LUIS CAMNITZER: El fin de la utopía
Exhibición Retrospectiva
de Luis Camnitzer (Lübeck, Alemania, n. 1937): “Hospicio de utopías fallidas”. 90 piezas entre videos, fotografías, collages,
grabados e instalaciones. Museo Reina Sofía, Madrid, España. Del 16 de octubre
del 2018 al 4 de marzo del 2019, de lunes a domingo.
"L o había ofrecido sin expectativa", 1986, (de la serie Proyecto Venecia). Foto: Archivo CCACR
La división entre la razón y la emoción ha caracterizado al arte
moderno y el posmoderno. Desde Duchamp, casi un siglo atrás, la experiencia sensible sin importar cuán pura o intensa sea esta, ha sido despreciada tanto en la práctica artística como en el objeto artístico. Aunque la obra de arte
estimula todos los sentidos, en el mundo ideal de los modernos y posmodernos la
obra de arte sólo se presenta ante la mente.
Esta posición perpetua la tesis de Platón expuesta en su obra “La
República” cuando introduce una metáfora epistemológica sobre la línea dividida
que sitúa al arte en el ámbito de la ilusión sensible, junto con la sombra. Esto
lo ilustra con elocuencia el crítico Donald Kuspit en su obra “El Fin del Arte”
(2006) cuando afirma que “un palo parece
torcido metido en un cubo de agua, pero como espectadores sabemos que no es
verdad. El arte es como esa agua, es el medio para crear la ilusión a través de
la cual la razón puede ver.”
Cuando separamos la razón de la emoción, la escisión puede
fomentar como ocurre en el llamado “arte
conceptual” cierta originalidad, pero también mucha entropía. Al
menospreciar la emoción o sensibilidad y sobreenfatizar la razón, la
imaginación creativa y la intuición creativa que fueran objeto estudio y
defensa de autores como Baudelaire y Coleridge es sustituido por la condescendencia
con los intereses sociales y políticos cotidianos, normalmente despojados de su
resonancia afectiva e implicaciones existenciales, es decir, de su dimensión
humana.
Así las cosas, en el arte contemporáneo, particularmente el de
referencia conceptual, a la obra concebida por el artista se la utiliza como un
mero medio de comunicación de mensajes sobre los hechos coetáneos. Recuerda
mucho nuevamente a Platón para quien el “mito” era una forma de hacer la verdad
comprensible a las masas de mente sencilla o al menos dotarla de una narrativa
exagerada que a modo de espectáculo la hipnotizara hasta hacerle creer que la
había alcanzado.
En la práctica, los conceptualistas, o contextualistas como
prefieren decir hoy en día algunos de sus precursores, se han prestado para que
personas sin ningún talento, habilidad o preparación artística se consideren
artistas, aunque desprecien la forma y la imaginación creativa en el objeto de
arte, limitándose a hacer una declaración de gran inmediatez a una audiencia
que debe abordar su producción intelectualmente, con la mente, sin emociones.
"Sentences"(Oraciones), 1966. Serie de objetos en acero. Foto: Archivo CCACR
APOLOGÍA DEL
NO ARTE
El arte, en general, se diferencia de otras expresiones como el
conceptualismo en que no busca ser didáctico. Claro que podemos aprender de la
obra de arte, pero no se supone que esta literalmente nos instruya. Lo didáctico ha pertenecido naturalmente al
ámbito del panfleto, el afiche, la publicidad y la comunicación política.
Cuando un creador, por ejemplo, privilegia el mensaje contingente
sobre la belleza, la imaginación, la sensibilidad y la forma no tiene como meta
hacer arte, sino lo opuesto, que para el caso que nos ocupa en esta oportunidad
se traduce como soluciones a problemas conceptuales.
Y es justamente lo que en su retrospectiva titulada “Hospicio de utopías fallidas” el
uruguayo Luis Camnitzer, pionero del conceptualismo, permite examinar mediante
cerca de noventas obras reunidas por el curador Octavio Zaya para el Museo
Reina Sofía de Madrid.
Camnitzer, actualmente en sus ochenta años, emigró en los sesentas
a Nueva York donde fijó su residencia, viviendo de la crítica y la enseñanza,
ya que su producción primero como expresionista y luego como conceptualista ha
sido reconocida tardíamente en el medio cultural internacional, y también, para
ser justos, porque nunca le interesó el mercado del arte.
La propuesta curatorial en esta oportunidad, definida por el
propio autor, se ha centrado en examinar retrospectivamente conceptos claves
que resumen sesenta años de carrera en las artes visuales: la desmitificación
del papel del artista en la sociedad de consumo, la capacidad artística del lenguaje,
la desmaterialización del objeto artístico, el poder evocador de las imágenes y
la implicación activa del espectador.
Estos temas se despliegan a través de tres ejes en los que se organizó
físicamente la muestra en el Museo Reina Sofía, a saber: el primero, se enfoca
en su conceptualismo partiendo de lo que el autor uruguayo llama la
desmaterialización del objeto artístico y la relación que el arte plantea con
los procesos de pensamiento sobre la realidad sociopolítica.
Entre estas obras figuran en la muestra “Etiquetas adhesivas” (1966) y “Sobre” (1967), y luego la serie de “Autorretratos” desarrollados entre 1968 y 1972, así como la instalación “Sala comedor” (1969), en la que los objetos que van sobre el suelo y las paredes están representados por descripciones lingüísticas que vuelven borrosas las líneas que separan lo visual de lo textual.
Entre estas obras figuran en la muestra “Etiquetas adhesivas” (1966) y “Sobre” (1967), y luego la serie de “Autorretratos” desarrollados entre 1968 y 1972, así como la instalación “Sala comedor” (1969), en la que los objetos que van sobre el suelo y las paredes están representados por descripciones lingüísticas que vuelven borrosas las líneas que separan lo visual de lo textual.
"Restos", 1970. Cajas de cartón, gaza teñida y acetato de polivinilo. Foto: Archivo CACCR
El segundo eje de la retrospectiva nos traslada a obras más
contingentes en términos de mensaje donde los elementos visuales son más
prominentes. Lo político es representado
por su instalación “Restos” (1970)
que da inicio a una vena de trabajo que estará presente durante los ochentas,
noventas y el inicio del presente siglo como su serie “Tortura uruguaya” (1983-84), “Los San Patricios” (1992), “El Mirador”
(1996), “Documenta Project” (2002) o “Memoria”
(2009), con el objetivo de involucrar al espectador.
El tercer eje y final, atiende la defensa del arte y la educación
para que funcionen integradamente.
Camnitzer quien es educador, considera que el sistema educativo en el
ámbito de las artes ha sido un fracaso, al no producir artistas significativos
en número y calidad. Para él la educación debe entenderse como aprendizaje mas
que enseñanza, como un proceso que estimule la especulación, el cuestionamiento
y el descubrimiento.
Esto es ilustrado en la muestra por “Insultos” (2009), o la serie “Cuadernos
de ejercicios” (2011-2017) y en instalaciones como “Lección de historia del arte”, Lección No 1 (2000), “El aula”
(2005) y “El museo es una escuela” (2009-2018).
La obra que da título a la muestra retrospectiva llamada “Utopías fallidas” (2010-2018) alude a la
historia “oscura” del edificio
Sabatini – actual sede del Museo Reina Sofía de Madrid - como hospital y lugar
para “dementes o faltos de juicio”.
En lo particular, el autor habla de la utopía en los mismos
términos románticos de los marxistas de izquierda latinoamericana, a pesar de
que ha pasado la mayor parte de su vida en las metrópolis capitalistas.
CIENCIA Y
ARTE
Consistente con el conceptualismo, considera al arte como una caja
de resonancia de su agenda como persona y autor. Centrado en la mente mas que en las
emociones, busca activar en el espectador el llamado a la acción, a la
militancia con los mensajes que comunica en cualquier de los tres ejes y temas
claves de su muestra, pero no lo hace de manera necesariamente panfletaria sino
provocando la reflexión intelectual o pensamiento crítico como prefiere decir
él.
La forma en que lo hace es sustituyendo el concepto de la belleza –
definida en general como la característica de una cosa que a través de una
experiencia sensorial (percepción) procura una sensación de placer o un
sentimiento de satisfacción a través de la forma, el aspecto visual, el
movimiento y el sonido -, por lo que en ciencia se conoce como “parsimonia”, es decir el principio que
afirma que en igualdad de condiciones la explicación más sencilla suele ser la
correcta. Por ello, sus obras se caracterizan por la economía de medios y la
simplicidad.
Resulta, sin embargo, paradójico que a pesar de que la ciencia ha
provisto a Camnitzer de un modelo para su producción, la subordine al
arte. La razón puede hallarse en que la
ciencia requiere lógica y repetibilidad empírica y el arte no, ya que este
naturalmente provee un mayores posibilidades y resultados.
"El mirador", 1996. Instalación. Foto: Archivo CCACR
ABRAZO Y
RECHAZO DEL ARTE
En otras palabras, Camnitzer toma lo que conviene a su concepto,
proclamando su rechazo por la forma y la belleza artísticas, y construyendo sus
instalaciones y objetos con elegancia científica, y amplia libertad creativa
con el objetivo terminal de llegar a la mente de sus espectadores, sin
apelación a las emociones.
No obstante, en Madrid ha declarado “prefiero ser un exhibicionista intelectual que emocional”. Por ello
agrega, sin ambages, “Mi mayor afán es
que la obra suceda en el espectador, que se convierta en autor y no me
necesite”. No obstante, se ve a si mismo
como un intermediario o “profesor que logra independizar al alumno.”
El autor uruguayo se siente incómodo entre las definiciones
artísticas, el mercado del arte, y por supuesto haciendo arte, y lo enfatiza
declarando “mientras tenga que hacer arte
soy un fracasado”.
Camnitzer es un nuevo quijote, no un artista. Su preocupación conceptual y contextual es
cambiar estructuras mentales, no convertirse en parte del encadenamiento
productivo del mercado del arte, ni ser considerado artista por sus pares.
Su obra, lo ha convertido por derecho propio en precursor de una
nueva vena en el conceptualismo conocida como “crítica institucional”, que tiene como blanco a la industria
cultural y el mercado del arte y que combina con su énfasis en el mensaje
político.
"De la guerra", 2017. Instalación. Foto: Archivo CCACR
A pesar de sus intenciones intelectuales, Luis Camnitzer muestra
en sus creaciones un aspecto poético al que reacciona irritado por considerarlo
una apreciación superficial y sentimental. Sin embargo, sus piezas definidas
por textos lo emparentan, tal vez sin proponérselo, con la poesía concreta, un
género que se basa en cómo funcionan las palabras visualmente, en lugar de
verbalmente, y que da por un hecho la inestabilidad del lenguaje.
No se trata aquí de apreciar la poesía como algo sentimental o
egocéntrico, sino mas bien como una forma de lenguaje que puede evocar imágenes
visuales y llenarlas con ideas en combinaciones expansivas.
Es evidente que somos seres complejos que sentimos más que
pensamos, y que el arte refleja la tensión entre ambas, desde siempre, a pesar
de la propuesta intelectual de Camnitzer que pretende disociar al espectador
apelando solo a su intelecto, siguiendo el ejemplo de los modernistas.
La lucha utópica de este quijotesco uruguayo está, sin embargo,
llegando a su fin con esta retrospectiva que convierte en material de museo lo
que antes tuvo interés temporal, pero que ahora es progresivamente asimilado
como historia de lo que nunca fue arte.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC,
ACC, AICA
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