredados.
Destacamos, asimismo, la volubilidad de los
jurados guiados más por el esnobismo que por el criterio, el cual debe ser
revisado continuamente.
Esta exhibición permite mirar, en el sentido
de profundizar, y en el peor de los casos, es una oportunidad para hacerlo.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC
Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicada
el viernes 20 de marzo, 1987. Revisada por el autor el 18 de mayo, 2018.
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