ADRIÁN VALENCIANO: Transmutación analógica
Revisión retrospectiva de la obra y carrera de Adrián Valenciano Álvarez
(San José, n. 1937) 109 obras entre fotografía analógica, acuarela, y dibujo.
Taller Valenciano, Sabanilla, San José, Costa Rica. Colección del artista.
Bolandi quien aprendió fotografía en Estados Unidos y luego sirvió profesionalmente como fotógrafa en Chile y Costa Rica, fue quien introdujo a Valenciano, entonces su discípulo, en el mundo de la fotografía analógica. En perspectiva, Bolandi perdió a un alumno de pintura, pero el país ganó un fotógrafo.
Existe una clara renuncia al narcisismo que otras expresiones artísticas sí favorecen; por ello, resulta aún más elocuente el triunfo de la expresión personal en este medio. Desgraciadamente, como precisa muy bien el fotógrafo francés Brassai, “el campo de visión de los grandes fotógrafos es extremadamente estrecho”.
En el presente caso, Valenciano expresa tempranamente como Atget y Kertesz la autenticidad, particularmente en aquellas imágenes que se ajustan a su necesidad, formación y personalidad, con sus lógicas obsesiones íntimas: el ser humano enclavado en la arquitectura del contexto donde se realiza el registro.
Es notable en sus primeras series la “verticalidad” intencional de los planos y el uso frecuente del alto contraste en fotos en blanco y negro que parecen despojar a los sujetos de una potencial simpatía obligando al espectador a ser partícipe empáticamente. No son fotos frías emocionalmente a pesar de que parecen largamente pensadas por el fotógrafo que cuida con esmero cada detalle en la composición de la imagen.
No hay factores aleatorios visibles en su composición fotográfica “realista”, principalmente, en la serie “Sin límites” sobre las caras urbanas de la pobreza y el abandono, pero si la intencionalidad de sublimar el dolor y el drama, abstrayendo a sus personajes mediante una acción, una mirada o un gesto sencillos que afirman su humanidad evocando compasión, más no lástima.
Eso es lo que algunos llaman “abstracción” en la obra de Valenciano pero que tiene más que ver con la pasión del que profundiza la mirada sobre el sujeto/objeto de la foto y la humanidad/testimonio de quien queda registrado en la imagen final que sale del cuarto oscuro. Sus primeros trabajos reflejan, por ello, la intencional sencillez de sus influencias que traen otras imágenes a la memoria.
El centenar de fotografías de Valenciano, que hemos examinado, para la presente crítica, fueron seleccionadas entre las miles realizadas a lo largo de sesenta años de carrera, e inevitablemente recuerdan otras fotografías de las cuales solo las más tempranas parecen evadir el destino de ser confundidas con otras cercanas y lejanas.
Creo honestamente que la gráfica y la acuarela en Valenciano están al servicio de su fotografía de autor. No obstante, una fotografía no puede domesticar lo que muestra. Debemos abandonar la práctica de hablar de las fotografías como si fueran idénticas al tema que representan.
Mi generación es, probablemente,
una de las últimas que creció rodeada de cámaras y fotografía analógica. Cuando era un niño nos hacían un retrato
familiar, en un estudio en Heredia, donde aún se acostumbraba a usar la cámara de
registro lento que se almacenaban en dos placas grandes de película. Debíamos estar
sin movernos por varios minutos. Era 1961 y aún recuerdo la experiencia mágica frente
a esa enorme cámara de vista cuando literalmente se “encendía” la luz
del “flash”.
Mi padre que era ingeniero eléctrico
trajo a casa la primera cámara Kodak “instamatic” 700, en 1967, que introdujo
toda una línea de fotografía de bajo costo con cartuchos de filme de carga
fácil llamados formato 126. La cámara seguía siendo analógica, pero permitía ajustar
manualmente la velocidad y el enfoque.
Pero mi inmersión definitiva en
la fotografía analógica ocurrió en 1976 cuando ingresé a la carrera de periodismo
y llevé mi primer curso formal de la mano del fotógrafo de origen alemán Rudolf
Wedell. Con él tomábamos fotos usando cámaras
reflex japonesas y luego revelabamos la película en el “cuarto oscuro”
improvisado en la Escuela de Ciencias de la Comunicación.
Por entonces, la fotografía
analógica no comercial había empezado a posicionarse como un género artístico merced
al trabajo del Grupo F6 que había liderado desde su fundación en 1975 el artista
Adrián Valenciano Álvarez.
Valenciano ya había abierto
brecha años atrás como el primer fotógrafo regional en editar y publicar un
libro antológico de fotografía analógica artística, “Ensayo Fotográfico”
(1973, Editorial Costa Rica) que incluía una selección de sus series “Los límites”
sobre el paisaje humano urbano, así como su serie sobre “Retratos en escena”
representando actores de teatro y bailarines.
Los registros de dichas series se
desarrollaron a lo largo de más de quince años de trabajo disciplinado y enfocado afirmándose estilísticamente en lo que hoy se conoce como “fotografía de autor”.
"Sin título", 2009. Fotografía B/N. Serie: La particularidad del sitio
INFLUENCIAS DECISIVAS
Valenciano no se inició en la
fotografía hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX, ya que merced a un
error académico terminó saltándose la educación secundaria e ingresando a la
Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica a los quince años. Mientras
aprendía formalmente sobre el dibujo, la acuarela, la xilografía y la pintura
al óleo, trabajaba como asistente de dibujo en el estudio de ingeniería y
arquitectura que Teodorico Quirós mantenía en Santo Domingo de Heredia.
Su iniciación en el dibujo no tuvo,
sin embargo, que ver con la academia, sino con un curso por correspondencia que
su padre le regaló a inicios de los cincuentas, y que le permitió aprender a dibujar historietas evaluado a distancia por el reconocido dibujante argentino Hugo
Pratt, creador de la famosa serie “El Corto Maltés”.
Su facilidad para expresarse gráficamente
le permitió servir como ilustrador de obras de la literatura nacional, así como que le abrió las puertas para que incursionara en la acuarela, de manera cercana, con la pintora
Margarita Bertheau (1913-1975), y pintura al óleo con Dinorah Bolandi (1923-2004). El pintor y arquitecto Quico Quirós
(1897-1977), por su parte, parece haber sido más una influencia en su
desarrollo posterior como diseñador y arquitecto, no así en las artes
plásticas.
Bolandi quien aprendió fotografía en Estados Unidos y luego sirvió profesionalmente como fotógrafa en Chile y Costa Rica, fue quien introdujo a Valenciano, entonces su discípulo, en el mundo de la fotografía analógica. En perspectiva, Bolandi perdió a un alumno de pintura, pero el país ganó un fotógrafo.
Valenciano aprende rudimentariamente
de química a partir de su experiencia en artes gráficas y estudia la obra de fotógrafos
artísticos como el francés Eugene Atget (1857-1927) y el húngaro André Kertesz
(1894-1985), principalmente, que se ocupaban temáticamente del paisaje humano
en contextos urbanos y rurales.
El nuevo medio presenta desafíos únicos para un artista plástico en
ciernes. No obstante, la fotografía,
a diferencia, por ejemplo, del dibujo en que Valenciano tenía un reconocido
dominio, no se expresa directamente, sino por medio de recursos
técnicos, ópticos y procesos fisicoquímicos.
Existe una clara renuncia al narcisismo que otras expresiones artísticas sí favorecen; por ello, resulta aún más elocuente el triunfo de la expresión personal en este medio. Desgraciadamente, como precisa muy bien el fotógrafo francés Brassai, “el campo de visión de los grandes fotógrafos es extremadamente estrecho”.
AUTENTICIDAD
En el presente caso, Valenciano expresa tempranamente como Atget y Kertesz la autenticidad, particularmente en aquellas imágenes que se ajustan a su necesidad, formación y personalidad, con sus lógicas obsesiones íntimas: el ser humano enclavado en la arquitectura del contexto donde se realiza el registro.
Es notable en sus primeras series la “verticalidad” intencional de los planos y el uso frecuente del alto contraste en fotos en blanco y negro que parecen despojar a los sujetos de una potencial simpatía obligando al espectador a ser partícipe empáticamente. No son fotos frías emocionalmente a pesar de que parecen largamente pensadas por el fotógrafo que cuida con esmero cada detalle en la composición de la imagen.
No hay factores aleatorios visibles en su composición fotográfica “realista”, principalmente, en la serie “Sin límites” sobre las caras urbanas de la pobreza y el abandono, pero si la intencionalidad de sublimar el dolor y el drama, abstrayendo a sus personajes mediante una acción, una mirada o un gesto sencillos que afirman su humanidad evocando compasión, más no lástima.
Eso es lo que algunos llaman “abstracción” en la obra de Valenciano pero que tiene más que ver con la pasión del que profundiza la mirada sobre el sujeto/objeto de la foto y la humanidad/testimonio de quien queda registrado en la imagen final que sale del cuarto oscuro. Sus primeros trabajos reflejan, por ello, la intencional sencillez de sus influencias que traen otras imágenes a la memoria.
El centenar de fotografías de Valenciano, que hemos examinado, para la presente crítica, fueron seleccionadas entre las miles realizadas a lo largo de sesenta años de carrera, e inevitablemente recuerdan otras fotografías de las cuales solo las más tempranas parecen evadir el destino de ser confundidas con otras cercanas y lejanas.
Tras la invención de la
fotografía en el siglo XIX, el mundo se inundó con fotografías y las nuevas
incluso las más auténticas y artísticas no pueden evitar la contaminación semántica.
Cada imagen fotográfica produce
reminiscencias del acervo global de fotografías. Aún las fotografías históricas de maestros
consagrados están cargadas por esa realidad, porque cuando las apreciamos lo hacemos
con el conocimiento de todo lo que se hizo antes en el campo.
Todas las imágenes, sin importar su
fecha de creación, existen simultáneamente en nuestro mundo y recurrimos a
ellas para darle sentido a otras imágenes. Esto aplica tanto a Valenciano como a
cualquier otro fotógrafo de su nivel artístico y profesional.
La fotografía es como un río de imágenes
interconectadas sin palabras pero que fluidamente se comentan mutuamente. Aquí es donde se pone interesante el análisis
crítico de la obra de Valenciano, porque lo que produce no es estrictamente
fotografía, aunque el medio esté claramente identificado.
No obstante, ha optado por
desarrollar una fotografía acorde a su visión como artista, no como fotógrafo,
por eso el “realismo” de sus fotos no aplica a la categoría de la fotografía
representacional como la de tipo periodístico, sino más bien, usa el medio para
crear algo que solo vive en su mente artística.
Cuando hablamos de fotografía y
arte, hay mucha tela que cortar, especialmente en un entorno donde cada vez más,
especialmente con la introducción de la imagen digital, los fotógrafos tienden
a realizar una cuidadosa “puesta en escena” e iluminación de la
composición en lugar de tratar de “descubrirla” lista en el mundo real
observable. Esto es notable en los trabajos de fotógrafos como Gregory Crewdson
y Jeff Wall, famosos por sus imágenes montadas.
Los recursos digitales
disponibles impulsados por la tecnología han abierto, además, una nueva
dirección con la fotografía de espectro total donde cuidadosamente se filtran
las opciones cromáticas a través de rayos ultravioleta, visibles e infrarrojos que
han llevado a nuevas visiones en el medio artístico contemporáneo.
Hace mucho dejamos atrás la
manipulación de imágenes análogas en el cuarto oscuro con base en una estética
surrealista como ocurría con pioneros como Man Ray o con la escuela Bauhaus en
el caso de Moholy Nagy.
No olvidemos que estos últimos
eran artistas que hacían fotografía, mientras que ahora estamos ante una ola de
imagineros digitales que viven al amparo de la tecnología para convencernos de
que sus montajes,puestas en escena y manipulaciones son arte.
"Paisaje urbano", 2009. Foto B/N. Serie: Particularidad del sitio
GENIUS LOCI
La más reciente producción fotográfica
de Valenciano ha estado enfocada en un proyecto de larga data centrado en el
concepto del “genius loci” (el espíritu del lugar) que el autor define
como “la particularidad del sitio” que a pesar de ser un concepto propio
de la arquitectura ha invadido transversalmente su expresión en cada medio que
explora.
Se trata de fotografías, nuevamente
en blanco y negro centradas temáticamente en el paisaje rural de altura, boscoso,
pero compositivamente envueltas en la niebla, la humedad, y las sombras. Reminiscentes de los paisajes de sus
acuarelas, estas fotografías de una serie iniciada a fines del siglo pasado
buscan afirmar lo esencial de cada sitio registrado visualmente.
No se trata de imágenes del vacío
pese a la manifiesta penumbra que los envuelve, o las imágenes de personas que
se desvanecen en el espacio, por la llovizna o la neblina, sino de metáforas sobre
la existencia y la identidad que son consistentes con su realismo inventivo a
lo Wyeth.
Porque sí Valenciano estuviera
interesado en el realismo no se esforzaría tanto por crear obras elusivas
emocionalmente y semiabstractas en su apariencia.
"Historias para ser contadas", 1970. Foto B/N. Serie: Retratos en escena
CONVERGENCIA ANALÓGICA
A diferencia de los imagineros
digitales de data reciente, los artistas fotógrafos analógicos como Valenciano
llevan ventaja conceptual y técnica.
Mientras la cámara digital permite tomar casi un ilimitado número de imágenes,
el fotógrafo análogo puede tomar un máximo de 36 imágenes por rollo de filme.
Si bien es removible como la
tarjeta de memoria de la cámara digital, su diferencia medular estriba en que cuando
se empieza a tomar fotos en una cámara análoga empiezan a registrarse reacciones
químicas en la película indistintamente de su formato – pasando a través de los
lentes, la luz interactúa con los químicos en el filme, grabando una imagen en
su superficie.
Una vez que todas las 36 fotos
son tomadas, el proceso creativo continua dentro del cuarto oscuro, que algunos
llaman laboratorio. Una vez allí, el fotógrafo
procede cuidadosamente, conforme tiene lugar otra serie de reacciones químicas que
involucran el desarrollo del rollo de película, la proyección de la imagen
sobre el papel fotográfico y el desarrollo de una imagen final a partir de él.
Cada uno de esos pasos influyen
decisivamente la apariencia final de la imagen y aunque podemos experimentar a
lo largo del proceso hay reglas que siempre se deben seguir ya que hay leyes químicas
aplicando.
La explicación es necesaria porque
la mayoría de los usuarios de cámaras digitales ignoran la inversión de tiempo
y esfuerzo que implica el proceso análogo. Hacer fotografía análoga profesional
enfáticamente artística demanda muchísimo más que la imaginería digital.
Por eso artistas como Henri
Matisse (1869-1953), quien usaba la fotografía análoga, han declarado que “La
fotografía ha molestado mucho a la imaginación porque ha hecho ver las cosas
desde fuera del sentimiento. Cuando
quise liberarme de todas las influencias que impiden ver la naturaleza de una
manera personal copié fotografías.” (“Reflexiones sobre el Arte”, 1972)
Por su parte, el artista pop,
Andy Warhol (1928-1987), quien tomaba continuamente fotografías análogas declaró
que “La idea de esperar por algo hace que sea más excitante” y para el
presente caso nada podría ser más cierto.
Tiene razón Valenciano cuando
declara que las cámaras digitales, ahora incluidas en los teléfonos móviles,
pueden tomar centenares de imágenes con mucha libertad y despreocupación. Pero
esto que es bueno para un “selfie” o un recuerdo puede ser algo también
negativo.
Valenciano como otros fotógrafos artísticos
en el medio analógico tiene 36 oportunidades para capturar el momento perfecto
y obtener justo la imagen que quiere, por cada rollo de película, pero todo bajo
una perspectiva nueva, ciertamente no esclava de lo urgente.
Las fotografías analógicas obligan
al fotógrafo a estar mas enfocado, a conocer mejor su medio, a no ver la imagen
en el visor antes de desarrollar exitosamente la película, por lo tanto, pondrá
más atención a la composición, los colores, la luz y elegirá el contexto escénico
con cuidado.
Y esto, desde el punto de vista
técnico es impecable en la obra de Valenciano examinada. Pero, seguiría siendo
insuficiente si no estuviéramos ante un artista que integra eficazmente el
dibujo, la acuarela y la fotografía en un concepto estético que transmuta el espacio capturado por la cámara analógica permitiendo que este adquiera por medio de la imagen un nuevo sentido, una nueva percepción.
"Paisaje rural", 2009. Acuarela.
METÁFORA Y PROCESO
Debo confesar que me sorprendió al
principio, que Adrián se enfocará en la acuarela y el dibujo con mayor
intensidad a partir de mediados de los ochenta, en detrimento de la fotografía
analógica en que ha realizado sus principales contribuciones.
Pero una observación retrospectiva
del conjunto de su obra explica elocuentemente la convivencia de distintos
medios de expresión en su práctica artística.
La gráfica fue primero, en su carrera, y nunca ha dejado de ejercitarse
en ella. Su objetivo ha sido siempre
representar el paisaje, mayormente urbano, de una ciudad que muchos coterráneos
consideran fea, pero que él como dibujante y arquitecto cree llamada a ser más por lo que debe protegerse.
Sus dibujos influidos
inicialmente por el arquitecto y dibujante de origen húngaro Theodore Kautzky
(1896-1953), se caracterizan como su fotografía por la verticalidad del
plano. Las líneas trazadas con pluma fuente
y marcador destacan los edificios y el entorno urbano con un estilo que evoca
fragilidad en su complejo entramado haciendo lucir a las construcciones como si
vibraran.
Como en sus acuarelas y
fotografías cada detalle está pensado. Su cuidada observación permite registrar
los detalles de las aceras y el enmarañado tendido eléctrico que domina la capital costarricense.
"Sin título", 1994. Dibujo a pluma con témpera
La transición e integración de su
dibujo con la acuarela y la fotografía es posible merced a dos factores
principales: uno técnico y otro conceptual. Técnicamente los tres medios
coinciden en la ausencia y presencia de la luz para crear ambientes temáticamente
desolados, tristes y dramáticos haya o no un sujeto humano inmerso en ellos, y
conceptualmente su proceso creativo descansa en el poder de la metáfora sobre
el drama de la vida y su consecuente tristeza y hasta amargura.
Esto último lo debe,
definitivamente, a su propia experiencia vital y a la influencia del artista
estadounidense Andrew Wyeth (1917-2009) con el que coincide emocionalmente a
través de los dibujos, acuarelas y pintura con témpera y la técnica de la brocha
seca que lo caracterizaron por evocar la evasión y el vacío mediante el uso de metáforas.
Wyeth, a quien Valenciano ha
estudiado mucho tiempo, intentaba capturar la calidad de lo que llamada el “flash
abstracto” en sus obras, es decir la selección de elementos visuales de la
realidad que había observado y quería representar.
“Pongo muchas cosas en mi obra, que son muy
personales para mí. Así que ¿Cómo puede
el público sentir estas cosas? Considero que la mayoría de la gente llega a mi obra a través de la puerta
trasera. Son atraídos por el realismo y sienten la emoción y la abstracción – y
eventualmente, espero, obtienen su propia y ponderosa emoción” (“Andrew Wyeth: Un autorretrato hablado” por
Richard Meryman)
Creo honestamente que la gráfica y la acuarela en Valenciano están al servicio de su fotografía de autor. No obstante, una fotografía no puede domesticar lo que muestra. Debemos abandonar la práctica de hablar de las fotografías como si fueran idénticas al tema que representan.
Es cierto que las fotografías de
Valenciano también son imágenes – formas organizadas sobre una superficie
bidimensional - que gradualmente se han hecho parte de la historia local de las
imágenes, pero una imagen derivada de una visión artística integral como la
suya siempre quedará atrapada en la tensión entre dos mundos: el mundo de algo triste, melancólico y hasta negativo que nos moverá a responder moralmente y el mundo de una “imagen
artística” que generará una respuesta estética.
El brillo del arte y la amargura
de la vida son parte del mismo yugo. No hay forma de escapar de esta tensión
permanente. Ni siquiera para un artista avezado, inteligente y sensible como Adrián
Valenciano Álvarez mediante su continua transmutación analógica.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC, AICA
Comentarios
Desde el fondo de nuestro corazon los tenemos presentes, los recordamos muy frecuentemente, fueron muy especiales en nuestras vidas, marcaron un antes y un despues que siempre sera asi.
Leo tus articulos diarios y creo que tienes presente y comunicas tu vocacion humanista de la persona que siempre da. En tu critica de arte estas solo, nadie hace lo que vos haces, criticas poniendo tu corazon de por medio, se siente el profundo respeto por el criticado .
Juan que dificil es llegar a ese nivel de calidad humana, de profundidad intelectual, sensibilidad y conocimiento.
Con un profundo respeto y cariño por el paso de ustedes en nuestras vidas, nuestra gratitud.
Gracias amigos
Adrian y Yorleny