ZELEDÓN GUZMÁN: De lo Divino a lo Profano
Colección
Privada de Néstor Zeledón Guzmán (San José, n. 1933) 200 obras de escultura en madera, y piedra,
relieve en madera, laminado en bronce, pintura al óleo, xilografía y dibujo. Taller-Museo,
Barva, Heredia, Costa Rica. Exhibición permanente.
PROPUESTA METAFÍSICA
Algunos personajes en dicha obra tratan de escapar del vortex del umbral, otros abrazan lo que quieren proteger y otros solo se dejan arrastrar ante lo inevitable. Nadie sabe exactamente lo que nos espera detrás del umbral, ni siquiera el escultor, pero algo es incontrovertible: La vida es eterna aunque se transforme continuamente.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC
Los escultores antiguos se valieron,
prácticamente, de todos los materiales que se avinieran a su voluntad de
significar, en una forma tridimensional, aunque ciertas estéticas idealistas
fomentarán, principalmente, dos: piedra y madera; y sólo más tarde, el metal.
La escultura carece de límites precisos,
como bien lo revelan las múltiples definiciones que dan teóricos e
historiadores, o las que se encuentran en diccionarios acerca del tema. Desde
fines del siglo pasado, se admite
corrientemente en su definición, que la escultura permite todo tipo de medios.
De ese modo puede serlo una cortina suspendida a través de un cañón (Christo) o
una pila de ladrillos ordenados (Carl André). No obstante, las obras
contemporáneas demandan del espectador un papel muy activo, en cuanto al intérprete
de ellas.
Sin embargo, prevalece aún en las más
disparatadas obras de los escultores de ayer y de hoy, sean figurativas o no
figurativas, un denominador común: el sentido del equilibrio y el respeto por
el medio o material empleados.
Así, cada concepto particular sobre la
escultura está ligado, cuando es serio y auténtico, a los recursos con los que
trabaja.
Vengo advirtiendo en mi crítica, desde
1986, sobre los riesgos de la escultura figurativo-realista practicada en Costa
Rica, donde por falta de investigación en la forma e identidad, por lo general
se recurre a la representación de lo real visible, centrándose en la anécdota,
en la que no se profundiza por comodidad y poco conocimiento de la forma.
La forma y el espacio son los vehículos
de comunicación de la escultura contemporánea, figurativa o no. El tema o
anécdota sólo transciende mediante la poética o metafísica que escapa al
panfleto sociopolítico o a la deformación figurativa gratuita.
Dos escultores se apartan en nuestro
contexto de esta generalización, Hernán
González cuyo vigoroso “brutismo” fue truncado por el abandono paulatino
de su vocación, y Néstor Zeledón Guzmán que perseveró hasta establecer una obra
consistente que se puede evaluar críticamente en retrospectiva.
Néstor Zeledón Guzmán es por derecho
propio un escultor serio y auténtico que ha logrado, a de varios altibajos
existenciales y de proceso plástico, establecer una obra que supera la anécdota
personal y la ideología socialista que adoptó tempranamente en su formación.
"Mujer", 1959. Talla en Piedra. Foto: J.C. Flores
ETAPA
DE FORMACIÓN
Casi no hay oficio que no haya explorado
este artista nacido en Guadalupe, San José, en 1933, quien experimentó desde
temprana edad la transformación social y política que culminaría con la gran
reforma social de los cuarentas y la guerra civil del 48 en la que participó
con solo quince años. La persecución
desatada contra el bando perdedor lo obliga emigrar con su familia a
Guanacaste.
Adquiere sus primeros conocimientos y habilidades
en el taller imaginero de Manuel Zúñiga Rodríguez, el padre del escultor Francisco
Zúñiga, y luego completa su formación en la academia a la que ingresa en
1950. Llega incluso a participar en la
IV Bienal de Sao Paulo con una de sus tallas en piedra en 1952. Pero, su proceso de afirmación se ve
interrumpido cuando participa en la invasión que lanza desde Nicaragua en 1955
el expresidente Calderón Guardia con el apoyo del dictador Somoza.
Al fracasar la invasión es exiliado como
“traidor a la patria” a Nicaragua. Por una amnistía regresa al país en 1956 y
continúa sus estudios académicos al tiempo que realiza varias imágenes
religiosas en concreto para la iglesia de San Isidro de Coronado. Su preferencia por la talla en piedra es
definida en este período como prueba su “Mujer” (1959) confundida a veces con una maternidad.
"Figura espacial", 1966. Talla en madera de cedro. Foto: J.C. Flores
AVENTURA
CON LA NO FIGURACIÓN
Como parte de la aventura artística del
Grupo 8 del que llega a formar parte bajo el liderazgo del pintor Manuel de la
Cruz González, promueve a partir de 1961 un concepto no figurativo en su
escultura, que nunca llega a resonar con sus preocupaciones estéticas y
personales.
De ahí el contraste entre la talla en
granito de 1964 dedicada al expresidente Cleto González Víquez y obras
intermedias como Génesis de 1961 y La lágrima de 1964.
Es entonces que se afirma
conceptualmente como el mismo confesaba en 1968: “Yo siempre busco la verdad y
espero que a través del arte llegaré a la comprensión de una serie de problemas
que me he planteado toda mi vida…que abarca no solamente el punto de vista
puramente humano, sino el religioso, el político y el social.”
"Los amantes", 1971. Hierro laminado. Foto: J.C. Flores.
NEOFIGURACIÓN
EXPRESIONISTA
Cuando se quiebra una mano tallando el
granito en el monumento a Cleto González Víquez, merma notablemente la talla en
ese material y se mueve más hacia el
dibujo. Su recuperación es lenta y es hasta los setentas que vuelve a la talla
principalmente en madera e introduce la escultura basada en soldadura de
láminas de bronce como “Los amantes” de 1971 que se exhibe en el edificio Numar
de San José.
La obra de Zeledón en los setentas y
ochentas oscila en un espectro que va de lo costumbrista a lo existencial con un creciente enfoque
neofigurativo y expresionista.
Hay una definitiva reacción al
abstraccionismo que fomentó en los sesentas con la esperanza de romper
paradigmas estéticos y sacar al arte local del marasmo académico en que se
encontraba. Pero su arrepentimiento como
el de los demás miembros del Grupo 8 se hace evidente en la adopción del
lenguaje neofigurativo y expresionista a la vez.
La nueva figuración, no obstante, pregona el retorno al objeto y a la realidad cotidiana.
Se vuelve a representar la realidad en particular A la figura humana, pero con
las técnicas del informalismo como ocurre con sus conocidas esculturas “Los
amantes” de 1971, “El mártir” de 1974 y “El profeta” de 1979.
Es inevitable la referencia de estas obras con las esculturas estilizadas y de acabado corroído para evocar la patética soledad y aislamiento desgarrador de los personajes de Giacometti y la expresión a partir de la figura femenina representada con perforaciones inquietantes en espacios abiertos de Moore.
Es inevitable la referencia de estas obras con las esculturas estilizadas y de acabado corroído para evocar la patética soledad y aislamiento desgarrador de los personajes de Giacometti y la expresión a partir de la figura femenina representada con perforaciones inquietantes en espacios abiertos de Moore.
Zeledón le imprime un sentido de
denuncia social a su obra con una tendencia expresionista, cuando adopta formas orgánicas que deforma o torna monstruosas, en composiciones
aparentemente desordenadas. Y digo aparentemente, porque este no es un autor a
quien le interesen los accidentes. Como bien ha señalado “si uno tiene una carga de violencia para cada
escultura, la obra no sale, por la prepotencia de los materiales. Solo a base
de una gran decisión uno logra romperlos para imponer algo de uno” (1988)
Por eso, el proceso plástico de Zeledón
Guzmán está sostenido en la investigación de las formas y el material. Cada decisión en sus tallas está fundado en
el estudio previo mediante dibujos y maquetas.
Su expresionismo sería inefectivo sin una racionalidad en el proceso de
la talla.
Sin demérito de sus experiencias
personales o preocupaciones sociales, su racionalidad trasciende la anécdota
para crear un mensaje más duradero y trascendente. Si los títulos de sus obras
fueran suprimidos, y las lecturas anecdóticas que hacen los “estudiosos” de su obra ignorados
tendríamos la libertad de experimentar su obra como la verdad plástica que
siempre ha ambicionado comunicar.
(Izq.) "Yo protesto". 2008. Talla en madera de genízaro y (Der.) "Armonía y caos", esfera.2005. Talla en madera de guanacaste. Foto: J.C. Flores
PROPUESTA METAFÍSICA
La obra que produce de los noventas a la
fecha retoma una preocupación permanente del autor que se refleja en casi todas
sus obras, sea el tema sagrado o profano: la metafísica de las cosas.
Aunque se declara no religioso, Zeledón
no ve paradoja alguna entre el socialismo en el que cree y la espiritualidad
que plasma en su obra. El drama en su vida personal, sus experiencias al borde
de la muerte, y las vicisitudes propias
del oficio de escultor lo han puesto en contacto con su propia mortalidad
muchas veces. Por eso sus
esculturas exploran las emociones como
el dolor en “La angustia” (1998) y “La piedad” (2000), la pérdida en “El árbol
del triunfo y el fracaso” (1997), el aislamiento en “Soledad” (1996) y
“Desolación” (1999) y los temores en “El miedo y la bestia urbana” (1997).
El artista es solo un testigo de la
realidad que filtra a través de sus experiencias grabadas con emociones y
pensamientos. La verdad de Zeledón sigue
siendo primariamente su verdad. Consciente de ello, trata de asumir su
responsabilidad como testigo y dueño de su identidad en obras como “Arborigen”
(1995), “La tierra” (1998) y “Yo protesto” (2008) pero trascendiéndolas como lo
han hecho los artistas a través del tiempo, mediante el erotismo y la
espiritualidad, que para los efectos son dos caras de la misma moneda.
Evidencia de lo anterior es la talla “La espera” (1990) que encuentra al fin su complemento con “Sufriente” (1996). La sensualidad siempre ha estado presente en las formas volumétricas y curvas lúdicas de su escultura, pero hasta este conjunto y obras que temáticamente ilustran la masturbación femenina, el placer nunca fue tan obvio. Algunos se pueden escandalizar, pero no pueden dejar de reconocer la belleza del acto sexual considerado sagrado por la mayoría de las religiones.
De la misma manera, el abordaje temático del Cristo crucificado (1980), la natividad, la caída, la creación y la muerte – la cara de la otra moneda – es parte de una exploración permanente y aún más trascendente para el autor que trata de encontrar y comunicar insistentemente una explicación y/o propósito del ciclo de la vida y la muerte.
Una de sus obras más recientes “El umbral” un relieve en madera monumental, confirma esta apreciación. No estamos ante el final de la vida, sin importar cómo la hayamos vivido, virtuosa o pecaminosamente, sino ante un ciclo en perpetua renovación, sin principio, ni final como Dios mismo.
Una de sus obras más recientes “El umbral” un relieve en madera monumental, confirma esta apreciación. No estamos ante el final de la vida, sin importar cómo la hayamos vivido, virtuosa o pecaminosamente, sino ante un ciclo en perpetua renovación, sin principio, ni final como Dios mismo.
"El umbral" - detalle - 2013. Talla en madera de cedro. Foto: J.C. Flores
Algunos personajes en dicha obra tratan de escapar del vortex del umbral, otros abrazan lo que quieren proteger y otros solo se dejan arrastrar ante lo inevitable. Nadie sabe exactamente lo que nos espera detrás del umbral, ni siquiera el escultor, pero algo es incontrovertible: La vida es eterna aunque se transforme continuamente.
La metafísica es inherente al arte de
Zeledón, porque ha descubierto que la realidad es inaccesible a los medios
empíricos, léase materialistas. Su
búsqueda en casi setenta años de carrera artística ha estado enfocada en la
explicación de los fundamentos de la realidad mediante la escultura.
Un artista como apuntaba Baudelaire está
siempre en contacto con la metafísica, porque esencialmente es un crítico de sí
mismo y su entorno. No obstante, Zeledón ha podido probar con el paso de los
años que la realidad física – en un
medio tan empírico como la escultura -
no se puede explicar o limitar a una ideología, ni siquiera a los hechos
coetáneos de una realidad circundante que tanto le apasiona.
En otras palabras, la anécdota es solo
una excusa en las manos de un escultor disciplinado para mostrar que la contradicción
entre lo divino y lo profano, lo espiritual y lo físico, no existe. Son caras de una misma moneda, cuya
percepción ha sido distorsionada por la religiosidad (no confundir con
espiritualidad) y la hipocresía mundana.
Al final del umbral, encontramos a este
artista inquieto sobre su destino como ser humano, pero confiado sobre su
legado artístico tras casi setenta años de exploración y testimonio plástico.
No debe extrañarnos que por ello considere su imponente “Cristo” (1980) de tres
metros de altura, en hierro forjado “su obra maestra”.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC
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