LOLA FERNÁNDEZ: Conciencia de la Intuición
Exposición “Variaciones
Lineales” de Lola Fernández Caballero (Colombia n.1926). 34 obras entre
relieves en madera y yeso, dibujos y pinturas al óleo. Museo de Arte
Costarricense, San José, Costa Rica. Del 20 de setiembre al 30 de noviembre,
2018, de lunes a domingo.
De la misma manera los acontecimientos sociales y políticos han permeado su quehacer como muestra su serie Testimonios al punto de que físicamente las noticias publicadas en los diarios se transfieren a los lienzos a través de meses de ingesta detallista.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC
He escrito tangencialmente sobre la artista Lola Fernández
Caballero desde 1984 cuando tuvo lugar su primera retrospectiva en el MAC con
motivo de sus primeras tres décadas como
pintora.
En esa oportunidad, el crítico de arte y, curador cubano, José
Gómez Sicre, quien la conocía desde 1952 y promovió su carrera desde el Museo
de Arte de la OEA, la ubicó como representante del expresionismo abstracto
latinoamericano y reconoció el uso, por parte de la artista, de símbolos
caligráficos crípticos “donde hay que
intuir, asociar e identificar el mensaje con su sentido gráfico. De lo
contrario, se precisa aceptar la emoción plástica pura”.
Un examen a profundidad del conjunto de la obra realizada a lo
largo de siete décadas por Lola Fernández, basado en muestras individuales - tanto
de estudiante académica a partir de su exhibición de 1948 en Bogotá, como de
artista con un lenguaje plástico apropiado a partir de su primera muestra
individual en 1957, en París - sustancia
que la misma está dominada por una figuración y una técnica experimental que
funde la pintura con la gráfica en cada una de sus series.
Esto es particularmente notorio, en su óleo sobre tela de 1959 “Se cortó el silencio” donde trata sin
sentimentalismo la conversación entre seres que prestan atención y “El bobo del pueblo”, un óleo sobre tela
de 1960, donde evita el facilismo de una lectura literaria psicologista.
Si bien es cierto que la artista separa su obra gráfica – dibujo,
grabado y relieves – de su pintura – óleo, acrílico y técnica mixta –
enfatizando que no hace bocetos excepto cuando se trata de murales, sus composiciones
pictóricas denotan componentes y formas gráficas que apuntan a una representación de la
realidad donde “todo lo que existe está
dibujado”.
No obstante, para la artista la naturaleza es la que define la
línea, la anatomía humana, porque la geometría está en todo. De ahí la progresiva simplificación a partir
de sus composiciones de fines del cincuenta del siglo pasado caracterizadas por colores limitados,
tonos sobrios y una gradual y sostenida
monocromía que culmina con su más reciente serie de óleos titulada “Blanco y Negro”, expuesta en el MAC de
San José.
Lola no necesita dibujar sobre la tela o preparar bocetos previos,
ya que su perspectiva es conceptualmente geométrica, lo que no se debe confundir
con simétricamente proporcionada. De
hecho, a diferencia de otros artistas de su generación como Gonzalo Morales y,
Rafa Fernández, su sólida formación académica en Costa Rica, Colombia e Italia
le ha permitido dibujar mediante la pintura directamente en el lienzo, sin necesita de bocetos o dibujo sobre la tela.
Esto es claramente visible en “Managua”
un óleo de la serie Volcanes de 1964 donde parte de la realidad visible para
extraer valores plásticos abstractos y a
modo de contraste “Señal en un espacio”
(Impresión en rojo) un conocido óleo de 1967 que evita lo decorativo gracias a
sus tonos sombríos y paleta limitada.
Tradicionalmente el dibujo se ha enfocado en crear líneas,
figuras y contornos (internos y externos)
de un objeto recurriendo también a sombras y texturas mientras la pintura se ha
ocupado del color, el volumen y la composición.
La definición de lo que el artista hace ha dependido, por mucho tiempo, del instrumento empleado, a saber lápiz, carbón o crayón en el caso del dibujo,
y brochas, pinceles y espátulas, entre
otros instrumentos, en el caso de la pintura.
Sin embargo, cuando un artista domina la técnica y los medios, es
capaz de superar los límites aceptables de las definiciones e investigar
continuamente en la heterogénea “técnica
mixta” que para el caso de Lola Fernández caracteriza su quehacer por más
de la mitad de su carrera. Ejemplo de ello, es la obra “Supervivencia” parte de
su serie “La máquina” de 1971.
"Violencia" - Primera versión. Óleo/tela. 1959
FIGURACIÓN
O ABSTRACCIÓN
La artista y su obra claman por una apropiada redefinición
estética. La temprana ubicación de la
obra de Fernández en el expresionismo abstracto, fue didáctica en su momento
pero es claramente inapropiada con la prueba de los años.
El ruido de fondo en la correcta ubicación y definición de la obra
de Fernández se encuentra enraizado en factores de moda, gusto y mercado,
fomentados por museos, curadores, marchantes y artistas interesados. El mismo
hecho de haberse convertido en una de las pioneras de la abstracción en el
medio local contribuye a encasillarla y mitificarla.
Primero que todo, hay dos nociones que merecen una seria revisión:
la "muerte de la pintura" y el triunfo de la abstracción.
Pocos mitos sobre el arte han sido tan persistentes como la
llamada “muerte de la pintura” alimentada
por la pedante creencia vanguardista de que la pintura abstracta y la
representacional son como el agua y el aceite.
La insistencia del modernismo en la separación de la representación
y la abstracción ha privado a la pintura de su vitalidad esencial. La comunicación pictórica – signos, símbolos,
imágenes y colores sobre una superficie plana – es una de las más antiguas y
ricas invenciones humanas, así como lo son
la escritura y la música. Comenzó sobre paredes rupestres y cubre hoy
en día las pantallas de plasma, el
Photoshop y las novelas gráficas. Pero, la pintura sobre una superficie
portable sigue siendo una de los medios más eficientes e íntimos de expresión personal y plástica.
En cuanto a la representación y la abstracción, histórica y
perceptualmente han sido inseparables, aunque ciertos intereses traten de
hacernos creer lo contrario.
La pintura – como todo el arte – tiende a captar y mantener
nuestra atención mediante su energía formal o abstracta. Pero, incluso las
pinturas abstractas tienen cualidades representacionales, no obstante, el cerebro humano no
puede hacer otra cosa que dar significado a la forma que percibe ante una obra
plástica.
Bien escribió Pablo Picasso “No
existe el arte abstracto. Uno debe siempre comenzar con algo. Después uno puede
remover todos los trazos de realidad”.
Lamentablemente, la progresión hacia una abstracción no objetiva
(donde ningún objeto en la composición pueda ser reconocido) se convirtió en la
historia dominante del arte moderno; como resultado, la figuración fue
desacreditada o etiquetada como retrógrada y alineada con enemigos políticos
(léase comunismo, realismo socialista o nacionalismo).
La realidad presente, sin embargo, es que la línea divisoria entre
abstracción y figuración es sumamente porosa, llevando a los artistas a crear
pinturas y obras sobre lienzo y papel que se ubican en el medio.
Uno de los primeros en transitar “la cuerda floja entre abstracción y figuración” fue Francis Bacon en
el período de posguerra del siglo XX en Europa, al hacer preguntas existenciales sobre la
imagen del ser humano.
Esto nos da un contexto para comprender porque la pintura de Lola
Fernández tuvo una temprana acogida fuera de Costa Rica y se la casó
tempranamente con la abstracción. Todo eso a
pesar de que su obra se diferencia más de lo que se parece a movimientos como
la Escuela de Nueva York (Expresionismo Abstracto) (Pollock, De Kooning, Kline)
o el Expresionismo Surrealista (Matta,
Miró, Arp).
En términos de semejanza, observamos, por una parte, el
limitado cromatismo: blanco y negro, así como los colores primarios: magenta,
amarillo y cian que es un aspecto precursor del
minimalismo posterior. Y, por otra lado, la concepción de la superficie de la
pintura como un campo abierto sin límites, frontal, donde no se respeta ninguna
jerarquía entre los elementos de la composición.
Pero, hasta ahí llegamos con las semejanzas entre Lola y los
citados movimientos. Porque la tendencia
dominante en esos movimientos es trascender la representación de la realidad
objetual mediante una abstracción progresiva con una técnica pictórica –
principalmente al óleo en gran formato - más emocional que racional, dictada a
menudo por el “automatismo”, y en el caso latinoamericano con la incorporación de componentes biomórficos.
"Centroamérica". Serie Relieves. Técnica mixta. 1974
CONCIENCIA
DE LA INTUICIÓN
En su proceso plástico, Lola Fernández, es dirigida por una idea
(tema) que gobierna el diseño “gráfico”
(línea y contorno) de la composición
pictórica que concibe y dispone geométricamente pero que representa figurativamente.
Su disciplinada práctica como artista profesional facilita una expresión creativamente redundante que le permite profundizar, cuadro tras cuadro, en cada idea (tema) mediante series.
Es difícil hablar de etapas en su caso, ya que hay características
transversales identificables en toda su obra, particularmente desde 1959 con su óleo sobre
tela titulado “La Violencia”.
Un estilo personal se afirma en cada serie, aunque el abordaje
temáticamente sufra variaciones formales.
De hecho, son frecuentes en la
mayor parte de su obra, seis componentes:
- gama de colores limitada y tendiente a la monocromía,
- uso de símbolos aleatorios como letras y números,
- figura humana desproporcionada o asimétrica representada como en su serie arquetipos, o transferida como en la serie testimonios,
- concepción gráfica-geométrica en la forma y distribución de los elementos en la composición,
- preferencia por la técnica mixta que es consistente con una continua exploración y uso de medios y técnicas de expresión plástica y
- Expresión emocional reprimida en sus personajes y figuras.
Su disciplina y proceso creativo la han convertido en una de las
artistas más prolíficas de su generación, pero el propósito de su obra reside
en su carácter intuitivo.
En el ámbito creativo, hay dos formas dominantes de expresión: el concepto y la imagen. Nuestra mente convierte lo que percibe de la realidad circundante en conceptos o los formaliza en imágenes que es el lenguaje del arte, cuya creación se funda en una intuición.
En el ámbito creativo, hay dos formas dominantes de expresión: el concepto y la imagen. Nuestra mente convierte lo que percibe de la realidad circundante en conceptos o los formaliza en imágenes que es el lenguaje del arte, cuya creación se funda en una intuición.
La intuición en Lola Fernández, con base en la observación y
examen de su obra y proceso creativo,
captura una imagen o un concepto de cada estímulo que recibe del entorno lo que
le permite plasmar su esencia.
Es el caso patente de su serie testimonios que inicia en 1980 y
continúa más allá de 1984 en la que se adentra en nociones de tiempo, y espacio
por medio de circunstancias sociales y políticas
que registra como signos, imágenes y símbolos intuidos con inteligencia y
sensibilidad.
"Un lugar en el tiempo" - Serie Testimonios. Acrílico/tela. 1983
La artista registra la realidad objetiva que percibe sensorialmente y la procesa intelectual y emotivamente para conectarnos con el mundo que nos rodea, pero vinculándonos mediante una dimensión trascendente de las cosas. Para lo cual es inevitable su rechazo del panfleto tan en boga, entre neofigurativos y conceptualistas.
La artista registra la realidad objetiva que percibe sensorialmente y la procesa intelectual y emotivamente para conectarnos con el mundo que nos rodea, pero vinculándonos mediante una dimensión trascendente de las cosas. Para lo cual es inevitable su rechazo del panfleto tan en boga, entre neofigurativos y conceptualistas.
La intuición es un sentido metafísico como la imaginación, la
memoria y el sentido común. Lo críptico que observaba Gómez Sicre en los
primeros treinta años de carrera de Lola Fernández, se refiere a que si bien
está conectada con la realidad circundante que nutre sus ideas (temas) la
representación final de la misma en sus series es trascendida en una dimensión intangible, interna
y esencial.
La conciencia de la intuición ha permitido a la artista colombiano-costarricense
acercarse en setenta años de carrera a un plano más profundo de la realidad
para comprender la dimensión interior de lo existente y la sabiduría espiritual
del cosmos. No debe extrañar entonces que su obra se perciba racional, y hasta distante. Recordemos que la espiritualidad en el arte nunca es emocional.
UNA SOLA
OBRA CON VARIACIONES
Cada obra guarda unicidad con respecto al resto, no sólo
estilísticamente, sino también porque acerca a una nueva realidad mediante imágenes
que generan a su vez nuevas ideas y formalizan nuestra percepción de la realidad a
través del arte.
Lo más importante no es la anécdota social o el panfleto político
que desborda las conversaciones y experiencias en el entorno regional, sino lo
que no se ve, y es a esa dimensión de la realidad a la que nos acerca su obra y
en particular su más reciente exposición.
Los recursos de que echa mano Fernández mediante la conciencia de
la intuición, son la memoria y la imaginación para ayudar a recordar, asociar,
inventar y crear. Sus inmersiones de
niña en la colección de arte precolombino del Museo Nacional han influido de
manera indeleble sus relieves, sin ser por ello una estilización de la
simbología aborigen. A estas experiencias se sumaron su periplo por Asia e India, al inicio de su carrera, que
afinaron su espiritualidad y refinaron su obra de madurez.
De la misma manera los acontecimientos sociales y políticos han permeado su quehacer como muestra su serie Testimonios al punto de que físicamente las noticias publicadas en los diarios se transfieren a los lienzos a través de meses de ingesta detallista.
Sus arquetipos, por otra parte, no son meros ejercicios
figurativos con base en retratos sino resultado de su experiencia e indagatoria
con las relaciones y los estados emotivos.
No deben extrañarnos entonces que represente personajes desproporcionados, sobre
formas austeras, sin pretensiones, que no recurren al halago ni buscan agradar.
Otro tanto ocurre con su reciente serie blanco y negro, donde
los personajes casi minimalistas, ausentes como el blanco que los define, y envueltos en una atmósfera
onírica, responden a la experiencia de la ausencia y la temporalidad
existencial. Su presencia en el lienzo es meramente un recuerdo de su ausencia en
la realidad visible.
Su obra es sutilmente crítica, igual que la realidad de sus ideas
(temas) son una mera evocación, sombra de lo real, presencia de la ausencia,
conciencia de una intuición de un mundo caótico, melindroso y agazapado, al que
como artista y como persona trascendió hace mucho tiempo, pero al cual continúa
apelando con singular libertad mediante su obra, pasada y reciente, le guste o
no a su audiencia.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC
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