"EXTRAÑA INFANCIA" EN EL MAC: Inocencia Perdida
Exhibición “Extraña Infancia”. Más de 100 obras en pintura al óleo, acrílico
y técnica mixta, dibujo, grabado, escultura e ilustración gráfica. Museo de
Arte Costarricense, San José, Costa
Rica. Del
17 marzo al 30 de julio, de 2019, de martes a domingo.
LECTURAS Y PUNTOS DE PARTIDA
En ambos casos no hablamos solo de realismo, ya que es patente al observador atento que la obra afirma valores positivos con respecto al modo de vida campesino que fomenta la idealización del contexto rural costarricense.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
Un viernes de
mayo de 1986, al atardecer, me encontraba conversando sobre su vida y obra con el grabador Francisco
Amighetti en su estudio-hogar de la Paulina, en San Pedro de Montes de Oca, mientras compartíamos un whisky JB y pejibayes con mayonesa. Por
espacio de dos años “Don Paco” había compartido libremente su experiencia y
carrera artística conmigo advirtiéndome de tanto en tanto, que lo que
escribiera sobre la intimidad de sus recuerdos podría ser compartido solo hasta
después de su muerte.
Las tardes al
lado de aquella emblemática ventana del segundo piso de su residencia eran iluminadoras
pero sombrías, porque la melancolía y cierto temor se apoderaba de él al caer
la tarde y necesitaba compañía para procesar “catárticamente” sus
recuerdos.
“Yo soy la historia del arte de este país,
y cuando muera se acabará la historia viva del arte costarricense”, solía
repetir con una arrogancia que no se ajustaba a su personalidad diaria. Y luego agregaba ante mi sorprendida mirada, “Cuando
uno envejece le pesa la verdad de los recuerdos que solo podrá compartir poéticamente en un haiku”.
Hoy en día,
efectivamente, la historia del arte es escrita, mayormente, por personas que no
tuvieron la oportunidad de conocer íntimamente el pensamiento, las experiencias
vitales y el proceso creativo de los principales actores de la plástica
nacional de la primera mitad del siglo XX.
Lo que a menudo
se hace en catálogos, libros, comentarios y conferencias son “reconstrucciones históricas”
que cuentan más como aproximaciones sociológicas, psicológicas, e incluso
intuitivas que históricas y críticas.
Los recuerdos asociados
a su niñez atemorizaban a “Don Paco” pasados los ochentas. No le
preocupaba tanto como sería recordado, pero le pesaba todo lo que conocía por
experiencia propia del contexto cultural y artístico que le tocó vivir como parte
y testigo. Y esos recuerdos tristes y negativos,
fijados tempranamente en su memoria, fueron la materia prima de su expresión
plástica desde que empezó a dibujar en los treintas.
Otros artistas ya
fenecidos, como Juan Manuel Sánchez, Dinorah Bolandi, Emilia Prieto, Ricardo
Ulloa Barrenechea, Luisa González Feo, Manuel de la Cruz González, Carmen
Santos, Alberto Berrocal, Edwin Cantillo, Cesar Valverde, Rafa Fernández, y
Magda Santonastacio, entre otros, que conocí personalmente, desde el inicio de mi carrera como crítico de arte en 1977,
en el Semanario Universidad, en sus dimensiones públicas y privadas, fijaron a menudo la residencia de su expresión en
los episodios de una infancia con frecuencia marcada por el abandono, el abuso,
la incomprensión y la negación.
Vista de la sala inicial de la muestra "Extraña Infancia", MAC. Foto: Juan C. Flores Zúñiga
CRECIMIENTO EN
MEDIO DEL ABUSO
En nuestro medio, los niños que
luego se convierten en artistas cuando se transforman en adultos, han debido enfrentar un proceso de maduración forzada indistintamente de
su origen socioeconómico y cultural.
No olvidemos que,
en Costa Rica de cada 100 casos de violencia doméstica relacionados con niños,
15 califican como abuso sexual y cerca de 12 como golpizas. (Fuente: Hospital Nacional de Niños, 30.8.18).
Cinco niños
diariamente llegan a los centros médicos víctimas de violencia. Por otra parte,
la mayoría de los casos de maltrato infantil ocurren en los hogares. El 9-1-1
recibe 44 mil denuncias por maltrato infantil por año. (Fuente: PANI,
11.8.2017) Y estos son solo datos de un
subregistro, ya que se basa en los casos que se reportan, no los que realmente
ocurren.
La historia personal
de cada artista que he tenido la oportunidad de conocer de cerca, con sus
carencias emocionales e inseguridades, ha sido sublimada en muchas de las obras
que hoy son parte de colecciones privadas y estatales, y a las que rara vez
atisbamos porque su acceso y exposición pública suele ser restringida.
Cuando sus
autores crecían no había normativas legales y acciones administrativas que garantizarán su protección efectiva como niños. He escrito recientemente,
sobre el origen de la violencia contra los niños, y como se remonta a prácticas
atávicas desde el período precolombino mesoamericano. (Fuente: Ars Kriterion
E-Zine, 8.06.19).
Si sumamos a
todo ello, el rígido trato y falsas expectativas que el mundo de los adultos ha
impuesto sobre los niños y niñas a lo largo de la historia, tratándolos como “adultos
pequeños” lo que ha sido reflejado en el arte hasta avanzado el Renacimiento, comprenderemos
la importancia de examinar con una mirada crítica la producción artística local
desde el siglo XIX hasta el presente, integrada en la muestra “Extraña infancia”
del Museo de Arte Costarricense.
Bajo la
curaduría de su actual directora, Sofía Soto-Maffioli, la exhibición tiene dos
méritos indiscutibles: Primero, retomar el papel del Museo de Arte
Costarricense como responsable de “reunir y exhibir las obras más
importantes de las artes plásticas costarricenses, en forma metódica,
sistemática y constante, por medio de su colección permanente y de exhibiciones
temporales.” (Ley No 6091, Artículo No 2, del 7-10-77) y, segundo; propiciar
un espacio, con la colaboración de instituciones públicas que poseen colecciones artísticas
y coleccionistas privados, para estimular “la investigación y la divulgación
de los valores artísticos costarricenses” (Ibid).
Hemos insistido
en distintos espacios públicos, hace años, en que el objetivo terminal del
Museo de Arte Costarricense es exhibir de forma permanente “arte
costarricense”, ya que es el único espacio de referencia para investigar en
la historia del arte y avanzar la crítica profesional sobre la producción de origen
local.
UNA MUESTRA
PARA OJOS ADULTOS
Esta es una
exhibición para adultos, sobre la representación de la niñez desde dos
perspectivas principales: la percepción de la niñez a través de la historia por
parte de los artesanos y artistas residentes en el país, y el testimonio de la
niñez personal sublimado por los artistas adultos mediante el simbolismo y/o expresionismo en sus
obras.
Como he señalado
a propósito de la obra de la artista costarricense, Gioconda Rojas Howell, (Ars
Kriterion E-Zine, 22-02-19) quien inexplicablemente no fue considerada en la selección
de esta muestra, uno de los ataques tradicionales a la pintura moderna y
posmoderna ha provenido de comentaristas académicos que la han tildado de
primitiva e infantil. La frase cajonera y peyorativa ha sido “eso lo puede
pintar hasta un niño”.
En su obra “Los
elementos del dibujo” (1857) el crítico John Ruskin animaba a los artistas
a tratar de recuperar lo que llamó “la inocencia de la mirada”, para que
pudieran representar la naturaleza con la frescura y vitalidad de un infante, o
de una persona ciega que súbitamente recobró la vista.
Muchos
artistas, desde entonces, han roto con la tradición académica embarcándose en
una regresión experimental al estado de la niñez con su gracia visual.
A manera de
ejemplo, Monet y Cézanne, entre los impresionistas, buscaron intencionalmente
recrear el “episodio de Damasco” (en alusión a la explosiva experiencia
visual del apóstol Pablo como se relata en el libro de los Hechos del Nuevo
Testamento) para expresar en la pintura la idea de una explosión sensorial a
primera vista. Por ello, no debe
extrañar que Cézanne declarara en 1904 “quisiera ser como un niño”.
En las primeras
tres décadas del siglo XX el interés por la representación de la niñez y su
creatividad encontró eco en los artistas, global y localmente.
En el caso costarricense miembros de la Escuela de la Nueva Sensibilidad que lideraba Teodorico Quirós, así como experimentalistas que habían vivido la emergencia de las vanguardias en Europa como Max Jiménez Huete y Manuel de la Cruz González, buscaron “purificar” el arte mediante el retorno, a veces bucólico, al paisaje y al costumbrismo temático tanto tico-meseteño como afrocaribeño.
En Europa y luego en Norteamérica la purificación de lo que llamaban “la decadencia del arte” del siglo precedente tuvo lugar mediante el estudio de las culturas primitivas que se consideraban por entonces retrogradas en el mundo civilizado occidental desarrollado. De hecho, las culturas y sus artefactos primitivos eran considerados como crudas expresiones de la “infancia humana” y a sus creadores se los tildaba de “salvajes”.
En el caso costarricense miembros de la Escuela de la Nueva Sensibilidad que lideraba Teodorico Quirós, así como experimentalistas que habían vivido la emergencia de las vanguardias en Europa como Max Jiménez Huete y Manuel de la Cruz González, buscaron “purificar” el arte mediante el retorno, a veces bucólico, al paisaje y al costumbrismo temático tanto tico-meseteño como afrocaribeño.
En Europa y luego en Norteamérica la purificación de lo que llamaban “la decadencia del arte” del siglo precedente tuvo lugar mediante el estudio de las culturas primitivas que se consideraban por entonces retrogradas en el mundo civilizado occidental desarrollado. De hecho, las culturas y sus artefactos primitivos eran considerados como crudas expresiones de la “infancia humana” y a sus creadores se los tildaba de “salvajes”.
Expresionistas,
cubistas, futuristas y miembros de la vanguardia rusa exhibieron con frecuencia
sus obras junto al arte infantil. Los
ejemplos abundan: la obra de Oskar Kokoshka fue presentada por primera vez en
1908 junto con garabatos hechos por niños.
Alfred Stieglitz organizó cuatro exhibiciones, entre 1912 y 1916, dedicadas al arte de los niños en su legendaria galería 291 en Nueva York; y la exhibición Dada en Colonia, Alemania, incluyo garabatos infantiles al lado de los trabajos de Max Ernst y sus colegas.
Alfred Stieglitz organizó cuatro exhibiciones, entre 1912 y 1916, dedicadas al arte de los niños en su legendaria galería 291 en Nueva York; y la exhibición Dada en Colonia, Alemania, incluyo garabatos infantiles al lado de los trabajos de Max Ernst y sus colegas.
Los artistas,
sin embargo, no fueron influenciados solamente por la naturaleza “primitiva”
de las creaciones infantiles sino también por los modelos educativos
progresivos introducidos en el sistema escolar que algunos de ellos experimentaron
como niños.
De hecho, la
apreciación de patrones y formas geométricas con base en bloques o cubos
introducida por los juguetes educativos creados por Friedrich Froebel fueron
fundamentales para el desarrollo del modernismo como han reconocido Braque,
Mondrian, Kandinsky, Klee, Le Corbusier y Frank Lloyd Wright.
Algunos
artistas fueron más allá como Lionel Feininger, Piet Mondrian, Joaquín
Torres-García, Alexander Calder, Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat
confeccionando juguetes para niños que incluían en sus exhibiciones o
permitiendo a los niños hacer garabatos sobre sus obras como parte del proceso
creativo.
En el contexto
costarricense, la búsqueda de lo autóctono supuso, en muchos casos, un
rompimiento tácito con el modernismo abstracto hasta bien avanzada la primera mitad
del siglo XX. La excepción a la regla, en términos de influencia externa notoria
en el arte local, como se observa en la muestra del MAC, fue
el expresionismo que se funde, por una parte, en la evocación del pasado, y por
otra, en la crítica onírica del mundo que ha marcado existencialmente y rodea
al artista.
El principio
aquí es claro: lo real se hace más vivo, fresco y conmovedor cuando revivimos
nuestra infancia, sin importa lo dolorosa que haya sido esta. No obstante,
tanto poetas como artistas han mimado al niño como la gran fuente imaginativa y
al arte llamado “primitivo” para el caso europeo, y “nacionalista”
para el caso costarricense como el más vital e imaginativo.
"El niño", 1931. Óleo/tela. Teodorico Quirós. Foto: Orietta Oreamuno Gomez
"El niño", 1931. Óleo/tela. Teodorico Quirós. Foto: Orietta Oreamuno Gomez
LECTURAS Y PUNTOS DE PARTIDA
El guión de la
muestra ha sido diseñado en orden cronológico, y dividido en siete secciones que
cubren distintos aspectos temáticos en la historia de la representación de la niñez en el
contexto nacional.
El recorrido inicia con las obras votivas religiosas que representan a Jesús niño como la talla en madera de fines del siglo XIX sobre “el niño Jesús de Praga” de autor desconocido. Es una obra sin terminar que miniaturiza la imagen del niño, lo cual es consistente con las representaciones religiosas anteriores al siglo XV tanto en Europa como en la América colonial.
El recorrido inicia con las obras votivas religiosas que representan a Jesús niño como la talla en madera de fines del siglo XIX sobre “el niño Jesús de Praga” de autor desconocido. Es una obra sin terminar que miniaturiza la imagen del niño, lo cual es consistente con las representaciones religiosas anteriores al siglo XV tanto en Europa como en la América colonial.
Luego se mueve
a la imaginería religiosa poscolonial como la talla en madera policromada que
representa al niño Jesús y que se atribuye al taller del imaginero Lico Rodríguez.
La formación y representación
académica de pintores como Aquiles Bigot, Enrique Echandi y Filippo Indoni
dominan la escena artística en el género del retrato en la segunda mitad del
siglo XIX. Sin excepción se trata de imágenes
idealizadas que revelan tanto un estatus socioeconómico alto como una aproximación
romántica hacia quienes viven en condiciones opuestas del espectro social. Están
ajustadas a las expectativas de grupos dominantes. No obstante, las figuras revelan
posturas rígidas que desafían la lógica del comportamiento infantil normal en
escenas cuyo trasfondo es teatral.
La realidad de
los grupos marginales, particularmente los niños desamparados, y los que se
veían obligados a trabajar tempranamente para ayudar con el sustento familiar es
también representada por los artistas, pero con una tónica diferente según se
trate de artistas foráneos residiendo en Costa Rica o nativos que, en algunos
casos, experimentaron estas penurias directamente.
Los primeros
tratan de suscitar compasión por la miseria en sus representaciones sin
profundizar en la crítica social.
Los segundos se
mueven en dos vertientes: la exposición explícita de las condiciones de los
niños viviendo bajo la miseria como es el caso de los dibujos con línea limpia
y simple de Juan Manuel Sánchez, en tinta sobre papel, y los que romantizan la
vida del niño pobre en entornos bucólicos evocando despreocupación, como en el
óleo de 1931 pintado por Teodorico Quirós sobre un niño campesino.
Otro tanto
ocurre con “Manuel con gallos”, óleo de 1930 de Francisco Zúñiga, que también
transmite bajo una luz favorable la labor de un niño ocupado en labores propias
del campo.
En ambos casos no hablamos solo de realismo, ya que es patente al observador atento que la obra afirma valores positivos con respecto al modo de vida campesino que fomenta la idealización del contexto rural costarricense.
Otro ejemplo,
desde una perspectiva academicista es la obra “Domingueando”, un óleo de
1943 de Tomás Povedano que convierte el incómodo viaje en carreta típica, para el
que lo haya vivido de primera mano, en toda una festividad para el conjunto de
familiares y amigos que transitan por un incómodo e improvisado sendero rural.
Ciertamente,
como promueve el guión museográfico, la educación se convirtió en un “movilizador
social” a partir de la promulgación de reformas legales y constitucionales
que crean la obligatoriedad de la educación primaria costeada por el Estado,
pero a pesar de su valor cívico la educación no logra desterrar las malas
prácticas en la crianza y socialización de los niños.
Las medidas
progresistas en materia educativa fomentan un modelo lineal de formación que perpetúa
el autoritarismo ya existente en los hogares. Los artistas costarricenses pasarán
en la mayoría de los casos por la educación formal, tanto elemental como
superior, pero luego se verán obligados a “desaprender” para intentar recobrar
la creatividad que en primer lugar los llevó a las aulas.
La obra al óleo
de Luisa González Feo de 1935 retratando a su hijo Guido Sáenz a los seis años ilustra
este punto. Doña Luisa pide a su maestro Teodorico Quirós que tutele el
desarrollo artístico de su hijo. No obstante, la educación formal se vuelve un requisito
de inclusión sociocultural, pero, a la vez, un impedimento cuando se trata de innovar
creativamente.
"El pintorcito", 1935. Óleo/tela. Luis González Feo. Foto: Juan C. Flores Zuñiga
RETOMA
SIMBOLISTA
Las restantes
secciones de la muestra evidencian las variaciones temáticas y técnicas en la
representación de los niños y su niñez, ajena a la investigación modernista del
libre proceso creativo del niño, para enfocarse mayormente en metáforas de la
existencia infantil intercalando distintos tipos de simbolismo, bastante
personales, sobre lo que es ser niño desde la perspectiva de adultos que se
expresan por medios artísticos.
No debe
sorprender, que el agotamiento del llamado arte contemporáneo, haya llevado a ciertos
artistas a retomar en la pintura el simbolismo, un estilo de tipo fantástico y
onírico que tuvo lugar como reacción al naturalismo realista y al
impresionista, a principios del siglo XX, frente a cuya “objetividad” y
descripción de la realidad respondieron con la subjetividad y la manifestación
de lo oculto y lo irracional; frente a la representación, la evocación o la
sugerencia, de ahí la intencionalidad que se expresa mediante la metáfora.
Es este el
simbolismo que permea la propuesta de la joven y técnicamente talentosa pintora
Sofía Ruiz Ugalde que exhibe su óleo y tinta sobre tela del 2017,
“Conejo Blanco” de su serie “Black Forest” y su obra titulada “Palidez”
de su serie “fricciones” del 2014.
La obra de
estilo simbolista enfatiza el mundo de los sueños y el misticismo, así como también, diversos aspectos de la contracultura y la marginalidad, como el esoterismo, el
misticismo, el terror, la muerte, el pecado, el sexo e, incluso la perversión.
La pieza al
óleo “Pintura para una incertidumbre blanca” realizada en 1970 por Jorge
Manuel Vargas es notable por su exploración del inconsciente a partir de una
representación figurativa que evoca la meditación esotérica.
Indistintamente
de si conocemos la historia personal del artista, que a menudo está encubierta
por la negación, es notorio que los hechos de la niñez en particular, y de la vida,
en general, provocan que el artista gane una perspectiva, a veces pesimista y otras veces
evasiva como actitud existencial.
"Palidez", serie "Fricciones", 2014. Óleo, acrílico y papel. Sofía Ruiz. Foto: Juan C. Flores Zúñiga
EL IMPACTO TRANSVERSAL
DE AMIGHETTI
En el contexto
de la muestra, el aporte medular, sin negar por ello el mérito de la curaduría, al crear una lectura cronológica con apoyos didácticos como ilustraciones de
libros, fotografías y memorabilia, son las obras en pintura al óleo y grabado
en madera de Francisco Amighetti Ruiz.
No solo está sobrerrepresentado
en la muestra, con trece piezas (cuatro pinturas al óleo, seis grabados, un dibujo,
además de las ilustraciones de dos de sus libros de gráficas y poemas más
conocidos), sino que también, es uno de los pocos seleccionados que testimonia con
transparencia el problema de fondo sobre la representación de los episodios de
la niñez que marcan la existencia del artista y al observador por igual: la
inocencia perdida.
Ninguna lectura
puede obviar el impacto transversal de las obras de Amighetti incluidas en “Extraña
infancia”, once años después de su muerte.
Las piezas exhibidas representan un período que va de 1936 a 1982.
Vemos la
progresión consistente de Amighetti hacia un estilo personal, definido aquí como
lenguaje formal, cerrado y definido, aplicado a una individualidad creadora que
en su caso debe admitirse como ligado a un medio determinado de creación, en
este caso, el grabado en madera, tanto en blanco y negro como en color, en el
que logró conciliar idóneamente, sus pretensiones iniciales como pintor con sus
reales posibilidades de concreción como xilógrafo, dentro de un concepto
plástico expresionista.
He manifestado
antes mis preferencias por sus grabados en blanco y negro, por ser lo más
fecundos, como testimonio de su sensibilidad en la figuración. Pero Amighetti prefirió
el color por razones estilísticas y personales.
Lo vemos claramente en “Discordia roja”, obra de 1969, donde el autor como en muchas de sus obras participa como el niño que observa atentamente de espaldas al espectador en los margenes, el rojo estertor de la violencia protagonizada por adultos.
Lo vemos claramente en “Discordia roja”, obra de 1969, donde el autor como en muchas de sus obras participa como el niño que observa atentamente de espaldas al espectador en los margenes, el rojo estertor de la violencia protagonizada por adultos.
En sus
cromoxilografías gana el frontalismo, explorado ya en su pintura al óleo que
practicó hasta fines del decenio del 50 y que estuvo centrada como apunta la
muestra en grupos familiares y retratos. Al interpretarlo ahora, profundiza la
expresión del contenido dramático o tragicómico, como se evidencia en su óleo “sin
título” y sin fecha, de cerca de los cuarentas, sobre una familia campesina.
Amighetti
recupera en ese quehacer el concepto unitario del grabado: conjunción en una
personalidad, del dibujante y el artesano grabador; tradición interrumpida
durante casi tres siglos, después del declive de la xilografía realizada por
los gremios artesanales, en el siglo XVI.
Esto es cierto,
sobre todo, en sus obras monocromáticas. Una en particular destaca en la
muestra, la xilografía que ilustra su libro “Francisco en Costa Rica”
publicado en 1966. Nuevamente aquí encarna al niño
dibujando con un tizón en la oscuridad de la que parece su casa de infancia en
Cartago.
No olvidemos
que Amighetti, en su comunión conceptual con el expresionismo alemán del grupo
“Die Brücke” (El Puente), opta por el grabado en madera, por estar
ligada su práctica a la superficie, a la materia misma.
Su mundo se
expresa por medio del color, principalmente el negro, y la textura, que
participa como testimoniador del recuerdo que él mismo encarna, temáticamente,
en distintas obras expuestas. Ejemplos, el niño de la parte inferior de “La
gran ventana” (1981) o el de “La Iglesia de la Soledad” (1985). O en
el caso de la presente muestra su cromoxilografía de 1969 “El niño y la nube”.
"El niño y la nube", 1969. Cromoxilografía, Francisco Amighetti. Foto: Juan C. Flores Zuñiga
EL NIÑO VIEJO
El niño, en su
caso el “niño viejo”, es una constante que posiblemente lo exhibe como
protagonista, como el acusador que tratamos de negar en nosotros: ese ser profundamente
perceptivo, que vive enriqueciéndose por la experiencia y puede ser cósmico,
desafiante, agresivo, irónico y poético.
Explota, no obstante,
la mirada desafiante del niño contra un felino en su grabado de 1969 “Conflicto entre gato y niño”. Esta pieza, en
particular, es consistente con una de las características de su vida y obra.
Me refiero a un comportamiento constante pasivo-agresivo, no necesariamente hostil, que unas veces reclama del espectador atención hacia el pasado que recuerda con emoción; otras, hacia la malignidad naturalmente humana pero sublimada en fábulas y mitos; y algunas veces, como crítica onírica del entorno sociocultural cuyas realidades conoce.
Me refiero a un comportamiento constante pasivo-agresivo, no necesariamente hostil, que unas veces reclama del espectador atención hacia el pasado que recuerda con emoción; otras, hacia la malignidad naturalmente humana pero sublimada en fábulas y mitos; y algunas veces, como crítica onírica del entorno sociocultural cuyas realidades conoce.
Todo ello,
además; se comunica mediante una sencillez de composición y concepto dominado
por una directriz sensible, revelada en la continua evocación nostálgica. Sin recurrir a complicados temas, colores,
formas y conceptos, nos ha legado una obra de enorme consistencia.
Ya sea que el
artista responda o no a las normas socioculturales imperantes a lo largo de la
historia costarricense, es un hecho que la fascinación por la representación
del niño y la niñez indistintamente del estilo es una moneda de dos caras: en
una cara tenemos al adulto observando y describiendo con distancia e, incluso, negación,
y en la otra transfiriendo encontradas emociones sobre lo que recuerda, directa o indirectamente, de una niñez que lo ha marcado psicológicamente.
Todo producto
artístico es al final una sublimación de lo que localmente consideramos “extraña
infancia”, pero que en realidad es el fruto de un rito de iniciación que
conceptualmente designa un conjunto específico de actividades que simbolizan y
marcan la transición de un estado a otro en la vida de una persona.
Para
nuestros efectos, el rito de pasar de la infancia a la madurez artística, con la
inevitable nostalgia que esto acarrea a las pretensiones del artista, que el
poeta y crítico Charles Baudelaire explicó en 1863: “el genio es ni más ni menos que la niñez recobrada
voluntariamente”
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
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