LEONARD ERICKS: Arte y Fe

Exposición individual del pintor Leonard Ericks (EE.UU., N.1942). 20 pinturas al óleo sobre tela. Biblioteca a la Alianza Franco-Costarricense. Del 16 al 31 de octubre, 1986, de lunes a viernes.

Resulta difícil separar los actos humanos de los actos de fe; cuando estos vienen definidos por la convicción, que da el conocimiento, la integridad que deriva en valentía y un compromiso real con lo que se hace.

La fe, entendida aquí como “creencia fervorosa”, se empata con el hecho creativo al participar del pacto del artista con la obra, y del ritual que marca esa particular producción plástica o de otro orden.

El estadounidense Leonard Ericks no es sólo un autor que cree en la pintura como un acto de fe, sino que él mismo, y tal vez esto interese menos por su anecdotismo, basa su actitud vivencial en los escritos de Baha Allah, fundador de la fe Bahai.

La probable influencia de esta manera religiosa en la vida y en el arte del pintor estadounidense, debe apuntar a la tendencia de esa postura a indagar en la esencia más profunda de ser humano, la cual tiene su basamento en la trascendencia y en la consideración de la naturaleza como armonía, lo cual induce a la meditación de sus categorías integradas en el equilibrio del cosmos.

Ignoramos la exacta relación de un dogma religioso con la obra que realiza Ericks, pero podemos percibir en ella una intención meditativa, en el sentido oriental de “pensar profundo”, de asimilar la esencia de las cosas antes de reproducirlas con fines ilustrativos o artísticos.

Esencialmente su pintura es consecuencia de una actitud contemplativa del paisaje, representando con fuertes acentos gráficos dentro un canon figurativo.

Su composición es simple; pero de ella dimana un encanto particular, como el que produce al espectador sensible un jardín japonés, donde crean ínsulas rodeadas de piedra calcárea con un orden y armonía innegables, una naturaleza que sólo surge en ese particular espacio-tiempo producto de la meditación.

No insistiré mucho en los valores estrictamente plásticos de la obra de Ericks, pues para los efectos de la muestra parecen secundarios. Igual que para la escasa ambición y sentido de aventura de su autor.



Ante todo, son testimonios de un orden que en su sencillez produce un concepto de belleza, el cual evoca en el receptor una actitud laxa.

Su obra se basa en un dibujo abocetado que explica en una serie interminable de líneas diagonales, un “divisionismo” a lo Seurat, que tiene como base la línea y no el punto. Emplea el óleo sobre esa estructura gráfica que en mucho recuerda las ilustraciones japonesas, particularmente en su uso del rojo estridente, el contorno de las flores y la vegetación arbórea, instada en un espacio-estructura artificial.

Interesa en su paisaje, más que sus figuras humanas, la presencia de un fondo habitable, constituido por casa y portales, sin la gratuita nostalgia del paisajismo criollo el que niega el fondo cuando la temática se vuelve más contemporánea, en el tiempo.

Es respetable su perfeccionismo, denotado por el minucioso detalle de las hojas, las flores y las raíces expuestas en la base de los árboles, aunque ello redunde con frecuencia en decorativismo.

Los suyo trae mucho de la escuela Ringling de Arte y Diseño, en, Florida, EE.UU., ampliamente conocida por los diseñadores gráficos, publicistas e ilustradores que estudiaron en ella, y no tanto por la fama de los artistas que han pasado por sus aulas.

Podría ocurrir en su obra pictórica que el oficio innegable, sea negado por concepto artístico que, en su caso, no es original ni auténtico aunque sí refrescante en el contexto de las débiles muestras plásticas de este lluvioso octubre.

Fuente: La Nación. SINABI (2017), p.2B. Publicado el viernes 31 de octubre, 1986.
Revisado por el autor el 18 de abril, 2018

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