MUSEO DE ORO PRECOLOMBINO: Entre la Oferta y la Demanda

Reapertura del Museo del Oro Precolombino de Costa Rica: Colecciones de oro, lítica y cerámica. Plaza de la Cultura, San José, Costa Rica. Abierto de lunes a domingo.

En estos acercamientos con los cuales reflexiono y comento algunas zonas de la cultura costarricense y centroamericana, precisa la crítica, pero también focalizar la fuente de la creatividad, como en este caso, manifiesta desde el insondable pasado anterior a la conquista y colonización europea, hasta nuestros días.

Apreciar el guión remozado del Museo del Oro Precolombino, Museos del Banco Central de Costa Rica, implica necesariamente reflexionar acerca del pasado; revisión que visibilice los aportes e investigaciones de los arqueólogos acerca del calado de estas huellas en la historia local. Caminar por el museo activa la memoria y acomoda nuestros saberes con tal de asimilar la (in)formación, en tanto que una de las misiones de peso para estas instituciones culturales, es elevar los conocimientos y sensibilidad del observador, para que emerja empoderado de la visita.

Implica preguntarse, por ejemplo, qué fue de los pobladores de esta geografía, antes de los procesos de conquista y colonización que convirtieron en tiestos la herencia originaria, legado material, objetual, y cultural; punta de lanza para los estudios de descolonización que adquieren fuerza en la actualidad. Quizás asimilar en lo expuesto cómo aprendieron el excelso arte de la metalurgia, a modelar esas águilas, conchas y demás animalística, como también la estilización humana. 

Cómo y con quién se formaron en el singular tratamiento de la piedra, y una cerámica en la cual se aprecia no solo el manejo de la amplia diversidad de estructuras morfológicas y geométricas -que ya implican un intelecto nada común-, sino también el atuendo anecdótico con que revistieron trazando las superficies, aportando carácter a un arte genuino.

Vista general del Museo del Oro. Foto: LFQ

REVISIÓN RETROSPECTIVA 

Para poder comentar esta nueva muestra y guión del Museo del Oro, implica también ir más atrás, para focalizar otras exposiciones de peso producidas por este Museo en la década que ya casi cerramos. En septiembre de 2013, las salas de exhibiciones temporales abrieron sus puertas a Entre Entierros y Rituales: Jarrones Trípodes del Caribe Central Costarricense, objetos cerámicos producidos entre el 300 aC. al 800 dC. curada por la arqueóloga Patricia Fernández, de MBCCR. Un proyecto muy bien articulado salido de sus fondos y colecciones de cerámica precolombina.

Otra práctica que en lo particular me pareció fundamental, fue que los artistas actuales se apropiarán creativamente del lenguaje del arte prehispánico, para recrear nuevas visiones e interpretaciones, en su mayoría, de piezas utilitarias, acercamiento que confrontó dicha cerámica autóctona a la contemporánea, resultado del concurso Cerámica Precolombina en el Imaginario Actual, 2014, organizado por MBCCR en el marco de la exhibición antes comentada, y cuya exposición fue parte de esa muestra.

El Museo de Jade y la Cultura Precolombina, el Museo Nacional de Costa Rica, y los Museos del Banco Central abrieron exhibiciones simultáneas en sus propios espacios, tituladas Instrumentos Musicales Precolombinos, en lo que se denominó Paseo de los Museos, importante experiencia que dilucida nuevas aberturas en los muros de la historia del arte ancestral y en la panorámica de la cultura metropolitana actual. Lástima que no ocurre así con las otras provincias para descentrar la actitud capitalina.

Fue reveladora la alternativa de este mismo museo al generar puentes entre el arte prehispánico y el contemporáneo, con la muestra Muerte / ineludible, curada por María José Monge y Priscilla Molina, exhibida en febrero 2016. Y en agosto de ese mismo año se inauguró otro proyecto crucial: Más allá de los objetos, curada por Priscila Molina (curadora de Arqueología), en la cual exhibió un notable segmento de las colecciones arqueológicas, permitiendo aprender de los signos y símbolos presentes en esos objetos de los pueblos originarios de Costa Rica.

Apreciar estos proyectos expositivos, caminar por sus espacios de exhibición y aprendizaje, resulta desafiante, en tanto activan nuestra capacidad de análisis ante la grandeza de los imaginarios simbólicos del ancestro.

Varias piezas de oro precolombino expuestas en el nuevo guión del Museo del Oro. Foto LFQ.

EL NUEVO RECORRIDO

Inicia informándonos que la colección guarda vestigios, como punteros de flecha y lanzas en piedra que datan de entre 15000-2000 a.C., cuando los grupos humanos que habitaron el territorio nacional practicaban la caza y recolección de frutos silvestres para su alimentación. Que del 2000 al 300 a.C., la agricultura evolucionó estableciéndose las primeras aldeas y el desarrollo de tecnologías como la cerámica, pero también implicó trenzar el sistema político en aquella lejana realidad.

Continuando con la lectura el guión, se nos informa que del 300 a.C., al 300 d.C., se desarrolló la agricultura intensiva, y en el plano social surge el ordenamiento político y religioso. La elaboración artesanal de objetos como vasijas trípode, con forma animal o humana da un soporte a sus creencias, motiva la producción de estos símbolos conmemorativos y/o ceremoniales, pasando a conformar las primeras sociedades cacicales.

Recuérdese que, como escenario central de este período (siglo IX y X), se tuvo la llegada de migrantes que provenían de México, estableciéndose en Guanacaste, dando un importante aporte sobre todo en la cerámica policroma, y a la adopción de nuevas hábitos alimenticios, sociales y culturales, apreciados por ejemplo en la iconografía, donde aparece la serpiente emplumada cuya adopción surtió un amplio vocabulario visual. Esto lo pude deducir de la muestra Vida y Muerte en el Valle del Jícaro, Museo de Jade, y que hoy se aprecia en el Museo de Guanacaste en Liberia.

Entre el 300 y el 800 d.C. se registra la acción de los grupos dirigentes, artesanos, curanderos, músicos, y se les llamó sociedades “aldeano cacicales”, y las sociedades “cacicales tardías”, del 800 al 1550 d.C., las cuales definen oficios con cargos heredados como el de los caciques, jefes políticos, religiosos, guerreros, artesanos y agricultores.

El surgimiento de la metalurgia se registra de 0 al 500 d.C., en los territorios fronterizos de Panamá y Costa Rica, pero conociéndose también objetos de oro llegados del noroccidente colombiano. Practicaron las técnicas de fundición y martillado con un importante legado simbólico donde dejaban ver la cosmovisión del grupo humano que lo produjo. Del recorrido se desprende que aquellas sociedades conocieron objetos llegados desde América del Sur; y que la producción metalúrgica se desarrolló en tres etapas: la minería, la metalurgia y la orfebrería.

La representación de la fauna y de la figura humana de ambos sexos representaba chamanes, curanderos, músicos, cantores y danzantes. Para los enterramientos tenían individuos especialistas, quienes depositaban ofrendas las cuales variaban de acuerdo a la importancia de los personajes; entre otros depositaban artefactos de piedra, cerámica, hueso y oro.

Además, al reflexionar, motivado por mi caminar por el museo, capté que el contacto con los conquistadores en 1502, activó el intercambio de objetos traídos de Europa por piezas de oro, pero también fue real la sustracción de riquezas locales, principalmente este metal precioso, pero trasciende que éste no tenía para los locales el valor que se le da en la actualidad, incrementando la actual fiebre del oro que genera conflictos no solo sociales , como el coligallerismo fronterizo, sino ambientales ahí en Crucitas. Durante la colonia se exigió al indígena trabajar para el europeo, y a entregar parte de su producción de manera tributaria.

Otro de los conocimientos que se derivan de la lectura de fichas y textos de pared es que su forma de cultura pasó de padres a hijos por la vía de la oralidad, la escritura y manufactura de los objetos, muchos de los cuales son colectados por este y otros museos del país; pero que también incrementó el trasiego internacional del arte originario precolombino extendido por todo el mundo. Hubiera sido genial que se documentara las escrituras y lenguajes de aquellos tiempos.

4a Pieza de cerámica atípica, expuesta en el nuevo guión y 4b Vasija con µáscara de 
búho y trazo en el cuerpo de la vasija de una especie de astrolabio. Foto: LFQ.



DE CARA AL NUEVO GUIÓN

Recorrer el museo enseña, deleita y acrecienta nuestro acervo de la herencia originaria prehispánica, pero no solo por los tantos brillos de las piezas de oro, que enmarca la penumbra, la impresionante elaboración de la piedra y las vasijas de arcilla, que sustentan una visión ampliada de los frutos coleccionados por MBCCR, signo de la riqueza técnica y de contenido que caracterizó a aquel arte y que hoy trasciende las fronteras nacionales.

Sin embargo, en tanto que esos frutos son la principal fortaleza del Museo del Oro Precolombino, también surgen interrogantes que retrotraen el andar por esas salas, sobre todo porque no encontramos las respuestas y nuestras dudas persisten. Pienso que el nuevo museo surte una especie de “combo”, muy bien elaborado, para venderlo al turista visitante, pero sin ocuparse de dar quizás mayor profundidad, para quienes buscan o rastreamos e interpretar mejor la historia a la luz de la cultura actual.

Lo que me quedó del viejo guión, lo caracterizaba una información quizás hasta más bondadosa y exhaustiva, en cuanto explicaciones y a la comunicación efectiva de tales recursos para el aprendizaje en el museo. Cada jarrón expuesto en 2013, tenía su cédula técnica e información relativa. El actual, como dije, representa una veladura de lo existente entre esos tesoros. 

Encontré en la zona de vasijas cerámicas, un objeto atípico (Foto 4a) dentro de lo que se exhibe en tan importante colección, pero sería efectivo conocer su existencia y diversidad, con una ficha individual que explique para qué era, de dónde proviene y ofrecer alguna pista sobre su datación que nos oriente sobre el por qué se encuentra expuesta y fue seleccionado por la curadora.

Tuve que regresar en una segunda visita que me ofreciera la información. Es cierto que pude solicitarla, pues sé que siempre están dispuestos a darla, sin embargo, me ponía en la posición del espectador común, que va y recibe el mismo “paquete”.

Vasija de arcilla con la figura de un mono, en el nuevo guión del Museo del Oro. Foto: LFQ.

También me motivó discernir sobre la gráfica con que fue trazado el cuerpo de una vasija, que como rasgo identificador lleva la máscara de un búho (Foto 4b). Lo reclamo pues son esos detalles tan pequeños pero que pueden disparar la atención para una verdadera lección, aprender y salir airoso del trance de apreciar arte. En este caso lo trazado asemeja un “astrolabio”, una de aquellas representaciones cartografías antiguas, que utilizaban los navegantes para encontrar en el mapa celeste los astros, y con ello ubicarse en qué zona del océano navegaban. 

No encontré los datos, y si ésta es una pieza posterior a la llegada de los europeos, o especular si existieron contactos anteriores para que nuestros artistas originarios trazaran esos motivos en el cuerpo de la vasija, o por lo contrario considerar lo explicado por el recién desaparecido sociólogo Ivar Zapp, en Retorno a la Edad de Oro, 2015, publicado por la Editorial Tecnológica de Costa Rica.

Otro de los aspecto cuestionable del recorrido marcado por los tres principales museos que exhiben arte originario anterior a la colonización, es el uso de sistemas de proyección de videos en pisos y paredes, que hacen de la visita algo juguetón -incluso me parece como estar en una discoteca-, pero fastidioso y tanta imagen en movimiento marea y resta concentración. La sala del jade en el Museo de Jade y la Cultura Precolombina, y también ahora el Museo Nacional de Costa Rica adoptó esa tecnología para la museografía de dos de las salas sur, aspecto que remacha la idea del combo precolombino para el turista, y que me dice quizás que a los museos solo les interesa captar dólares -lógico, debido a la agudeza de esta crisis.

Hay otro aspecto que me produce resquemor -con esto termino-, y es que, debido a lo enorme de las colecciones, los museos cambian de nombre, el Museo del Jade en un inicio surgió con ese ámbito de mostrar las colecciones de jade prehispánico, que son impresionantes, pero también se cuestionaban qué hacer con su amplísima posesión de lítica y cerámica. Lo mismo ocurre a este museo que en un inicio se pensó como Museo del Oro, pero que hoy exhibe de todo. 

La estrategia se aprecia como repetitiva al ir a otro museo y encontrase piezas similares. Pienso que nos toca meditar y resolver, pues cada vez estas instituciones que acrecientan el legado de los pueblos originarios ante de los procesos de transculturización, todos tienden a parecerse y acercarse a las mismas especifidades propias de cada ámbito de estudio y especialización.

Luis Fernando Quirós Valverde, Investigador, Docente y crítico CCACR

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