OTTO APUY: Expectativa

Exposición de pinturas de Otto Apuy Sirias. 17 obras en óleo sobre tela. Sala Enrique Echandi. Del 10 de febrero al 22 de marzo de 1986, de martes a domingo.

El autor, Otto Apuy Sirias (Guanacaste, n. 1949), es ante todo un eterno buscador-encontrador de motivos, técnicas y conceptos que rompen continuamente cualquier ligado con el tan sobreestimado “estilo personal”.

No es, debe advertirse, una búsqueda gratuita de moda, identidad o mercado, no podría serlo en la medida en que, cada vez más, su obra se inscribe en una trayectoria propia a la que es fiel con un continuo enriquecimiento teórico-plástico, que testimonia en cada nueva confrontación.

Su trabajo más ampliamente conocido es el dibujo puro, sobrio (1969-1972) que representa los seres humanos imbuidos de comicidad o incógnita. Parecen seres que sufren y evocan horror.

Apuy expuso por primera vez en 1973, pintura al óleo que, por no haber concretado adecuadamente, debió retomar casi una década después, mientras el dibujo en blanco y negro, aunque también con color, se apoderaba de su expresión tragicómica.

Pasa fugazmente, a  comienzo de la década del 80, por un período conceptual que, como experiencia, reafirma una búsqueda teórica.

El arte conceptual retoma, en el decenio del setenta ideas defendidas desde 1913, para crear un arte exclusivamente intelectual, un arte que pudiera imaginarse y percibirse sin necesidad de pasar por el “trámite” de la creación material y, si se debía producir un objeto, se haría con materiales corrientes y sin valor.
"Remembranzas", 1982. Óleo/tela

DE GRÁFICA FEÌSTA AL OLEO NEOFIGURATIVO

Apuy regresó al país en 1980, e inició tres años de intensa experimentación en la pintura al óleo con el grupo Cofradía, del que era integrante, aunque también fabricaba artefactos para sus “performances” conceptuales locales: “Trómpico” (1980), “Figuración candente” (1981) y “Mesas” (1982).

En estas pinturas se advierte cómo el dibujo sigue ocupando un sitio de privilegio en la estructuración del cuadro, si bien la composición se vuelve indispensable en la práctica de la pintura: empleo de elementos geométricos (mesas, sillas), que revelan un indagatoria plástica, y elementos paisajísticos, que afirman una identidad obsesivamente al evocar el recuerdo de la infancia o la vivencia en el entorno nativo.

Con algunos de esos elementos aún presentes: vuelve nuevamente al país, a fines de 1985, con gran parte de la obra que ahora expone aquí. Esta se halla nutrida de tendencias actuales como el neoexpresionismo y, en menor medida, la neofiguración con visos posrenacentistas en algunas composiciones. Pinta también en nuestro país, pero continúa la obra ya iniciada durante su residencia en Barcelona.

Su muestra puede dividirse en dos zonas de un mismo quehacer artístico: los pequeños y grandes formatos. Los primeros (cinco en total) son la transición final del “monstruo”, cuyo dolor se ha modulado en una especie de juego amistoso visible en su obra. 

Son los monstruos “reeducados” por una relación no conflictiva entre autor y elemento plástico; Apuy se ha hecho, ciertamente amigo del monstruo de sus fantasías gráficas y lo testimonia así.

Estas piezas, creadas en técnica mixta y, en cierto modo, extensiones del dibujo que conocemos en Apuy, aunque más lejos del humor cáustico de ayer, siguen en el territorio de la línea, no de la pintura.
     
IDEAS AFINCADAS EN EL PASADO

Cosa distinta en sus grandes formatos en los que, si bien sigue estructurando la obra fundamentada en la línea, es  fiel a la idea-recuerdo más que al concepto de pintura-pintura. No obstante, subordina deliberadamente su creación a un testimonio personal que podría no interesar al espectador.

Por otro lado, hace uso de cierto “feísmo” en la forma figurativa y el color que puede tener su origen en cierto conflicto con el dominio de este. Su “feísmo” puede traducirse en un no convencionalismo a ultranza, que ya le conocemos, y que explica parte del disgusto que suele causar al espectador aquí y en otras partes.
   
"Uvita, 1986. Óleo/tela.
    
Típico de este concepto y de la tónica de testimonio personal en su trabajo es el óleo titulado “Uvita”. En esta pieza el punto de partida de la representación es su abuela china, que en la mitad de  la obra se sitúa, cual “menina” de Velázquez, en dos espacios que ella divide: la izquierda del cuadro, su residencia terrestre; la derecha, su origen marítimo.

En otras obras, el acento de elementos clásicos, como punto de partida para la representación, que luego deforma, es manipulado lúdicamente como las cabezas femeninas solemnes y de perfil clásico sobre un pedestal que “miran”, una por un telescopio sobre un fondo azul de estrellas el cometa “Halley”, y otra perdida en el espacio de cierta bruma apastelada en “Imagen recolorada”.
       
Otras obras son revisiones del acto creativo en sí, visto por un autor que es juez y parte en dicho proceso, como las piezas tituladas “Interior de artista” y “Diario de la naturaleza del arte”. 

En el primero descompone y analiza los elementos del proceso creativo; ilustra sobre el poder de la visión y la mano del autor “iluminado”. En la otra, el título refleja el contenido, donde una figura que representa un libro reúne elementos del mundo ficticio del mismo plano pictórico.

Hay también piezas que refieren una búsqueda íntima y evocan autoconocimiento, como “Self”. “En ella i aqui mateix” (allá y aquí mismo, del catalán) que es un paisaje que busca ser onírico y representar una traslación mental. O mero hedonismo y fantasía como “Chapeaux” (sombrero, en francés), que representa un rostro en media luna que colma con su mirada un sombrero sobre una mesa.
       
"Self", 1984, óleo-tela.

La misma disposición de la obra en el montaje favorece una lectura secuencial que lleva hacia “lectura”, un óleo de Apuy donde se permite vislumbrar el futuro inmediato de su obra. 

En “lectura” denota acentos  neoexpresionistas y neoplásicos: del primero toma, entre otros valores, sus colores no puros y la composición libre, del otro, la preeminencia del objeto en el espacio pictórico: un rostro cuidadosamente realizado en el centro del cuadro. Hay un conflicto, tal vez deliberado, en esta pintura que contrasta el espacio de la mancha expresionista con una solución espacial, que puede evocar el sueño.
       

La obra expuesta, y esta última en especial, refleja un tratamiento expresionista en la preocupación del autor por la mancha a base de tinta, sobre la que coloca pigmentos de óleo y que conduce una energía emocional, y con ella, la creación de empastes ricos y pinceladas prominentes que agregan un valor matérico a las piezas expuestas.

No hay sorpresas, ni accidentes, hay un autor cuidadoso detrás de la espátula y el pincel, pero también un conflicto, repito, tal vez buscado, entre dos formas de hacer y ver: neoexpresionismo y neoplasticismo, sumados como influencia en su quehacer personal.

Estamos ante una muestra que libera energía en una línea muy personal que, como indagatoria, debe mucho a la  trayectoria gráfica de su autor. Esto la convierte en una auténtica expectativa de la pintura costarricense.

Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC

Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el viernes 14 de febrero de 1986.
Revisado por el autor el 19 de Marzo, 2018.

Comentarios

Más leídos