RODRÍGUEZ SIBAJA: Grito y Mito
Revisión retrospectiva de la obra y
carrera de Juan Luis Rodríguez Sibaja (San José, n. 1934) 45 obras en pintura,
grabado, escultura, dibujo, mural, instalación y objetos. Estudio del Artista,
Rohrmoser, San José, Costa Rica. Colección del artista.
En la cultura costarricense la
producción artística se ha desarrollado, a menudo, entre el grito y el mito.
Acostumbrados a vivir laxativamente, evitando el conflicto, negando el pasado
disfuncional, y respondiendo pasiva-agresivamente a los estímulos del entorno
cuya disonancia no podemos cognitivamente procesar, hemos terminado viviendo en
una zona de comodidad que resiste aun la prueba del tiempo.
Ser tico o tica no es sinónimo de
innovación, modernidad, y mucho menos intelectualidad. Somos pasivo-agresivos
por excelencia, y no nos gustan los desafíos. Evitamos las discusiones, cuya
seriedad termina cuando emerge inevitablemente el chiste o el sarcasmo local.
No debe extrañar que nuestro medio
conformista sea frecuentemente hostil a las nuevas ideas o conceptos sean estos
válidos o no, particularmente cuando son articuladas por un
coterráneo. Los extranjeros corren distinta suerte mientras no cuestionen
la idiosincrasia o los “valores” locales.
No obstante, se han desarrollado dos
tipos principales de artistas en el contexto local: los institucionalizados y
los aventureros. Los primeros son aquellos cuyo horizonte termina en
esta “isla” llamada Costa Rica con el anhelo de ser reconocidos y
obtener algún día un premio “Magón” – pueden viajar a estudiar y exhibir
su obra, pero están anclados al territorio en términos de
ambición. Los segundos, no son muy diferentes, pero toman más
riesgos, y pasan serias necesidades, hasta que logran coronar sus esfuerzos con
el reconocimiento en el exterior mediante premios y exhibiciones y a veces una
residencia permanente en una ciudad cosmopolita con visitas periódicas al
terruño para recordar a los nativos sus logros internacionales. Estos últimos
se suelen quejar del país natal que nos los reconoció tempranamente.
Los costarricenses oficializamos la
contribución de un artista hasta que ha sido validado en el exterior y regresa
con las evidencias de sus méritos. Entonces lo empezamos a
mitificar, es decir a glorificarlo como un héroe de las artes que nos ha puesto
en el mapa mundial. Se escriben monografías, se organizan muestras
retrospectivas, el Estado adquiere algunas de sus obras, obtiene una plaza como
profesor en la universidad y con los años se pensiona con uno o varios premios
nacionales en su currículo.
Por una parte, el grito es el punto de
rompimiento paradigmático entre un movimiento artístico dominante y otro
emergente que resulta más de una disrupción o aporte individual que de un
movimiento o tendencia renovadora. El mito, por otra parte, es el mecanismo que
la cultura ha construido para mitigar y controlar el riesgo de quienes se
atreven a pensar y actuar de manera contracultural.
"Estructura roja" - Grabado en metal. 1961
EL GRITO DE RODRÍGUEZ SIBAJA
Pocos artistas, en el medio
costarricense, han sobrevivido la tensión entre grito y el mito. Una de esas
excepciones es Juan Luis Rodríguez Sibaja cuya trayectoria de 61 años como
vanguardista - su primera exhibición individual fue en 1957-, ha sido
prolijamente acreditada por medios de prensa, curadores e historiadores de
arte.
Lo paradójico es que la mayor parte de
la obra creada por Rodríguez Sibaja no puede ser vista, ya que no se encuentra
en exhibición pública permanente. De hecho, la mayoría de los comentarios
publicados sobre su obra se basan en fotografías y, algunos originales, que son
parte de colecciones privadas o del propio autor, con excepción de sus murales
públicos.
La mayor parte de su producción en
Europa no es parte de catálogos, y las adquisiciones de obras suyas consignadas
en museos parísinos no se exhiben, como pudimos comprobar. De sus
murales en el extranjero solo uno creado en 1967 para el Gimnasio Gagarin en
Orly es visible actualmente.
Rodríguez Sibaja es ante todo un investigador ecléctico que testimonia solo lo que ha vivido y se reitera ideativamente en un proceso inagotable de encuentros y desencuentros con las formas, las técnicas artísticas, los materiales y los movimientos de vanguardia redefiniendo lo que es arte y lo significa ser artista.
Rodríguez Sibaja es ante todo un investigador ecléctico que testimonia solo lo que ha vivido y se reitera ideativamente en un proceso inagotable de encuentros y desencuentros con las formas, las técnicas artísticas, los materiales y los movimientos de vanguardia redefiniendo lo que es arte y lo significa ser artista.
ECLECTICISMO CREATIVO
El eclecticismo, tanto en actitud como
quehacer, que domina transversalmente la trayectoria de Juan Luis se explica
tanto por las limitaciones económicas y educativas propias de su origen y
juventud como por sus oficios (boxeador, mandadero, asistente de micropaleontología,
y dibujante callejero) con los que ambicionaba infructuosamente mejorar su
posición y superar las pérdidas que acompañaron su crecimiento como individuo y
artista.
Dotado de una insaciable curiosidad por
el arte y una actitud resiliente, convierte la necesidad en oportunidad tanto
en su etapa de aprendizaje en Costa Rica como en su desarrollo en Europa.
La trayectoria y proceso plástico de
Juan Luis se caracteriza por la ausencia de etapas claramente diferenciadas con
excepción de la correspondiente a su obra inicial, propiamente de estudio,
introducida con dos muestras individuales en 1957 y 1958,
respectivamente. Los autorretratos, paisajes urbanos centrados en
barrios de escasos recursos, e imágenes de su familia dominan la primera
muestra figurativa con acento expresionista.
Mientras que mujeres y viejos
enigmáticos deambulando por parajes solitarios dominan la segunda muestra donde
los elementos de la composición se estructuran en las pinturas con base en
pequeños compartimentos o formas que crean luz y sombra. Se insinúa
entonces la abstracción por los espacios abiertos y las líneas fuertes marcadas
con la espátula.
Este proceso de aprendizaje pictórico
culmina con la primera muestra de arte emergente al aire libre en el Parque
Central de San José en 1960, de la que fue decisivo promotor, y que atrajo,
entre otros, a los futuros integrantes del Grupo 8 como Rafael “Felo” García,
Hernán González, Luis Daell y Néstor Zeledón Guzmán.
Ese mismo año, merced a una beca de
nueves meses otorgada por la Alianza Francesa, estudia grabado en metal en la
Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París. Había
experimentado previamente en la xilografía y el grabado en linóleo, pero su
preocupación primordial era crear obras que pudieran tocarse como la
naturaleza. Los nuevos medios a su alcance, a pesar de la estrechez
económica, lo llevaron a experimentar paralelamente en la pintura, y el grabado
de creciente acento matérico.
INFLUENCIAS Y LENGUAJE PERSONAL
Sus referentes obligados son el posimpresionista
Vincent Van Gogh en cuanto a la actitud como ser humano y artista, mientras en
lo estético es evidente la influencia de los informalistas franceses Jean
Fautrier (1898-1964) y Jean Dubuffet (1901-1985) y en cuanto al planteamiento
del entorno en sus instalaciones, el pionero alemán Wolf Vostell (1932-1998).
Aun antes de viajar a Francia, Juan
Luis tenía una enorme empatía por el sacrificio de los franceses en la
resistencia contra los nazis que conocía por revistas y filmes de la
época. A su llegada a París, le toca vivir en un barrio de obreros
que sirvieron en la resistencia por lo que se identifica más profundamente con
la experiencia bélica y posbélica – humana y estética- por medio del informalismo
que echó las bases para un cambio radical en la definición de la vanguardia, al
cuestionar la forma de representación tradicional reivindicando un nuevo campo
de experimentación para la pintura mediante creadores como Fautrier y Dubuffet.
En este nuevo ámbito, Rodríguez Sibaja
encuentra eco a su incipiente proceso plástico por el rechazo que hace el
informalismo del lenguaje icónico para dar prioridad a la materia, lo táctil y
la huella del cuerpo humano, evocando tanto las imágenes de la barbarie como de
las ideas del existencialismo filosófico y literario.
Mientras Fautrier con su cromatismo
apagado recoge la angustia de la guerra –de la que había sido testigo durante
la ocupación alemana de París– mediante una obra opaca, matérica y de rotunda
presencia física, protagonizada por la densidad de lo que llamó “superficies construidas”, Dubuffet
desarrolla un arte libre de las preocupaciones intelectuales al que llama “Art
Brut”, creando figuras elementales y pueriles y, a menudo crueles: (para esto
se inspiró en los dibujos de los niños, los criminales y los dementes)
personajes bufos, morbosos, como las mujeres de su serie "Damas";
o seres infrahumanos, figuras deformes, absurdas y grotescas, como en su serie "Barbados".
Muchos de los trabajos de Dubuffet
fueron realizados con óleos, utilizando un lienzo reforzado con materiales
tales como arena, alquitrán y paja, otorgando a su obra una inusual superficie
texturada.
Rodríguez Sibaja desarrolla
producciones artísticas consistentes con el informalismo – favorecido por sus
limitaciones económicas que restringían su acceso a los materiales
tradicionales. En sus obras la materia adquiere mayor primacía, con espacios
donde las formas geométricas naturales permanecen inalteradas por
transformaciones continuas, con la densidad que le confiere al empaste una
sensualidad o un dramatismo únicos.
Influido, pero no determinado por el
informalismo, Rodríguez Sibaja comunica con espontaneidad gestos referenciados
que vincula, a posteriori, con sus vivencias personales usando la materia para
crear experiencias propias, sin ideas preconcebidas.
"Gruta azul" - polvo de marfil, pizarra negra, ónix y soldadura sobre madera.1967
No olvidemos que en el informalismo
parte de la ruptura consiste en que la obra terminada antecede a la idea, y el
resultado es la idea. No se pinta, graba o dibuja con base en un
tema o idea, sino que este se deriva de la lectura de la obra a posteriori.
Esto explica la obsesión por desaparecer la forma en su continua
experimentación con el grabado y la pintura y por medio de ello el concepto
artístico.
Las obras desarrolladas por Rodríguez
Sibaja de 1961 a 1964 en París son clara evidencia de la adopción del
informalismo como escuela en oposición a las modas tecnológicas como el
cinetismo, ya en boga, por medio de amigos suyos como el argentino Julio Le
Parc.
Su expresión se vuelve más simple
durante sus primeros años en París, alternando entre conceptos abstractos y
figurativos con gran libertad, preocupado más por la textura que por la
expresión de la forma y el color.
El alineamiento conceptual con el
informalismo o “art brut” francés se explica tanto por el contexto en
que se estaba formando como por su propia postura filosófica, anti-tecnológica,
arraigada en su preferencia por los materiales orgánicos que la naturaleza
brindaba y que eran parte de su propia historia.
De hecho, su esfuerzo en hacer parecer
sus obras “viejas o envejecidas”
responde a su rechazo del artificio del cinetismo y los efectos ópticos que
empezaban como moda a dominar la escena artística en los sesentas con su brillo
y colorido vibrante. Pero, además se empata con una preocupación que será
permanente, la de “no copiar” a nadie.
EL MITO DE RODRÍGUEZ SIBAJA
Durante la mayor parte de su residencia
en París, sin importar el medio en que se exprese, ora pintura, ora grabado,
ora mural, su obra se conectará con su país de origen.
Cuando introduce la pobreza como tema,
será la de los barrios miseria de Costa Rica, no los barrios pobres de los
obreros parisinos. Cuando cuente una historia será aquella proveniente de los
personajes reales con los que convivió en Cinco Esquinas de Tibás o situaciones
de las que fue testigo como el abuso, la violencia, la inequidad y la
hipocresía. Es un costarricense en París que crea a partir de sus vivencias.
Incluso su paradigmática instalación
“El Combate” que presentó en la VI Bienal de París está imbuida de su historia
personal, al punto de que casi ningún elemento es dejado al azar para que todo
signifique.
Basado en sus experiencias como
boxeador, el afecto por su padre a quien ayudaba a preparar y vender granizados
los fines de semana, sus salidas para buscar madera a lo largo de la rivera del
Río Torres, y hasta sus amistades con artistas y poetas con los que compartía
tardes observando el paisaje.
Esta instalación constituida por un
cuadrilátero con un gran signo de interrogación en el centro, flanqueada por
figuras de hielo en negro y rojo bajo una sofocante luz emulando boxeadores,
rodeados con cuerdas de alambre de púas en los cuatro lados con las puntas
pintadas de rojo para evocar sangre, fue una sorpresa tanto para organizadores,
público, y críticos de arte que la celebraron como un hito.
Juan Luis no inventa el género de la
instalación, ni el “performance” con “El Combate” en la VI Bienal
de París. Pero aprovecha las contribuciones del artista alemán Wolf
Vostell quien había estudiado en 1955 en la misma escuela que fue becado Juan
Luis. Vostell fue el primero en desarrollar instalaciones reflejando la
política y las desastrosas consecuencias de las guerras. En 1958, creó la
instalación “La habitación negra”, que refleja el Holocausto y con la
instalación “6 TV Dé-coll/age” del año 1963 se convierte en pionero
de la instalación y con su video “Sol en tu cabeza 6” también de 1963,
en pionero del Videoarte.
Nuevamente, el aporte a la vanguardia
de Rodríguez Sibaja no está en la novedad del medio de expresión o el dominio
de la técnica explorada sino en su actitud y autenticidad como creador.
Por ello, la instalación “El
Combate” que resumía la vida del artista se convirtió en un antes y
después.
Tras continuar sus “esfuerzos”
en el grabado en metal, Juan Luis se enfoca en la docencia y establece de
regreso a su país en 1972 el Taller de Grabado en la Universidad de Costa Rica
que se convierte en un crisol tanto técnico como filosófico de la vanguardia
estética. Años después hará lo propio para establecer otro taller en
la Universidad Nacional de Heredia.
REPETIRSE A SÍ MISMO
Pero, la docencia al ocupar su
principal esfuerzo y talento causa un daño colateral: su obra la cual empieza a
languidecer por falta de atención. Esto lleva al artista a recurrir
periódicamente a la obra que desarrolló en Francia para nuevos proyectos
murales y de grabado. Tanto formal como conceptualmente, se pueden
empatar elementos y obras presentadas tras su regreso a Costa Rica con su
producción anterior a 1972.
Personajes de sus acuarelas emergen
luego en sus grabados, como ocurre con “Ventana” (Fénetre) o sus
grabados sirven como tema recurrente para sus murales.
El primer y más evidente ejemplo es el
mural en mosaico instalado en 1972 frente a la Biblioteca Nacional que se basa
en su grabado “El Sol” elaborador en Francia en 1965.
O su conocido mural de 1976, instalado
en el Instituto Nacional de Seguros, titulado “Composición en Madera”
que usa una solución muy similar a la su obra “El Gran reposo” de
1969. Otro tanto ocurre con un segundo mural en el balcón norte del
ente asegurador titulado “Composición en Mosaico” que escala obras
matéricas anteriores como “El Puente” realizada en 1967.
Cuando en 1994 se le otorga en la VI
Bienal Lachner y Sáenz de Pintura Costarricense el Premio Único del Jurado por
su obra “Iconos en Cruz” sorprende porque la misma consistía en cinco
pinturas realizadas por él a mediados de los sesentas en Europa. El jurado no
se ocupa de la obra en sí misma, sino de su lugar como aporte histórico de
Rodríguez Sibaja a la vanguardia en el contexto costarricense.
Cuando es invitado a representar a
Costa Rica en XXIII Bienal de Sao Paulo en 1996 participa con una propuesta de
instalación muy similar a la realizada en París en 1969. La titula “El
Combate No 2”.
Otro caso más reciente es el del
grabado en metal “Historias de mi padre” de 1976 en que se basa su mural
del 2015 instalado en la UCR titulado “Despertar”.
No falta quien justifique todo esto
bajo el argumento de que estamos ante una “resemantización” o una “revitalización”
de su obra basada en la iconografía precedente. Juan Luis Rodríguez
Sibaja es más modesto cuando se habla de la reiteración en su obra, llamando “esfuerzos”
a sus creaciones de larga data.
Repetirse no demerita si el autor está
copiándose a sí mismo y sirve para profundizar su exploración descubriendo
nuevos ángulos o enriqueciendo su concepto. Esto es lo que he
llamado antes redundancia creativa.
Lo que sí es indispensable es reconocer
que la producción de Rodríguez Sibaja decae notablemente por su énfasis en la
docencia a partir de su regreso al país, y que cuando aborda un nuevo proyecto
se alimenta de la misma fuente que suplió su creatividad durante sus doce años
en Francia tanto formal como conceptualmente.
Igual que los temas de su infancia y
juventud nunca lo abandonan en las obras resultantes de su búsqueda creativa,
su residencia en Europa fue escenario del desarrollo de su máximo potencial.
Como el mismo confiesa “Regrese para dar lo que mi país no tenía, el grabado
en metal”.
En términos de legado, algunos artistas
locales, como Adolfo Siliézar y Héctor Burque que fueron discípulos suyos, han
intentado emularlo con mayor o menor éxito, pero luego decidieron seguir su
propio camino.
Sin embargo, el legado decisivo de
Rodríguez Sibaja reside en su actitud como artista, terco e irreverente, y
maestro creativo en el grabado en metal, más que en el cuerpo de su obra
plástica como tal.
No obstante, ha inspirado a toda una generación de artistas, que acudían
a su taller de grabado, a investigar disciplinadamente, a crear con libertad, a
respetar los medios y materiales naturales, y a encontrar su propia voz sin
copiar a otros, ni convertirse en mercaderes. Solo el tiempo demostrará si
pudieron o no honrar su legado.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC
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