MAN YU: Resiliencia distópica
Revisión retrospectiva de la obra y carrera de Man Yu (Kowloon, Hong Kong, n. 1978) 51 obras entre tiza pastel, acuarela, pintura al óleo y al acrílico y técnica mixta. Taller Man Yu, Sabana Oeste, San José Costa Rica. Colección de la artista, colecciones privadas y públicas.
¿Dónde trazamos los límites que diferencian el arte del
testimonio personal? ¿Dónde termina la terapia y empieza la expresión artística
auténtica? ¿Qué papel juega la intencionalidad? Y no menos importante, ¿Cómo la
intencionalidad y la identidad se fusionan en el caso de una artista como la
sinocostarricense Man Yu?
Su meteórico ascenso en la escena cultural y su
proyección internacional deben mucho al activismo social, su afiliación con el
movimiento “queer” y la notoriedad social construida mediante eventos públicos
potenciados por medios como el videoarte, el performance y los happenings.
Los que la conocen superficialmente toman nota de su extrovertida
vitalidad y fanfarria como si su vida y expresión no pudieran sufrir hiatos
emocionales. Pero ¿Qué hay debajo de esa
imagen cuidadosamente creada para el consumo externo? ¿Qué hay debajo de la piel
del traje humano en que ha estado enfocada conceptualmente desde el inicio de
su carrera artística?
La presente crítica es una aproximación tanto
retrospectiva como prospectiva a su vida y obra que se entrelazan como los
hilos de una misma cuerda sobre la que como avezada equilibrista camina la
autora para sobrevivir, sanar y contribuir.
Esto ni debería resultar ajeno para quienes hemos vivido lo suficiente en este país. De hecho, cuando estudiaba en primaria sufrí “bullying” como
muchos otros niños y niñas de mi generación. Como era más alto que el promedio,
me lanzaban epítetos e incitaban a levantar los puños a la salida de clases lo
que me hacía parte del ciclo de la violencia.
En los sesenta los adultos se mantenían casi siempre al
margen y los maestros se enfocaban en sus clases. Sin embargo, como sobreviviente siempre me
intrigaba como los complejos les hacían creer a algunos que tenían licencia
para maltratar a quienes eran o parecían diferentes.
Desde entonces he conocido a muchos artistas con un
pasado violento que incluso alternaban su vocación artística con el boxeo como
medio de subsistencia. Era como
ejercitarse en la violencia como modo de subsistencia para sostener una
proyección artística a menudo irregular.
HISTORIA PRESENTE
Man Yu, por su lado, ha experimentado el destierro como
parte de una diáspora, el acoso escolar por ser diferente, relaciones abusivas
con hombres y mujeres, pobreza, abandono, rechazo y hasta peligro de
muerte.
Nacida en la ciudad amurallada de Kowloon en Hong Kong en
1978, fue la segunda hija de Pik Luen Li Kan quien era contabilista, y Tak Fu Fung
Ng, quien había servido en la segunda guerra mundial y se desempeñaba en el
montaje de maquinaria industrial. La
inminencia del retorno del protectorado inglés al gobierno comunista chino que
se completó en 1997 llevó a sus progenitores a emigrar a Costa Rica en 1987 en
busca de seguridad y estabilidad.
Con un pobre dominio del español, un bajo rendimiento
académico y estudiando en un claustro católico experimentó la burla y el
rechazo de niños y adultos incluidos algunos profesores. Su respuesta a menudo era encerrarse en el
baño escolar y dibujar en puertas y paredes escenas e historias infantiles
idealizadas. Eso la inició en la veta
del dibujo y la experimentación con diversos materiales.
Su primera obra fue una pintura al óleo realizada a los nueve años, donde representa una figura humana colgando como un traje de una percha
en la pared cerca de una cama. La joven
Man Yu intuitivamente identifica la diferencia entre la apariencia externa – el
cuerpo – y la esencia o alma interna en los seres humanos. El color o la supresión
de este en soluciones monocromas transmite la distinción entre apariencia y
profundidad, entre lo público y lo privado.
La expresión artística se convierte de esta manera en un
medio para escapar de su agresivo entorno y pobre desempeño. Sus padres la castigan quitándole los
materiales artísticos que parecían distraerla de sus deberes, al punto que
dibujar y pintar se convierten en actividades subrepticias y riesgosas.
Man Yu desarrolla en consecuencia un temperamento
rebelde, que le gana eventualmente la expulsión de un centro educativo. Su educación formal secundaria se desarrollará
en un liceo nocturno al lado de un grupo heterogéneo de compañeros entre los
que figuraban maleantes y travestis.
Contra todo pronóstico se gradúa por madurez e ingresa a
la universidad a estudiar diseño publicitario, pero a los 21 años se convierte
en madre soltera iniciando un tortuoso período de penalidades dentro y fuera
del país.
DOLOR Y CREATIVIDAD
Sin embargo, toma el consejo de una psicóloga y empieza
estudiar pintura de manera independiente con la argentina Nelly Eyo con la que
llega a dominar la técnica del dibujo con tiza pastel sobre papel en torno a la
figura humana. Luego con el chileno Julio Escámez profundizará en la técnica de
la pintura al óleo.
Fruto de su formación autodidacta con los instructores ya
citados, completa en el 2005 una serie de diez obras de gran formato en tiza
pastel que idealizaban el color, las figuras y los aspectos formales simbólicos
de la cultura asiática, principalmente a partir de las geishas de Japón y la
Opera tradicional de China.
La serie titulada “Mujeres de Oriente” se
sustentaba en un acercamiento a la identidad cultural y el conflicto perceptual
entre culturas en conflicto a lo largo de la historia de Asia y con importantes
deudas entre sí. Los japoneses por
ejemplo tomaron un 10% de los ideogramas chinos para su escritura y otro tanto
para su habla. Pero sus relaciones estuvieron teñidas por la guerra y la
violencia contra la población civil, especialmente la esclavitud sexual como
medio de colonización.
Si analizamos las representaciones de geishas japonesas y
los intérpretes de la ópera china, encontraremos una similitud notable, ya que
las primeras son un tipo de profesional del entretenimiento que, originalmente en
su mayoría eran hombres, y en la ópera tradicional los papeles femeninos eran
interpretados hasta muy recientemente mayormente por hombres.
Hay más en la realidad de su representación que una mera
reminiscencia folclórica que denota origen o afirmación de identidad étnica. A
pesar de su inexperiencia conceptual y técnica en esta primera fase de su desarrollo revela una intencionalidad
creativa que proviene de ver el mundo con una perspectiva diferente u oblicua
como ha señalado el Dr. Nigel Barber.
Según este psicólogo evolucionista “Las personas fuera
de los grupos dominantes de la sociedad tienden a tener una perspectiva
diferente porque, dado que no crean la forma en que funciona el mundo ni siguen
sus normas sociales, pueden criticar la sociedad y verla desde una perspectiva
externa u objetiva diferente. Y parte
del mejor arte proviene de un giro de las normas sociales o de lo que ya se ha
hecho, ya sea música, pintura, poesía, comedia o moda.” (Psychology Today,
2013)
No obstante, muchos artistas afirman que la creatividad
nace de la lucha. Los músicos por ejemplo hablan del desamor como su musa. Por su parte, muchos pintores han canalizado
la depresión; por ejemplo, Salvador Dalí, la bipolaridad en el caso de Pablo
Picasso, la ansiedad en Vicent Van Gogh y las alucinaciones en Edvard Munch.
La creatividad se transformó en cada caso en un medio
para superar o al menos sublimar la lucha. La conexión de lucha y creatividad,
por supuesto, no es exclusiva de un grupo en particular, sea este una minoría
étnica y/o ideológicamente beligerante.
ESTÉTICA DEL TRAJE HUMANO
El punto de quiebre en la carrera profesional de Man Yu
está marcado con tinta indeleble en el 2007, cuando llega a un momento en su
naciente carrera en que no logra vender su obra y debe decidir entre buscar un
trabajo “normal” o pasar hambre.
Se encierra entonces varios días a crear sin probar
bocado, y produce “A Cántaros”.
Es una obra atípica dibujada con tiza pastel sobre papel que la
representa mirando hacia un cielo entenebrecido donde se precipitan personas en
lugar de lluvia en una desesperada caída que ni su mano expectante puede
conjurar.
Es cuando desarrolla la resiliencia como capacidad
para indagar en una estética que preserva un concepto de belleza contracultural
en medio de la creciente subjetivización en la producción artística del entorno contemporáneo
favorecida por movimientos politizados y subversivos que empezaron con el
modernismo.
Por ello, declara que en todas las decisiones estéticas
que toma “lo más importante es recordar la búsqueda de la belleza interna.
Considerar y preocuparse por el bienestar de otros seres humanos es lo que nos
acerca a la belleza más auténtica”.
La artista rechaza tácitamente la ruta estética analítica
iniciada desde el siglo XVIII por filósofos como Edmund Burke que trasladaron
la responsabilidad de definir arte y belleza a la percepción subjetiva de los
espectadores. Hoy cosechamos en el medio
cultural dominante el fruto de ese pensamiento donde cualquier objeto se
considera arte siempre que se encuentre en un lugar previsto al efecto que
permita posicionarlo como tal llámese museo, galería o espacio cultural. Por ello, estos objetos tienen un carácter efímero y maleable a los
postulados ideológicos de moda.
Man Yu sublima su drama personal enfocándose en la figuración realista a partir del 2010 con base en representaciones en el género del retrato y la anatomía humana que caen dentro de la resiliencia en el arte. Por ello, su trabajo se proyecta a largo plazo, restringiendo lo efímero a los efectos del arte performativo, el happening y el videoarte, no a su obra sustantiva.
La creciente fisicalidad en
sus obras hasta el 2019 sirven, no obstante, el propósito investigar el
dualismo de lo visible y lo invisible, lo tangible y lo intangible, lo material
y lo espiritual en el ser humano. Son obras que revelan cuando se analizan detenidamente tanto una estética como una conciencia ética.
Encontramos evidencia de este proceso de investigación en
la resiliencia a través de su serie de 28 pinturas realizadas entre el 2013 y
el 2019 titulado “Traje Humano” que fue acompañado por dos instalaciones y
diversos esfuerzos colaborativos multidisciplinarios en espacios públicos.
La serie que inicia con el óleo sobre tela “Somnolencia” del 2013 plantea un tema dualista recurrente en toda la serie tanto conceptual como formalmente: la realidad alternativa.
Cuando sufrimos un trauma físico el cuerpo recurre al antiguo cerebro reptil para protegernos instintivamente sin que medie el raciocinio. Reaccionamos para sobrevivir. Cuando el trauma es emocional solemos sublimarlo mediante el sueño o negarlo instintivamente dejando que se filtre sin procesar en distintos momentos críticos de la existencia a lo largo del tiempo.
En palabras de la artista “El Ser es puro, no tiene
emociones y solo busca evolucionar, mientras que el cuerpo físico experimenta,
toma decisiones, se desbarata en muchas ocasiones”.
Man Yu aparentemente ha procesado sus traumas y ha tomado
decisiones que envuelven a sus personajes en un halo de sueño donde sus existencias
tienen opciones en realidades alternativas. En estas la vulnerabilidad humana
es transformada en sanidad mediante hilos rojos que suturan las heridas que
nadie puede ver más allá de la piel como en su obra “Cambio de traje” del 2013
o son liberadas mediante la intervención de terceros como ocurre en el óleo
sobre tela de la serie “Liberación” del 2018.
Entre el 2013 y el 2018 somos testigos de una narrativa
asincrónica, donde las imágenes se suceden como resultado del procesamiento de
cada pérdida, dolor o trauma con el que la artista se reconcilia, indistintamente del tiempo en que esto tiene lugar.
Desde la prisión del cuerpo masculino y el femenino con
sus respectivos deseos y necesidades cada ser en el plano bidimensional experimenta en las sombras la transformación de una “Caída” - óleo del 2018 - protegida por la indiferencia de “Ojos que no ven” - óleo del 2013 - o recurren a sucesivos préstamos emocionales y espirituales que piden unas veces o simplemente toman otras. Y por supuesto, se expone la tiranía de las relaciones codependientes que suponen “Prueba final” - óleo del 2018 - para poder “Renacer” - óleo del 2019- en esta o en otra
dimensión como nos asegura “El portal” - óleo del 2018. Hay una secuencia emocional no cronológica.
En todo el proceso los personajes no están solos en sus saltos a otras
dimensiones o cuando son liberados unas veces y salvados otras por seres
cósmicos que actúan como ángeles. En su auxilio acuden con frecuencia una
esperanza de origen metafísico.
PSICOTERAPIA Y “ARTE QUEER”
¿Cuánto de lo producido en la serie “Traje
Humano” corresponde al uso de los medios de expresión artística como una
extensión de la psicoterapia o son correspondencias con el movimiento del
llamado “arte queer” del que es parte en distintas colectivas?
Por una parte, la investigación científica ha confirmado
la importancia del arte en la salud mental al demostrar que el arte alivia el
estrés, la depresión y la ansiedad en personas de todas las edades, desde niños
pequeños hasta adultos mayores. La arteterapia es por ello considerada una
profesión de salud mental basada en la evidencia porque crea un espacio seguro
para la autorreflexión y la expresión.
Sin embargo, la obra de Man Yu supera las limitaciones de la terapia. Es claro que sufrir traumas no necesariamente nos convierte en artistas competentes, pero enfrentarlos, procesarlos hace una profunda diferencia entre producir arte y hacer terapia mediante medios artísticos.
La terapia del
arte enfatiza el aumento de la conciencia personal y la exploración de ideas a
través del proceso creativo mientras el artista por definición puede
testimoniar su percepción de la realidad, lo que incluye su mundo interno, pero
trascendiéndolo, sanando, no aferrándose a su trastorno o trauma para
justificar su contenido final. Al final del día la diferencia estriba en la
intencionalidad del creador, es decir en el desarrollo una perspectiva
integradora, en la que destaca la íntima relación entre la forma de ser, sentir
y actuar.
En el ámbito de la crítica de arte, no estamos
interesados en el uso del arte como terapia, sino en lo que la persona puede
aportar intencionalmente con integridad para enriquecer el entorno social y
cultural mediante su sensibilidad e inteligencia artísticas. No nos interesa la anécdota personal o para
los efectos el trauma o la pérdida sino como el artista trasciende una u otra
en su propuesta plástica pública.
Si me he detenido en el análisis de la intersección de la
vida de Man Yu con su producción artística, es para advertir la peligrosa
facilidad con la que, desde la emergencia del conceptualismo y el
posmodernismo, en la segunda mitad del siglo XX, muchos curadores, críticos e
historiadores de arte redefinen el propósito del arte como fruto de la terapia
psicológica.
Muchos de estos especialistas acogen también el llamado “arte
queer” bajo cuya bandera concurre Man Yu a exposiciones colectivas dentro y
fuera del país. El Museo Tate de Londres aventuró una primera definición del “arte
queer” en una histórica exhibición retrospectiva en Londres en el 2017 definiendo
por primera vez la producción de quienes tenían afinidad con el movimiento LGBTQ+
como: “Arte de imaginería homosexual o lésbica que se basa en los temas que
surgieron de las políticas de género e identidad de la década de 1980”.
La polémica definición desató una necesaria discusión,
sobre el género que reunía la producción de artistas establecidos como Bacon,
Hockney, y Singer Sargent, indistintamente de si su contenido fuera explícitamente
reivindicatorio, alusivo a las diferencias de identidad y género y/o
preferencias sexuales o no de las luchas de esta minoría.
La escritora Janet Street-Porter fue una de las que
expresó públicamente su preocupación por “nuestra obsesión con la sexualidad
está atenuando nuestra capacidad de responder al gran arte y disfrutarlo por lo
que es”.
No deja de tener razón ya que agrupar el arte basado en la orientación sexual del artista se parece mucho a una curaduría perezosa, al igual que una muestra de arte de personas negras sin otro tema unificador o justificación sería indignante.
A quien el artista encuentra atractivo o con quien entabla
relaciones románticas no lo hace parte de un club exclusivo que luego crea una
similitud subconsciente unilateral. Bueno, a menos que se explote la victimización. Todo club es excluyente, y toda expresión caracterizada
mediante factores extra-artísticos está condenada a desarrollar la cultura tóxica del “ghetto”.
Man Yu parece entender el punto, y declara mediante sus
obras una feroz independencia y real inclusividad, al no usar su obra como
portal terapéutico o panfleto ideológico.
Los ingredientes clave de la niñez en personas creativas como
Man Yu son la incertidumbre y la sensación de no encajar del todo con la
comunidad que los rodea, esto incluye aquellas que la acogen por su preferencia
sexual o convicciones filosóficas. Por
ello, como artista joven ha tenido que luchar constantemente para dar sentido a
su mundo y ese esfuerzo la ha ayudado a apreciar las experiencias de otras
personas y a respetar las diferencias.
Es una mujer que no está limitada por sus roles como
madre, esposa, hija y amiga. Es una artista que no produce para ser encasillada
en una tendencia feminista o queer, que quiere ser juzgada por las cualidades
de su trabajo no por sus afiliaciones ideológicas o sus alianzas estratégicas.
Es una activista social que está dispuesta a sacrificar
todo lo que ha construido por servir a un anciano o a un niño. Y es también una
visionaria que resiste la distopía de un mundo venidero totalitario donde la
libertad individual cede ante la inteligencia artificial y su robotización.
Es humanamente difícil ser todo a la vez como en su serie
“Identidad” del 2019. Cada una de las cuatro autorrepresentaciones lleva una
carga emocional y cultural innegable. Progresa desde sus raíces espirituales, a
su etnia política, pasando por su identidad adoptiva y su realidad presente como
mujer cuya sexualidad no está circunscrita a un acróstico o definida por ser
parte de una o varias minorías.
FUTURO SUBYACENTE Y DISTÓPICO
Subyace en su producción como extensión del concepto del
“Traje Humano” una apasionada crítica del futuro alimentando por
lecturas y experiencias como la evolución digital, el metaverso, y el
manifiesto ecofeminista cíborg, entre otros.
“Viajero en el tiempo” un acrílico sobre tela del 2021 la
muestra ataviada como una trashumante cósmica que explora nuevas
fronteras. Mientras “Eva” un
maniquí rosa que fue parte de una instalación en el 2016 fue vestido con
declaraciones escritas que anunciaban las contribuciones positivas que el ser
humano puede hacer a la humanidad.
Pero, a diferencia de “Eva” su nuevo personaje “EVO” es
profundamente humano. Antes de ser representado bidimensionalmente tuvo vida
previa en un performance donde un hombre estaba vendado con gaza color
"piel", lucía un trasero falso y buscaba encontrar su identidad entre
vendas y con pantis en el rostro.
En esta nueva realidad alternativa sobre el futuro no tan
lejano, Man Yu, muestra a EVO rodeado de bots como los “Mr. Smith” de la
serie Matrix con su carencia de alma, insensibilidad, y lealtad ciega a las
órdenes superiores.
Esos bots parecen humanos, se ríen y comportan como
nosotros, pero nadie sabe que son de otra especie, una que sólo trabaja para el
sistema autoritario en detrimento de la humanidad.
En este universo distópico de su nueva fase creativa, la
artista nos recuerda que tenemos muchas cualidades, pero a menudo optamos por
la indolente ignorancia y la evasión que favorece el consumismo.
Si bien gran parte de la literatura feminista de ciencia
ficción procura mediante la crítica distópica adelantar sus demandas o
estimular la lucha reivindicativa en el presente, Man Yu toma un giro radical, más no fanático. No vislumbra el futuro
como una panacea ecofeminista donde desaparecen las clases sociales, se elimina
el núcleo familiar, el sistema capitalista es sustituido por un híbrido neomarxista y el ser humano se vuelve un mutante digital. Su preocupación es más universal que sectaria,
poner a salvo la libertad y humanidad de hombres y mujeres ante los esfuerzos
totalitarios que manipulan la esencia humana en favor de un sistema homogeneizador.
Si bien su obra no es el resultado de la intervención
directa o indirecta de la tecnología como ocurre en el arte regenerativo, su
mente proyecta en la tela una ambigua fascinación sobre el progreso tecnológico
que deshumaniza a la sociedad y produce en el proceso seres vacíos,
superficiales, materialistas que viven atrapados añorando sentir algo que ya no
pueden describir.
Como he insistido en críticas anteriores es difícil
encontrar artistas que puedan abrir su corazón, su mente, su quehacer a la
vista de extraños. Y de alguna manera, los críticos somos personas extrañas
porque miramos desde fuera la realidad íntima de creadores como Man Yu.
En esta oportunidad hemos podido examinar
retrospectivamente su trabajo, de donde viene, y prospectivamente hacia dónde
va. En el proceso hemos podido hacer claras distinciones entre su testimonio
coetáneo sintonizado con las demandas de sectores minoritarios que priorizan el
género y la identidad, y su quehacer propiamente artístico por cuyos méritos
quiere ser juzgada sin usar como ventaja sus preferencias sexuales, feminismo y
agenda sociocultural.
Su conducta es ciertamente contracultural al separarse
intencionalmente de la tendencia local e internacional de movimientos posconceptualistas
y ecofeministas que posicionan el drama existencial y el uso de los medios artísticos
como terapia por encima del mérito creativo artístico.
Si separamos el ruido ideológico de las tendencias
reivindicativas de moda que permean la comunicación pública de su obra, Man Yu
emerge con sustancia conceptual y oficio técnico bajo esa piel como una artista
con un potencial artístico ilimitado.
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