BOLIVIA: Mitos y Transhistoricidad
Colección
permanente bajo guión museográfico transhistórico. Textiles, talla en madera,
orfebrería, grabado, dibujo, escultura, retablos, pintura al óleo sobre madera,
tela y cartón y técnica mixta. Museo Nacional de Arte, La Paz, Bolivia.
Abierto de martes a domingo.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
Aunque el desarrollo histórico del arte en
Latinoamérica es asincrónico con respecto al de Europa existen innegables
paralelismos que comunican sus respectivos procesos creativos y conceptuales y
que se remontan a una de las ocupaciones culturales y sociopolíticas más
extensas y dolorosas en la historia: la del imperio español en México, Centro y
Sudamérica a partir de fines del siglo XV, en pleno renacimiento europeo.
Es indispensable conocer el contexto
histórico para comprender las manifestaciones artísticas que emergieron y como los
mitos precolombinos y coloniales alimentaron una elusiva identidad y expresión
sincrética y de resistencia.
España afirmó su dominio e influencia
decisivamente con la ocupación de lo que hoy conocemos como México en 1519, y
dos décadas más tarde de los territorios del Alto Perú, que hoy conocemos políticamente
como Perú y Bolivia.
La narrativa, sin embargo, difiere
notablemente según se trate de México o de las naciones andinas. Cuando el regente Azteca Montezuma escuchó
rumores del arribo de montañas que navegaban sobre el mar y de seres divinos que
destellaban como relámpagos cuando se movían, tomó a los visitantes como
divinidades vengativas y temía que su aparición presagiará el fin de la
civilización.
Se equivocó sobre lo que vio –
las montañas eran galeones españoles, y las divinidades, conquistadores – pero
sobre los efectos de su llegada, estaba en lo correcto. A los pocos meses
estaba muerto y una porción de su tesoro había sido embarcada a Europa (donde
causó asombro entre espectadores con discernimiento como el artista grabador Alberto Durero).
Para fines del siglo XVI, la
población indígena de México se había reducido drásticamente merced a
enfermedades importadas para las que no tenían defensas y el modelo de
servidumbre esclavista impuesto por la potencia extranjera.
Si bien, las violentas circunstancias
de la conquista en el Alto Perú dos décadas más tarde fueron similares, la
ocupación colonial fue diferente en varios aspectos. Mientras los españoles arrasaron con la gran
metrópoli azteca, Tenochtitlán, donde asentaron su poder, dejaron la capital
imperial inca, Cuzco, más o menos intacta y se establecieron en la costeña
Lima. Como resultado, artes nativas como la tejeduría y la cerámica continuaron
floreciendo en su entorno original.
La conquista del Imperio inca por
Francisco Pizarro abrió el camino para la sumisión de la Bolivia actual en el
año 1535 y el establecimiento de la Real Audiencia de Charcas, parte esencial
del Virreinato del Perú, que abarcó todo lo que hoy es el territorio boliviano
y que, siglos antes de la llegada de los españoles, fue conocido como el reino
del Collasuyo.
Este nombre que designa a los
habitantes aimaraparlantes de una serie de reinos independientes de la meseta
del Titicaca con fuertes lazos culturales entre sí, se extendía al sur del
Cuzco, desde los Andes y el altiplano de Bolivia hasta la ribera del rio Maule (Chile),
y desde las costas del pacífico hasta los llanos de Santiago del Estero
(Argentina).
El centro neurálgico del
Collasuyo estaba situado en el altiplano andino, en torno al lago Titicaca, una
de las regiones mas densamente pobladas de los Andes desde antes del Estado
Tiahuanaco. En 1450 fueron invadidos por las fuerzas del inca Pachacutec, quien
conquistó el altiplano después de grandes combates y pérdidas humanas.
Hoy el nombre Collasuyo es usado
por movimientos nacionalistas indígenas para referirse al Estado Plurinacional
de Bolivia asimilándolo a su región andina de mayoría indígena aimara y
quechua, con una clara pero sesgada perspectiva ideológica de acento regionalista.
Sala "El espejo quebrado" con piezas precolombinas andinos. MNA. Foto: Juan C. Flores Zúñiga
PROPUESTA IDEOLÓGICA Y TRANSHISTÓRICA
El contexto anterior facilita,
pese a su brevedad, una primera lectura del guión museográfico actual orientado decisivamente
por el curador y artista, José Bedoya, quien fuera director del Museo Nacional
de Arte de Bolivia (MNA) de junio del 2016 hasta enero del presente año.
La propuesta del MNA refleja
tanto criterios artísticos como extra-artísticos. Por una parte, se ha adoptado la tendencia
museística de la transhistoricidad
abriendo el debate sobre el papel del museo con un acervo tradicional de
confrontarlo con la modernidad artística para atraer una nueva audiencia local.
Por otra parte, enfatiza una
perspectiva extra-artística, ideológica, consistente con los mitos políticos
adoptados por el gobierno boliviano actual en torno al Collasuyo que se remonta,
entre otras fuentes, a la narrativa de la resistencia atávica indígena del
movimiento religioso y político Taki Unquy surgido en 1560 que propugnaba el
rechazo del Dios cristiano impuesto de manera violenta y coercitiva a la
población andina como consecuencia de la conquista.
El guión comunica ambas
perspectivas con base en la exhibición de artefactos precolombinos (textiles,
orfebrería, cerámica, talla en piedra y madera), retablos, tallas y pintura
colonial (de factura foránea e indígena) y obras modernistas, tanto figurativas
como abstractas (pintura, dibujo, escultura y grabado).
La presente crítica se enfoca primordialmente
en las principales salas creadas por el nuevo guión y las obras artísticas exhibidas
que están vinculadas al legado precolombino, y a la producción artística,
principalmente pictórica, producida durante el período colonial español.
No se puede ser exhaustivo en la
presente crítica, ya que el examen de los fondos culturales del repositorio del
Museo Boliviano exceden las posibilidades de espacio de la presente entrega
para Ars Kriterion E-Zine.
Sin embargo, se evalúa el uso de la transhistoricidad por parte de la curaduría boliviana para confrontar, trazar y conectar el arte del pasado con la modernidad artística local.
Sin embargo, se evalúa el uso de la transhistoricidad por parte de la curaduría boliviana para confrontar, trazar y conectar el arte del pasado con la modernidad artística local.
Vista general de la Sala "Virgen María - Pachamama", en el MNA. Foto: Juan C. Flores Zuñiga
DIÁLOGO DE IMAGINARIOS
El recorrido inicia con una sala
dedicada a los “Mundos andinos” que
ilustra la cosmogonía de los habitantes precolombinos de habla quechua primero
y, luego, con la extensión del dominio inca del aymara.
Los cuatro mundos o dimensiones
en que se divide el Cosmos o “Pacha”
son “Hanan Pacha” o el mundo de
arriba, “Kay Pacha” el mundo de aquí
donde habitan los ríos, montañas, animales, plantas y humanos, “Uku Pacha”, el mundo de abajo donde se
encuentran por ejemplo los minerales, la raíces y la madre tierra o Pachamama y
el “Hakak Pacha” o mundo del más allá.
Estos son mundos constantemente
relacionados entre sí. Así, por ejemplo,
el cielo y la tierra se conectan mediante el rayo y el cóndor, mientras el sapo
y la serpiente conectan el mundo de aquí con el de abajo.
A diferencia del cielo y el
infierno del credo católico que se impuso con la colonización, el “Hanan Pacha” y el “Uku Pacha” pueden ser benignos y malignos a la vez. Por ejemplo, en
el mundo de abajo, “Uku Pacha”
habitan diversas fuerzas de fecundidad y generosidad y al mismo tiempo
enfermedad y muerte.
Aunque el fuerte de los fondos
culturales administrados por el MNA no son los artefactos precolombinos, las
obras exhibidas son suficientemente representativas para introducirnos en un
diálogo transhistórico.
A la izquierda de la siguiente sala contigua titulada "El espejo quebrado", sobresale un tejido original de Tiahuanaco y Nazca, de autor desconocido, hecho
en la técnica de telar vertical llamado Axsu.
Esta técnica se sigue practicando hoy en día en Bolivia, aunque no con la misma
extensión y calidad.
Durante el período colonial se
introdujeron en los textiles nativos motivos cristianos mezclando
sincréticamente la flora andina con simbolismo de distintas órdenes religiosas.
Otro textil con figura en rombo también de factura anónima nos recuerda el peso
de la tradición textil original.
Este sincretismo fue tanto motivo
de atracción como de alarma para los patrones españoles. En distintos momentos
los motivos indígenas fueron estimulados por su encanto y exotismo mientras en
períodos inestables políticamente fueron prohibidos como emblemas incendiarios
de revuelta. No obstante, tanto como vehículos del placer o como gestos de provocación,
la cultura se revelaba en esta vena artística.
Otras piezas hablan de la
capacidad de los orfebres mediante piezas de
laminado en oro provenientes de Tiahuanaco
y los vasos ceremoniales llamados “kerus”
que se producían en madera y se utilizaban para rituales específicos. Los kerus o vasos ceremoniales de madera de la cultura Inca –que
pudieron originarse antes con la civilización Tiahuanaco– fueron vasos
subversivos, en opinión de arqueólogos locales, ya que expresaron la
resistencia indígena frente al dominio de los españoles, por eso fueron vasos
proscritos según ordenanzas y perseguidos por lo extirpadores de idolatrías
durante el período de la Colonia.
En el lado derecho de la primera sala
y las sucesivas, encontramos a modo de contrapunto secuencial pinturas
principalmente del modernismo boliviano que abrazan una identidad precolombina
de la que ya no pueden ser parte integral, porque les resulta elusiva. No
obstante. Los artistas son, a menudo, el resultado del mestizaje y la inmigración
europea.
Es el caso del óleo sobre tela de
1984 de Alfredo la Placa titulado “Ritual
III”, o el “Inca II”, un óleo
sobre papel de 1992 de Luis Zilvetti que es parte de un conjunto que evoca los
personajes centrales de la conquista.
Entrada de la primera sala sobre los "Mundos Andinos" en el MNA. Foto: Juan C. Flores Zúñiga
“DESCUBRIR” EL PASADO
El paralelismo con el arte
europeo de fines del siglo XIX y principios del XX es inevitable. Mientras
artistas europeos como Matisse y Picasso “descubren”
la escultura tribal africana, y la incorporan en sus propuestas de manera
intelectual, los artistas bolivianos hacen lo propio con los mitos y el legado
cultural precolombino.
La emblemática pintura en técnica
mixta sobre tela titulada “Ritual” realizada en 1967, por María Luisa Pacheco
no es una obra abstracta intencionalmente, sino que parte de una aproximación
poética hacia el paisaje regional sagrado que sublima líricamente.
Ambos acercamientos son
primariamente intelectuales, pero también revelan la vigorosa atracción inherente
a la evocación de un mundo donde el arte era todavía la expresión natural e
integral de conceptos fundamentales incuestionables.
Esta identificación del arte con
las fuerzas básicas de la naturaleza y las creencias sobre el cosmos en
sociedades tribales ha resultado tremendamente atractiva tanto en Europa como
en Sudamérica en un entorno donde el arte gradualmente se ha ido divorciando de
la vida y producido en oposición a las fuerzas de la vida que animan el mundo
fuera del estudio del artista.
Para muestra, la técnica mixta
sobre cartón de 1929 realizada por Jorge de la Reza y que se titula “La Conquista” o la obra “Descanso” un óleo sobre tela de 1957
realizado por Enrique Arnal.
La mayoría de los artistas
bolivianos cuyas obras se confrontan con el legado precolombino o las pinturas
realizadas en la colonia por indígenas ha tratado de aislar algún tipo de
cualidad esencial de la cultura para mostrarlo en sus respectivas obras.
Pero existe un contraste
adicional y fundamental entre las obras creadas por artesanos para cumplir con
rituales atávicos y es que su simbolismo intencional va acompañado de un
sistema de creencias que busca que el objeto produzca efectos en el mundo físico
a la manera del fetiche.
Los artistas modernos bolivianos
con que son confrontados no creen en su mayoría que esos símbolos mágicos
usados desde tiempos precolombinos para relacionarse con el entorno cambien el
mundo físico o sean de ayuda práctica.
Pero, eso sí ayudan al examen
exploratorio del problema que todos enfrentamos hoy – como mantenerse cuerdo y
vivir con propósito en un mundo orientado a la ciencia y la técnica que explica
todo intelectualmente dejando el espíritu a un lado.
"Ritual", 1967. Técnica mixta. María Luis Pacheco. Foto: Orietta Oreamuno
IMPOSICIÓN Y ACOMODACIÓN ESTÉTICA
El dominio imperial, político,
militar y económico viene siempre acompañado de la dominación cultural a través
de la religión, la educación, y por supuesto, la expresión artística financiada
por los estratos dominantes con poder para patrocinar artistas.
El guión del Museo Nacional de
Arte de Bolivia evidencia en cada una de sus veinte salas temáticas, como el
dominio colonial español introdujo las estéticas europeas con técnicas como la
pintura de caballete y la imaginería policromada, entre otras, junto a obras de
artistas italianos, flamencos y españoles que además enseñaron su quehacer a la
población indígena y criolla locales.
Los movimientos europeos más
influyentes fueron las escuelas del renacimiento y el manierismo italiano, y
luego el barroco español. Los flamencos por su parte permearon la cultura
mediante el grabado de temas religiosos y cotidianos.
A partir de
la segunda sala pintada en un intenso azul y señalizada con el título de “Ángeles y Demonios” resuena con fuerza
la mayor riqueza de la colección en exhibición. Se trata principalmente de pinturas al óleo
sobre madera y tela, sobre temas predominantemente religiosos y políticos
especialmente en las representaciones de nobles, autoridades y conquistadores que
muestran el gradual empoderamiento técnico de los artistas indígenas en el nuevo
medio artístico.
Pasamos de
obras producidas por españoles, flamencos e italianos en el siglo XVI a obras
producidas mayormente por indígenas que se crean en talleres o gremios al
estilo medieval de los que hay que ser parte para pintar. Los maestros que
sobresalen empiezan a firmar sus obras.
Esta sala
refleja la teatralidad del barroco europeo en su máxima expresión: un óleo
sobre tela atribuido a Luca Cambiasso sobre la Sagrada Familia contrasta
abiertamente en su concepción con la estética local con visos manieristas del
peruano Gregorio Gamarra en “Adoración de
los reyes magos”.
No estamos
ante obras visionarias en el sentido estricto. Con frecuencia son fieles
representaciones de la narrativa litúrgica y oficial. Otras veces copias que se
repiten hasta la saciedad. Lo importante es que los artistas locales empiezan a
transmitir conceptual y compositivamente en sus obras sus profundas creencias
enraizadas en las culturas precolombinas.
Una de las
influencias foráneas decisivas sobre esta emergente generación de pintores
locales fue la del jesuita italiano Bernardo Bitti (1548–1610), considerado el
más grande pintor de Sudamérica en el siglo XVI y el más influyente entre los
pintores posteriores a él debido a que fundó la mayoría de las escuelas
pictóricas del Perú y fue referente para muchas otras que establecieron sus
alumnos. Uno de sus óleos sobre tela sobre San Juan Bautista pintado a fines
del siglo XVI es exhibido demostrando su nivel técnico y estilo propio.
En las
tierras altas de los andes, los ángeles y arcángeles aparecen en la pintura
hacia 1660 y encuentran eco en las divinidades prehispánicas de los elementos
naturales. La pintura y el grabado fueron los medios preferidos para este tipo
de representaciones que evocaban a Huaminca
o guerrero alado reconocido en la cultura inca como una figura tanto real como
mítica. El óleo sobre tela del siglo
XVII de Diego Quispe Tito representa tanto a San Miguel Arcángel como al atávico “Huaminca”. Otro tanto ocurre con el Ángel
de la Guarda, un óleo del mismo período pintado por un miembro del Círculo o
gremio López de los Ríos.
La lectura de
este período de apropiación cultural se confronta con el modernismo de énfasis crítico
y satírico revelado en obras como el óleo sobre cartón de Arturo Borda pintado
en 1944 y titulado “Mundo, demonio y carne” o el dibujo sobre papel de Mario
Careaga titulado “A mi alrededor ángeles
con coros celestiales me van cantando y yo voy gritando desde el fondo de mi
alma de esclavo”, o el óleo del 2010 titulado “La caja” de Marcelo Suaznabar.
"San Miguel", Siglo XVII. Oleo/lienzo. Diego Quispe Tito
TRANSFERENCIA FALLIDA
La siguiente sala de un brillante rojo en sus paredes
está dedicada a las representaciones de la “Virgen
María” y su correspondencia sincrética con la Madre Tierra incaica, la “Pachamama”.
Bernat Boil (1440-1507), un fraile catalán de la orden benedictina
fue uno de los primeros misioneros en las Américas, y se le atribuye haber
trasladado la historia de la virgen maría al nuevo mundo. Sin embargo, pese a sus esfuerzos y los de
otros monjes y patrocinadores españoles, el culto a la virgen maría nunca
alcanzó la popularidad en los nuevos territorios que disfrutó en su nativa
España.
Este fracaso tal vez le sorprenda, particularmente por
el hecho de que durante la ocupación española las ordenes monásticas quisieron
asociar a la virgen maría con las montañas sagradas que adoraban los aborígenes.
Es notable en esta sala como la composición pictórica
central es triangular y evocadora de las montañas sagradas incaicas. A un nivel
denotativo vemos la representación al óleo de un personaje católico, pero a lo
que se rinde culto en la obra es al sitio sagrado natural como en “La virgen cerro” un óleo de factura
anónima pintado hacia 1720 o la “Virgen de la
Candelaria” un óleo también de autor anónimo realizado en La Paz en el
siglo XVII. O la “Virgen del rosario de Pomata”, otra obra anónima de 1680. El
personaje y su atuendo en la composición representan una y otra vez la flora
andina, los motivos y colorido del altiplano y la estructura piramidal de los
cerros.
La historiadora de arte estadounidense, Stella Nair,
que se ha especializado en la cultura de Tiahuanaco afirma que en las tierras
del altiplano al sur de los andes ciertas montañas fueron identificadas por los
indígenas como “Apus” es decir
lugares marcados como sagrados y de veneración. Adicionalmente, los picos de
las montañas y las salientes rocosas llamadas “Huacas” se convirtieron en sitios de devoción privada, peregrinajes
masivos y sacrificios de animales. Estos espacios son, aún hoy, considerados
expresiones de la madre tierra, la Pachamama,
revelando la asociación andina de lo femenino sagrado con una montaña
venerada.
Sin embargo, esta asociación no está directamente
mapeada sobre la iconografía cristiana. Como han dejado claro, los
historiadores de la religión en las Américas, las ideas y prácticas de lo
sagrado raramente son directas o fácilmente transferibles.
En otras palabras, la
transferencia de los significados espirituales de la liturgia católica no fue exitosa,
a pesar de que las obras por encargo desarrolladas por los gremios de pintores
nativos fueran rígidamente impuestas bajo cánones europeos.
Como evidencian las
sucesivas salas del guión museográfico adoptado en La Paz, la iconografía
basada tanto en tradiciones católicas y contenidos bíblicos fueron medios de
dominación cultural y validación de la superioridad de los colonizadores sobre
los aborígenes locales.
Así por ejemplo en la
sala titulada “Imágenes de Poder” sobre Tata Santiago y Tata Illapa se
presenta entre otros personajes al
apóstol Santiago como un aguerrido opresor del pueblo indígena, un mataindios,
o el misterio del Corpus Christi, cuerpo de Cristo, en la sala “De
los mallquis a los santos”, para ilustrar la sustitución mediante representaciones
pictóricas del cuerpo de cristo y procesiones asociadas al santo sacramento y
los santos, de la veneración local de las momias de
antepasados incas.
ESCUELA DE COPISTAS SINCRÉTICOS
Como hemos explicado con
anterioridad en Ars Kriterion E-Zine, el término sincretismo tiende histórica y conceptualmente a
facilitar la coexistencia y la unidad entre diferentes culturas y visiones del
mundo
(lo que hoy se conoce como
competencia intercultural), un factor que sigue siendo recomendado a los
gobernantes de comunidades multiétnicas.
La intención de los
representantes de la iglesia católica era hacer catequesis y evangelismo a
través de las representaciones pictóricas, pero la cultura no se construyó
sobre las creencias importadas sino sobre su propio legado. Ese fue realmente
el acomodamiento y la resistencia de los nativos en las artes visuales desde la
colonia.
Los artesanos indígenas
sustituyeron gradualmente a los artistas foráneos dominando la copia de
originales en medios como el grabado y las pinturas. Esta práctica de larga
data en la historia europea se volvió común en el nuevo mundo durante la
colonia. Los patrones españoles,
religiosos y políticos, fomentaban el uso de grabados y pinturas como modelos
de los cuales copiar parcial o enteramente.
Los misioneros en particular
usaban más los grabados porque eran fáciles de transportar y podían emplearlos
en su labor misioneras o instrucción religiosa, y la oportunidad abierta para
la evangelización cristiana incrementó exponencialmente la demanda de grabados.
Las autoridades religiosas en el nuevo
mundo creían que la práctica de copiar grabados capacitaba a los artistas
locales en el aprendizaje de la iconografía tradicional y adopción de los
modelos europeos de representación que se esperaban en las sagradas imágenes de
fe católica romana.
Esto daba seguridad adicional a
los patrones de que los artistas comprendían el resultado deseado del trabajo
comisionado. Sin embargo, como ya explicamos, esta transferencia fracasó porque
los pintores indígenas locales respetaban, pero reinterpretaban o, incluso efectivamente, rechazaban el original europeo para seguir su propia voz de acento
prehispánico. Basta ver la “Virgen de Belén”,
un óleo del siglo XVIII de autor anónimo para comprobar la narrativa local en
contrapunto con la importada.
Mediante un proceso de mímesis
particular derivado de este encuentro colonial, los artistas indígenas
copiaban, pero no replicaban completamente los originales. Así los modelos
europeos gradualmente se volvieron andinos.
En el trazado transhistórico que se fomenta en cada
sala sujeta al guion museográfico, lo sincrético merca para dar espacio en la
modernidad artística boliviana a representaciones que carecen de su intensidad
formal y conceptual, incapaces por razones de contexto de mostrar o aproximarse
a la fuerza telúrica de los artistas indígenas precolombinos, e incluso
coloniales.
Basta comparar la representación
de la virgen en la pintura colonial y compararla con las más distantes e
intelectuales versiones de pintores como Arturo Borda en su óleo sobre cartón
de 1947 sobre la “Virgen de Copacabana”,
patrona de Bolivia, y el óleo sobre tela de 1943 sobre el mismo personaje de
Jorge de la Reza.
Izq. "Virgen de Copacabana", 1944. Óleo/tela. Jorge de la Reza y a la
Der. "Virgen de Belén", S. XVIII. Óleo/tela. Anónimo. Foto: Juan C. Flores Zúñiga
MAGIA MODERNA
Aunque nos ocuparemos en una
próxima crítica de la modernidad, posmodernidad y contemporaneidad en el arte
boliviano del siglo XX y XXI, que forman también parte del guión del Museo
Nacional de Arte, es importante hacer notar cuánto deben al concepto de la
“magia moderna”. Este término acuñado por
el artista Paul Klee a partir de 1914, por sus estudios de culturas ancestrales, fomentó el arte primitivo y antiguo como fuente de inspiración para el arte moderno.
Klee intelectualizó su
acercamiento al legado artístico del pasado, pero produjo obras que evocaban
fantasías con base en las formas atávicas y primitivos de las culturas del
norte de África, entre otras regiones que visitó. Klee resumió su posición declarando que “el arte en su sentido más elevado” trata
con un “último misterio que se esconde
detrás de la ambigüedad que la luz del intelecto falla miserablemente en
penetrar”.
El guión del Museo Nacional de
Arte de Bolivia no sólo afirma una perspectiva ideológica sobre la resistencia
cultural a la ocupación española basada en un importante acervo precolombino,
colonial y moderno, que confronta mediante una museografía transhistórica sino
que, también, abre sin tal vez saberlo una discusión más importante sobre el
dilema del artista que ha sido enunciado por Klee.
Hemos tratado desde el comienzo
de la ilustración en el siglo XVII de explicar todo a través del intelecto y la
ciencia. En la era precolombina andina y
en el período colonial hasta avanzado el siglo XIX el último misterio se
refería al alma, a la dimensión metafísica o espiritual de la existencia.
Cada artefacto incaico, e incluso las obras sincréticas de la colonia, en esta muestra, hablan de una relación espiritual íntima y diaria con entidades malignas y benignas en tres dimensiones cósmicas. Los árboles, las aguas, el viento, y principalmente las piedras y montañas eran sagrados porque estaban relacionados con la comunión del alma con la naturaleza y sus fuerzas.
Cada artefacto incaico, e incluso las obras sincréticas de la colonia, en esta muestra, hablan de una relación espiritual íntima y diaria con entidades malignas y benignas en tres dimensiones cósmicas. Los árboles, las aguas, el viento, y principalmente las piedras y montañas eran sagrados porque estaban relacionados con la comunión del alma con la naturaleza y sus fuerzas.
Pero muchas de las expresiones
del arte moderno y posmoderno que se han nutrido por más de un siglo del estudio
de la herencia cultural andina han sido cómplices intelectuales del despojo del
alma de sus compañeros de viaje.
Cuando abandonamos el sistema de
creencias que sustenta el arte del pasado que decimos admirar y pretendemos rescatar
para “recuperar la identidad” nuestro
ejercicio pierde integridad, porque es meramente intelectual. En el fondo dejamos de creer que el misterio
del espíritu existió alguna vez.
El arte es uno de los pocos
lugares que quedan en la sociedad actual para encontrar evidencia de ese
misterio. Una de las lecciones de esta muestra es el triunfo de la curaduría
intelectual sobre la creatividad y el espíritu del arte.
El guión actual ha sido diseñado no
para ver lo que es, sino lo que se nos dice que debe ser, desde una agenda
particular. Habrá que esperar a la siguiente propuesta que está planeando la
dirección del MNA para fines del presente año, para establecer si el concepto museográfico redundará o no en las mismas falencias.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
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