MUSEO DE ORO PRECOLOMBINO: Entre la Oferta y la Demanda
Reapertura del Museo
del Oro Precolombino de Costa Rica: Colecciones de oro, lítica y cerámica. Plaza
de la Cultura, San José, Costa Rica. Abierto de lunes a domingo.
Luis Fernando Quirós Valverde, Investigador, Docente y crítico CCACR
En estos acercamientos con los cuales reflexiono y
comento algunas zonas de la cultura costarricense y centroamericana, precisa la
crítica, pero también focalizar la fuente de la creatividad, como en este caso,
manifiesta desde el insondable pasado anterior a la conquista y colonización
europea, hasta nuestros días.
Apreciar el guión remozado del Museo del Oro
Precolombino, Museos del Banco Central de Costa Rica, implica necesariamente reflexionar
acerca del pasado; revisión que visibilice los aportes e investigaciones de los
arqueólogos acerca del calado de estas huellas en la historia local. Caminar
por el museo activa la memoria y acomoda nuestros saberes con tal de asimilar
la (in)formación, en tanto que una de las misiones de peso para estas
instituciones culturales, es elevar los conocimientos y sensibilidad del
observador, para que emerja empoderado de la visita.
Implica preguntarse, por ejemplo, qué fue de los pobladores
de esta geografía, antes de los procesos de conquista y colonización que
convirtieron en tiestos la herencia originaria, legado material, objetual, y
cultural; punta de lanza para los estudios de descolonización que adquieren
fuerza en la actualidad. Quizás asimilar en lo expuesto cómo aprendieron el
excelso arte de la metalurgia, a modelar esas águilas, conchas y demás
animalística, como también la estilización humana.
Cómo y con quién se formaron
en el singular tratamiento de la piedra, y una cerámica en la cual se aprecia
no solo el manejo de la amplia diversidad de estructuras morfológicas y
geométricas -que ya implican un intelecto nada común-, sino también el atuendo
anecdótico con que revistieron trazando las superficies, aportando carácter a
un arte genuino.
Vista general del Museo del Oro. Foto: LFQ
REVISIÓN RETROSPECTIVA
Para
poder comentar esta nueva muestra y guión del Museo del Oro, implica también ir
más atrás, para focalizar otras exposiciones de peso producidas por este Museo
en la década que ya casi cerramos. En septiembre de 2013, las salas de
exhibiciones temporales abrieron sus puertas a Entre Entierros y Rituales: Jarrones Trípodes del Caribe Central
Costarricense, objetos cerámicos producidos entre el 300 aC. al 800 dC.
curada por la arqueóloga Patricia Fernández, de MBCCR. Un proyecto muy bien
articulado salido de sus fondos y colecciones de cerámica precolombina.
Otra
práctica que en lo particular me pareció fundamental, fue que los artistas actuales se apropiarán creativamente del lenguaje del arte
prehispánico, para recrear nuevas visiones e interpretaciones, en su mayoría,
de piezas utilitarias, acercamiento que confrontó dicha cerámica autóctona a la
contemporánea, resultado del concurso Cerámica
Precolombina en el Imaginario Actual, 2014, organizado por MBCCR en el
marco de la exhibición antes comentada, y cuya exposición fue parte de esa
muestra.
El
Museo de Jade y la Cultura Precolombina, el Museo Nacional de Costa Rica, y los
Museos del Banco Central abrieron exhibiciones simultáneas en sus propios
espacios, tituladas Instrumentos
Musicales Precolombinos, en lo que se denominó Paseo de los Museos, importante experiencia que dilucida nuevas
aberturas en los muros de la historia del arte ancestral y en la panorámica de
la cultura metropolitana actual. Lástima que no ocurre así con las otras
provincias para descentrar la actitud capitalina.
Fue
reveladora la alternativa de este mismo museo al generar puentes entre el arte
prehispánico y el contemporáneo, con la muestra Muerte / ineludible, curada por María José Monge y Priscilla
Molina, exhibida en febrero 2016. Y en agosto de ese mismo año se inauguró otro
proyecto crucial: Más allá de los objetos,
curada por Priscila Molina (curadora de Arqueología), en la cual exhibió un
notable segmento de las colecciones arqueológicas, permitiendo aprender de los
signos y símbolos presentes en esos objetos de los pueblos originarios de
Costa Rica.
Apreciar
estos proyectos expositivos, caminar por sus espacios de exhibición y
aprendizaje, resulta desafiante, en tanto activan nuestra capacidad de análisis
ante la grandeza de los imaginarios simbólicos del ancestro.
Varias piezas de oro precolombino expuestas en
el nuevo guión del Museo del Oro. Foto LFQ.
EL NUEVO
RECORRIDO
Inicia informándonos que la colección guarda vestigios,
como punteros de flecha y lanzas en piedra que datan de entre 15000-2000 a.C., cuando
los grupos humanos que habitaron el territorio nacional practicaban la caza y
recolección de frutos silvestres para su alimentación. Que del 2000 al 300 a.C.,
la agricultura evolucionó estableciéndose las primeras aldeas y el desarrollo
de tecnologías como la cerámica, pero también implicó trenzar el sistema
político en aquella lejana realidad.
Continuando con la lectura el guión, se nos informa que del
300 a.C., al 300 d.C., se desarrolló la agricultura intensiva, y en el plano
social surge el ordenamiento político y religioso. La elaboración artesanal de
objetos como vasijas trípode, con forma animal o humana da un soporte a sus creencias,
motiva la producción de estos símbolos conmemorativos y/o ceremoniales, pasando
a conformar las primeras sociedades cacicales.
Recuérdese que, como escenario central de este período
(siglo IX y X), se tuvo la llegada de migrantes que provenían de México,
estableciéndose en Guanacaste, dando un importante aporte sobre todo en la
cerámica policroma, y a la adopción de nuevas hábitos alimenticios, sociales y
culturales, apreciados por ejemplo en la iconografía, donde aparece la
serpiente emplumada cuya adopción surtió un amplio vocabulario visual. Esto lo
pude deducir de la muestra Vida y Muerte
en el Valle del Jícaro, Museo de Jade, y que hoy se aprecia en el Museo de
Guanacaste en Liberia.
Entre el 300 y el 800 d.C. se registra la acción de los
grupos dirigentes, artesanos, curanderos, músicos, y se les llamó sociedades “aldeano
cacicales”, y las sociedades “cacicales tardías”, del 800 al 1550 d.C., las
cuales definen oficios con cargos heredados como el de los caciques, jefes
políticos, religiosos, guerreros, artesanos y agricultores.
El surgimiento de la metalurgia se registra de 0 al 500
d.C., en los territorios fronterizos de Panamá y Costa Rica, pero conociéndose
también objetos de oro llegados del noroccidente colombiano. Practicaron las
técnicas de fundición y martillado con un importante legado simbólico donde
dejaban ver la cosmovisión del grupo humano que lo produjo. Del recorrido se
desprende que aquellas sociedades conocieron objetos llegados desde América del
Sur; y que la producción metalúrgica se desarrolló en tres etapas: la minería,
la metalurgia y la orfebrería.
La representación de la fauna y de la figura humana de
ambos sexos representaba chamanes, curanderos, músicos, cantores y danzantes. Para
los enterramientos tenían individuos especialistas, quienes depositaban
ofrendas las cuales variaban de acuerdo a la importancia de los personajes;
entre otros depositaban artefactos de piedra, cerámica, hueso y oro.
Además, al reflexionar, motivado por mi caminar por el
museo, capté que el contacto con los conquistadores en 1502, activó el
intercambio de objetos traídos de Europa por piezas de oro, pero también fue
real la sustracción de riquezas locales, principalmente este metal precioso,
pero trasciende que éste no tenía para los locales el valor que se le da en la
actualidad, incrementando la actual fiebre del oro que genera conflictos no
solo sociales , como el coligallerismo fronterizo, sino ambientales ahí en
Crucitas. Durante la colonia se exigió al indígena trabajar para el europeo, y
a entregar parte de su producción de manera tributaria.
Otro de los conocimientos que se derivan de la lectura de
fichas y textos de pared es que su forma de cultura pasó de padres a hijos por
la vía de la oralidad, la escritura y manufactura de los objetos, muchos de los
cuales son colectados por este y otros museos del país; pero que también
incrementó el trasiego internacional del arte originario precolombino extendido
por todo el mundo. Hubiera sido genial que se documentara las escrituras y
lenguajes de aquellos tiempos.
4a Pieza de cerámica atípica, expuesta en el nuevo guión y 4b Vasija con µáscara de
búho y trazo en el cuerpo de la
vasija de una especie de astrolabio. Foto: LFQ.
DE CARA AL NUEVO GUIÓN
Recorrer el museo enseña, deleita y acrecienta nuestro
acervo de la herencia originaria prehispánica, pero no solo por los tantos
brillos de las piezas de oro, que enmarca la penumbra, la impresionante
elaboración de la piedra y las vasijas de arcilla, que sustentan una visión
ampliada de los frutos coleccionados por MBCCR, signo de la riqueza técnica y
de contenido que caracterizó a aquel arte y que hoy trasciende las fronteras
nacionales.
Sin embargo, en tanto que esos frutos son la principal
fortaleza del Museo del Oro Precolombino, también surgen interrogantes que
retrotraen el andar por esas salas, sobre todo porque no encontramos las
respuestas y nuestras dudas persisten. Pienso que el nuevo museo surte una
especie de “combo”, muy bien elaborado, para venderlo al turista visitante,
pero sin ocuparse de dar quizás mayor profundidad, para quienes buscan o
rastreamos e interpretar mejor la historia a la luz de la cultura actual.
Lo que me quedó del viejo guión, lo caracterizaba una
información quizás hasta más bondadosa y exhaustiva, en cuanto explicaciones y
a la comunicación efectiva de tales recursos para el aprendizaje en el museo.
Cada jarrón expuesto en 2013, tenía su cédula técnica e información relativa.
El actual, como dije, representa una veladura de lo existente entre esos
tesoros.
Encontré en la zona de vasijas cerámicas, un objeto atípico (Foto 4a) dentro
de lo que se exhibe en tan importante colección, pero sería efectivo conocer su
existencia y diversidad, con una ficha individual que explique para qué era, de
dónde proviene y ofrecer alguna pista sobre su datación que nos oriente sobre
el por qué se encuentra expuesta y fue seleccionado por la curadora.
Tuve que regresar en una segunda visita que me ofreciera
la información. Es cierto que pude solicitarla, pues sé que siempre están
dispuestos a darla, sin embargo, me ponía en la posición del espectador común,
que va y recibe el mismo “paquete”.
Vasija de arcilla con la figura de un mono, en
el nuevo guión del Museo del Oro. Foto: LFQ.
También me motivó discernir sobre la gráfica con que fue
trazado el cuerpo de una vasija, que como rasgo identificador lleva la máscara
de un búho (Foto 4b). Lo reclamo pues son esos detalles tan pequeños pero que
pueden disparar la atención para una verdadera lección, aprender y salir airoso
del trance de apreciar arte. En este caso lo trazado asemeja un “astrolabio”,
una de aquellas representaciones cartografías antiguas, que utilizaban los
navegantes para encontrar en el mapa celeste los astros, y con ello ubicarse en
qué zona del océano navegaban.
No encontré los datos, y si ésta es una pieza
posterior a la llegada de los europeos, o especular si existieron contactos
anteriores para que nuestros artistas originarios trazaran esos motivos en el
cuerpo de la vasija, o por lo contrario considerar lo explicado por el recién
desaparecido sociólogo Ivar Zapp, en Retorno
a la Edad de Oro, 2015, publicado por la Editorial Tecnológica de Costa
Rica.
Otro de los aspecto cuestionable del recorrido marcado por los tres principales museos que exhiben arte
originario anterior a la colonización, es el uso de sistemas de proyección de
videos en pisos y paredes, que hacen de la visita algo juguetón -incluso me
parece como estar en una discoteca-, pero fastidioso y tanta imagen en
movimiento marea y resta concentración. La sala del jade en el Museo de Jade y
la Cultura Precolombina, y también ahora el Museo Nacional de Costa Rica adoptó
esa tecnología para la museografía de dos de las salas sur, aspecto que remacha
la idea del combo precolombino para el turista, y que me dice quizás que a los
museos solo les interesa captar dólares -lógico, debido a la agudeza de esta crisis.
Hay otro aspecto que me produce resquemor -con esto
termino-, y es que, debido a lo enorme de las colecciones, los museos cambian
de nombre, el Museo del Jade en un inicio surgió con ese ámbito de mostrar las colecciones
de jade prehispánico, que son impresionantes, pero también se cuestionaban qué
hacer con su amplísima posesión de lítica y cerámica. Lo mismo ocurre a este
museo que en un inicio se pensó como Museo del Oro, pero que hoy exhibe de todo.
La estrategia se aprecia como repetitiva al ir a otro museo y encontrase piezas
similares. Pienso que nos toca meditar y resolver, pues cada vez estas instituciones
que acrecientan el legado de los pueblos originarios ante de los procesos de transculturización,
todos tienden a parecerse y acercarse a las mismas especifidades propias de
cada ámbito de estudio y especialización.
Luis Fernando Quirós Valverde, Investigador, Docente y crítico CCACR
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