GRUPO COFRADÍA: En la Plaza de la Cultura
La amistad teje un velo sobre el juicio que, muchas veces, impide objetivar la obra de arte como producto cultural. Otro tanto ocurre con la crítica que al ser mero juicio sobre el objeto cultural se vacía de emoción y suele caer en valoraciones entradas en el tema, excluyendo la conducta del artista o sea su yo interno.
Me precio de reconocer en la
muestra de los pintos del grupo Cofradía, abierta en la Plaza de la Cultura de la
capital costarricense, una actitud analítica que rechaza la tradicionalidad del
arte, sin la irracionalidad de la vida.
Así no participamos en
nuestra calidad de receptores de las obras de arte mostradas en forma complaciente,
porque cada obra, que se entiende en un contexto intrincado de abstraccionismo,
cinetismo, pop art, y realismo mágico, nos obliga a reconsiderar el significado
del arte universal.
Y no vayamos tan lejos, porque el conjunto de la obra de cada uno de los artistas que integran Cofradía: Alvaro Bracci, Edwin Cantillo, Mariano Prado y Rafa Fernández, obligan a una revisión de nuestra propia idea del presente y el futuro del arte.
Cuando Bracci en un concepto
lineal y progresivo presenta una escultura en acrílico sobre un estilizado tema
precolombino y de seguido encontramos seis de sus óleos, cada uno con una
disolución de lo figurativo hacia lo abstracto, de lo telúrico hacia lo
esencial, por la vía de la síntesis, comprendemos que la existencia no se reduce
al nacimiento o a la muerte, que la vida o el hilo que une ambos acontecimientos
es determinado por el aprendizaje, el conocimiento, el azar, la creación, todos
factores humanos.
En fin, que Bracci mediante un lenguaje óptico, donde el tema o lo literario está ausente, revisa el desarrollo desde su génesis hasta el infinito, y con elementos pop, subvierte el concepto tradicional de volumen o técnica, recurriendo a la popular serigrafía, ilustrada por tres cuadros de gran formato donde una imagen de sus indígenas se reproduce y reduce hasta crear una superficie, de un solo color, que desgraciadamente Bracci no pudo exponer.
Las obras de Cantillo, por
otra parte, son un tanto conservadoras, por cuanto algunos trabajos son de un ámbito
geométrico conocido, pero si logra impactar en uno de sus trabajos abstracto-geométricos,
donde ha incorporado líneas como cuerdas que proyectan sombra sobre la tela,
hilos de algodón que cruzan simétricamente la superficie de uno de sus trípticos.
Esta veta enriquece la
racionalidad geométrica de este autor nacional, que humaniza en la medida que
acerca al espectador a su realidad visual. La musicalidad casi mecánica de las
líneas o cuerdas proyectadas sobre el plano, en diagonal, verticales u horizontales
vibra extraordinariamente mediante las casi cuerdas textiles que en una
simbiosis plástica transforman la relación entre la obra y el observador.
Alguien se sorprenderá de que Cantillo sea un hombre apasionado dado que en sus obras anteriores se percibía diferente: frío y controlado, mientras en la presente muestra su trabajo con fibras textiles aún en forma limitada comunica una posibilidad expresiva que esperamos que el autor no desperdicie.
Mariano Prado, el miembro
más reciente del grupo Cofradía, presenta una serie que podría bautizarse como
variaciones sobre metal, donde juega con una gran dosis de diseño arquitectónico
creando volúmenes y espacios que se encuentran suspendidos en una enorme mancha
naranja.
Es un trabajo limpio y
cuidadosamente realizado, pero carece de vigor expresivo, lo que no lo hace
malo, pero sí lo obliga a entregarse más a su concepto en medio de tubos y
hoyos azulados.
No hay una propuesta en la obra de Prado, y creo que pesa negativamente su formación como arquitecto y cierta ligereza en la selección de lo que se debe y se puede exponer, revelado esto por la relativa monotonía de las obras que expone.
He dejado para lo último a
Rafa Fernández, porque su tríptico culmina la producción en 1984 de las series “personajes
mágicos” y “en busca del fruto prohibido”. Ambas son sumas de un gran oficio enriquecido
por su reciente incorporación del pastel, pero que no aportan nada nuevo al
Rafa Fernández que muchos conocemos.
No es la mejor obra de Rafa,
ni de la muestra del grupo Cofradía, y no porque el pintor ahora radicado en
España no tenga otras mejor que presentar. Tal vez el apuro…En fin, que en términos
de abstracción pura las obras que integran el tríptico de Fernández equivalen a
mezclar el agua con el aceite y pasa inadvertida para muchos por efecto del espacio
que con justa lógica se le dio en la Plaza de la Cultura.
Los tres óleos de Fernández representan un juego entre misterioso, sensual y violento pero que parece inacabado, como a medio terminar. No obstante, es una obra producto de la prisa donde el concepto mágico que Fernández ha perfeccionado a lo largo de tres décadas resulta deslucido y hasta gratuito.
En un balance final de la exposición conviene felicitar a los encargados de organizar actividades en la Plaza de la Cultura por alojar esta magnífica muestra; si bien la iluminación de la escultura acrílica de Bracci las destiñe, al ser proyectada de arriba hacia abajo como si se tratara de una obra que asciende al cielo cuando en realidad emerge de la tierra.
Cofradía ha demostrado un alto nivel de oficio y madurez técnica, en menor grado expresiva, pero creo, aunque esto moleste a algunos, que es irrelevante el problema expresivo en la medida que existe una auténtica búsqueda y un aporte decisivo a la plástica local y regional.
Ojalá más artistas o grupos como Cofradía hiciera un aporte anual de esta magnitud. Tal vez entonces la frase de Max Jiménez de que “el pinto es cóndor en el sur, águila en el norte y zopilote en Costa Rica” podría cambiarse ante una realidad plástica que revoluciona la vida del ser humano.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA
Fuente: La Nación. SINABI (2022), p.2. Publicado en Suplemento Ancora, el domingo
30 de diciembre, 1984. Revisado
por el autor el 10 de setiembre, 2012.
Comentarios
bellissimo.
Un abbraccio