PAUL CEZANNE: Orden y compulsión
Exhibición retrospectiva “Cezanne” (1839-1906). 142 obras entre 90 pinturas al óleo, 40 obras en dibujo y acuarela sobre papel y dos cuadernos completos de bocetos desarrolladas entre 1865 y 1906. Art Institute of Chicago, EUA y Tate Modern, Inglaterra. Del 15 de mayo al 5 de setiembre, de 2022, de jueves a lunes de 10 am a 5 pm.
Los artistas, como seres humanos, con
frecuencia son instrumentos capaces de descubrir objetos e ideas que armonicen
con su sensibilidad e inteligencia, aunque el resto del mundo responda
con incomprensión a sus contribuciones.
Sin embargo, cuando un artista establece comunión con el trabajo de uno de sus colegas, el vínculo que se forma puede ser tan
fuerte, que reconocen tácitamente el mérito de la indagatoria y concreción de otros –
aunque no puedan comprenderla integralmente - antes de que los curadores o el
mercado sean capaces de admitirlo, lo que sucede con demasiada frecuencia.
Ese es el significado del término
"artista del artista" (artiste de l'artiste), que se aplica a algunas
figuras en la historia del arte cuya producción posee una extraña brillantez,
innovación técnica y/o conceptual, y visión de futuro que sus colegas creativos
no pueden resistir, aunque no la entiendan.
A veces, los artistas de estos artistas
son autores reconocidos, pero, con la misma frecuencia, son talentos coetáneos aún
desconocidos e incluso rechazados cuyo momento aún no ha llegado. El francés Paul Cezanne – sin tilde por su dialecto de origen - fue definitivamente
“artista del artista”.
Durante su vida se movió zigzagueante
entre París y su nativa Provenza sin sentirse nunca realmente bienvenido o en
casa, aunque nunca se esforzó por ser aceptado en ambos entornos.
De hecho, navegó las tensiones entre la
urbe y el campo con una personalidad intencionalmente hosca, asocial, y un
dialecto regional que irritaba por igual a amigos y a detractores. Fue un artista de temperamento clásico pero con visión de futuro forcejeando
contra la progresión y regresión de movimientos artísticos del siglo XIX en cuyo contexto le tocó desarrollar la mayor
parte de sus contribuciones que nunca fueron bien recibidas tanto por la tradicional
“École des Beaux-Arts” como por el entonces radical movimiento de los
Impresionistas en el que militó sin nunca pertenecer.
Sin embargo, contemporáneos suyos como
Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Edgar Degas y Paul Gauguin reconocieron
los méritos de su indagatoria y realización plástica consagrándolo con la
reputación de “artista del artista”. Aunque el respondiera distanciándose y hasta tildándolos de "decorativos" y subjetivos.
“La más importante audiencia de la
obra de Cezanne durante su vida, incuestionablemente, fueron sus colegas
artistas.”, apunta Caitlin Haskell, una de las cuatro curadoras
responsables de la retrospectiva sobre el creador organizada en conjunto por el
Instituto de Arte de Chicago y el Tate Modern.
La muestra abierta hasta setiembre en
Chicago continuará en Londres en noviembre del presente año, con base en 142 producciones
del artista francés entre pinturas, acuarelas, y dibujos en lo que constituye
la más importante retrospectiva de su obra realizada en Norteamérica en el último
cuarto de siglo.
ESCUELA DE UNO
Aunque la mayoría de los entendidos
hablan de Cezanne como el supremo sacerdote del arte del siglo XX y conocer su
vida, quehacer y obra se ha vuelto un ritual de iniciación casi
teológica para cualquier aspirante a crítico, curador o historiador, tanto
creyentes como escépticos, afines a la historia bíblica de la creación, lo
hemos aceptado como el “génesis” del modernismo.
Por ello, es comprensible que ante su obra en general, mostrada ampliamente en la retrospectiva en Chicago, uno proceda a estudiarla, y a registrar como fue hecha, más que a intentar solo mirarla o apreciarla. Sus formas quebradas hacen lucir las representaciones de Van Gogh, Seurat y Gauguin conservadoras.
Es evidente que su obra se apartó tempranamente del rebaño artístico realista e impresionista por su expresión
áspera originada en un enfoque analítico de las formas, ajeno a la pretenciosa búsqueda de
un estilo personal. De hecho, las veces
que he podido ver su obra de primera mano, primero en Nueva York, luego en París, como ahora en Chicago, no
ha dejado de sorprenderme que su apariencia sea más un efecto que el resultado
de una realización o ejecución completa.
En la mayoría de sus obras, no estamos
ante composiciones integradas en el sentido tradicional de la representación
pictórica, sino más bien ante mosaicos de detalles que revelan separadamente
las distintas miradas directas del artista al sujeto u objeto para una misma
obra. Por ello, no extraña, aunque no fuera un revolucionario por vocación, que influyera el arte visual cambiando la práctica de la
representación de ilusiones a una consistente en agregar signos o “sensaciones”
cuya cohesión tiene lugar en la mente, en lugar del ojo del espectador.
Estas maneras de mirar y crear, con
brutal sinceridad, sus “sensaciones”, sirven para explicar como las cosas, una a una, pieza por pieza, completan en su caso la representación.
En una de sus cartas explicaba en
retrospectiva que “Pintar del natural no es copiar el objeto; es darse
cuenta de las propias sensaciones” lo que aclaró tempranamente en una
entrevista publicada por Henri-Charles Stock en 1870 “Pinto como veo, como
siento, y tengo sensaciones muy fuertes. Los demás también ven y sienten como
yo, pero no se atreven. Producen pinturas de salón. Yo, me atrevo Monsieur
Stock, me atrevo. Tengo el coraje de mis convicciones - y el que ríe al último ríe
más tiempo”.
En términos prácticos, para él la
pintura fue un ejercicio de visión pictórica en el que se aunaban para su
lectura los esfuerzos de la voluntad de sus convicciones como artista y la
comprensión del espectador.
No es que haya articulado formalmente una
teoría para explicar su indagatoria, pero si dejo claro en sus intercambios
registrados su rechazo a 500 años de ilusionismo, naturalismo y romanticismo
pictórico sustentado en el manejo del espacio con fines imitativos de la realidad con base en la perspectiva.
Habló del arte como “teoría
desarrollada y aplicada en contacto con la naturaleza” mediante “el cilindro,
la esfera, el cono, todo en la debida perspectiva, de modo que cada lado del
objeto se dirija hacia un punto central”.
Su único anhelo era registrar sin hipocresía ni artificios su experiencia lo más analíticamente posible – a menudo con base en la geometría - respetando los aspectos fácticos de sus motivos, los cuales eran recurrentes en sus composiciones, como si la representación fuera un proceso que nunca se completa totalmente.
PROGRESIÓN Y REGRESIÓN
Para comprender a Cézanne necesitamos reconocer, primeramente, que el arte difiere de otras áreas del conocimiento, como la ciencia y la filosofía en términos de progresión y regresión. Los adelantos en ciencia y filosofía suponen casi siempre una solución de continuidad hacia adelante, mientras que en el arte todo hito o perfección lograda se deteriora al progresar.
En palabras del filósofo del arte, R.G.
Collingwood, en las escuelas artísticas “la perfección lograda no educa ni
purifica el gusto de la posteridad; lo pervierte…es una ley, no de progreso,
sino de reacción. En grande o en pequeño, el equilibrio de la vida estética es permanentemente
inestable”.
Aplicado a la historia del arte
moderno, esto implica en palabras del crítico Herbert Read que “el arte moderno
comienza con un padre que hubiera repudiado y desheredado a sus hijos,
continua por accidente y errónea interpretación y solo puede mostrar cierta
coherencia a la luz de una filosofía del arte que define el arte de una manera
muy positiva y terminante”.
La filosofía a que se refiere Read es
la que define el arte como un medio de concebir el mundo visualmente mediante “una
pregunta siempre viva, formulada al mundo visible por el sentido visual” como
afirmó el teórico de arte Konrad Fiedler. No obstante, el artista es simplemente el ser
con la capacidad y el deseo de transformar su percepción visual en forma
material mediante dos acciones: una perceptiva y otra expresiva. En palabras de
Read “el artista expresa lo que percibe, percibe lo que expresa”.
PRIVILEGIADO Y MARGINAL
Una de las
paradojas en la vida de Cézanne fue que pese a su carácter crítico y temperamental gozaba de una ventaja inicial en su carrera sobre otros pintores de
su tiempo: un ingreso independiente proporcionado por el negocio bancario de su
familia y, finalmente, una gran herencia, a pesar de las objeciones iniciales
de su padre a la vida de pintor de su hijo. Por lo tanto, pudo centrarse de
manera bastante singular en su pintura y es este enfoque profundo lo que lo
hace tan significativo.
Sus formatos en general fueron los mismos con excepción de la obra "Las bañistas" y un retrato en tamaño natural de su padre leyendo un periódico, un guiño a la larga sombra que Louis-Auguste Cezanne proyectaría sobre la vida de su hijo.
Socio de un banco próspero, el papa de Cezanne era lo suficientemente rico como para proporcionar cobertura financiera a su hijo cuando lo necesitaba, lo cual sucedía con frecuencia. Eso no quiere decir que lo hizo felizmente. Louis-Auguste quería que su hijo fuera abogado, una decepción de la que nunca se recuperó por completo.
En su retrato de
1866, la expresión de Louis-Auguste es esencialmente opaca (para Cezanne, el
cuerpo siempre tendría más potencial expresivo que el rostro), pero el ceño
fruncido está claramente reflejado.
En otra pintura al óleo iniciada un año antes y terminada en 1870, titulada “Azucarero, peras y taza azul” representa a su padre de espaldas diluido en un fondo oscuro, como si estuviera posando a contraluz.
“Estoy segura de que Cezanne
nunca pudo complacer a su padre. El hecho de que mantuviera su matrimonio y su
propio hijo en secreto de su padre demuestra que no fue una relación normal.
Pero a pesar de lo doméstico que es ese retrato, con su pequeño gorro de
dormir, zuecos y todo, su padre está entronizado”, declaró Gloria
Groom, presidenta de pintura y escultura europea del Instituto de Arte y parte del equipo de curaduría
de la exposición estadounidense.
Dejando a un lado
la tensión, Groom señala que la riqueza heredada de Cezanne lo liberó para
dedicarse al arte que le interesaba, incluso si eso significaba pintar para
"una audiencia de uno". Cezanne apenas firmó y fechó sus piezas, lo
que indica que no estaba muy preocupado por encontrar un público que pagara por su obra.
Era una persona difícil e introvertida
al punto de comportarse como un asocial. Sus amigos y conocidos en París,
incluido Édouard Manet – a quien admiraba y trataba de superar - lo veían como
una especie de tosco palurdo del sur de Francia, aunque era el heredero de una
familia acomodada.
Sus primeros trabajos, a menudo torpes
y extraños, en su mayoría de los años sesenta y setenta, del siglo XIX, cuando
tenía entre veinte y treinta años, hierven con figuraciones violentas de
violación y asesinato.
Un hombre apuñala a otra persona en un camino rural. Un tipo elegante muestra sorpresa al entrar en una habitación llena de cadáveres. Las mujeres desnudas figuran como objetos de sensualidad hiperbólica, a veces entronizadas entre los lujuriosos adoradores masculinos.
Estaba claramente empeñado en llamar la atención fuera de un círculo que
incluía a su mejor amigo desde la infancia, Émile Zola, pero esto resultó
infructuoso la mayor parte de su vida, aunque su comportamiento y rechazo público lo convirtió en personaje de varias novelas y reportajes de escritores
que hallaron inspiración en su compleja jornada.
Pero, Cézanne logró sublimar sus
aparentemente ingobernables emociones transformándolas en la austera ambición de
“hacer del impresionismo algo tan sólido y duradero como el arte de los museos”,
según reconoció más tarde.
El catalizador del cambio fue Camille
Pissarro, nueve años mayor que él, quien lo instruyó en las técnicas
impresionistas y siguió siendo un amigo cercano hasta que se distanciaron por
el asunto Dreyfus, en el que Cézanne se puso pasivamente del lado de los
abiertamente antisemitas Renoir y Degas.
Pissarro fue el más sutil de los
principales impresionistas, ideando formas para dar una presencia distintiva a
cada parte de una pintura, por ejemplo, definiendo los bordes de los objetos
con la pintura que los rodeaba. Para él, un borde era un lugar donde la pintura
no se detenía, sino que solo cambiaba de color.
Cézanne, quien estaba registrado como
copista en el Museo del Louvre, abandonó gradualmente los motivos de la pintura
y la escultura clásicas que pintaba compulsivamente, así como las unidades
ficticias de Pissarro dentro del rectángulo pictórico en favor de hacer
anotaciones en lugar de reproducir la realidad observada. Por ello, sus dibujos
dejan tanto fondos en blanco como rellenos. Fue un cambio radical, despreciando
tanto la fabricada verosimilitud como la imaginación.
Su audaz independencia fue posible gracias
al aislamiento voluntario, en la finca de su familia en Aix-en-Provence, lejos
del entorno competitivo de París, donde incluso los más aventureros de sus
contemporáneos tenían que subsistir con las ventas.
Sin embargo, alcanzó cierto grado de
fama entre sus compañeros artistas y audaces coleccionistas y marchantes como Ambroise
Vollard que montó su primera exposición individual importante, lo que no
impidió que en repetidas ocasiones fuera objeto de burlas públicas. Como
indicábamos al inicio, se convirtió en “el artista del artista” pero aun
aquellos que lo admiraban no podía explicar cómo lograba producir sus obras.
La importancia de su legado empezó a
ser reconocido más allá del círculo de artistas merced a una exposición
retrospectiva en 1907, un año después de su muerte por neumonía, a la edad de
sesenta y siete años.
MITOS Y REALIDADES
El primer mito que se ha articulado sobre Cezanne es que era un artista del siglo XX atrapado en las restricciones del siglo XIX. En realidad, lo que deseaba ver era el mundo, o la parte del que podía contemplar como un objeto, sin intervención de las emociones no reguladas.
Su búsqueda
de la objetividad contradecía la mirada subjetiva de los impresionistas y de movimientos posteriores como el modernismo que
dejaban, respectivamente, a merced de sus sentidos las impresiones determinadas por factores ambientales y de perspectiva y en el otro se sumergían en el caos relativista negando la mayoría de los hitos artísticos precedentes. Pero, como amante del orden en el arte rechazaba la ambigüedad de tales enfoques superficiales para
penetrar en una realidad fáctica, no cambiante.
Por su conocimiento de los clásicos, y
familiaridad con las colecciones de los museos, el artista sabía que la objetividad
ya había sido explorada. Pero, la pretensión de representar el mundo “como
realmente es” había fracasado – aun con la ayuda de herramientas como la
perspectiva - porque en medio del hecho visual y el acto de representarlo siempre
intervenía la interpretación.
Ciertamente en el inicio de su carrera, su obra calificaba como realista y naturalista - eco visual del enfoque literario de su amigo Emile Zola e influencia de Théodore Géricault y Diego Velásquez - como se evidencia en la crudeza de su óleo sobre tela realizada entre 1867 y 1870, “El asesinato”.
En esta obra tres figuras forman un triángulo cuyos lados paralelos
son fuerzas en direcciones opuestas: el asesino levanta la mano dispuesta a dar
el golpe final mientras su colaboradora utiliza todas sus fuerzas para mantener
a raya a la víctima. El cuerpo de la víctima casi ha desaparecido. Solo su
cabeza y brazos se distinguen bajo la fuerza feroz de los dos asesinos. Los
asesinos no tienen rostro, pero el de la víctima está contorsionado por el
dolor.
Pero conforme su amistad con su entrañable amigo entra en crisis y su indagatoria progresa produce en pocos años paisajes como “La presa Francois Zola” realizada entre 1877 y 1878. Consistente con su temperamento clásico defiende la estructura a cualquier costo en esta y obras posteriores.
El estilo analítico que va afirmando se enfoca en la naturaleza de las cosas y no en las confusas y ambiguas sensaciones subjetivas del individuo. La estructura termina creando una particular estabilidad y objetividad en la imagen que se transmite a la tela. Evitaba así sacrificar la realidad en aras de aumentar la intensidad de la imagen visual.
Se refería a lo anterior cuando en una conversación con su amigo Emile
Bernard, declaró que su deseo era “cubrir a Poussin enteramente de
naturaleza…pintar un Poussin vivo al aire libre, con color y luz, en lugar de
una de esas obras creadas en el estudio, donde todo tiene el colorido pardo de
la débil luz diurna, sin reflejos del cielo”.
El segundo mito, es la tendencia a
verlo como un precursor de todas las tendencias pictóricas modernas. El artista quien murió sin sucesores fue
ciertamente un artista único, inclasificable aun hoy para entendidos, ya que su
estilo fue el mismo, y no fundó escuela, declaró un manifiesto o articuló una
teoría formalmente como hemos sostenido hasta ahora.
No obstante, el crítico e historiador italiano Lionello
Venturi “No hay nada decadente, nada abstracto, nada de arte por el arte en el
carácter y la obra de Cezanne, nada que no sea innata e indomable voluntad de
crear arte”.
Venturi no niega que el curso del arte moderno sería inconcebible sin la obra y el ejemplo de Cézanne, pero deja claro que mucha de la pretendida influencia se debe a malinterpretaciones de sus descubrimientos, en particular las aplicaciones de los cubistas.
En otras palabras, las
generaciones posteriores adoptaron superficialmente algunas de sus
contribuciones para crear sus propias distorsiones. No entendieron ni aceptaron
que Cezanne creyó hallar un nuevo camino a la verdad natural yendo más allá del
subjetivismo con el fin de transformarlo en un arte duradero. Ante el caos del
que se nutre el modernismo, Cézanne se levanta como un artista en favor del
orden en el arte y la objetividad fáctica del mundo real.
Dos mitos más se han afirmado contemporáneamente como ha señalado el crítico estadounidense Jerry Saltz “Se
ha dicho siempre que nadie ha pintado una manzana más sólida que él y que
existe una enorme densidad, peso y gravedad sosteniendo junto su mundo
(imaginería) Pero en realidad, los objetos y espacios de Cezanne son como
filamentos que cambian y oscilan. Nada es sólido o se mantiene en un solo lugar”.
La muestra en Chicago nos acerca a esta desmitificación, mediante obras conocidas como “La bahía de Marsella pintada desde L´Estaque” de 1885, donde las líneas siempre están en movimiento y la percepción de todo en el plano es como si tambaleara. De hecho, las líneas del horizonte en sus pinturas carecen de sentido y están rotas. Sin embargo, esto no implica ausencia de orden o estructura ya que para el artista esto es “Pintarlo como es” aunque termine reproduciéndolo como siempre fue. No se sentía incómodo con la aparente inconsistencia e inestabilidad que experimentaban otros al ver su obra concebida desde distintos planos integrados en una misma superficie.
OPORTUNIDAD ÚNICA
No menos importante es el sentido de lo deliberadamente inacabado en toda su obra exhibida en Chicago que ofrece una oportunidad única para examinar con integralidad su proceso y producción.
Los cuatro curadores de esta rehuyeron el
acercamiento cronológico o hagiográfico de otras retrospectivas para ofrecer un
recorrido tan áspero como el sujeto de esta.
El recorrido asincrónico agrupa la colección proveniente de más de
setenta diferentes colecciones alrededor del mundo, temáticamente por género y
locación.
La exhibición inicia con una galería de
cinco paisajes tempranos en lo que ya desafiaba las convenciones pintando con
densas capas, bosques espinosos que demandan la misma atención de un fotogénico
panorama.
La primera pintura del grupo es “Maleza
(Sous-Bois)”, pintada en 1894 y que muestra una escena de un bosque de pinos
pintada desde la base de los árboles, mirando hacia arriba, con un apenas
perceptible horizonte. Es una obra formada por parches de manchas distintas que
sugieren solo un ligero aleteo. Algunos elementos, como un montículo de color
óxido a la izquierda, toman forma solo a varios pasos de distancia.
Es un paisaje inusual para un lienzo
vertical; carece de punto focal; y raya en ser lo que más tarde se llamó una
“pintura completa”, con la imagen desbordándose más allá de los bordes del
lienzo. Tan desconcertante como atractivo, "Maleza" sirve como
una metáfora adecuada para el carácter del sujeto de la retrospectiva: Cezanne.
De ahí progresamos en el recorrido a
través de obras figurativas, extrayendo de su bolsillo oculto su estilo de
pinceladas gruesas y una amplia sección de naturalezas muertas. En estas últimas se evidencia su devoción
obsesiva no solo a las frutas y las vajillas, pero también su particular
colección de botellas, jarrones y platones. Son como miembros de una misma
familia que se disfrazan en distintas composiciones como en una suerte de juego
en que pretender ser algo diferente u ofrecer una óptica diferente.
Así, por ejemplo, en “Naturaleza
muerta con manzanas” realizada entre 1893 y 1894, Cézanne utiliza un frasco
verde con una base en terracota no terminada en la representación. Pero, como
otros elementos obsesivamente recurrentes vuelve a emerger en una obra que
pintada por el mismo período titulada “Naturaleza muerta con frasco de
jengibre y berenjena” en la que no podemos ver ya la base de terracota que ha
sido decorosamente ocultada por un melón en una especie de broma privada que
solo entienden los miembros de la familia de objetos pero que permanece
indescifrable para el resto de nosotros.
Sabemos que para el artista la producción
resultaba inevitablemente lenta en términos de ejecución, porque invertía mucho
tiempo preparando los objetos que luego representaría. La prolijidad de su composición previa que
podía ir de horas a días era imposible de emular cuando pintaba figura humana.
Su paciente esposa Hortensia permanecía en pose por períodos de tiempo imposibles que creaban tensión y discusiones fuertes en el matrimonio, pero al artista le importaba más sopesar todas las posibilidades sin que el o la modelo se pudiera mover, pasando largos periodos observando y procesando antes de pintar.
Un retrato por ejemplo demandaba hasta 100
sesiones y un paisaje podía tomar años. Esto
era deliberado, como escribía el artista a un amigo en 1904 “Procedo muy
lentamente. La naturaleza se presenta por sí misma ante mí con gran
complejidad, y los progresos que hago son interminables”.
FOTOGRAFÍA: MODELO ALTERNATIVO
Sin traicionar del todo la práctica de
la pintura al aire libre que dominó con su amigo y maestro Camille Pisarro, se
atrevió en ciertos casos a recurrir a la fotografía analógica para lograr fijar
la imagen que luego segmentaría en distintos planos y ópticas.
“La nieve derritiéndose en
Fontainebleau”, un óleo realizado entre 1879 y 1880 por Cézanne y que fue
adquirido por Claude Monet ilustra el punto.
La foto original se atribuye a Eugene Cuvelier en una fotografía
registrada entre 1860 y 1875. La foto provee estructura y escala a la pintura,
pero el tratamiento tonal y de ejecución de Cézanne la transforma.
Otro ejemplo, no menos importante del
uso de la fotografía como modelo lo encontramos en el “el bañista”, un óleo de
1885, cuya figura masculina fue fotografiada para completar la composición
durante las arduas sesiones.
Para Cézanne la fotografía funcionaba
como un recurso tan válido como el modelo de una calavera, una montaña o una
persona sentada. Medios para incrementar su experimentación con base en los
medios de ejecución o técnica disponibles.
La última sala está reservada para imágenes
de la colección de mujeres bañándose, incluyendo una de sus obras más
perfeccionadas “Las grandes bañistas” propiedad de la Galería Nacional de
Londres que inspiró a Picasso y a Matisse.
Estas con otros oleos importantes están
sustentados en un oficio en el dibujo de casi medio siglo. Para cuando murió había producido ochenta pinturas de bañistas,
cuarenta pinturas del Monte Sainte-Victoire (una montaña ubicada a ocho millas
de su lugar de nacimiento en Aix-en-Provence) y más de cien naturalezas muertas
(50 de ellas con manzanas). Por esto
último declaró que “voy a asombrar París con una manzana”.
Las manzanas se mantenían deliciosas en
sus representaciones mientras adquirían la densidad de balas de cañón. El
efecto se mantiene para los retratos de su esposa, Hortencia, y de su
jardinero, ellos mismos objetos efectivamente domésticos, por todo lo que
Cézanne se preocupó por ellos como almas vivientes.
El interés del artista no era copiar o
imitar lo observado reiteradamente, sino más bien representar, interpretar o
encontrar material equivalente para sus experiencias sensoriales. Por ello, volvía una y otra vez a sus objetos
y sujetos.
Hizo 56 dibujos de su esposa, quien
siempre se muestra en las representaciones serena, ladeada, sometida,
sujetándose a su mirada. No existe realmente mucha diferencia entre ella, una
manzana, una montaña o una calavera. Su
gente, lugares, y objetos son solo formas, masas, pesos y medidas. De su hijo
hizo 136 dibujos, pero la mayoría de las veces aparece dormido. Como se sabe no
era muy funcional en las relaciones familiares.
Para Cezanne el artista “es
meramente un aparato que registra las percepciones sensoriales…y el
resplandeciente caos” a nuestro derredor.
Por ello, deseaba ser “completamente absorbido dentro” del
paisaje.
Para ello, refinó un meticuloso proceso con base en dos conceptos claves, a saber, realización y modulación. La “realización” significa hacer real, para lo cual debía encontrar un principio estructural o foco en el motivo natural que iba a representar. A los impresionistas, en cambio, cualquier motivo les servía, pero para Cezanne era un proceso muy lento de identificación porque no podía comunicar su visión sin una organización de líneas y colores, aunque pareciera a menudo incompleta y hasta abstracta.
Por ello, su “realización”
no debe nunca entenderse como un producto acabado final o temor al error. De hecho, desafió la noción de lo que
constituye una obra de arte terminada.
“Realisation” fue el término en
francés que uso para expresar su búsqueda de resolución pictórica – algo que
está más vinculado al proceso que concretar un hito en el proceso. Por eso muchas de sus composiciones quedaron
en distintos grados de compleción: algunas claramente sin terminar y muchas con
zonas en blanco o solo boceteadas.
Por otro lado, la modulación se
refería al ajuste que hacía el artista del material pictórico para lograr
cierta tonalidad o intensidad de color mediante el ajuste de una zona de color
a sus zonas de color vecinas en la obra.
El objetivo era conciliar la multiplicidad – lo que parecen zonas quebradas
o bloques de color- en una unidad general. En cierta forma era una modalidad constructiva ordenada como se evidencia en su obra realizada entre 1902 y 1906 “Mont Sainte-Victoire”.
MÉTODO CEZANNE
Primero que todo elegía un motivo – paisaje,
figura, naturaleza muerta -para luego comenzar su lento proceso de aprehensión
del motivo para no perder la intensidad de este en su existencia real cuando
empezaba a realizar la obra.
Solía empezar dibujando con
carboncillo, por lo general, sobre la tela y si cometía un error no lo corregía
(las pruebas modernas con técnicas de imagen como rayos infrarrojos demuestran
que en sus obras no borró, raspó, ni manchó lo que había dibujado o pintado
originalmente).
Más bien, su enfoque era agregar nuevas
líneas y pinceladas donde no lograba lo que quería, pero sin borrar la
evidencia de su proceso. Además, creaba y desarrollaba áreas de la composición con
base en un dibujo subyacente en negro como apreciamos en sus manzanas, los
bordes de los manteles en blanco y la repostería. Luego manipulaba mediante pequeños ajustes el
lugar y los bordes de las formas para enfatizar los contornos.
Un importante aspecto de su técnica
solo puede ser apreciada claramente delante de las obras originales. Me refiero
al empleo del azul cobalto uno de los pigmentos más opacos que tenía
disponible. Utilizando pinceladas
densas de este color y el verde esmeralda agregaban sutiles contrastes
texturales sobre obras en papel como la acuarela “Las tres calaveras” realizada
entre 1902 y 1906 y la misma técnica la encontramos en la pintura al óleo “La
canasta de manzanas” de 1893.
Técnica y conceptualmente su obra lo
distancia por mucho de los espacios y superficies de neoimpresionistas como
Seurat y Signac que eran ordenados, reposados, y racionales o de la marca de
los impresionistas como Monet, Gauguin, Renoir y Pisarro (que fue el que más lo
influyó) que consideraban que todo espacio en el plano bidimensional tenía
igual importancia y energía por lo que todo debía pintarse.
La mitad de los dibujos y acuarelas de
Cézanne despiertan interés por sus vastos espacios en blanco. Otro tanto ocurre
con sus pinturas en proceso con áreas aparentemente sin terminar. Lo que llevo
al filósofo Teodoro Adorno a declarar que “con Cezanne, el paisaje en si
mismo llego a su fin”. Pero, resulta obvio hoy en día que Cezanne pensaba
exactamente lo opuesto ya que antes de él “el paisaje nunca ha sido pintado”.
Cézanne dibujó y pintó casi todos los
días, hasta su muerte, ensayando el propósito atemporal y la imposibilidad del
arte pictórico: reducir las tres dimensiones a dos. No obstante, sus obras de
madurez reconstituyen en parte el drama visual, especialmente en escenas de
bañistas en escenarios de Arcadia y naturalezas muertas de frutas y objetos
domésticos que producen una sensación de ver o, de alguna manera, de pensar
analíticamente alrededor de las masas sumariamente representadas.
La razón de su vida fue crear con
sentido visionario un orden en el arte que correspondiera al orden de la
naturaleza independiente de las sensaciones confusas y subjetivas que dominaban
el arte de su tiempo, y que como confirma la historia tomaron control de la
producción artística hasta la fecha.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA
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