NEO-PAISAJISMO EN EL MADC: Fieras y Cajita Feliz
Exposición “Este paisaje si lo puedo entender”. Colectiva de pintura, técnica mixta, instalación, ensamble, miniaturas de 29 artistas nacionales. Museo de Arte
y Diseño Contemporáneo (MADC), San José, Costa Rica. Del 4 de abril al 25 de mayo de 2019, de martes a domingo.
El cierre de esta segunda década del siglo XXI (2010-2019), provoca
revisiones como la que exhibe el MADC actualmente en su sala principal. Se
trata de un sumario de lo que los artistas comprenden de la práctica del
paisaje en el arte contemporáneo, pero al intentar interpretar la propuesta, y
pasarla por el colador del pensamiento crítico, me parece como una yunta cuando
los bueyes halan cada uno para su lado, y la carga de la carreta se desacomoda.
Este fenómeno es lógico que exista, cada artista es portador de sus
teorías, bagajes y/o visiones de lo que confluye en el cuadro, sea pintura,
instalación, video, ensamble; cada uno se cree poseedor de la verdad. Pero, a
pesar del título de lo expuesto, persiste el desaliento e incertidumbre, y aunque
es importante el antagonista, la “bestia” del no saber, hoy arremete más que
nunca.
Parafrasea aquella voz del pueblo que evade ir al museo, porque no
entiende lo que se exhibe: Quedan viendo “pal’ techo”, aunque en este caso del
museo es innegable su hermosura. Y, aunque se peguen a los muros de la sala los
textos del curador, e impriman en el brochure o se divulguen en el comunicado
de prensa, no van a ser entendidos pues la táctica educativa quedó
desarticulada al subirla a la mencionada carreta.
Por otro, en esta revisión de lo que se expone en el MADC, se
cuela mucha maleza que no deja ver el calado de algunas investigaciones que, sí
aportan interés; afirma que el proceso de curaduría “temblequea”, y sus
articulaciones no aportan a la estructura del significado.
El curador, Daniel Soto, dejó
cabos sueltos por falta de rigurosidad en aspectos
museográficos, que no dejan de preocupar: Es sensible, por ejemplo, que algunos
paneles de malla metálica colgados en el eje central de la sala, dejan ver el detrás de las obras, y aunque hoy en día esas consideraciones no sean tan sustanciales,
sí son signo de informalidad, y ensucian la pureza del arte, a pesar de que
también se busque innovar en aspectos como el que discutimos (Foto 1). Eso se
ve feo aquí, en la China y la tan mencionada “conchinchina”.
Vista general de "Este paisaje si lo puedo entender" en el MADC. Foto: Anthony Robinson
TENDENCIA EN BOGA
Una de las usanzas curatoriales en esta parte del siglo, incluyen dentro de
una propuesta como ésta de arte actual, a un artista de un siglo atrás, y digo en
boga, pues esto mismo ocurrió con los cuadernos del célebre cronista del siglo
XIX, José María Figueroa (1820-1900), que ahora aparecen hasta en la sopa de
letras.
En el caso que nos ocupa, se incluye una pinturita de Ezequiel Jiménez,
(1869-1957) -colección del Museo de Arte Costarricense-, para hacer la
excepción, pero que no cuaja del todo en ese compendio de lo contemporáneo, o
por lo menos no posee la estatura del arte costarricense de finales del siglo
XIX e inicios del XX.
Me recuerda la impresión del crítico de arte Louis
Vauxcelles en el Salón de Otoño de París de 1905, cuando entre aquellas fuertes
pinturas de inicios del siglo XX, halló una escultura al estilo “Renacimiento”,
y adujo que le parecía ver como “a un
Donatello entre fieras”. De ahí, precisamente, proviene el calificativo de
“Fauve”, al acceso del Expresionismo en Francia, liderado por Henry Matisse,
André Derain y Maurice de Vlaminck, Georges Rouault, entre otros.
Delante de este paisaje de Ezequiel Jiménez, uno se pregunta cuales son las
motivaciones del curador para que esté ahí -aparte de la comentada “novedad” de
hacer esos cruces históricos-, pues no hay un enlace que dé pistas para
perseguir la incógnita, tan solo sentí una alusión en su texto con una escueta
introducción, pero se queda corta o no amarra del todo cuando dice:
“Los inmigrantes de la Colonia
entraron a Costa Rica por el litoral atlántico y se asentaron en Cartago,
Heredia y San José. Muy pocos volvieron a ver hacia las costas. Así inició la
construcción de una identidad pictórica que validaba como nacional aquello que
se encontraba en el centro del país, cualquier lejanía se consideraba exótica y
ajena”. (Soto. 2019. Texto de Pared, MADC).
LO QUE SE LLEVA EL VIENTO
Asistí a la muestra con un colega quien, conociéndome, que no gasto una
neurona en comentar exposiciones o una pieza que no me motiva y de la cual no
aprendo nada, él me desafiaba a que escribiera, por primera vez, un comentario
de lo que no me gustó de la exposición. Sin embargo, en realidad, de aquello
que no me quedó nada, vista y pensamiento se negaron a erizar un mínimo pelito de
comprensión. Imposible, pues tampoco tendría argumentos para debatir algo que
yo mismo predico, y esa es mi alternativa, o ésa es mi manera de escribir
crítica de arte.
"Paisaje lluvioso", 2010. Técnica mixta. Colección del MADC. Foto: Anthony Robinson.
LO QUE QUEDA
La muestra exhibe obras de artistas influyentes, como Federico Herrero, quien al frente del museo, en los servicios sanitarios de la
entrada del CENAC, inmueble el cual posee una cúpula de cañón de medio punto, pintó un mural de sin igual factura y logró, tanto como en otro de
sus murales publicado en el catálogo de "Estrecho Dudoso" (2006), resultados formidables.
Pero, la pintura seleccionada para esta propuesta: “Paisaje”, realizada en acrílico, con marcador
permanente, y pintura en aerosol sobre tela, 2006, colección MADC, no cala. Se trata de una (des)fragmentación de manchas orgánicas de color vibrantes y vistosas, pero
carecen de alma, me recuerdan el título de una canción de la década de los
setenta del italiano Riccardo Cocciante: “Bella senz’anima”.
Otra de las piezas que me impactó fue la de
Alejandro Villalobos, “Paisaje lluvioso”,
de la serie “Al filo de la lluvia”,
pinturas industriales, polvos metálicos, tintes para madera, barniz de
poliuretano y asfalto sobre tela, 2010, colección MADC, es poderosa. Atrapa la visual de aquella pared de la Sala 1, con un escenario
montañoso donde los perfiles de los cerros y arboledas inyectan energía a
nuestra memoria, tan adormecida al entrar al recinto, el cuadro nos da un baño
de agua fría y nos dispone a sentir su perspectiva atmosférica, como si voláramos
en el “dron” de la imaginación.
En un ángulo al final de esa sala se exhibe un
conjunto de dibujos de José Pablo Ureña, dan a la ciudad ese gesto travieso del
artista, que crea apuntes de sus ángulos, vías, edificaciones y ambientes de
San José: “Edificio
en construcción de Superintendencias del Banco Central. Barrio Tournón”,
tinta china y acuarela sobre papel (3 dibujos), y tinta china y plumilla sobre
papel (6 dibujos), 2019.
Albergan una ciudad que no vemos al dejarnos
embaucar por la pobreza visual, la basura, el congestionamiento vial, el ruido
y el humo que cunde en la San José de hoy, pero que el artista enciende para
devolver el calado de su propia poesía interior, que nos la presta en ese
tiempo para detenernos y catarla. Por otro, es interesante percatarse del valor
del apunte o “sketch”, como una de las manifestaciones actuales que catapulta a
muchos seguidores.
"Edificio en construcción de Superintendencias
del Banco Central. Barrio Tournón", 2019. Dibujos con
tinta china y acuarela sobre papel y plumilla sobre papel. José Pablo Ureña. Foto: Anthony Robinson.
De pronto nos dejamos sorprender por un racimo de plátanos colgando del
techo del museo, pero lo que cuelga del raquis son bolsitas con “platanitos
fritos”, lo cual aguza nuestra fascinación por la creatividad humana al jugar
con estos conceptos. Se trata de la pieza “Plata-nitos”, ensamble/instalación, 2018, de Marcela Araya. Por un lado, toca la temática de las bananeras del Caribe
y la zona Sur del país, que ha sido harto tratadas por el arte de los jóvenes,
y por otro, alude y critica lo comercial, al nuevo filibusterismo que precisa
convertir todo en producto mercantil. Es una propuesta elocuente, juguetona, fogosa,
pero también de ácida crítica, propia de los discursos actuales.
Los estudios
sobre las estratificaciones terrestres y el paisaje, el que está dentro de la
tierra y que no vemos, que es como nuestro entorno interior, nos motiva a
detenernos e intentar descifrar esa potencia del silencio, texturas y perfiles de
los riscos afilados que se superponen, como los creados por Stephannie William:
“Apuntes para
una Tierra posible, acrílico sobre tela (6
piezas) y escultura (8 piezas), 2019. Además, agrega un conjunto de
modelos tridimensionales para sentir la sensualidad morfogenética curva o
esférica, presente en los confines terrestres. De inmediato me refiere a los
estudios de la irakí-londinense Zaja Hadid (1950-2016), sobre esas
estratificaciones terrestres que Hadid aplicó a la arquitectura, diseño de
muebles, zapatos, vestidos, joyería, entre otros productos actuales exhibidos
en los grandes escaparates y glamour del comercio mundial.
"Cinchona: sobre paisajes y cartografías", 2014. Cajas acrílicas con fragmentos de
ruina, yeso, madera y pintura Diana Barquero. Foto: Anthony Robinson
En frente de estos modelos de Williams, unas piezas
de Diana Barquero “Cinchona: sobre paisajes y cartografías”, cajas acrílicas con fragmentos de ruina, yeso, madera y
pintura, 2014. Nos recuerda una vez más las fuerzas que liberan esas
fracturas de las capas tectónicas del planeta, trayendo a la sala la memoria
del 8 de enero de 2009, a la una con veintiún minutos de la tarde. Una
experiencia cuya flama, esta artista mantiene en vilo, recordándonos que la
naturaleza se respeta, y que en todos esos rastros además de muerte y
destrucción, también se engendra belleza la cual es investigada, observada,
probada, protocolizada por la joven Barquero.
"Apuntes para una tierra posible", 2019. Acrílico sobre tela (6
piezas) y escultura (8 piezas).
Diana Barquero. Foto: Anthony Robinson
EXPOSITORES
A. Stahl, Adrián Flores Sancho, Alejandra Ramírez, Alejandro Villalobos,
Andrés Murillo, Cinthya Soto, Diana Barquero, Ezequiel Jiménez, Federico
Herrero, Flavia Sánchez, Guillermo Tovar, Javier Calvo, Joaquín Rodríguez del
Paso, Joel Jiménez, Jorge Albán-Dobles, José Pablo Ureña, José Tenorio, Juan
José Alfaro, Kenneth Coronado, Laura Astorga Monestel, Luciano Goizueta,
Marcela Araya, Oscar Figueroa, Priscilla Aguirre, Rossella Matamoros, Sara
Mata, Stephanie Williams, Victoria Cabezas y Wilson Ilama.
Quisiera recordar más, pero como expresé a inicios de este abordaje, de la
muestra de la Sala 1 del MADC salí un tanto vacío, listo para continuar con lo programado:
“Modernos & Universales” (salas 2
y 3), y el remanente del proyecto “Nunca
fuimos un cubo blanco”, expuesto en la Sala 4. Ahí se activa la idea del
archivo, tan importante en el arte de esta década, como se dijo de profundas
revisiones a lo que dejan los maestros o las instituciones del arte
contemporáneo, tal y como apreciamos el Archivo
de Quintanilla, en Sala 3, muestra “No
tienen nombre”, 2018. En esa revisión se recuerda cada evento del MADC,
desde su creación en 1994: Revistas, carteles, brochures, recortes de
periódicos, audiovisuales, videos, toda una amalgama de (in)formación que nos
permite crecer y saber, reconociendo las facetas y programaciones de un museo
que cumplió 25 años de existencia y producción de estímulos al arte
costarricense actual.
LA TENDENCIA AL "COMBO"
Percibo cierta tendencia en los museos del país, crear “combos”, para ofrecer al turismo y a
segmentaciones o bandas de edades juveniles que busca algo quizás más (in)formal
y que la visita al museo sea “divertida”. Reafirma la certeza de la actual “macdonalización”
de los museos y la trivialización de la cultura.
Se prepara algo “light”, con
poca carga cognitiva, para que, en ese ajetreo de las carretas y el jaleo de
los bueyes, no se desacomoden y el público pueda comprender los desafíos de
exhibir arte en la actualidad, y que el nombre de la exposición, no sea tan solo
un remedo rebuscado e irónico.
Este aspecto sobre el factor educativo de los museos es central, me recuerda
los años noventa e inicios del MADC, cuando para la muestra “Relaciones”, curada por Virginia
Pérez-Ratton y Rolando Castellón, el encargado en esos años de la museografía y
educación del museo, el alemán Rodolfo Fisher, practicó una encuesta a los jóvenes
y niños escolares visitantes. Se dedujo que los niños pedían “ver más sangre” y
que el museo tuviera una “sodita” para comprar golosinas.
En la coyuntura de la
segunda parte de la primera década de los años dos mil, Ernesto Calvo, al
frente de la dirección, considerando tal vez el pedido de los niños, instaló un
cafetín en un ángulo del vestíbulo, para cargar energía y paliar quizás la
perplejidad de intentar comprender a esas “fieras” (ciento doce años después del
Salón de Otoño en París, 1905), pero que hoy son dominio de las apariencias,
como el imaginario comercial de las cadenas extranjeras que nos invadieron por
el estómago, y la bestia de la incertidumbre, incluida en los combos y “la
cajita feliz”.
Luis Fernando Quirós Valverde, Investigador y crítico (CCACR)
Luis Fernando Quirós Valverde, Investigador y crítico (CCACR)
Comentarios