LUIS CHACÓN: Intuitiva disrupción
Exposición retrospectiva “Antología” de
Luis Chacón González (Alajuela, Costa Rica n. 1953). 32 obras entre pinturas al
acrílico, técnicas mixtas y fotografías. Galería Nacional, San José, Costa
Rica. Del 28 de abril al 3 de julio, 2022, de lunes a domingo.
Todos aquellos que albergan pretensiones
artísticas son tanto suma como síntesis de influencias especialmente en sus
años formativos. Luego en su adolescencia artística pasan por una etapa
de conflicto con la influencia paterna y/o materna resistiéndola o negándola
hasta encontrar su propia expresión o verdad. Pero, cuando no lo logran
permanecen anclados a tales influencias, ora por mediocre dependencia, ora por
admiración a los que llaman maestros, porque reconocen que no podrán
superarlos.
Cuando empezaba en la crítica de arte en
la década de los ochenta, era común encontrar autores locales que exhibían
obras en las que rendían tributo, formalmente, a influencias, escuelas o
movimientos foráneos, aunque pregonaran su “originalidad”. Sin embargo, pocas
veces su interpretación agregaba valor al concepto detrás de la forma. Su
producción terminaba siendo como metal que resuena, o címbalo que hace
ruido. Aliados con ciertos medios de prensa y autoridades político-culturales
se volvían celebridades locales oficiales y premios nacionales si eran
pacientes y establecían las conexiones necesarias.
Cuando los críticos y especialistas nacionales e internacionales los evaluaban no soportaban la “prueba de ácido” y en el
mejor espíritu callejero, levantaban los puños contra quienes los juzgaban
porque carecían de criterio propio para argumentar su disensión o una obra coherente que los respaldará con contundente evidencia.
Hay quienes, sin embargo, han roto con
relativo éxito el cerco de un medio cultural endogámico y castrante, pero nunca
sin dejar de pagar un precio por su indagatoria. Francisco Amighetti,
Néstor Zeledón Guzmán, Francisco Zúñiga, Manuel de la Cruz González, Max
Jiménez, Carmen Santos, Lola Fernández, Juan Luis Rodríguez Sibaja, Otto Apuy, Carlos Barboza, Gioconda Rojas Howell y Luis Chacón son algunos nombres de artistas cuyas
carreras profesionales se han sustentado en un disciplinado proceso de
investigación, y el desarrollo de un concepto plástico propio indistintamente
del grado de aceptación de su obra en el medio costarricense.
No obstante, me sigue intrigando a la
fecha porque se ha escrito tanto sobre algunos de ellos, y casi siempre con tan
poca profundidad. El énfasis es meramente descriptivo, ayuno de
criterio. Poco se conoce de sus
respectivas vidas y trayectorias, la mayoría carecen de
catálogos razonados, y sus obras se encuentran dispersas en colecciones sin el
debido registro curatorial.
Viene al caso Luis Chacón
González quien con medio siglo de carrera como artista y gestor cultural no ha
sido objeto de análisis críticos que contribuyan a comprender su obra y alcance, ubicarlo en el contexto histórico y artístico y sopesar su legado en las artes visuales.
Su reciente muestra “Antología” en la Galería Nacional, reunió su producción de las últimas dos décadas con temas y conceptos pictóricos recurrentes que permiten construir un primer acercamiento a su quehacer, obra y legado ante el vacío documental y crítico existente.
DE ATENAS A PARÍS
En retrospectiva, Luis Chacón González, no
parecía haber sido destinado a las artes visuales. Nacido en el seno de
una familia rural acomodada, pero sin pretensiones, en Atenas, Alajuela, fue
expuesto a mediados del sesenta a las lacas del pintor Manuel de la Cruz
González.
Con base las imágenes monocromas del artista
publicadas en una revista de Artes y Letras, a la que accedió en su clase de
artes plásticas, se sintió estimulado a transitar por un sendero desconocido.
En 1967, a los catorce años, produjo “El pensador”, un relieve
figurativo policromado sobre madera en formato circular.
Pese a lo oposición inicial de sus padres,
y tras recibir atención psicológica, pactó con ellos obtener un título de
enseñanza en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica “para
no morirse de hambre” como temían sus progenitores, a cambio de apoyo
económico para avanzar en sus estudios e incipiente carrera como pintor.
Sus primeras obras en este período revelan
más las influencias del “tachismo” europeo y su temprana fascinación con
el expresionismo abstracto estadounidense que conoció mediante revistas y la
obra de la artista Lola Fernández, a quien tácitamente convirtió en una de sus
mentoras y tema central de su tesis de grado.
En “Reflejos” un óleo de 1972 testimonia
su investigación en el ámbito académico donde se empezaba a romper con el
paradigma de la figuración tradicional con el arribo de los artistas César
Valverde (cofundador del Grupo 8), como director de carrera, y Juan Luis
Rodríguez (premio de la VI Bienal de París) como fundador del primer taller de
grabado en metal en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa
Rica.
La pintura de Chacón en esta etapa es pura, buscando captar y mantener nuestra atención mediante la energía abstracta o formal sin explotar la superficie con texturas adicionales que afirmen su luminosidad. Esto es evidente en su composición en acrílico de 1976 titulada “Como espigas de trigo”.
Pero, incluso pinturas abstractas como la mencionada
tienen cualidades representacionales, ante las que el cerebro humano no puede
hacer otra cosa que dar significado a la forma que percibe mediante ella.
Bien escribió Pablo Picasso “No existe el arte abstracto. Uno
debe siempre comenzar con algo. Después uno puede remover todos los trazos de
realidad”.
La insistencia del modernismo en la
separación de la representación y la abstracción ha privado a la pintura de su
vitalidad esencial. La comunicación pictórica – signos, símbolos,
imágenes y colores sobre una superficie plana – es una de las más antiguas y
ricas invenciones humanas, así como lo son la escritura y la música.
Comenzó sobre paredes rupestres y cubre hoy en día las pantallas de plasma, el
Photoshop y las novelas gráficas. Pero, la pintura sobre una superficie
portable sigue siendo una de los medios más eficientes e íntimos de expresión
personal y plástica.
Aunque Chacón incursiona también durante
sus años formativos en distintas técnicas tridimensionales, desarrollará la
escultura como género hasta la década siguiente como parte de sus ensamblajes e
instalaciones, pero nunca serán esenciales, sino medios plásticos exploratorios
plásticos para regresar continuamente a su práctica pictórica.
El artista continúa su formación académica en París en 1976 a pocos meses de haberse graduado como licenciado en artes plásticas, en un entorno altamente politizado por el eurocomunismo, estudiando en la Universidad de París 8 en Vincennes. La casa de estudios había resultado de la fusión en 1971 de varios centros educativos donde tuvo lugar la mayor agitación durante el caótico “Mayo francés” de 1968. Se la consideraba la más “extranjera” de las universidades en Francia por la cantidad de estudiantes foráneos que cursaban carreras en ella.
FUENTES DE SU INVENTIVA
El costarricense se alimenta de cuatro fuentes principales durante sus años de estudio en Europa hasta obtener su doctorado en 1979:
1) La estructura del plano pictórico a partir de la emblemática "ventana" del renacimiento italiano que apreció en sus numerosas visitas de estudio al Museo del Louvre.
2) El color subjetivo en composiciones aparentemente descuidadas de Henri Matisse que marcará su uso del color intenso y hasta chillón en sus composiciones.
3) El “nuevo realismo” liderado por Yves Klein que influiría su obra en distintas series de las siguientes décadas usando vastas zonas de color y monocromas como fondos.
4) El arte tribal africano, mesoamericano y de Oceanía que tanto había impactado a los modernistas varias décadas antes, que explorará más como formas que como contenidos antropológicos a comunicar.
Una primera síntesis de dichas influencias
es su pintura en acrílico sobre cartón titulada “Lekitos” de 1977. Ese
mismo año, tendrá su primera confrontación internacional en la muestra
colectiva de arte iberoamericana que tuvo lugar en Madrid con motivo de la
fundación del Centro Cultural de la Plaza Colón, junto a nombres establecidos
como Guayasamín, Botero, y Le Parc, entre otros.
Si bien experimenta con la figura humana
en obras de pequeño y mediano formato durante estos años, como se comprueba en
“Ella” una tempera sobre cartón de 1978, ésta nunca llega a convertirse
en un elemento dominante en sus composiciones pictóricas donde primaran más
bien otros elementos figurativos: telúricos como playas, cascadas y volcanes;
orgánicos como flores, animales y aves o; sígnicos-simbólicos como caligrafías
orientales y signos precolombinos.
La figura humana, sin embargo, emerge con
mayor constancia en su obra escultórica a partir del 2.000 mediante objetos
encontrados que reconstruye en una narrativa propia de la estética del
deterioro y con la misma temporalidad.
Se trata de estilizaciones
tridimensionales, dramáticamente alargadas y/o alegóricas de culturas
ancestrales mediante ensamblajes con base en piedra, metal y otros materiales
encontrados. Cuando incluye la figura humana en su obra bidimensional sus
personajes lucen acartonados emulando viejos iconos orientales entre el 2004 y
el 2007, principalmente.
Una de las excepciones a la regla, fue el retrato de su madre Dora González que pintó al acrílico en 1983. El personaje es evocado en una composición donde se integra con elementos decorativos sobre el fondo superior de distintos tonos de azul y flores casi abstractas sobre variaciones de rojo en la parte inferior. La figura "orientalizada" en sus rasgos, es una sombra de color rosáceo difuminada sobre el plano.
COLOR FIERO
Durante su estancia europea, Chacón fue
asistente por casi dos años del creador cinético venezolano, Carlos Cruz-Diez.
Pero, la influencia de este fue más determinante en términos de conducta
y vivencia que de práctica o concepto artísticos. El desarrollo del
concepto del color en Chacón debe mucho más a Matisse que a Cruz-Diez.
Como hemos apuntado con anterioridad los
autores cinéticos como Cruz-Diez partieron de una posición extrema: en la no
figuración propusieron la creación de “objetos” y “máquinas” como
instrumentos dedicados a la expresión del movimiento real perceptivo (como
el cinetismo lo expresaba, de acuerdo con su raíz
griega).
Cruz-Diez, cuya investigación lo llevó,
décadas atrás, a inventar las “fisiocromías”; término bastante explícito
puesto que se trata del color cambiante, gracias a un efecto meramente físico,
llegó a un “callejón sin salida” que lo obligaba a reiterar conceptos
sin preocuparse por profundizar en ellos.
Chacón, en cambio, refinó su técnica sin traicionar su indagatoria plástica a partir del concepto del color “feroz” (fauvismo) que caracterizó principalmente a Henri Matisse.
De cara a los descubrimientos ópticos y precisos del color de Cruz-Diez terminaron pesando más en la obra del pintor costarricense el empleo subjetivo del color – despojado de su carácter descriptivo- y la simplificación del dibujo -a partir de pinceladas gruesas que “dibujan” con el color en lugar de la línea.
“Notre Dame de París”, una pintura al acrílico de 1980 señala en ese sentido el norte de su obra de regreso a su tierra, volviéndose una estructura compositiva recurrente en su producción indistintamente del tema que aborde, la superficie de la tela o el papel sobre la que trabajo y el tamaño del formato.
Otra influencia de Matisse que no pasa
desapercibida en la obra de Chacón es cierto desinterés aparente por el acabado
de los detalles y el uso de algunos colores chillones.
Esto último, indudablemente, lo aproxima
sin comprometerlo al neoexpresionismo alemán combinando con una actitud
despreocupada en sus composiciones que evoca la alegría y la serenidad de un
arte amable y apacible como el de Matisse y otros posimpresionistas.
Basta mirar su enorme políptico del 2010, hoy exhibido en el Museo Nacional para comprobar su controlada expresión del color sobre un paisaje encendido de rojos que nunca llegan a explotar.
REINVENCIÓN DEL PAISAJE
Es patente a partir de su regreso en la
década del ochenta su preocupación por reinterpretar el paisaje a partir de una
imaginería que no estará restringida a la costa, los ríos, los valles y los
volcanes, con base en su técnica de colores fieros y el enfoque conceptual ya
citado.
Verán, toda innovación supone disrupción, porque no se basa en una evolución histórica lineal de la expresión artística, en una continuidad por ejemplo de la tradición nacionalista en el paisaje, sino de una revolución que afirma un antes y un después, un “volver a cero” en términos paradigmáticos.
Pero mientras un artista que intenta ser
racional y científico innova con base en una disrupción intelectual, Chacón lo
hace con base en una aproximación empírica, sensorial, guiada por la intuición
que le permite, usando sus propias palabras, materializar en la pintura “un
chiripazo”.
Honestamente, Chacón no debe nada a
respetables paisajistas como Gallardo, Quirós o Pacheco y ciertamente no
califica como heredero de la tradición establecida por estos. Lo suyo más
bien es una disrupción a partir de una mirada intuitiva que se apropia de la
realidad física llámese playa, montaña, cascada, volcán, aves y animales para
fragmentarla, despojarla de su simbolismo y reconstruirla en formas a partir
del color.
Un ejemplo notable de su reinterpretación
del paisaje a partir de elementos atávicos es su conocida pintura “Ritual”
de 1984. En ella un ave a punto de ser sacrificada por las flechas que se
lanzan desde la esquina superior derecha ante las ansiosas manos petitorias es
observada por la máscara tradicional y los pichones que llenan el ciclo de la
muerte anunciada. Las interpretaciones pueden variar, pero no son
medulares. El drama del ritual como una imagen pura y total, estemos o no
de acuerdo, es lo que importa.
Ni antes, ni después su producción será afectada por la contingencia del arte políticamente comprometido o las agendas ideológicas de moda en el mercado, aunque a veces coqueteará con ellas para mantener su relevancia más como gestor cultural que como artista.
De hecho, el tema de algunas piezas en su producción puede parecer específico, por ejemplo, el cambio climático en su obra del 2008 “Margaritas rojas”, fotografía y laca sobre madera aglomerada de su serie “calentamiento global”, pero casi nunca es crucial, aunque si pueda afectar la lectura del espectador despistado que juzga la obra por su título, o el compromiso con la pintura por un devaneo antiestético.
En la misma vena, puede decirse algo
similar de sus experimentos con técnicas como el fotomontaje, el ensayo
fotográfico, el ensamble a partir de objetos encontrados o el reúso de
cerámicas “accidentadas” para construir nuevas significaciones o
provocar lecturas alternativas.
Pero, seamos claros, sus incursiones en
medios contemporáneos, distintos de su verdadera vocación, la pintura, son
meros ejercicios exploratorios para conectarse con una contemporaneidad enfocada
en la didáctica conceptual que abraza la muerte del arte y por ende de la
pintura como su abanderada.
El arte, en general, se diferencia de
otras expresiones como el conceptualismo en que no busca ser didáctico. Claro
que podemos aprender de la obra de arte, pero no se supone que esta
literalmente nos instruya. Lo didáctico ha pertenecido naturalmente
al ámbito del panfleto, el afiche, la publicidad y la comunicación política.
Cuando un creador, por ejemplo, privilegia
el mensaje contingente sobre la belleza, la imaginación, la sensibilidad y la
forma no tiene como meta hacer arte, sino lo opuesto, que para el caso que nos
ocupa en esta oportunidad se traduce como soluciones a problemas conceptuales.
A pesar de sus devaneos con la moda y la
paradoja conceptual que entraña, la producción de Chacón se mantiene casi
constante en estilo, forma y técnica con el paso de los años, con ligeras
reinvenciones o desviaciones que son tanto intuitivas como oportunistas.
Intuitivas porque a pesar de su riguroso entrenamiento técnico como pintor, y
cierta vanidad sobre su conocimiento del arte, las decisiones sobre el
tratamiento compositivo en sus obras no suelen iniciar con un proceso cognitivo
y racional.
Por ello, las series que lo caracterizan son un medio fructífero para practicar la intuición a la manera en que los impresionistas lo hacían estudiando la luz sobre un mismo paisaje o arquitectura a lo largo de distintos horarios y factores atmosféricos.
En su reciente retrospectiva, incluye su elongada y
colorida obra en acrílico del 2014 titulada “Tierra de Volcanes” basada
en el mural realizado en cerámica que mantiene expuesto en la avenida décima
cerca del antiguo mercado josefino de mayoreo. Esta obra consistente de siete
franjas verticales de distinto tono de color en el fondo, muestra tres de los
conos volcánicos en erupción mientras se levanta de cada uno una suerte de nube
que hace lucir la escena más pacífica que amenazante. El orden somete al
caos.
Sus frecuentes estudios sobre naturalezas
muertas de vasos con flores también le han permitido un ejercicio intuitivo sin
caer en la producción a escala que redunda sin ofrecer profundidad y abarata la
producción artística. Sus hallazgos en este sentido no son desdeñables como se
evidencia en “Naturaleza muerta con flores”, un acrílico de 1986.
En cambio, las decisiones sobre los
títulos y ciertos componentes que integra a su iconografía son claramente
intencionales e influidos por circunstancias externas, por ejemplo, sus viajes,
experiencias y/o lecturas.
Sus periplos por Asia entre el 2000 y el 2007 dejaron una vasta serie de obras inspiradas en temas clásicos orientales que le llevaron incluso a usar de soporte imágenes de obras ya existentes en papel en intervenciones que provocaban una nueva lectura pictórica y gráfica donde los signos dejaban de simbolizar para transformarse en sus manos solo en formas.
ARTE POR EL ARTE
Lo que no es negociable en este proceso
para el artista, es traicionar la obra misma, que se mantiene en la dimensión
filosófica del “arte por el arte” sin avergonzarse nunca.
Chacón afirma claramente en cada obra que el arte es un fin en sí mismo y no un instrumento a la usanza contemporánea para servir propósitos científicos, morales, políticos o económicos. Esta filosofía artística idealista no le impide cooperar tangencialmente con movimientos contemporáneos que han adoptado la tesis posmodernista del fin del arte, con su lógica renuncia a la estética y la afirmación de lecturas postconceptuales de tendencia sociológica, antropológica, sociológica o psicológica que poco o nada tienen que ver con el arte.
El artista, no obstante, se da licencia en la ambigüedad
de sentirse “in” sin nunca quedarse del todo “out” en la escena
cultural actual. En esta línea encontramos “Regalías españolas II”,
una técnica mixta de 1987 que es un producto ambivalente en su aparente crítica
al colonialismo y a quienes lo perpetúan.
Lo más importante no es la anécdota social
o el panfleto político que desborda las conversaciones y experiencias en el
entorno regional, sino lo que no se ve, y es a esa dimensión de la realidad a
la que nos acerca su obra y en particular su más reciente exposición en la
Galería Nacional.
Los recursos de que echa mano Chacón mediante
la conciencia de la intuición son la memoria y la imaginación para ayudar a
recordar, asociar, inventar y crear. Dos ejemplos vienen a colación para
comprender el alcance de su intuición pictórica y su verdadero legado.
Uno es el enorme tríptico pintado al acrílico por Chacón en 1988 tras visitar playa Nancite en Guanacaste que hoy es parte de la colección de la Caja Costarricense del Seguro Social. La obra casi monocroma donde los pigmentos en oro sobresalen proveyendo luminosidad a la escena, es una representación bucólica y elegante de una playa donde los personajes dominantes son los correlimos, unas pequeñas aves que buscan su alimento en las costas.
El tratamiento sobrio mediante texturas y gradientes de sombras hace de este uno de los paisajes más líricos del creador costarricense.
En su muestra "Antología", el tríptico del 2000
titulado “El estanque” recuerda también de manera lírica, el
rítmico movimiento de las aguas encerradas agitadas solo por los peces de
colores que lo habitan, vistos desde un plano superior, casi fotográfico.
En una dinámica balanceada, todo está en
su correspondiente lugar sin causar conflicto o tensión. En
consecuencia, Chacón logra sugerir una frágil paz espiritual que solo es
posible a partir de una controlada intencionalidad en un entorno crecientemente
caótico, que intencionalmente resiste en sus composiciones donde nada parece
faltar o sobrar sin importar su tema.
"El estanque", 2000. Tríptico. Acrílico/tela. Luis CHACÓN. Foto: AKEZ
Su obra como la de su mentora Lola Fernández es consistentemente disruptivo por su carácter intuitivo, aunque la realidad de sus ideas (temas) sea meramente evocativa, sombra de lo real, presencia de la ausencia, conciencia de una intuición o premonición alternativa a un mundo caótico, melindroso y agazapado, al que como artista y como persona trascendió hace tiempo, pero al cual continúa apelando públicamente con libertad mediante su obra, pasada y reciente, pese a que para evitar toda discusión confrontadora muchos la ignoren mediatizándola con halagos superficiales al artista.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc,
CPLC, AICA
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