GIACOMETTI: La Marca de la Alienación
Exhibición Retrospectiva
de Alberto Giacometti (Suiza, 1901-1966) 200 piezas entre esculturas, pinturas,
grabados y dibujos. Museo Guggenheim, Bilbao, España. Del 19 de octubre del
2018 al 24 de febrero del 2019, de lunes a domingo.
"Bola suspendida", 1931-31. Yeso, metal pintado, y cable
El verdadero arte
surge de la constante reflexión, y no hay espacio para la reflexión en la
creación artística si no hay alienación. Este último término molesta porque lo
asociamos con una condición de salud mental. De hecho, la definición más frecuentemente aceptada supone la pérdida transitoria de la razón o los sentidos,
especialmente a causa de un sentimiento intenso de miedo, enfado o dolor.
En el ámbito creativo,
los objetos no son arte en sí mismos, aunque cierta retórica curatorial
promueve lo contrario por desconocimiento y moda. Los objetos en realidad se vuelven arte a
través del proceso de transformación que involucra investigación, disciplina, y
reflexión de parte del artista que desarrolla un concepto estético auténtico
alienándose temporalmente del entorno social para descubrir su verdad.
Es una paradoja,
que el arte deba existir en un entorno de intercambio social para ganar significado, cuando la
mayor parte de las veces solo se crea en la intimidad de la relación entre el
artista y su objeto. Por eso hay tantos
autores de personalidad introvertida comunicándose con una audiencia
socialmente amplia.
En el caso del
resiliente y solitario artista suizo Alberto Giacometti encontramos tanto la
enajenante intencionalidad en su proceso creativo, íntimo y reflexivo, como la
marca de la alienación dejada en su obra por la influencia de un entorno
agresivo y violento, período entre guerras, que modelaron su lenguaje
plástico.
Sala inicial de la Retrospectiva de Alberto Giacometti. Museo Guggenheim Bilbao, España.
GRITO Y FRAGILIDAD
Debemos a Giacometti el haber puesto fin a la monumentalidad, a la solemnidad, al anhelo de
posteridad y a toda heroicidad en el ámbito de la escultura moderna, como se
puede comprobar en la segunda planta del Museo Guggenheim Bilbao, en España,
donde más de 200 obras suyas cubriendo en retrospectiva su obra de 1934 a 1965,
atestiguan su resiliencia y la marca de la alienación.
En palabras de
Giacometti, “Cuando no trabajo creo saber
perfectamente lo que persigo, lo que quiero, incluso creo ver esta obra
terminada delante de mí, pero cuando empiezo a trabajar todo cambia y parezco
perdido”.
No obstante, su
obra revela ese sentimiento de fragilidad ante el fracaso, que no le impidió seguir creando resilientemente, conforme a su verdadera aspiración, “ver, comprender el mundo, sentirlo
intensamente y ampliar al máximo nuestra capacidad de exploración”.
Esta es la primera
retrospectiva de Giacometti desde 1955, cuando se organizó en el Guggenheim de
Nueva York una amplia muestra a la que el artista nunca asistió porque temía que
tuviera el mismo efecto en él que una exposición similar en Londres donde se
reunieron muchos de sus trabajos.
No sabemos que
hubiera pensado Giacometti de su retrospectiva inaugurada en Nueva York el año
pasado, y ahora abierta en Bilbao hasta febrero del presente año. Tal vez hubiera preferido que se vieran sus
esculturas en su modesto estudio parisino de tan solo 23 metros cuadrados, que
carecía de agua potable y en medio del cual crecía un árbol.
Para nuestro
beneficio, las seis salas destinadas a la retrospectiva en el Guggenheim Bilbao
proveen el espacio necesario para observar en detalle sus esculturas, pinturas, grabados y
dibujos.
Gracias a la curaduría de Catherine Grenier de la Fundación Giacometti en París y Petra Joos del Guggenheim Bilbao estamos también, a salvo del revisionismo académico imperante en grandes museos y galerías a lo largo del mundo. Hay suficiente información en las cédulas de cada pieza para permitir que estas hablen audiblemente por sí mismas.
Gracias a la curaduría de Catherine Grenier de la Fundación Giacometti en París y Petra Joos del Guggenheim Bilbao estamos también, a salvo del revisionismo académico imperante en grandes museos y galerías a lo largo del mundo. Hay suficiente información en las cédulas de cada pieza para permitir que estas hablen audiblemente por sí mismas.
Es el caso del
rostro levantado con una mirada angustiada y boquiabierto de “Cabeza sobre una varilla” (1947) que
evoca el efecto del caparazón de una concha pegado a nuestra oreja registrando
mentalmente el eco del rápido y rugiente grito de la figura. Es sencillamente impactante que un artista represente
el sonido de la angustia y la fragilidad humana sin otro recurso que la
tridimensionalidad de sus figuras.
En palabras de
Giacometti, “No puedo ver simultáneamente
los ojos, las manos, y los pies de una persona que está de pie, frente a mí, a
dos o tres metros de distancia. La única
parte que miro entraña una sensación total de la existencia”.
EN CUNA DE ARTISTAS
Nacido en 1901 en
el seno de una familia de artistas, en Borgonovo, Suiza, Giacometti recibió su formación inicial en el taller de su padre que
era un pintor neoimpresionista y de su tío que era un fauvista cuando se trasladó a Stampa, en los Alpes Suizos. Con solo 15 años esculpió allí “Cabeza de mi madre”,
que no figura en la muestra de Bilbao.
En 1922 se estableció en París para recibir entrenamiento artístico formal. Cuatro años después se
mudó a un pequeño y modesto estudio en Montparnasse junto con su hermano
Diego. En ese estrecho espacio desarrolló su visión personal sobre el mundo que le rodeaba.
Tenía problemas con
los materiales, así que su hermano Diego le enseñó a trabajar el yeso y algunas
técnicas escultóricas. La preocupación de Giacometti nunca fue el medio o la técnica
de expresión artística sino la humanidad con todas sus falencias.
Sobre todo le preocupaba
en la figura lo esencial, los ojos que para él definían la expresión del rostro.
De los ojos partía hacia el puente de la nariz y luego la boca. No obstante, escribió con entusiasmo: “Si logro hacer bien los ojos todo los demás
viene rodado”.
La mayoría lo
conoce por sus alargadas y delgadas figuras de mujeres desnudas y hombres hieráticos
o caminando, auténticas metáforas de la vulnerabilidad humana, que marcaron su
búsqueda de las claves de la existencia.
"Plaza de la ciudad", 1947-48. Escultura en bronce.
DEL CUBISMO AL EXISTENCIALISMO
Aunque su obra
figurativa es la más conocida y popular entre el público, sólo representa una parte importante de su obra, no la totalidad. Antes de 1935, Giacometti se sumergió en el
cubismo como revela “La mujer cuchara”
(1927) donde enfatizó la mezcla entre cubismo y surrealismo con su delicada
base curva y el busto en forma de caja.
Pero, con su escultura “Bola
suspendida” (1930-31) que Giacometti transiciona del Cubismo para sumergirse en
el surrealismo que le apasionó por sus claras implicaciones sexuales. Esta obra representa una jaula, con una bola
en forma de melocotón colgando, que roza ligeramente lo que luce como un banano
en la base.
Giacometti era
cercano a Salvador Dalí, pero hasta que André Breton visitó su estudio fue considerado parte del grupo surrealista.
Durante la
ocupación nazi de París a partir de 1940, Giacometti viajó a visitar a su madre
a Ginebra, pero cuando intentó regresar le negaron la entrada por lo que se
instaló en una habitación de hotel que transformó en estudio. Allí nacieron
sus esculturas cada vez más pequeñas, hasta que terminaron siendo tan delgadas
como un cigarrillo.
Mientras vivía en Ginebra conoció a Annette Arm de quien se enamoró y lo acompañó de vuelta a París en 1946 donde luego se casaron. Tras este retorno, las figuras recobran su altura y dimensión, inspiradas por el entorno urbano y la interacción, activa o no, del artista con la gente.
Mientras vivía en Ginebra conoció a Annette Arm de quien se enamoró y lo acompañó de vuelta a París en 1946 donde luego se casaron. Tras este retorno, las figuras recobran su altura y dimensión, inspiradas por el entorno urbano y la interacción, activa o no, del artista con la gente.
“En la calle la gente me deja estupefacto e interesa
más que cualquier escultura o pintura”, declaraba entonces
Giacometti. “A cada segundo la gente fluye, se junta y se separa, entonces se aproximan
mutuamente para reconocerse uno al otro.
Forman y reforman incesantemente composiciones vivas de increíble
complejidad…Es la totalidad de esta vida lo que quiero reproducir en todo lo
que hago”.
La obra
escultórica, particularmente en este período, enfatiza el aislamiento humano
mediante el estiramiento de las figuras y su puesta en movimiento como cuando
esculpe caminantes en piezas como “Hombre señalando”, “Tres hombres caminando”
y “Plaza de la ciudad” (todas de 1948).
Se trata de conjuntos porque las figuras se exhiben conectadas por la misma base, pero independientes una de otra, formando una composición que encarna las rutinas a las que uno ve cotidianamente obligado en las urbes. Los seres humanos en un mismo lugar no parecen menos aislados de cuando se encuentran solos.
Se trata de conjuntos porque las figuras se exhiben conectadas por la misma base, pero independientes una de otra, formando una composición que encarna las rutinas a las que uno ve cotidianamente obligado en las urbes. Los seres humanos en un mismo lugar no parecen menos aislados de cuando se encuentran solos.
En “Tres hombres caminando”, consistente de
figuras que casi se tocan, estamos ante un estudio del movimiento, en lugar de
la inmovilidad de figuras cementadas al piso.
ALIENACIÓN Y CONEXIÓN
El artista crea, cuidadosamente, una obra que exhibe tanto la individualidad como el sentido
de comunidad, articulando las preguntas existenciales hechas por sus
amigos Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
¿Estamos todos aislados? ¿Cuándo
sentimos que compartimos es una experiencia es una ilusión?
No son meras
preguntas existencialistas, sino que están en el corazón de la preocupación
conceptual que ocupó a Giacometti desde su retorno a la figuración en 1935: la alienación
como respuesta a la ilusión de la experiencia compartida.
Algunas de sus piezas venían enfatizando, también, la violencia derivada de la ilusión de conexión social mediante compositiva agresivas como “Mujer
caminando” y “Mujer con su garganta
cortada” creadas ambas en 1932. La
última es una intensa composición con las costillas como tajadas al aire, y la
“cabeza” adherida por un simple nudo.
Derramada sobre el piso, la pieza parece más insecto que humano. Aquí el autor
nos lleva más allá de la alienación, desgastando el material hasta que se sienta
como un hueso degradado, una escultura fruto de un serio estudio arqueológico.
Vemos ese efecto
nuevamente en “La Nariz”, el rostro
poseído, colgando de un cable, con una nariz de la longitud de un cañón de
rifle que sobresale la jaula que la rodea.
La boca nuevamente está abierta expresando angustia. Recuerda una máscara veneciana o un grito de
dolor expansivo.
Como en muchas de sus obras surrealistas
impacta por su simplicidad proyectándose tanto grotesca como seductora. La
pieza condena la muerte violenta buscando intencionalmente incomodar al
espectador.
Otra pieza que
logra el mismo efecto es “Objeto
desagradable” (1931) que con obviedad evoca un consolador usado como
herramienta de tortura.
INFLUENCIAS CRUCIALES
En términos de
influencias, Giacometti fue un aplicado estudioso del pasado, empezando por el arte egipcio,
especialmente de la escultura funeraria, y del antiguo arte Cicládico anterior al
año 2.000 A.C.
Un claro ejemplo de ello es “Cabeza contemplativa” realizada entre 1928 y 1929 que parece como piedra blanca y presenta una sección de la cara con hendiduras que representan un ojo y una nariz – vaga o distintiva, dependiendo de como caiga la luz sobre ella. Es una mezcla de sutileza y volumen.
En la obra anterior como en la escultura llamada “Mujer” de 1929, se descubre al artista explorando el pasado para producir figuras que reflejan un presente marcado por la alienación.
Un claro ejemplo de ello es “Cabeza contemplativa” realizada entre 1928 y 1929 que parece como piedra blanca y presenta una sección de la cara con hendiduras que representan un ojo y una nariz – vaga o distintiva, dependiendo de como caiga la luz sobre ella. Es una mezcla de sutileza y volumen.
En la obra anterior como en la escultura llamada “Mujer” de 1929, se descubre al artista explorando el pasado para producir figuras que reflejan un presente marcado por la alienación.
Esto también se evidencia en “Desnudo alto” de 1961, que parece una
figura erguida esculpida, con un aura humeante a su alrededor, pero que vista
de cerca evoca las pinturas funerarias que los egipcios ponían a sus ataúdes
cuando gobernaban sobre ellos los romanos.
Giacometti no
buscaba dinero, gloria, adulación o comodidad, sino que su camino era marcado
por la experiencia que vivía intensamente cada día al trabajar con sus manos.
Sus temas
recurrentes como la tortura y el sexo, el aislamiento y la comunidad, patentizan experiencias personales que el autor vivió como la pérdida de su compañera y
las pesadillas que lo acosaban. Todo esto encuentra eco en sus esculturas.
La muestra
retrospectiva se ocupa también con amplitud y detalle de sus dibujos, grabados
y pinturas, los cuales en su mayoría sirvieron el propósito de bosquejar sus
obras tridimensionales. Hay obras casi
fantasmagóricas ahogadas en grises y escalas monocromas como “Annette Negra” (1962) donde lo que
destaca es la intensidad de los ojos, y el uso de oscuras líneas garrapatosas.
La obra
desarrollada por Giacometti en cuarenta años de carrera puede hacer tambalear
las emociones de su audiencia con gran facilidad, como resultado de su proceso
creativo confrontando lo surreal a través del arte.
No obstante, logró
dar forma física a lo ominoso en su obra “Manos
sosteniendo el vacío” (1934) que se considera la cúspide de su exploración
surrealista. El rostro da la impresión
de un pez fuera del agua, mientras sacude hacia arriba y hacia abajo las
branquias con pánico.
Sus pies están
forzados a la base por una hoja de bronce, y conforme nuestros ojos recorren
las manos salta la pregunta de que es lo que están esperando. La pieza evoca un
momento cuando el pánico cede finalmente a la tranquilidad, por un acto de la
voluntad o en oposición a este.
Los elementos
extraños y contradictorios conforman la esencia de la escultura de Alberto Giacometti,
como si fuera alguien que descubriera la luz arrastrándose a través de un
oscuro y turbio túnel.
“Tengo el sentimiento, o la esperanza, de que
estoy progresando cada día”, declaró Giacometti. “Eso es lo que me hace trabajar, compelido a comprender el corazón de la
vida”.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc,
CPLC, ACC, AICA
Comentarios