HISTORIOGRAFÍA MADC: Entre crisoles y rigores

Exposición de nueva revisión de la Colección del MADC. Colectiva de pintura, técnica mixta, instalación, ensamble, y otros medios. Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), Salas 1, 2 y 3. San José, Costa Rica. Del 13 de junio al 24 de agosto de 2019, de lunes a sábado.

La nueva revisión a la colección del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), la cual, según datos de esta institución cultural, cuenta con más de 750 obras ha tenido lugar en el marco de sus 25 años de creación, y al término de la gestión del equipo de Fiorella Resenterra como directora. 

Cuando se abrieron las puertas del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) en 1994, una de las preguntas frecuentes para el equipo de Virginia Pérez-Ratton y Rolando Castellón, era cómo abrir un museo -y visto que hoy es sugestivo hablar de números y ecuaciones-, partiendo de cero. 

Sin embargo, el cero, en la cultura Maya que pobló el norte de Mesoamérica y cuya influencia sobre nosotros es considerable, no es un insondable vacío sino fuente que desborda inagotables y actuales percepciones de perfección y armonía.

En aquellos liminares la nueva institución cultural carecía de Ley constitutiva, tampoco tenía una colección, ni presupuesto para guarnecer esos registros y fondos museísticos, tan solo estaban las paredes de una escenografía cuyo espacio impele a reparar, reconstruir, reinventar todo desde “cero”.

La palabra, reinventar, en aquel contexto, era poderosa, en tanto mostrar el arte que colecciona el museo en una actualidad tan cambiante como la que vivimos, necesita tener miradas, senderos, aproximaciones, diálogos, con cada exposición. Cuestiono por qué se le considera “permanente”, pues, el arte contemporáneo se transforma todos los días.

En la nota de prensa del evento actual cuya curaduría estuvo a cargo de Marga Sequeira Cabrera, y Daniel Soto Morúa, se anota: "La exposición se diseñó con una selección de las obras que más veces han sido expuestas dentro de revisiones de la Colección permanente, las cuales dialogan con otras adquiridas en los últimos 10 años, bajo la dirección de Fiorella Resenterra. Esto permitió mostrar obras adquiridas a lo largo de la existencia del Museo: los primeros años, centradas en lo pictórico y lo moderno, hasta las más recientes que incluyen formatos audiovisuales e instalativos". 


Colección del MADC. Foto: Luis Fernando Quirós

MEMORIAS DE LO EXHIBIDO

Recuerdo muestras como “Miradas a la Colección”, “Senderos de la colección”, ésta última montada para los 10 años de fundación del MADC, curada por Ernesto Calvo, quien, para esa oportunidad comentó: “Un clásico dicho sentencia que “todos los caminos conducen a Roma. Cuestionando esa afirmación que solo permite arribar a un lugar único, preciso, el célebre escritor Jorge Luis Borges, escribió un relato, “El jardín de los senderos que se bifurcan”, que desde ciertos preceptos de la sabiduría y la tradición orientales, deja abierta la posibilidad de infinitos caminos y realidades paralelas”.

Para los quince años del MADC se mostró “Diálogos y Correspondencias”, 2009, curada por Virginia Pérez-Rattón, quien acotó: “Realizar una curaduría para un evento celebratorio reviste más un carácter reflexivo, es más una lectura que una propuesta temática, apta para otro tipo de momento. Mi selección, sin embargo, además de presentar algunas de las muchas obras relevantes que existen en la colección, y que dan testimonio de ese recorrido, intenta establecer cierto tipo de diálogo entre ellas, mediante correspondencias que crean puntos de tensión o distensión entre unas y otras.”

En 2013, María José Chavarría (una de las curadoras durante la gestión de Resenterra) abordo “Aproximaciones al espacio, y en una nota de Fernando Chaves del periódico La Nación, 3 de Agosto 2013, comentó: “El reto es cómo generar un guión que no sea cronológico, ni que intente mostrar la historia del arte centroamericano”, señala además que: “Deseamos mostrar obras que permitan acercarse a ver cuáles han sido las tendencias y lenguajes del arte contemporáneo en Centroamérica y el mundo, y exhibir las adquisiciones de la colección”.

"Silencio Espinozo", 1997. Ensamble. Pedro Arrieta. Foto: Luis Fernando Quirós

PERENNE DISYUNTIVA

Al equipo fundador en 1994, se le presentó la paradoja de colectar arte contemporáneo, que muchas veces se manifiesta como efímero, además de lo difuso del término, pues contemporáneo es una noción temporal que se transforma todos los días, y en tanto existan ojeadas puestas en ese fondo artístico, sus percepciones o modos de exponerse pueden cambiar.

Sin embargo, se comenzó a considerar muchas piezas que empezaron a mostrarse y a conformar las visiones del museo, algunas que obedecían a donaciones de artistas y/o diseñadores, o porque algunas propuestas ofrecieron remanentes materiales y conceptuales con su propia carga de sentido. Otras obras de la colección fueron adquiridas con presupuesto del Estado o por donaciones de la empresa privada, como fue el caso debido a la carencia presupuestaria al inicio.

El interés por adquirir piezas paradigmáticas para el nuevo museo, llevó a considerar objetos que, aunque no estuvieran en la colección, registradas con una ficha específica, conforman la memoria de lo que ahí cuece. Recuerdo, por ejemplo, unos troncos quemados y renegridos, remanentes de la instalación “Estética de la destrucción”, 1994, de Otto Apuy, montada en la Pila de la Melaza para la inauguración del museo, y que han servido incluso como soportes para propuestas de otros artistas. 

Viene a mente la muestra de Fabián Bonilla Moreira exhibida en la Sala 1.1, “Un espacio invadido”, curada por Adriana Collado, mayo-julio 2016, con cerámicas que eran soportadas por esos renegridos tizones que recordaban la conflagración del bosque Bambudal, Guanacaste. Es una interacción interesante que debería registrarse como memoria.


Dos piezas de la colección del MADC. Foto: Luis Fernando Quirós

(A+D)*25=Ag

Esta mirada a la colección en 2019 es singular, en tanto obedece a una metáfora de la actualidad, que juguetea con lo especulado por una fórmula o ecuación, observa las estadísticas de las tantas veces que ha sido mostrada cada pieza expuestas en estos veinticinco años del MADC. No atañe a valorarla, pues esa labor de la curaduría tocó al ser ingresada cada pieza a la colección, aprobada por la dirección y la misma Junta de Curadores del Museo.

Pero, y yo me pregunto: ¿No tendría mayor interés mostrar, lo poco que se exhiben obras que permanecen escondidas bajo las sombras y humedad del acopio, retenidas o secuestradas por las mismas intenciones de la curaduría? Insisto: ¿Sí la labor de investigación del o la curadora, sea un ejercicio de palimpsesto, removiendo el polvo de cientos de capas de la territorialidad de lo contemporáneo, de un museo influyente en el contexto centroamericano y caribeño? 

No se trata solo de especular con lo dictado por los numerales, tan criticado hoy en día por ser tácticas filibusteras y hegemónicas del mercado globalizado, y que impulsan tantos desplazamientos y migraciones de las comunidades centroamericanas buscando otras realidades menos adversas.

Cada vez que se trae a la luz lo colectado por el museo, es una oportunidad que vibra por volver a ver piezas paradigmáticas, no solo del arte regional, sino mundial: Saber qué se hicieron, si están destruidas, fueron restauradas, dar mayores datos a esos numerales que intrigan en tanto son abstracciones o juegos curatoriales pero que requieren mayor sustentación teórica.

Recuerdo, por ejemplo, la pieza Quemaduras Solares”, 1995, del norteamericano Charles Ross; o “Luce”, 1996, del italiano Claudio Parmiggiani; ambas piezas emblemáticas del museo. ¿Dónde están hoy y en qué condición? 

En la muestra “Súper Moderno” del desaparecido Joaquín Rodríguez del Paso, fue sensible la falta de Una vez al año no hace daño”, 1996, exhibida en el evento “Container 96”, realizado en Copenhague, en el cual participaron destacados artistas como Tacita Dean (Inglaterra), Leonardo Drew (EEUU), o la brasileña Adrianna Varejao. Fue una pieza que, siendo parte de la colección del MADC, no estuvo presente en esa importante retrospectiva, y la respuesta de la curadora de ese momento fue que el museo no tenía presupuestado recursos para restaurarla. 


"geMac", S.F. Madera y metal. Franklin Hernandez. Foto: Luis Fernando Quirós

Una de las piezas que entraron en la colección de diseño, fue la silla “Geme (geMac)” de Franklin Hernández, la cual fue parte del corpus expositivo en la década de los noventa, con el título de la silla “manicero” en tanto era una reinterpretación postmoderna de un objeto romano, y pasó a conformar esta colección. Lo explico, pues me tocó curar esa muestra, y la pieza fue creada en un curso de la Escuela de Ingeniería en Diseño Industrial del Instituto Tecnológico de Costa Rica, del cual Hernández es profesor, teórico e investigador. 

El objeto en cuestión fue diseñado por uno de sus alumnos, Fernando Navarrete, pero Hernández, establece que los productos emergidos de la dinámica de sus cursos él tiene autoría, sin embargo, para detallar la historia del diseño en Costa Rica importaría que el diseñador Navarrete tenga créditos y aparezca con su profesor en las respectivas fichas.

"Inversión histórica", 2009. Instalación y técnica mixta. Sila Chanto. Foto: Luis Fernando Quirós

ATISBANDO AL PASADO

La posibilidad de volver a ver piezas y considerar si siguen aportando e impactando al arte y el diseño en el país, poseen la suficiente motivación para ser consideradas. Esto es cierto, algunas que ya parecían borrosas en nuestra memoria de adeptos al museo, se desvanecieron por completo. 

Otras, las resentimos, aún así no se trata de dar cabida al pueril deseo de rebuscar su permanencia, pues quienes tienen la última palabra es el equipo de curadores. Reviven nuevos intereses potenciados por las prácticas contemporáneas, así como crecen o acrecientan en nosotros en tanto somos sujetos de aprendizaje, y ejercer influencia en nuestra conciencia crítica. 

Me refiero a piezas que experimente emocionalidad volver a verlas, como las camisas de Luis González Palma; aquella pintura de Emilia Villegas, las dos fotografías de Roberto Guerrero, algunas pinturas de Mario Maffioli, los constructos lúdicos en cartón corrugado de Roberto Lizano, las bestias de Manuel Zumbado, las collages-pinturas de los inicios de Priscilla Monge, las pinturas e instalaciones de Pedro Arrieta, entre otros.

Si en el anterior comentario a la muestra “Este paisaje si lo puedo entender”, titulado “Neo-Paisajismo en el MADC: Fieras y Cajitas Feliz”, de mayo de 2019, critiqué aspectos puntuales de curaduría y museografía, en esta fueron muy bien articulados, y la muestra se presenta impecable, depuradísima.
(https://arskriterion.blogspot.com/2019/05/neo-paisajismo-en-el-madc-fieras-y.html)

O sea, no puedo cuestionar obras que ya pasaron por crisoles y rigores a lo largo de esa historia reciente del MADC, veinticinco años pueden ser muchos o pocos, para valorar lo que permanece, lo que deja huella o una sensación de oquedad.

Luis Fernando Quirós Valverde, Investigador y crítico (CCACR)

Comentarios

Marga Sequeira dijo…
Hace ya más de un mes que finalizó mi participación en el MADC como curadora y cerró precisamente con esta exposición. Sin saberlo, desde el año pasado comencé a trabajar en ella, realizando una parte de la investigación curatorial: Daniel y Adriana querían saber cuáles eran las obras de la Colección que estaban vinculadas con el imaginario del MADC, y para averiguarlo, propusieron una investigación de las exposiciones de la Colección para encontrar las obras que más veces habían sido expuestas. Finalice la investigación en Diciembre y en Febrero de este año, recibí la sorpresa, la invitación a ser parte del equipo curatorial para cerrar la administración de Fiorella. En marzo supe que iba a trabajar en la exposición de la Colección, exposición del 25 aniversario y del cierre de la administración. Y entendí lo involucrada que estaba ya en ese proceso. Un tiempo después comencé a trabajar en el guión y a buscar materiales de archivo y posteriormente a pensar el texto curatorial, para finalmente, la última semana comenzar a ver ese trabajo materializarse en un montaje.
Supongo que por todo esto estuve un poco ansiosa esperando esta crítica y sin embargo cuando salió, no me sentí con la prerrogativa de comentar algo. Un poco quizá porque mi paso por el Museo fue un proceso muy particular respecto a tiempos, y un poco también porque ya no estoy vinculada formalmente a la institución.

Sin embargo hoy siento la necesidad, las ganas, de escribir esto para agradecer que exista una crítica, y para agradecer a don Luis Fernando de manera particular este trabajo permanente de sostener un espacio para la crítica. Es fundamental que exista este diálogo, es necesario conocer otras lecturas y sobre todo, en este caso, es muy importante conocer esta lectura de alguien que estuvo en el MADC desde cero y para quien la institución es tan querida. Me encantaría poder dialogar algunas cosas, sobre todo ahora que tengo una perspectiva histórica del MADC y de su Colección.
Agradezco mucho la información sobre el diseño de la Silla Geme (la cuál desconocía), y también sus preguntas y cuestionamientos, pero sobre todo agradezco ese penúltimo párrafo, el del reconocimiento, porque a veces nos cuesta mucho reconocernos el trabajo bien hecho a nosotras mismas: "Si en el anterior comentario (...) critiqué aspectos puntuales de curaduría y museografía, en esta, [exposición] fueron muy bien articulados, y la muestra se presenta impecable, depuradísima."
Y finalmente les invito a leer y a que vayan al Museo a ver este trabajo que tiene mucho de mí.

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