LA IRREGULARIDAD DE LO COLECTIVO
V Exposición de la “Nueva Pintura de Costa Rica”. Obra de 17 artistas
en acuarela, óleo, acrílico, temple y técnica mixta. Museo Nacional. Del 5 al 30 de junio, 1985, abierto de martes
a domingo. Auspicia la Tabacalera Costarricense S.A.
Fuente: La Nación. SINABI (2018), p.2B. Publicado el viernes 14 de junio, 1985. Revisado por el autor el 7 de setiembre, 2018.
Con un
acierto de promoción y comercio del arte local, pero lo opuesto en beneficios
para el desarrollo plástico, la Tabacalera llegó, este mes, a su quinta
exposición de la llamada “nueva pintura”,
con una heterogénea colección de jóvenes y viejos creadores.
La responsabilidad
por la calidad de la selección en la presente muestra cabe a la curaduría y los
organizadores, antes que a la afirma que la apadrinó.
El trabajo
fue simple: seleccionaron obra nacional o creada en el país, en número
suficiente para montar una colectiva y luego seleccionar cinco finalistas que “gusten”
para promoverlos en el extranjero.
Es obvio
que escoger autores y obras de valía no es tarea fácil, pero, en el presente
caso, se impuso un “criterio” de selección según: 1) el virtuosismo o “cocina”
y, 2) una débil contemporaneidad.
El primer parámetro
corresponde a una costumbre decimonónica, natural en quienes admiran lo pasado
y olvidan que “el virtuosismo es una
habilidad sin ninguna clase de contenido espiritual” como escribió el crítico
italiano, Lionello Venturi.
El segundo
es más gratuito porque les bastó (a los jueces) escoger obra de fecha reciente
para darla por representativa de lo contemporáneo.
La muestra,
por ende, está llena de altibajos, como las anteriores, aunque ahora figuran
dos artistas que “prometen” por pasar
del mero virtuosismo a un concepto o intencionalidad plástica clara y propia. Tal es el caso de Stella Moreno y Hugo Sánchez
y, en menor grado, de Rolando Cubero y Jorge Tamayo.
Obvio
comentar en este espacio la obra de los restantes trece expositores por
comprender, ésta, desde el mero ejercicio de la línea y el color, hasta el
abuso de influencias y maneras (Magritte, por ejemplo), pasando por el empleo
de la práctica pictórica como medicina a problemas emocionales personales.
EQUIVOCO
Es un
equívoco emplear el término “nueva pintura de Costa Rica” para ésta y las
precedentes colectivas, por cuatro razones: a) una cuarta parte de los
expositores son extranjeros; b) no existe pintura nueva o vieja a no ser por el
anodino detalle de la fecha en que fue terminada; c) el título de la muestra
evidencia una supuesta “brecha
generacional”, cuando en realidad conviven en la actual veteranos y noveles
creadores y; d) se da por representativo del arte del país un grupo menor de
artistas excluyendo, sin explicación aparente,
autores de gran valía, jóvenes y viejos, cronológicamente hablando, que
trabajan hoy por hoy y cuentan con mayor mérito para representar a Costa Rica
contemporáneamente.
En cuanto a
los cuatro autores “rescatables”,
Stella Moreno de nacionalidad colombiana, encabeza la lista con sus tres óleos
de la serie “aves de rapiña”.
Con excepción
de uno, emerge de sus telas un personaje femenino (tal vez la autora) quien
establece parámetros entre lo trágico y lo sexual, con un halcón, que coinciden
en su profunda e interesada forma de mirar (ave y mujer), hacia un espectador
atento.
Sus óleos
se sostienen por impecables líneas simples y esquemáticas al que se une el uso
de la mancha para modelar partes anatómicas, sobre blanco. Sus pinceladas recuerdan los firmes trazos de
su maestro Fernando Carballo, pero su solución, aunque modesta, es propia.
Por su
parte, el herediano Hugo Sánchez Molina revela en sus acuarelas “Bodegón”, “Luminosidad mística” y “En busca
de fe” escasa o ausente rigidez, como sí hallamos en exceso en otros de sus
colegas de valía, en temas comunes como los interiores vacíos de antiguas
casonas.
De su obra
emana tranquilidad, no hay conflicto ni tristeza, a lo sumo nostalgia que
acentúa su lenguaje lírico. Aunque realista su obra carece de acento social y
preciosismo, lo que la hace más sugerente.
CUBERO Y TAMAYO
En otro plano,
se encuentran dos excelentes técnicos: Rolando Cubero y Jorge Tamayo, en los
que no se precisa una conducta coherente como artista y un concepto plástico
propio, pese a lo cual se percibe una búsqueda.
En el
cuadro titulado “La espera”, del autodidacta josefino Cubero, se confirmar un
gran dominio de la figura humana, el escorzo y la perspectiva, en una atmósfera
geométrica rígida que contagia la expresión de las mujeres que aguardan,
envueltas en sus propios pensamientos, con la mirada perdida. Pero, la obra que podría resultar elocuente
resulta insípida, ya que no logramos romper con nuestra mirada el hielo
maquinal de las relaciones rígidas planteadas.
En el
ecuatoriano Tamayo preocupa más su conducta que el oficio consumado que expone,
porque igual realiza un paisaje de Puntarenas, que un acrílico constructivista,
muralista o un óleo abstracción geométrica.
Para él no
parecen existir límites técnicos o conceptuales. No obstante, preocupa su fácil
y despreocupada transición, a veces en cuestión de días, de un estilo a otro,
descubriendo así la ausencia de un concepto plástico propio.
Un apunte
final, que espero ampliar después, es lo relativo a la irrupción en la plástica
costarricense de un contingente de “nuevos autores” de gran virtuosismo, que confunden
por igual al experto, al coleccionista, al curador y al público dando por logrado
lo que complace sólo el gusto de moda.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC
Fuente: La Nación. SINABI (2018), p.2B. Publicado el viernes 14 de junio, 1985. Revisado por el autor el 7 de setiembre, 2018.
Comentarios