ADRIÁN ARGUEDAS: Dolores del Crecimiento
Exhibición “El aprendiz” de Adrián Arguedas Ruano
(Heredia, n. 1968). 40 obras en pintura al óleo sobre tela, grabado en madera,
ensambles, instalaciones y esculturas. Sala de exposiciones temporales, Museos
del Banco Central de Costa Rica. Del 7 de marzo al 30 de
setiembre, de 2019, de lunes a domingo.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
Por siglos, los artistas han sido transfigurados por la
misteriosa jornada a lo largo de la vida con todas sus retos y posibilidades. Los
niños, en particular, están apenas comenzando la suya propia, lo que explica
por qué como adultos las representaciones artísticas de los niños y de la niñez
nos obligan, a menudo, a detenernos para pensar y reflexionar.
La representación de la niñez en el arte ha variado
enormemente a lo largo de los siglos, global y regionalmente. Hemos transitado
desde los retratos tradicionales y las escenas lúdicas imaginadas a imágenes
que evocan el dolor, y la pérdida reflejando la noción de la niñez en distintos
períodos de tiempo.
A pesar de que históricamente las representaciones de
niños y de escenas de la niñez, en obras devocionales religiosas y seculares,
fueron predominantemente rígidas y forzadas tratando a lo sujetos de estas como
pequeños adultos, debemos al renacimiento europeo que el concepto de niñez
comenzará a emerger.
En lugar de ver al niño como un adulto incompleto o no
desarrollado, los niños empezaron a ser vistos, a partir del siglo XV, como
seres individuales que requerían protección y cuidado, y cuyo aprendizaje era
responsabilidad de los adultos a su alrededor.
Niño
"jaguar" sacrificado en Altar No 5. Cultura Olmeca. Foto: Ruben Charles
A modo de contraste en nuestro subcontinente, los niños
no experimentaron por lo general un trato favorable. En culturas precolombinas,
como la de los Olmecas (establecida alrededor de 1.500 D.C.) el sacrificio
ritual de niños simbólicamente representados como “niños jaguar” ha sido
demostrada.
Prácticas similares, han sido encontradas en culturas
mesoamericanas como la Maya, Teotihuacana, Tolteca, Azteca, y en Sudamérica en
la Inca, donde celebraban el ritual del “Qhapaq hucha” que tenía lugar por
eventos como la muerte de un regente o hambrunas y también entre los Timoto-Cuica. En la mayoría
de estas culturas precolombinas, se elegían niños para los sacrificios rituales por
considerarlos seres más puros.
En el período colonial, con rezago, las representaciones
que incluían niños eran principalmente devocionales, repitiendo el patrón
prerrenacentista, adultos pequeños con expresión rígido y forzada, mientras las
escuelas locales, como la cuzqueña, a menudo formadas por indígenas,
resolvieron sincréticamente la representación de los niños y la niñez evocando
su inocencia y ternura.
Vista de una de
las salas de la muestra "El aprendiz". Foto: Juan Carlos Flores Zúñiga
LA RUTA DEL DESAPRENDIZAJE
Este acercamiento histórico puntual crea el contexto
necesario para introducirnos sin romanticismo o nostalgia precolombina, en un
primer análisis y discusión crítica sobre la obra de Adrián Arguedas Ruano,
reunida bajo el título de “El aprendiz”, consistente de aproximadamente
cuarenta piezas desarrolladas, en diversos medios, entre el 2013 y el 2018.
Conocido como grabador y pintor y, luego, como docente e
investigador universitario, Arguedas Ruano, nos introduce a una jornada rica en
contradicciones conceptuales, técnicas y culturales que explica como un proceso
de “desaprendizaje” tanto a nivel técnico como sintáctico y semántico.
El guión de la muestra arranca antes de la sala de
exposiciones temporales con una instalación titulada “Árbol” que cae a
lo largo de los tres niveles del museo subterráneo, y está constituida por
piezas de cerámica colgando espaciadamente de fibras que conducen a un plano de
materiales mixtos en el piso inferior. Temáticamente, esta pieza
evoca el encuentro de las serpientes y los colibríes.
"Árbol", 2019. Instalación.
Foto: Juan Carlos Flores Zúñiga
La muestra continúa con una enigmática barca de madera
(parecida a una panga), a bordo de la cual se encuentra una figura de madera
que evoca una mujer (¿nodriza o madre?) que en lugar de brazos tiene serpientes
por extremidades.
Cada sección de este viaje metafórico recurre a recuerdos
de su niñez y crianza, al tiempo que agrega rituales propios y heredados
atávicamente, en una curva dolorosa de aprendizaje donde como él afirma solo la
muerte lo hace sentir vivo. No obstante, esto ha sido recurrente en
sus obras, principalmente, en sus grabados en madera.
Finalmente, ésta construcción o desconstrucción
sintáctica y semántica, según el expositor, establece los vínculos necesarios
para responder a las preguntas existenciales de la muestra que se proyecta en
el entorno y los otros: ¿Quiénes somos?, ¿para quienes somos? y ¿Desde donde
somos?
Aunque ninguna de estas preguntas es claramente
respondida por la muestra, o el artista, resulta embriagador navegar en medio
del caos conceptual y técnico de su muestra. Pero, el placer de lo lúdico es
insuficiente para justificar por sí mismo una exploración de cinco años.
"La
Cueva", 2017. Óleo/tela. Foto: Juan Carlos Flores Zúñiga
TRIVIALIDAD
Resulta especialmente trivial en su recorrido su supuesta
vinculación con el legado prehispánico, especialmente a partir de sus “autorretratos”
que evocan las “cabezas-trofeos”, que son tan ubicuas en la iconografía
precolombina de nuestro país y de Panamá. Sus propuestas parecen más estudios
que la concreción de un proceso escultórico.
Además, es evidente que el oficio desplegado en las
piezas tridimensionales que se acerca en su aspereza al arte “bruto” también
asociado a los procesos y percepción de los niños, desaparece casi totalmente
en sus pinturas al óleo caracterizadas por sus brillos y colorido disonante de
una pintura a otra.
Podemos a modo de ejemplo, comparar las pinturas al óleo
“La cueva” (2017) con “La virgen de aserramiento” (2013) para
evidenciar no solo la contradicción estilística, y técnica, sino también
conceptual. ¿Hay una explicación para sus contradicciones en término de proceso y/o propósito?
Ante la falta de concreción y claridad conceptual, el
artista recurre, a modo de justificación, a la construcción de argumentos
literarios con el fin de estimular una lectura extra-artística de su obra por
parte del espectador.
A diferencia de los artistas aborígenes, Arguedas no
parte de la imaginería religiosa poscolonial, ni de el legado precolombino,
para crear sus obras o conceptualizar, ni siquiera para concretar algún tipo de
sincretismo.
Lo que hace, más bien, es tomar prestado unos cuantos
signos atávicos, a veces de forma literal como en la xilografía “Transformación”
(2014) y otras veces sublimados como en la escultura “El equilibrista”
(2017) para crear la ilusión de algún tipo de simbolismo que evoque y vincule
su obra con la memoria de la colectividad que entra en contacto con su obra.
De manera similar, Arguedas explora su niñez en cerca de
una docena de obras incluidas en la muestra, recordando como en el arte
occidental moderno la niñez se convirtió en punto de convergencia para que los
artistas maduros “reaprendieran” los procesos creativos de los niños en
un vano intento por crear como niños o como decían algunos “primitivamente”.
"La Mano", 2014. Cromoxilografía. Foto: Juan
Carlos Flores Zúñiga
La cromoxilografía “La mano” (2014), entre otras
obras, confirma la comprensión por parte de Arguedas de la vanidad de tal
esfuerzo, pero también su resiliencia intentándolo. No obstante, como dijo
Pablo Picasso “Todos los niños son artistas. El problema es como mantenerse
siendo un artista una vez que uno crece”.
Por otra parte, resulta irónico que recurra a su infancia
como fuente de inspiración para buena parte de su obra expuesta, pero luego la
vincule con signos-símbolos precolombinos de culturas que en su mayoría
cometieron atrocidades contra los niños por causa de su sistema politeísta de
creencias.
Exaltar románticamente la cultura precolombina, en
general, como hace en su cromoxilografía “Ofrenda” (2014) para luego
poder condenar, tácitamente, la colonización española de las Américas habla más
de un estrecho maniqueísmo que de conocimiento histórico y cultural.
"Cabeza-trofeo (Autorretrato)", 2018. Talla en piedra. Foto: Juan C. Flores Zúñiga
EJERCICIO DE EGO
A pesar de contar con medio siglo de carrera, Adrián
Arguedas, construye con la inconstancia de un niño que parece cansarse de los
ciclos de la vida y la falta de propósito de su propuesta estética.
Cambia la seguridad de la xilografía para adentrarse en
una pintura figurativa de corte posimpresionista, como la pintura al óleo “La
piedra” (2017) de la que salta a instalaciones conceptuales de énfasis
contestatario como “Los caminantes” (2013-2017) para denunciar la “transculturización”
y ensambles que son ejercicios prometedores pero irresueltos conceptualmente
como “S.F” (2017).
Al final de la jornada los dolores del crecimiento que
inician en la niñez deben haber sustentado algo más concreto que la búsqueda, a
menos que lo intangible de la nada pueda ser un fruto artístico válido.
El ejercicio del arte, a menudo, se convierte en un tema
de ego. Más el artista insiste en presentarnos otra cara, más evidente se hace
para el observador atento que la individualidad y el ego dominan el proceso
creativo cuya autoría es innegable. No debe, por lo tanto, sorprendernos las
notorias dos letras de su nombre y apellido abriendo la exposición.
Es un grabador principalmente, que parece estar siempre
inconforme con lo que hace, por lo que migra de un medio a otro sin mayor consistencia, y profundización, excepto por su afecto existencial por la muerte y de sus recuerdos de la niñez que
se realimentan transversalmente en la mayoría de sus representaciones.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
Comentarios