36a BIENAL DE SAO PAULO: Cuando la poesía se vuelve niebla y el presente exige otra cosa

La 36º Bienal de São Paulo, dirigida por Bonaventure Soh Bejeng Ndikung, se presenta como una edición poética pero desconectada de las urgencias sociales de Brasil. A diferencia de su antecesora, marcada por un fuerte discurso decolonial y político, esta muestra se diluye en un tono etéreo y decorativo que resta fuerza al relato contemporáneo. Con más de 125 artistas —en su mayoría africanos— y un montaje que privilegia la teatralidad por sobre la claridad expositiva, la bienal enfrenta críticas por sus vacíos curatoriales, problemas de señalización, espacios excesivamente holgados y obras descontextualizadas. Si bien algunas propuestas se destacan (Emeka Ogboh, Suchitta Mattal, Moffat Takadiwa, Otobong Nkanga, Juliana dos Santos), el conjunto carece de rigor y de conexión con la compleja realidad latinoamericana. Esta edición evidencia una tensión entre la intención poética de regenerar la humanidad a través del arte y la falta de una narrativa clara y contundente para un evento de alcance internacional.

Vista del ingreso principal a la 36a Bienal de Sao Paulo. Foto: D. Benoit

La Bienal de São Paulo es, desde hace décadas, uno de los escenarios más importantes del arte contemporáneo fuera de Europa y Estados Unidos. Su peso simbólico, político y cultural ha sido construido con constancia, aciertos y también con crisis. Pero se sostiene, en gran medida, sobre una expectativa tácita: la de ofrecer, en cada edición, una lectura del mundo que no solo interprete el presente, sino que también lo altere, lo interpele, lo desestabilice. Por eso la 36ª Bienal, inaugurada recientemente en el Pavilhão Ciccillo Matarazzo, genera una sensación que cuesta nombrar, pero se hace evidente a medida que avanzamos por sus salas: la desconexión entre la promesa curatorial y el resultado final.

 

Quien firma esta edición es Bonaventure Soh Bejeng Ndikung, figura respetada en el circuito europeo, hoy director de la Haus der Kulturen der Welt de Berlín. Su propuesta —atravesada por la poesía como herramienta conceptual y sanadora— se anunciaba como un gesto renovador después de una bienal previa que había pulsado fuerte sobre los ejes del colonialismo, la desigualdad racial y la reparación histórica. Sin embargo, al recorrer las tres plantas del edificio diseñado por Oscar Niemeyer, uno advierte que la elección de la poesía como vehículo de lectura del mundo terminó difuminándose en una bruma que no alcanza a tomar forma ni a dialogar con la urgencia social del Brasil contemporáneo.


1. Una edición que llega desfasada de su contexto

 

No es casual que la edición anterior haya resonado tan intensamente: Brasil estaba sumido en tensiones políticas radicalizadas, con un discurso anti-indígena explícito por parte del gobierno y con una sociedad que no había procesado del todo la herencia colonial ni su impacto en la desigualdad racial. Aquella bienal, incómoda y frontal, no pretendía ser neutral. Al contrario: interpelaba, provocaba y cuestionaba los mecanismos de exclusión persistentes.

En cambio, esta 36ª edición parece replegarse hacia una dimensión más íntima y simbólica, donde la poesía se convierte en refugio más que en estrategia de fricción. Ndikung propone repensar la humanidad a través del silencio, la introspección y los “mundos sumergidos” mencionados por la poeta afrobrasileña Conceição Evaristo, cuyo texto “Da calma e do silêncio” inspira el lema de la muestra. Pero ese giro hacia lo contemplativo —en un país que sigue reclamando justicia racial, igualdad y revisión histórica— resulta, inevitablemente, desfasado.

Daniel Benoit Cassou en la obra de Suchitta Mattai


El Brasil que camina fuera de la Bienal está pidiendo visibilidad, no nebulosa; acción, no metáfora. La sensibilidad poética no es un problema en sí misma. La desconexión con el contexto sociopolítico sí lo es.

 

2. Un pabellón que respira vacío

 

El edificio de Niemeyer es monumental y, al mismo tiempo, extremadamente sensible a la curaduría. Su amplitud exige precisión: cada decisión espacial altera la lectura general de la muestra. En este caso, el recorrido se vuelve errático por dos factores que se reiteran a lo largo de los tres pisos:

 

a. La escasez de obras en relación al espacio disponible

 

Si bien participan 125 artistas, la distribución genera vastas áreas vacías, silencios que no parecen responder a una estrategia curatorial sino a una falta de cohesión. Los espacios sin obra no funcionan como pausas, sino como huecos. Como si la exposición hubiera sido instalada sin aprovechar la potencia del edificio.

 

b. El problema serio de la señalética

 

Las obras no tienen sus fichas técnicas al lado. Los nombres están en rincones laterales, a alturas extrañas, en posiciones que obligan al espectador a deambular buscando información básica. Tampoco se menciona el país de origen de cada artista, dato fundamental para comprender la inserción geopolítica de la narrativa, más aún cuando hay una fuerte presencia de creadores africanos.

 

Lo que debería ser un mapa se vuelve un laberinto sin brújula.


Obra de Emeka Ogboh. Foto: D. Benoit


3. El exceso de escenografía: un enemigo de la lectura contemporánea

 

Uno de los puntos más criticados por quienes asistieron a la apertura es el uso intensivo de telas gigantes que recubren paredes del piso al techo. Este procedimiento, lejos de generar atmósferas inmersivas, convierte varias salas en espacios teatrales que entorpecen la visibilidad y, peor aún, ocultan obras.

 

En más de una ocasión, piezas importantes quedan disimuladas entre pliegues decorativos. A mí me obligó a volver tres veces a buscar una instalación destacada que parecía haber desaparecido dentro de ese ecosistema escenográfico. Ni siquiera los asistentes lograban ubicarla con certeza.

 

El arte contemporáneo, cuando se apoya en la teatralidad, requiere que la escenografía dialogue con el sentido de la obra. Aquí, por el contrario, la escenografía se come a la obra.

 

4. Cuando las ideas no encuentran cuerpo: el caso del jardín japonés

 

El recorrido se inaugura con un jardín japonés creado por Precious Okoyomon: un camino zigzagueante rodeado de plantas y una fuente con peces. La pieza es visualmente atractiva, pero profundamente contradictoria.

¿Por qué reproducir un jardín en un edificio completamente vidriado, ubicado en medio del Parque Ibirapuera, rodeado por uno de los pulmones verdes más imponentes de la ciudad?

Además, varias plantas están secándose, recordándonos que la instalación es más vulnerable que el entorno que la rodea.

 

La intención del artista —bajar el ritmo, invitar a la contemplación— queda anulada inmediatamente por otra obra vecina: los parlantes ensordecedores de Gé Viana, cuya presencia anula cualquier intento de sosiego.


Instalación de Moffat Takadiwa. Foto: D. Benoit

5. Obras que sostienen la Bienal a pesar de todo


No todo es desconcierto. Hay propuestas que muestran la solidez, el riesgo y la sensibilidad que uno espera de una bienal de este calibre.

 

Emeka Ogboh

 

Presenta una instalación poderosa, construida con troncos talados que funcionan como altavoces naturales de voces en off. El humo, la iluminación y la sonoridad generan una atmósfera casi ritual. Es una obra que entra por todos los sentidos.

 

Suchitta Mattai

 

Crea una estructura que recuerda a un templo, forrada con telas trenzadas. En la cúpula, en lugar de frescos, un video muestra olas. La pieza es íntima, sensorial, inteligente.

 

Moffat Takadiwa

 

Su “palacio” construido enteramente con desechos plásticos —tapas, fragmentos, cerdas de cepillos de dientes— es una de las intervenciones más potentes. Los suelos de cerdas provocan sensaciones táctiles inesperadas.

 

Otobong Nkanga

 

Maestra del textil, presenta tapices enormes y complejos. Sin embargo, la curaduría los dispersa por el espacio, colgándolos como si fueran decoración mural. Su narrativa, que pide ser vista en conjunto, queda mutilada. El contraste con la muestra de Eva Jospin en Casa Bradesco —donde los tapices sí sostienen una experiencia inmersiva— es evidente.


Obra mixta de Otobong Nkanga. Foto: D. Benoit

 

6. Entre artesanía y contemporaneidad: un límite borroso

 

Buena parte de las piezas presentes son artesanales en su ejecución. Están bien hechas, trabajadas con solidez material y técnica. Pero el dominio del oficio no basta. Una bienal internacional exige, además, articulación conceptual y relevancia crítica.


Aquí, muchas piezas se limitan a mostrar habilidad manual sin inscribirse en una narrativa contemporánea consistente. El resultado es el riesgo de convertir el pabellón en un gran mercado artesanal africano decorado para turistas. Una situación injusta tanto para los artistas como para el público.

 

7. La sonoridad: potencial inmenso, aplicación deficiente

 

Curiosamente, Ndikung —quien es biotécnico, curador y profesor de arte sonoro— apuesta fuerte a este lenguaje. Pero la falta de recintos cerrados provoca que muchas obras se diluyan en el eco del edificio.

 

Aun así, destacan:

 

El colectivo Raven Chacón – Iggor Cavalera – Laima Leyton

 

Una instalación mínima: troncos, un cubículo cerrado y sonoridad creada por jóvenes de la comunidad indígena Etenhiritipa Xavante. Su potencia radica en la austeridad.

 

“Templo de agua. Río Tietê”, de Leonel Vásquez

 

Una experiencia sensorial presentada por Casa Hoffmann de Bogotá. Invita, literalmente, a entrar en un espacio que piensa el agua como memoria y como política.

 

8. Un título poderoso que no se materializa

 

“No todos los viajeros recorren caminos: de la humanidad como práctica” es un título con fuerza. Abre preguntas, convoca reflexión, promete un viaje interior.

Pero el cuerpo curatorial —integrado también por Alya Sebti, Anna Roberta Goetz, Henriette Gallus, Keyna Eleison y Thiago de Paula Souza— no consigue sostener ese planteo en la práctica. Los tres ejes conceptuales:

              los mundos sumergidos,

              la observación del otro sin violencia clasificatoria,

              y los estuarios como metáfora del encuentro

 

quedan enunciados, pero no encarnados.


Telas gigantes que recubren paredes del piso al techo. Foto: D. Benoit

9. El problema de los nombres ausentes

 

La falta de fichas completas —nombre + país de origen + año + técnica— genera una desconexión permanente.

Las obras flotan sin contexto. Y sin contexto, la lectura es arbitraria.


En una bienal que se propone pensar la humanidad desde la poesía, esta ausencia informativa resulta paradójica y contraproducente.

 

10. Una conclusión inevitable

 

La 36ª Bienal de São Paulo exhibe el talento de algunos artistas excepcionales, pero lo hace dentro de una curaduría que no logra conducir el relato general.

Sobran telas, faltan decisiones. Sobran gestos escenográficos, falta rigor conceptual.


En un continente marcado por desigualdades, violencia sistemática y disputas simbólicas profundas, una bienal que se diluye en la atmósfera y la alegoría pierde fuerza en el instante mismo en que intenta elevarse.

 

El problema no es la poesía.

El problema es cuando la poesía se usa como escape y no como máquina para abrir la realidad en canal.

 

Brasil no está pidiendo un viaje cósmico: está pidiendo un relato urgente, crítico, claro.

Y esta bienal —con todo su despliegue y sus intenciones— no logra entregarlo.

Daniel Benoit Cassou*

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*Daniel Benoit Cassou (Montevideo, Uruguay) es crítico y curador de arte. Sus textos combinan análisis riguroso con una mirada personal sobre museos, bienales y exposiciones en América Latina y el mundo. Ha colaborado en medios culturales con crónicas y ensayos donde examina tanto la producción artística como las tensiones sociales y políticas que atraviesan el arte contemporáneo. Esta es su primera colaboración como corresponsal de Ars Kriterion E-Zine. 

Comentarios

Un acercamiento crítico a un evento en decadencia que debe leerse y comentarse.
AICA Costa Rica dijo…
Que bueno ver a miembros de AICA Internacional enriqueciendo la crítica de arte con aportes sobre eventos que marcan hitos en las artes visuales.
Coaching en Transiciones dijo…
En buena hora por este nuevo colaborador de Ars Kriterion E-Zine. Amplia aun más el horizonte de la crítica en el continente.
ars kriterion e-zine dijo…
Gracias por comentar. Muy honrados con la colaboración de Benoit sobre la última edición de la Bienal de Sao Paulo. Más perspectivas, más libertad
Orietta Oreamuno Gomez dijo…
No puede uno menos que coincidir con las fallas de la bienal que apunta el crítico uruguayo, pero quedo con la reserva de por qué las mismas pasan desapercibidas para la Fundación Bienal de São Paulo que siempre ha pregonado apertura, diversidad y multiculturalidad. Aquí estamos ante una flagrante discriminación inversa que constituye un nuevo "colonialismo cultural"

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