KAHLO y RIVERA: Arte, Desamor y Culto
Exhibición “Frida Kahlo, Diego Rivera y el Modernismo Mexicano: la colección de Jacques y Natasha Gelman”. 150 obras entre pinturas, dibujos, grabados, fotografías, vestuario folclórico y objetos. Musée National des Beaux Arts du Québec (MNBAQ), Pabellón Pierre Lassonde, Canadá. Del 12 de febrero, al 7 de setiembre, 2020, de lunes a domingo.
¿Es el arte más amplio y profundo que la vida de quienes lo producen? Indudablemente. De otra manera nuestra apreciación de la producción artística se limitaría a la investigación y lectura que hacen de ella disciplinas como la historia, la sociología y la psicología.
Hemos aceptado como convención desde el siglo pasado que un objeto para ser considerado arte debe ser producido por un ser humano dotado de pensamiento simbólico e intencionalidad para comunicar emociones, pensamientos y experiencias de vida. No obstante, se sostiene que la primera evidencia artística en este planeta fue realizada 40.000 años antes de Cristo por el homo sapiens al comunicar su inteligencia y sensibilidad mediante objetos de concha, piedra y representaciones pictóricas rupestres.
Pero, si desconociéramos el contexto en que se produjeron tales objetos prehistóricos, ¿tendrían el mismo significado para cada uno de nosotros hoy en día? Es muy probable que no. Lo ideal para apreciar el hecho artístico con libertad es no depender de las lecturas distanciadas e interesadas de terceros que fuerzan lentes ajenos sobre nuestra propia manera de mirar y experimentar el arte.
Desde la perspectiva del crítico de arte como ya apuntó Charles Baudelaire “la crítica debería ser parcial, apasionada y política - lo que quiere decir, escrita desde un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista abierto a los horizontes más amplios”.
Nunca ha sido esto más apremiante, que cuando se estudia la mitificada producción artística de la dupla compuesta por Diego Rivera y Frida Kahlo convertidos en patrimonio nacional mexicano, culto popular de masas y saga cosmética “heroica y romántica” articulada por la izquierda y el feminismo, especialmente desde fines de los setentas del siglo pasado.
La reciente exhibición en el Musée National des Beaux Arts du Québec (MNBAQ) en Canadá brinda una oportunidad excepcional para examinar críticamente la contribución artística de Rivera y Kahlo y los mitos que desde el ámbito personal terminaron permeando su legado por razones de reputación, moda y mercado.
La muestra titulada “Frida Kahlo, Diego Rivera y el Modernismo Mexicano” es parte de la Colección
de Jacques y Natasha Gelman que viaja modularmente alrededor del mundo - Québec esta
es la ciudad No 58 que la acoge - permitiendo a cada museo adaptar el contenido
a su propio concepto curatorial.
En el presente caso, André Gilbert, curador
del MNBAQ, ha desplegado más de 150 objetos en 19 secciones enfocadas en la
pareja Rivera- Kahlo, aunque se exhiben obras de otros artistas mexicanos de
renombre. “Es una exhibición sobre una pareja. Así traté de diseñarlo. Ambos
son importantes, aunque hoy la fortuna crítica de Frida Kahlo ha superado a la
de su marido. Contamos la historia de una pareja y ponemos a Frida en el
corazón de cada sala."
Al entrar a las salas del pabellón
Lassonde es evidente que la curaduría ha dado preeminencia a la figura de Frida
Kahlo sobre la del resto de los expositores, incluido Diego Rivera (1886-1957). No
solo se muestran cinco de los veinte conocidos autorretratos suyos que son parte de la colección
Gelman sino también numerosas fotografías suyas tomadas por reconocidos
fotógrafos como Edward Weston, Manuel Álvarez Bravo, Gisèle Freund y Nickolas
Muray, autor de una conocida serie de fotografías en color. Además, se
enfatizan producciones del padre de la artista, Guillermo Kahlo junto con
breves filmes biográficos de la pareja y el vestuario típico de Kahlo que
también coleccionaron los Gelman.
Después de la primera sala dedicada a
la obra de Diego Rivera, el personaje central en las restantes es Kahlo a pesar
de la compañía de obras de grandes muralistas como José Clemente Orozco y David
Alfaro Siqueiros y pinturas maduras de Rufino Tamayo, Carlos Mérida y María
Izquierdo. La muestra es sobre la vida más que sobre la obra de Rivera y Kahlo,
por lo que el concepto del modernismo mexicano con el que se bautizó la muestra queda
en el aire como una promesa vacía.
FÁBULA DEL ELEFANTE Y LA PALOMA
Frida Kahlo (1907-1954) nunca destacó
como pintora o dibujante antes de conocer a su futuro esposo en 1928 durante una
fiesta de activistas de izquierda organizada en la casa de su amiga en común, la
fotógrafa Tina Modotti. Había pintado
solo por cuatro años sin mayor técnica o dominio compositivo y enfáticamente,
según su propia confesión, motivada por su dimensión terapéutica.
Mientras Rivera tenía 42 años y
una carrera artística establecida internacionalmente, ella tenía 21
años y sus aspiraciones académicas truncadas por un serio accidente ocurrido
tres años antes cuando un tranvía colisionó contra el autobús en que viajaba
causándole problemas de salud por el resto de su vida que afectaron, entre
otras cosas, una propensión al aborto espontáneo.
El mismo año que se conocen, Rivera la retrata en un
fresco llamado “El arsenal” del ciclo de la “Revolución Proletaria” que
pintaba para el Ministerio de Educación Pública. Aparece flanqueada por Tina Modotti, Julio
Antonio Mella y David Alfaro Siqueiros.
Viste una falda negra y blusa roja con una estrella roja sobre el pecho
que afirma su membresía en el Partido Comunista de México del que se hizo parte
en 1928.
Frida había estado ilusionada por
otro hombre antes, Alejandro Gómez Arias, quien además de mentirle empezó a
distanciarse de ella tras su accidente.
Y se acercó a Diego en busca de consejo ya que lo respetaba como pintor
y necesitaba saber si podía vivir de la pintura, actividad que había iniciado
como autodidacta ya que necesita apoyar a su familia que estaba en bancarrota. El
primer autorretrato de Frida data de 1926.
Según su amiga y biógrafa, la crítica
de arte, Raquel Tibol, al muralista le atraían las personalidades atípicas como
la de Frida. Para vencer los recelos de
los padres, Rivera pagó las deudas de la familia cuya residencia en Coyoacán estaba a punto
de ser embargada. Guillermo Kahlo era de
pensamiento liberal y temperamento artístico pero su esposa Matilde Calderón
era religiosa y conservadora. No debe
extrañar que al conocer la intención de Diego de casarse con Frida en 1929 bautizará
la misma como la unión entre un elefante y una paloma.
Diego era un hombre mayor, gordo,
feo, con bronquitis crónica, los ojos con conjuntivitis hasta el punto de que
tuvieron que internarlo varias veces, por temor a que perdiera la visión.
Además, era un hombre desaseado y con un pasado preocupante por mujeriego. Lo compensaba con su impresionante cultura y
escala como pintor y maestro. Frida
quien era básicamente una autodidacta, pintaba en un estilo muy “naif”,
retomando con frecuencia la antigua tradición del exvoto incorporado a la cultura mexicana durante la
conquista española.
No había tenido
un maestro y parece haberlo encontrado en Diego Rivera quien afirmó al conocer
sus obras tempranas, “Los lienzos revelaban una desacostumbrada fuera
expresiva, una exposición precisa de los caracteres y auténtica
seriedad…Poseían una franqueza fundamental y una personalidad artística propia.
Transmitían una sensualidad vital, enriquecida mediante una cruel, si bien
sensible, capacidad de observación. Para mí era evidente que tenía ante mí una
verdadera artista”. (Autobiografía por Gladys March, 1960)
Lo que hace
Rivera es animarla a seguir pintando, reafirmando temáticamente el
descubrimiento que había hecho mientras convalecía del ya citado accidente, “Me
retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que
mejor conozco”. (Entrevista publicada en 1945)
De las cerca de
150 obras que produjo durante su vida, 55 son autorretratos. A diferencia de Diego Rivera que era un
virtuoso de la pintura y el dibujo, formal y conceptualmente, la obra de la
autodidacta Kahlo debe mucho a cierta facilidad innata. No obstante, sus
dibujos en la tradición de los exvotos van siempre acompañados de notas
referenciales escritas a mano, mientras sus pinturas son intencionalmente
folclóricas o crudos tratamientos a partir de elementos de la cultura popular
alimentados por algunas “notas rojas” de origen periodístico.
Pero su obra se
refina a partir de los treintas cuando debe abandonar México con su marido para
una estancia de cuatro años en los Estados Unidos debido a la persecución
política desatada por el gobierno de Plutarco Elías Calles que abandona la
política cultural que promovía la pintura mural y rescinde los contratos con
los artistas. Incluso algunos frescos
son destruidos como el mural de Rivera “La Creación” ubicado en el
Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria en la capital
mexicana.
AL NORTE BUSCANDO AUXILIO
Mientras tanto
en el norte había un enorme interés por el llamado “renacimiento mexicano”,
abordado en marzo último en Ars Kriterion E-Zine, (https://arskriterion.blogspot.com/2020/03/vida-americana-revolucion-y-farsa.html), que Rivera como representante más destacado del
movimiento muralista supo capitalizar mediante importantes encargos públicos en San Francisco, Detroit y Nueva York.
Un año antes,
1931, el Museo de Arte Moderno de Nueva York, había dedicado su segunda mayor
retrospectiva a la obra de Diego Rivera. La anterior había sido dedicada a
Matisse. Rivera vendió más obra que
Picasso aún en plena recesión económica estadounidense. Era el artista de moda y los industrialistas
lo perseguían para comisionarle obras públicas y de caballete. Aunque todos sabían de sus inclinaciones
políticas comunistas ignoraban ese aspecto agregándole a los matices étnicos y
de autenticidad del cotizado artista. Como declaró el extinto escritor y crítico
de arte, Robert Hughes, Rivera era un “cruce entre Whitman y Picasso”.
Era un dibujante
dotado que nunca dejaba de estudiar y perfeccionar sus trazos con una mano
segura y una forma delicada. Gracias a
una beca recibida durante el porfiriato mexicano se estableció en España
primero a partir de 1907 y luego en París a partir de 1909. Fue parte del
movimiento Cubista con Picasso y Braque como evidencia su óleo sobre tela de
1915 “Paisaje zapatista”, pero para 1918 vuelve a la figuración. En
1921 regresa a México a solicitud del ministro de educación e intelectual, José
Vasconcelos, que estableció el vasto programa de pintura mural en edificios
públicos. Una vez que pintó su primer
mural “La creación” en 1922 Rivera nunca abandonó el género.
Cuando Rivera y
Kahlo arribaron el 21 de abril de 1932 a Detroit para desarrollar el encargo de
los murales para la Compañía Ford, preguntaron a Frida que, si ella era también
pintora a lo que respondió con fiereza y ambición “Si, la mejor del mundo”.
¿Cómo han cambiado los tiempos? En el
2015 la exhibición realizada por el Instituto de Arte de Detroit tituló la
exhibición “Rivera y Kahlo”, pero ahora en Quebec, como antes en Sidney
y Viena, lo que predomina es “Kahlo y Rivera”. La muestra que abordamos hace justamente esta
inflexión debido a claros factores de moda y mercado.
En Detroit,
Rivera alcanzó la cúspide de su carrera como muralista mientras Kahlo encontró
su propia en un estilo primitivista o “naif” que rayaba en lo fantástico
traduciendo su dolor emocional y físico a un arte claramente autobiográfico que
apelaba a emociones profundas.
Rivera, por su parte,
amaba la grandilocuencia de las declaraciones públicas de sus enormes formatos
y contenidos sociopolíticos. No obstante, las cuatro paredes de frescos sobre
la “Industria de Detroit” pintados sobre yeso húmedo, en el estilo
pictórico renacentista, crearon lo que la crítica ha bautizado justamente como
una “Capilla Sixtina Secular”. En
ella, un Rivera radicalizado por la revolución mexicana y su adopción de la
doctrina comunista – aunque para entonces había renunciado al partido comunista
mexicano por su enfoque estalinista - representó a los trabajadores de la
planta automotriz de la compañía Ford en Río Rojo como héroes, tal y como hizo
con los campesinos en las pinturas murales de su tierra natal.
En uno de los
frescos, una enorme imprenta se transforma en una deidad azteca en una especie
de convergencia entre el poder de la industria y la identidad mexicana. Rivera y Kahlo expresaban su identidad cultural
de manera diferente. Rivera era optimista sobre el potencial de una síntesis
cultural entre Mesoamérica y Norteamérica.
La muestra en Québec expone cincuenta fotografías de alta calidad sobre
los murales de Rivera para ilustrar este crucial período.
Pero donde él
tendía un puente, Kahlo levantaba un muro.
Esto fue medular para el desarrollo creativo de Kahlo a partir de esta
década con base en sus pinturas, en su mayoría de pequeño formato, que
exploraban la intimidad de su propio cuerpo, sus sueños, pesadillas, y las
dolorosas aflicciones físicas que la acompañaría hasta su deceso en 1954, en un aparente suicidio.
Cuatro obras de
este período confirman su afirmación como autora primitivista atisbando a veces
en la dimensión de lo fantástico en esta etapa. Primero, su retrato del doctor
Leo Eloesser, cirujano torácico del Hospital de San Francisco quien la había
tratado mientras estuvo allí con Rivera de quien era amigo desde 1926. La obra,
un óleo sobre masonite, fue hecha en agradecimiento por sus servicios, pero la
relación con la pareja se mantuvo varias décadas. Es el primero de dos que le
realizó tras sendos tratamientos médicos.
Kahlo confiaba
totalmente en el Dr. Eloesser al punto de solicitarle consejo sobre si debía o no
abortar al niño que llevaba en sus entrañas.
Ya había abortado en 1930 por razones médicas. El médico le recomendó a
otro galeno del Hospital Henry Ford en Detroit donde meditó en sus opciones.
Escribió
entonces, “Después de haber sopesado todas las dificultades que un niño
ocasionaría, estoy entusiasmada con la idea de tenerlo”. Todo lo anterior a
pesar de que a Rivera no le interesaba tener más hijos después de su segundo
matrimonio. Sin embargo, Kahlo sufre un aborto natural y registra la
experiencia en un dibujo a lápiz que sirve de base para su óleo “Hospital
Henry Ford”.
La artista se muestra desnuda sobre una enorme cama de hospital que parece flotar. La sábana debajo de su cuerpo está empapada de sangre. De su vientre aun henchido flotan tres cuerdas rojas como si fueran venas y a las que se enlazan símbolos de su sexualidad y fallido embarazo. Una de ellas muestra en el centro al feto sobredimensionado de lo que llamaría luego su “pequeño dieguito”. El tercer elemento es un caracol que representa la lentitud del aborto, pero también es un símbolo de concepción, y parto.
Tres hilos conectan la causa del aborto en la parte inferior de la cama,
como una maqueta médica de un modelo óseo a la derecha que recuerda las
fracturas pélvicas y de columna que había sufrido antes de que conocer a
Rivera. Así como una máquina de uso
médico a la izquierda que servía como esterilizador con base en vapor. La flor de
color violeta al centro es una orquídea que le llevó Diego al hospital.
La obra evoca
impotencia, y desamparo, un estado de ánimo que sumó a su creciente crítica de los
estadounidenses y su estilo de vida. Hay nuevamente una semejanza en esta obra con
las características votivas de sus obras de pequeño formato sobre metal. No incluye una explicación en texto como en
las obras tradicionales del siglo XIX y XX excepto por escribir el nombre del
hospital, pero sigue en la misma tradición biográfica naif con ribetes
fantásticos.
También su obra
“Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos” que la
muestra en un elegante vestido rosa sosteniendo en su mano izquierda una
bandera mexicana erguida como si estuviera sobre un pedestal ante un mundo
dividido por la tradición y el modernismo. En el norte la técnica con sus feas
chimeneas industriales y en el sur el paisaje y la herencia cultural
precolombina. Hay un simbolismo claro al mostrar los recursos de la fertilidad
en el sur, en contraste con la infertilidad del norte. El ciclo de la vida está
claramente simbolizado por la presencia de las deidades mexicanas Quetzalcóatl
y Tezcatlipoca que corresponden en la composición al sol y la luna sobre las
ruinas de un templo prehispánico.
En una carta al
Dr. Eloesser escribe, “La High Society de aquí me saca de quicio y me
sublevan todos estos tipos ricos, pues he visto a miles de personas en la peor
de la miserias, sin lo mínimo para comer y sin un lugar para dormir; eso es lo
que más me ha impresionado; es espantoso ver a estos ricos que celebran fiestas
de día y de noche, mientras miles y más miles de personas mueren de hambre…Aún
cuando me interesa mucho todo este progreso industrial y mecánico de USA,
encuentro que los americanos carecen de sensibilidad y sentido del decoro.
Viven como en un enorme gallinero sucio e incómodo. Las casas parecen hornos de
pan y el tan traído y llevado confort no es más que un mito”.
En esta obra en
particular no vemos la síntesis con que comulga Rivera. Ella definitivamente no cree en los
beneficios de la vida americana que celebra su esposo. El único crisol en la
pintura es ella viviendo el momento con su cuerpo.
TESIS Y ANTÍTESIS
Finalmente, en el collage “Allá cuelga mi
vestido o Nueva York” realizado en 1933 define el rumbo de su producción.
A la izquierda representa a la actriz “sexy y fatal” Mae West que fuera
famosa no solo usar su sexualidad para escalar en el cine, sino que además fue
guionista y escenógrafa.
Frida la admiraba por su empoderamiento afirmado
en frases como “Cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy mala soy
mejor”. Este collage simbólico retrata con cierta ironía los iconos del
capitalismo moderno en términos de decadencia de los valores humanos. Kahlo no oculta su desacuerdo con Rivera por
su fascinación con el progreso que domina el mundo capitalista. Ella quiere volver a México mientras Rivera quiere
quedarse más.
El momento de ruptura ocurre cuando a sus continuas
discusiones se suman las críticas públicas de su colega David Alfaro Siqueiros que lo
acusa de haberse vendido al capitalismo americano en el momento que Rivera está realizando su mural al fresco “Hombre: controlador del
universo” en 1933 para la familia Rockefeller en el vestíbulo de edificio
No 30 de la Plaza Rockefeller en Nueva York.
En claro doble discurso que revela sus contradicciones, Rivera alteró su
propuesta original del mural agregando el retrato del revolucionario ruso
Vladimir Lenin a la derecha de la figura central del mural. Eso no le impidió
cobrar el equivalente hoy en día de USD $ 412.000.
Rockefeller pidió a Rivera en una respetuosa carta, el 4 de mayo de 1933
que sustituyera la imagen de Lenin ya que contradecía lo que buscaba en el espacio
público de exhibición. Ante su negativa, todo el mural fue cubierto
con pintura. Diez meses después fue demolido. Como respuesta Rivera
pintó otra versión de la obra actualmente exhibida en el Palacio de Bellas
Artes de México que modificó insertando una caricatura de John D. Rockefeller
coqueteando con una mujer con células de sífilis sobre sus cabezas.
Rivera y otros muralistas que habían emigrado a Estados Unidos en busca
de ingresos como el propio Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco gozaban de un
ventajoso posicionamiento, talento e influencia en un período crítico de la
historia mexicana, pero sus vidas y carreras desnudaron un doble discurso común
a la militancia de izquierda: mantener una ideología marxista sustentada por un
mercado capitalista.
MACHISMO SURREALISTA
El retorno a México se vuelve inevitable, y el inicio de una etapa en
las artes visuales gradualmente dominada por la abstracción y la no figuración.
El realismo épico de Rivera súbitamente se empieza a ver tradicional. Pero, en cambio la carrera de Kahlo despega
merced a su oportuna asociación con el surrealismo mediante artistas
influyentes como Salvador Dalí, Joan Miró, Marcel Duchamp y el líder del movimiento,
André Breton que se mueve en 1938 a México con su esposa Jacqueline Lamba.
Allí aboga con Rivera por un arte libre de restricciones políticas y estéticas aprovechando el apoyo ideológico y amistad en común con el líder marxista disidente, León Trotsky su esposa
Natalia Sedova, que desde el año anterior vivían y trabajaban en calidad de exiliados
en México. Breton escribe el “Manifiesto
para un arte revolucionario independiente” que suscribe con Trotsky y Rivera.
En el manifiesto afirman que el "verdadero arte que no se contenta con reproducir variaciones de modelos prefabricados, sino que insiste en expresar las necesidades internas del hombre y de la humanidad en su tiempo, no puede sino ser revolucionario y aspirar a una transformación completa y radical de la sociedad ... aunque solo sea para ofrecer creación intelectual libre de las cadenas que la atan y permitir que toda la humanidad se eleve a las alturas que solo los genios aislados han alcanzado en el pasado".
Aunque esta relación intelectual y de amistad abre las puertas para la promoción internacional por parte
de Breton de la obra de Frida Kahlo primero en Nueva York en 1938 y luego en
París en 1939, la relación se amarga por la desilusión de Frida con los
surrealistas.
Para comenzar Frida nunca fue surrealista a pesar de la caprichosa afirmación de Bretón, ya que no seguía los métodos de producción intelectual de dicho movimiento. Frida era libre conscientemente del intelectualismo que despreciaba tanto como la arrogancia de los surrealistas. Su estilo no correspondía con la expresión desinhibida del inconsciente, caracterizada por los sueños, pesadillas y símbolos neuróticos freudianos. Si aceptó ser parte de la retórica surrealista fue por el interés de ser independiente.
Cuando vio que sus cuadros
se empezaban a vender escribió, “Así podré ser libre. Podré viajar y hacer
lo que quiera sin tener que pedirle dinero a Diego”. Pero, estaba clara en
que lo suyo no era arte surrealista. Por ello declaro en una ocasión, "Nunca
pinté sueños, sólo pinto mi propia realidad. Lo único que sé es que pinto
porque necesito hacerlo, y pinto todo lo que pasa por mi cabeza, sin ninguna
otra consideración".
Sin embargo, un patrón empieza a
emerger en la vida y obra de Kahlo. El intento de distintos grupos o
movimientos por “secuestrarla” intelectualmente. Primero fueron los surrealistas,
luego por las fundamentalistas feministas. Los surrealistas intentaron apoderarse de ella,
sobre todo a partir del cuadro Lo que el agua me ha dado, en el que
Frida está bañándose y se ven sus pies, uno de ellos herido. El agua está llena
de cosas: recuerdos y objetos.
André Breton llegó a decir que la
obra de Frida Kahlo es "una cinta de seda alrededor de una bomba". Su estancia en París hizo que se decepcionara para
siempre de los surrealistas. En una carta a su amante, Nicholas Muray, escribió,
“No puedes imaginarte lo joputas que son esta gente…Me hacen vomitar. Son
tan condenadamente intelectuales y degenerados, que ya no los aguanto más…Ha
valido la pena venir aquí para ver por qué Europa se pudre y que todos estos
tunantes son la razón de todos los Hitlers y Mussolinis. Te apuesto mi vida a
que, mientras viva, voy a odiar este lugar y a sus habitantes”.
La propia esposa de Breton, Jacqueline
Lamba, que había tenido devaneos lésbicos con Frida, aseguraba que “Las
mujeres han estado siempre infravaloradas. Era muy duro ser pintora”.
Artistas también consideradas parte
del movimiento surrealista, pero en realidad “fantásticas” como Leonora
Carrington y Remedios Varo con las que equivocadamente fuer también comparada
Kahlo, denunciaron el rampante machismo chauvinista de los surrealistas.
Su progreso en el mercado internacional
le llevó a competir en precios y atención con Rivera al tiempo que expuso las fisuras
de su disfuncional matrimonio con Diego, donde este tenía sexo con distintas mujeres,
incluso su hermana Cristina. Si bien es
cierto, ella también tenía aventuras con distintos hombres parte del problema
se debía que su relación afectiva era casi abstinente en lo sexual. Rivera era
celoso cuando ella estaba con otros hombres, por lo que fomentaba su relación
con lesbianas, a las que, sin embargo, nunca Kahlo pareció amar.
En su correspondencia y diarios se
encuentran declaraciones profundas de amor solo hacia hombres, en particular el
pintor catalán José Bartolí y el fotógrafo húngaro Nickolas Muray a quien dijo
amar casi tanto como a Diego y con quien convivió en Nueva York. A esta relación
se debe la popularización de Frida en revistas de moda estadounidenses. Fotos
en color desarrolladas y publicadas por Muray que se incluyen en la presente
exhibición en Québec.
RIVERA SIEMPRE FUE SU MENTOR
Independientemente de sus rupturas y
reencuentros, el único maestro que respetaba Frida en lo político y artístico
era Diego. Todas las personas que presumían
su conocimiento o cultura le desagradaban profundamente, según sus conocidos.
A su regreso de Europa abandona la
casa que compartía en común con Rivera y se muda definitivamente a la casa que
había heredado de sus padres en Coyoacán, la casa azul hoy convertida en museo.
Rivera le solicita el divorcio y este se consuma a finales de 1939.
Frida se ve muy afectada por la
separación y empieza a beber alcohol en grandes cantidades. Se niega a recibir sustento económico de su exesposo
y refleja su estado en su conocida obra “Las dos Fridas”. La obra que fue parte
de la exposición internacional surrealista realizada en 1940 debido a la
segunda guerra mundial exhibe la bidimensionalidad emocional y cultural de
Kahlo.
En una tónica claramente biográfica y
terapéutica refleja la crisis matrimonial y el divorcio consumado. Las figuras conectadas por una arteria representan
dos dimensiones de Frida, a la derecha vestida a la usanza tehuana como le
gustaba a Diego Rivera sostiene en su mano izquierda un amuleto con el retrato
de su marido cuando era un niño mientras su alter ego a la izquierda del cuadro
la representa en estilo europeo vestida de encaje con un órgano que evoca la
tradición católica del corazón de Jesús. Esta última trata de evitar
desangrarse con una pinza de cirujano sobre una segunda arteria. Podría decirse
que el éxito reciente de Frida se debe a su experiencia europea, que es menospreciada
en medio de la ruptura.
Se enfocará principalmente en sus
autorretratos en los años siguientes casi siempre descubriéndose a sí misma en
la composición de frente mostrando su rostro en un ángulo que recuerda los
retablos medievales. Casi siempre es el mismo rostro con distintos adornos y fondos. Su expresión es impasible, posada a veces derramando
lágrimas o gotas de sangre. Se trata de
variantes del mismo concepto producidos en serie para vender y lograr la autosuficiencia
financiera.
A finales de 1939 reaparecen con
mayor intensidad los dolores en su columna por lo que viaja a San Francisco
para someterse a un tratamiento con su amigo el Dr. Eloesser. Rivera quien se encontraba cumpliendo un
encargo en la misma ciudad le propuso volver a casarse lo que ella aceptó de
inmediato. Como ha dejado constancia Rivera, “la separación había tenido malas
consecuencias para ambos”. Pero, Frida
puso condiciones para la boda, entre ellas que “no volveríamos a mantener contacto
sexual”.
Los siguientes años Kahlo vivirá con
Rivera en la casa azul, seguirá atendiendo encargos, cada vez en mayor formato,
y haciendo concesiones a compradores que desean autorretratos, pero solo de la
cintura para arriba para no afectar sus sensibilidades.
Aunque empieza a enseñar en la academia
de La Esmeralda en 1942 y participa en varias exhibiciones colectivas solo tendrá
una exposición realmente importante hasta 1953, un año antes de su muerte organizada
por su amiga la fotógrafa Lola Álvarez Bravo a la que asistirá en una cama de
convaleciente.
No obstante, su salud empezó a
empeorar a partir de 1946 pese a la rápida atención médica e intervenciones quirúrgicas
en el extranjero. Los problemas de salud de fondo que la agobiarán el resto de
su vida y servirán como insumo de su expresión artística se descubrirán
finalmente: secuelas del accidente de 1925 y columna bífida que produjo su
continua cojera.
En el 48 vuelve a afiliarse al
Partido Comunista y muchas de sus obras enfatizan panfletariamente su servicio
al partido y utilidad a la revolución comunista.
A partir de ahí el deterioro de su
salud se profundiza por su adicción al demerol y otros analgésicos para el
dolor extremo y el alcoholismo. Su obra de los últimos años se vuelve
francamente mediocre por su estado general de salud. En medio de su agonía
resuenan hoy sus palabras "Me gustan mucho las cosas, la vida, la gente.
No quiero que la gente muera. No tengo miedo a la muerte, pero quiero vivir. El
dolor no, eso no lo soporto".
A partir de su muerte en 1954, Kahlo pasará gradualmente a la oscuridad pese al esfuerzo de algunos biógrafos como
Raquel Tibol. No ayudó mucho el hecho de
que Diego Rivera, antes de su muerte en 1957, instruyera a su amiga y ex modelo,
Dolores Olmedo Patiño, a quien había confiado en fideicomiso su patrimonio y el
de Kahlo, que sellará por quince años las muchas salas de lo que se convertiría
en el Museo Olmedo conteniendo las pertenencias dejadas en la Casa Azul por
Frida.
KAHLO BAJO LA LUPA
Es hasta la década del setenta, con la emergencia de la conciencia feminista y una nueva generación de artistas mujeres que proclama ideológicamente que la dimensión de lo personal es el resultado de una estructura de poder política patriarcal, Kahlo comienza a ser utilizada como madrina del arte feminista.
Algo
parecido a lo que ocurrió con Georgia O’Keeffe cuando las feministas de
posguerra empezaron a hacer lecturas sobre sus enormes formatos que sobredimensionan las flores al punto de evocar vulvas femeninas. Al menos en esa oportunidad la estadounidense estaba viva para
desmentir tales interpretaciones y hacer valer su concepto estético propio.
Pero, el hecho histórico que relanza la
figura de Frida Kahlo al punto de crear un culto global y un fenómeno de
mercadotecnia de su vida y obra fue la biografía escrita por Hayden Herrera en
1983 que fomentó una ola de atención internacional y exhibiciones en torno a la
primitivista mexicana.
Frida fue así secuestrada con su rebozo
folclórico y cejas unidas como un emblema de facciones radicales del fundamentalismo
feminista al punto de que su vida ha terminado opacando su obra.
Una de las razones innegable de esto,
además de la connotación biográfica de
sus obras más conocidas, es el hecho de que Frida haya sido conocido más a
través de los miles de fotografías que tomaron y publicaron artistas como Manuel Álvarez Bravo, Nicholas Muray, Imogen Cunningham, Edward Weston, y Tina Modotti,
entre otros célebres, que por su propia obra plástica, la cual incluso hoy es
difícil de apreciar fuera de México o en imágenes de alta resolución en bancos
digitales.
Fue la única de las seis hijos del
matrimonio Kahlo en aprender a retocar, colorear, trabajar en el cuarto oscuro
y hacer fotografía. Por ello aprendió
tempranamente a posar en todas sus fotos con una especie de laxitud sensual
como apuntó en su momento la crítica Raquel Tibol.
Desde que su padre Guillermo le tomó
una foto con un traje de terciopelo, no existe una sola imagen fotográfica de Frida
en que su aspecto sea descuidado. Sus poses siempre fueron estudiadas. El hecho de que Rivera la ataviara con pesados
adornos precolombinos, tocados típicos y vestidos tehuanos solo contribuyeron a
crear agregar a su imagen un exotismo que seducía especialmente a los
etnocéntricos extranjeros.
Kahlo compensaba sus carencias
técnicas en el dibujo y la pintura con una gran imaginación que era tanto
sombría como exuberante, aprovechando las raíces precolombinas y el arte
popular religioso (exvotos) y callejero para crear una expresión cruda ideológicamente
en sus pinturas político-panfletarias, kitsch en su última producción y de dolorosa
subjetividad en sus pinturas mejor logradas entre los treintas y cuarentas como
sus mejores autorretratos, las dos Fridas, la columna rota y mis padres y yo
principalmente.
Como explicó en el 2001 en la Revista
Time, el extinto crítico Robert Hughes, Frida “vista bajo cualquier criterio
razonable, no es una gran pintora, sino una mujer recia y talentosa que,
gracias a su sufrimiento hagiográfico (por no mencionar el ardor con que es
coleccionada por gente como Madonna), se ha convertido superando incluso a
Artemisia Gentileschi – en el emblema de las artistas-santas del feminismo”.
No obstante, la historiadora Araceli
Rico Cervantes en su tesis doctoral en la Sorbona sobre la pintura mexicana ha
ubicado a Kahlo dentro de la comunidad de “enfermos creadores” recordando
a Van Gogh, Egon Schiele, Marcel Proust o Antonín Artaud.
Si ponemos atención a la artista, su martirio
físico fue más una oportunidad que una amenaza lo que la distancia por mucho de
cualquier santa o mártir. Escribió más tardes sobre el accidente ocurrido en 1926, “Como era joven, esta desgracia
no tomó rasgos trágicos, sentía energías suficientes para hacer cualquier cosa
en lugar de estudiar para médico, Y sin darme cuenta empecé a pintar”.
Ni surrealista, ni feminista, Frida Kahlo produjo más allá del culto absurdo que se le rinde, obras de estilo primitivo con referencias al arte fantástico mexicano a la manera de su coterránea y amiga María Izquierdo como se evidencia en la obra de ésta última, “Sueño y presentimiento” un óleo de 1947, o la obra de Antonio Ruiz con su sueño de la malinche de 1939 o el pintor e ilustrador simbolista Julio Roelas en su óleo “la domadora” de 1897. Todos compartieron con Kahlo el ser autodidactas, de expresión ingenua, composiciones a menudo sin perspectiva, con planos dominados por elementos populares y vernáculos mexicanos.
Es interesante que Izquierdo, quien fue la primera artista mexicana que había expuesto internacionalmente en 1930, se convirtiera en la figura dominante del primitivismo mexicano desbancando el legado de Kahlo, a pesar de que murió al año siguiente de Kahlo.
Para efectos de aclaración a las fundamentalistas, la única obra importante de denuncia contra el feminicidio realizada por Frida no creó tendencia en su producción enfocada más en su propia vida y drama. Me refiero, por supuesto, al óleo sobre metal de 1935 titulado “Unos cuantos piquetitos”, inspirado en un crimen pasional reportado en medios periodísticos.
El homicida, según la prensa, se defendió ante el juez a raíz del atroz hecho declarando “Pero,
si no eran mas que unos cuantos piquetitos”. El uso del crimen fue usado simbólicamente por
Kahlo aludiendo a la situación que vivía por la aventura de Rivera con su
hermana Cristina.
Merced a colecciones privadas como la
de Jacques y Natasha Gelman podemos aquilatar sin tanto ruido mediático o
lecturas ideologizadas el valor real de la obra de Rivera y Kahlo.
Fuera de México, exceptuando sus
murales estadounidenses, es difícil acceder de primera mano a la obra de ambos
artistas. La colección que nutre la muestra en Québec está compuesta por 300
pinturas, y no cuenta con un lugar permanente para exhibir, aunque estuvo por
un tiempo en un pequeño pueblo de Cuernavaca. Sin embargo, ha seguido
creciendo, incluso desde la muerte de Natasha Gelman en 1998.
Su marido, Jacques hizo fortuna como
productor de cine de las más famosas películas de Mario Moreno “Cantinflas”,
pero dedicó su fortuna y tiempo libre a buscar alrededor del mundo obras de
arte con un criterio que ha permitido que hoy se exhiba su colección arte
europeo moderno en el Museo Metropolitano de Nueva York.
La curaduría del MNBAQ califica las
obras de la itinerante colección Gelman como muy representativas de "un
período extraordinariamente fructífero del arte mexicano", en referencia al muralismo, corriente de la que Rivera fue el líder indiscutible.
¿SE ESFUMARA EL CULTO A FRIDA KAHLO?
Dolores Olmedo, la depositaria en vida de la obra de Rivera y Kahlo cuenta en la colección de su museo con 25 pinturas de Frida que constituyen un octavo de producción total, pero casi no destaca en su curaduría. Antes de su muerte acaecida en el 2002 había declarado al diario Los Angeles Times que “en el futuro, Kahlo se desvanecerá”.
Por ahora el pronóstico de Olmedo sobre el culto de Frida Kahlo no parece disiparse y como en Quebec Kahlo y no Rivera es el centro de atención. El hecho de que el llamado arte contemporáneo está siendo dominado por aquellos que políticamente tienden con grandilocuencia a la izquierda y las causas liberales sumado a un pluralismo estilístico que busca conciliar el arte con las tendencias inclusivas y diversas de moda explica porque la vida mas que la calidad de la obra de Kahlo la mantienen vigente.
Lo que ocurre hoy con este desplazamiento no es inusual. El pintor neerlandés del siglo XVII, Johannes Vermeer pasó en total oscuridad por dos siglos después de su muerte, hasta fue redescubierto para ocupar su lugar entre los grandes de la historia del arte. Otro tanto ocurrió con Vincent Van Gogh que fue popular solo para su hermano Teo, pero cuyas pinturas se venden ahora por más de cincuenta millones de dólares.
Esto solo demuestra que la historia
puede cambiar para mejor o para peor, por lo que es difícil predecir el futuro.
El examen crítico del arte deja claro que el gusto es subjetivo, que la moda y
el mercado gravitan promoviendo a menudo lo insustancial y que nadie puede
mantener la misma reputación por siempre. Esto que debería hacernos más
humildes en nuestros juicios y opiniones han alcanzado por igual a Frida Kahlo
y a Diego Rivera.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
Comentarios
Más allá de cualquier forma de retórica, de las que son comunes en nuestro medio cultural; es para mí un placer inmenso haber coincidido desde hace tanto tiempo con Juan Carlos, y siendo testigo de su disciplina y mística, contarlo entre las personas a las que admiro y me honran con su amistad.
Gracias Juan Carlos Flores por compartir una perspectiva tan filosa sobre nuestra recordada siempre, Frida Kahlo. Si bien que ella no fue una gran pintora, su inexplicable honestidad y crudeza para encarar el dolor, la ubica, como una artista de gran pureza, por encima de muchos otros artistas con mayores destrezas técnicas.
Quizás también por el hecho de ser de las pocas, o la única mujer artista, que ha logrado alinearse tan igualitariamente al lado de los "más grandes hombres pintores", sea un fenómeno tan inusual que le dió esa inusual ventaja mediática.