CARMEN SANTOS: La senda de la abstracción
A primera vista su creación atrae: pinturas monocromas no
figurativas donde, bajo la textura explotada con habilidad, yace una energía
como fuego contenido, pocas veces vista.
No hay trampas visuales con las que gratuitamente parece intentar
confundirnos, a veces, algunos pintores de oficio consumado; no hay anécdota o
tema: hay profundidad de concepción y un manejo de la forma muy profesional.
"Sin título", 1985. Óleo y técnica mixta. Foto: Juan C. Flores
Carmen Santos Fernández, mujer de baja estatura, larga
cabellera negra, ojos claros, sonrisa constante y gran vitalidad, pasa revista
a su obra y su vida en la antigua casona que habita en Escazú, en una de esas
noches que prefiere para pintar y que le recuerdan otras de fines de la década
de los 40, en Nueva York.
Era jefe de enfermeras de cirugía del Hospital Líbano, en
el Bronx, cuando alguien le habló de una exposición retrospectiva de Vincent
Van Gogh en el Museo Metropolitano de Arte.
El estímulo visual fue tan grande que apenas regresó a su
departamento buscó algo que hacer con una caja de pinturas, de una de sus
hijas, y una cartulina que daba cuerpo a una camisa nueva.
“Me puse a hacer
una figura que resultó imaginativa, sin cabeza, ya que no cabía en el espacio”.
Nutrida por esa experiencia se inscribió en las clases de
dibujo de la Liga de Estudiantes de Arte de Nueva York, bajo la tutela de
Reginald Marsh.
Marsh (1898-1954), pintor de la masa caótica producto de
la depresión de la década de los treintas, fue un pilar del realismo social en
la pintura estadounidense. Pintó los
alcahuetes, la vida competitiva en la calle, encontrando placer en las
afirmaciones de vanidad y desesperado individualismo en el ambiente de los
barrios bajos de Nueva York.
Marsh, que testimoniaba el entorno social con mucha
expresión, se encontró en 1949 ante los dibujos de Carmen y exclamó: “¡Este es el mayor avance!”. A la siguiente semana, la artista se encontró
sin su sitio en la clase de dibujo. Marsh se le acercó y le dijo: “Venga, tengo una tela para que empiece a
pintar”.
Las figuras le seguían saliendo sin cabeza, y pronto su
estilo se definió en un expresionismo que le hace confesar “nunca fui afecta al academicismo.
Los ojos de mis figuras no tenían pupilas. Ponía el pincel en el espacio destinado a la
cavidad y cerraba los ojos dejando que la emoción me inundará para entonces
pasar el pincel. Entonces volvía a abrir
los ojos y veía lo que había hecho”.
Después de clases pintaba en su habitación hasta las 3
a.m., para luego ir a trabajar a las siete, al nosocomio.
“No se de donde
sacaba fuerzas. Dejé todo, hasta el matrimonio, para que nada ni nadie me
impidiera pintar”.
Carmen Santos pintando en su estudio
de Escazú. Foto: CCACR
MÉXICO Y DIEGO
RIVERA
Al Cabo de cincos años, Santos deja la Liga. Viaja a México en 1956 y conoce al muralista
Diego Rivera (1886-1957), con quien hace amistad. “Esto
es muy bueno Carmen,” le dijo Rivera, al observar fotos de sus trabajos.
Durante los siguientes meses, intercambiaban cartas en
las que Rivera expresa un gran afecto por la pintora costarricense y la invita
a pintar con él, en varios murales que proyecta para el Zócalo de la capital
mexicana.
“Abandoné todo,
renuncié a mi empleo, vendí mi apartamento y me reuní con él. Fue una hermosa relación y aprendí mucho,
pero Diego estaba ya débil por el cáncer que se le había declarado durante su
estadía en la Unión Soviética. Yo lo
acompañaba a sus sesiones de cobalto y pinte con él en algunos de sus últimos
trabajos”.
Ocho meses después, Rivera muere. Entonces, Carmen se inscribe en la Escuela de arte Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La
Esmeralda”, donde tiene de maestro de pintura al muralista Ignacio Aguirre. También estudia escultura con Alberto de la
Vega, quien fomenta en ella el modelado en barro con acento expresionista.
“Cuando los otros
alumnos vieron que yo no hacía pupilas, ni uñas en los pies y las manos de los
desnudos, me aseguraron que el maestro de la Vega se enojaria conmigo. Sucedió todo lo contrario”.
Renuente a cualquier práctica académica, más por
naturaleza que por conducta, no pintaba los desnudos “in situ”, sino que tomaba
apuntes en grandes hojas de papel “manila” y luego, en su estudio, buscaba una
síntesis, que representaba en la tela.
“Trabajé muchísimo durante las décadas de los cincuentas
y sesentas; exponía, individualmente, una vez al año. En ese proceso no me percaté de cómo mi trabajo
evolucionaba de una figuración expresionista a una no figuración también
expresionista.”
“En 1958 iba a
exponer con cuatro pintores en el Primer Salón Anual de Pintura
y Grabado, en las galerías de arte ubicadas en Chapultepec por el Instituto Nacional de Bellas Artes, y
preparé una obra con base en unas botellas y un papel viejo, mientras
escuchaba a Vivaldi; luego hice otro trabajo y, todavía frescos, los envié a la
muestra porque tenía que viajar a Nicaragua al día siguiente.
Cuál no sería mi
sorpresa, cuando de regreso a México, en el avión, leo en el periódico que
Carmen Santos expone abstracto. Ya antes
habían dicho, falsamente que hacía cubismo, así que presumí un error. Pero me
esperaba una nueva sorpresa cuando entré a la exposición y, buscando mi obra,
distinguí un cuadro, no sabía que era el mío, donde las botellas y el papel se
habían transformado en no figuración, en expresionismo abstracto.”
“Sin título”, 1985. Óleo y técnica mixta sobre tela. Foto: CCACR
PIONERA DE LA ABSTRACCIÓN
Al año siguiente, mientras preparaba una muestra individual
no figurativa, Santos se enfrente a una de sus mayores crisis. “No
podía pintar, no podía pintar. Ponía
telas en tres caballetes distintos y no me salía nada. Tal fue la desesperación que casi me tiro del
balcón de mi casa, que estaba en un cuarto piso. Deseaba matarme, porque lo único que me
importaba no lo podía hacer. Hoy, me doy
cuenta en retrospectiva que la crisis era parte del cambio operado en mi
concepto y práctica pictórica.”
Su obra, en los meses y años siguientes, se afirma formal
y conceptualmente. La omisión de títulos
en sus cuadros se vuelven parte de su estilo.
“Me interesa dejar que el
espectador interprete a su manera, según la sugerencia de la obra. El dibujo describe y precisa, el color evoca
e insinúa”, declara por entonces a una crítica de arte mexicana.
Su combinación de colores cede lentamente a una
monocromía. Principalmente a partir de 1959; descubre que el blanco, el negro y
los grises son muy difíciles de emplear y afines a su sentido de la sobriedad.
“Cuando hay muchos
elementos en un cuadro, los valores de un elemento al otro se debilitan. Al
principio obraba diferente; ponía todos los pigmentos juntos y los revolvía. Pero con el tiempo he ido purificando y
controlando lo que es mi pintura”.
Su obra pictórica mantiene una búsqueda de la síntesis;
algo así como los impactos de pocos colores, que muestran las fotos de la
atmósfera terrestre, tomadas desde el espacio exterior.
“No siento temor al
vacío, como En el Barroco y el Rococó; no siento la necesidad de iluminar la
tela con una amplia gama de colores”, afirma.
La preocupación por el color, sin embargo, la lleva a
trabajar en el vitral para una iglesia mexicana junto a dos amigos y colegas
suyos: Andrés Molinares y Víctor Martínez. Pero, le molestan los colores disponibles
para el trabajo; están ausentes los intermedios, por ejemplo, entre rojo y
verde. Y, tras realizar tres vitrales, abandona el proyecto con el fin de
investigar, por su propia cuenta, colores alternativos para composiciones con
vidrios de colores.
Cinco años dedicada a este estudio, mientras sigue
pintando, hasta que domina el problema, descubriendo las alternativas colóricas
deseadas. Todo esto coincide con su regreso a Costa Rica.
Consolida aquí el trabajo en vitral, iniciado en México, con
el establecimiento de su propio taller, donde aprende, de un herrero, la
técnica de la forja de hierro y se dedica, por espacio de 12 años, a crear estructuras
de vitral para el diseño interior, iglesias, casas de habitación, y algunos
establecimientos comerciales.
“Aunque he tenido
necesidad de dinero toda mi vida, y he pasado hambre en México y Estados
Unidos, nunca pacté con el entorno. Cuando transité de la figuración a la no
figuración, no faltaron galerías y amigos que me pidieron que abandonara mi
concepto para regresar al otro, que sí se vendía. Pero para mí, la pintura es
como la naturaleza, tan profunda como ella. Nunca pinto con la idea de vender,
nunca. Si vendía algo, antes y después, era por suerte”.
“Sin título”, 1958. Óleo y técnica mixta sobre tela. Foto: CCACR
ESTOY AQUÍ
Desde 1967, cuando regresa a Costa Rica, trabaja ininterrumpidamente
el vidrio, otro ámbito artístico, sin renunciar nunca a pintar; tanto es así,
que en 1974 expone, a raíz del traspaso de poderes.
No es sino hasta 1979 que su dedicación vuelve por entero
a ser para la pintura; en ese paso el vitral enriquece plásticamente, y su
pintura se exhibe individualmente en México y Los Ángeles.
“Purificarme más y más en lo que plasmo, es lo que me
importa. Me preocupa trascender y que mi obra perdure; como también el
reconocimiento de mi quehacer me importa, pero no vivo para la aceptación pública
de Costa Rica o de cualquier otra parte”.
Tal parece que la soledad es, para Carmen Santos más
importante que la confrontación por medio de exposiciones. “La
soledad es para mí, elocuencia. En la soledad me encuentro yo, vivo un mundo
que gravita. Es una sensación maravillosa, por eso me gusta pintar de noche”.
Ello explicaría, en parte, su preferencia por los colores
negro, blanco y gris. “El blanco y el
negro evocan, para mí, solidez, definición, carácter. No puedo evitar ser del siglo Aries. El negro para muchas personas evoca muerte.
No quisiera morirme pronto. En mi soledad despliego mis habilidades y
percepciones y quiero más de ella. No,
no le temo a la muerte: la naturaleza me ha dado muchos dones para
desarrollar. Si uno ve la vida encuentra
crisis, hambre, dolor, pero también compensación, amor, hijos, arte. Cuando viví
en Nueva York, pasé hambre, pero nunca sufrí, porque mi sacrificio me permitía
criar bien a mis hijas. Por eso digo que
nunca sufrí. Si algún día, especulo, me
encontrara con Dios y me preguntara quién querría ser, yo le contestaría, sin
titubear: con todas mis altas y mis bajas, Carmen Santos otra vez”.
La máxima aspiración de esta pintora costarricense, pionera
de la abstracción, cuyo concepto ha madurado con su quehacer, es llegar a
conocerse. Un viejo aforismo suyo, pegado en una de las paredes de su casona
dice: “Cómo me duele el desafío en la búsqueda
de mi ser”.
Con un encanto que no perece con los años y una obra que
crece hacia la síntesis monocroma, que busca y que comunica su esencia vital,
Carmen Santos Fernández ha vuelto a participar en algunas colectivas
nacionales, con un aporte que merece estudio y respeto.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA
Fuente: La Nación. Suplemento Áncora. SINABI
(2019), Sección D. Domingo 1 de diciembre, 1985.
Revisado por el autor el 29/1/19
Comentarios
Un abrazo,
¡Eternamente agradecido! Si pudiera pasarme el documento descargable sería un honor.
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Esteban Goicoechea
Saludos cordiales,