NUEVA ESCULTURA HONDUREÑA: Temerosa Convicción
Exposición “Jardín Escultórico de
mi país”. 25 esculturas entre talla directa y ensamblaje en piedra, granito y mármol.
Galería Nacional de Arte, Tegucigalpa, Honduras. Exhibición permanente
desde junio del 2017, de lunes a domingo.
SER Y HACER
"Crónica del despojo" - Cristian Gavarrete. Talla directa en mármol. 2017
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC
Centroamérica cuenta con los ingredientes
necesarios para el desarrollo de una escultura de concepto claro e innovador y
un oficio impecable y contundente.
Por
un lado, somos herederos de una tradición precolombina única en la
arquitectura, la cerámica, la orfebrería, los textiles y la escultura
ceremonial al tiempo que la etapa colonial permitió afirmar el sincretismo en
la producción artístico-artesanal y con ello, dio origen a la imaginería
religiosa criolla que fue cuna formativa de muchos de los talentosos escultores
de principios del siglo XX.
Sin embargo, con excepción de Costa Rica y
Guatemala, el resto de los países de la región no desarrollaron un movimiento
escultórico significativo, y duradero.
De hecho, en su lugar la pintura ha sido el medio de expresión dominante
en Panamá, Nicaragua, El Salvador y Honduras.
La escultura en esos países ha sido vista como
una mera extensión de la práctica pictórica o un ejercicio académico de las
escuelas oficiales de arte, especialmente en la expresión mediante materiales
como el barro y el yeso y la técnica del modelado.
A inicios de la década del noventa, del siglo
pasado, realicé una gira por Centroamérica y Panamá para inventariar la
producción artística regional, por artista y medio de expresión, con miras al
libro de arte contemporáneo del Istmo que publiqué en el 1992 en formato
bilingüe. Al conversar con artistas,
críticos, historiadores y marchantes de arte confirmé, de primera mano, el
dominio e influencia de Costa Rica y Guatemala en materia escultórica, si bien
en el último caso se adiciona una simbiosis con la arquitectura que ha sido una
profesión influyente en el arte y la cultura de la vieja capitanía colonial.
En el caso de Honduras, la historiadora y
docente, Irma Leticia Silva de Oyuela
(1935-2008) me explicó que la escultura
era un divertimento ejercitado sin convicción por los artistas de su país, que
volvían inevitablemente a la pintura para generar ingresos, por lo que como
proceso plástico era discontinuo y débil ideativamente.
"Verbo y tiempo" - Oscar Hernández. Talla directa en mármol. 2017
De ahí mi sorpresa al comprobar en mi reciente
viaje a Honduras, en julio del presente, el aporte de una nueva generación de
artistas, entre autodidactas y mayormente egresados de la academia, que a
partir del año anterior pudieron catalizar mediante un simposio nacional los
esfuerzos aun dispersos y disimiles en la escena escultórica hondureña.
El simposio se enfocó en la piedra como medio
de expresión, granito y mármol, y las técnicas de la talla directa y el
ensamblaje. Sus resultados permitieron
constituir el “Jardín Escultórico mi País”
que con carácter permanente exhibe obras tridimensionales de 25 artistas desde
junio del 2017.
La colectiva se compone de autores que tienen
varios aspectos en común: juventud, mayoría con formación académica, origen
provincial y preferencia por la talla directa sobre piedra, que actúa a modo de
acto de purificación con respecto a los conceptos manidos del modelado
académico.
Aunque no es exhaustiva, la muestra permite por
primera vez hacer un análisis comparativo de la producción escultórica
contemporánea en una nación donde los acontecimientos sociopolíticos más que
los estéticos gobiernan la discusión artística.
SER Y HACER
La escultura carece de límites precisos, por lo
que, desde fines del siglo pasado, se admite corrientemente en su definición,
que permite todo tipo de medios, si bien en nuestra región prevalece una
combativa postura entre los escultores en favor del respeto al equilibrio, el
medio y los materiales. No obstante, la intencionalidad del escultor (ser)
suele estar vinculada, cuando es serio y auténtico, a los recursos con los que
crea (hacer).
Sin embargo, la muestra permanente en la
Galería Nacional de Tegucigalpa se caracteriza por la tensión entre ser y hacer.
Hay convicción en la mayoría de los artistas sobre su llamado, un oficio desigual
aunque aceptable, pero una profunda debilidad ideativa y conceptual como se
desprende de la presente crítica tras completar nuestro análisis.
El tema del compromiso estético y existencial con
el ser más que el hacer es perenne en los artistas
representados, permeando las distintas obras en exhibición que transitan desde
la afirmación del pasado precolombino (Julio César Hernández, y Marco Tulio Ramírez),
particularmente por el legado escultórico del complejo maya de Copán, hasta la
crítica ecológica (Adonay Navarro, Miguel Angel Núñez, y Franklin Toro) pasando por el drama de la existencia
cotidiana (Pastor Sabillón, Carlos Guevara, Edgar Zelaya, Marcio Arteaga, Alex
Galo y Victor Hugo Cruz), la postura contestaria (Edwin López, Cristian
Gavarrete, Darío Rivera y Scarlett Rovelaz, Cesar
Manzanares y Kathy Munguía) en un medio plagado de peligrosas asimetrías y una
visión cósmica trascendente (Gustavo Armijo, Blanco Cordon, Marlon Bernhard,
Blas Aguilar, Melvin Alvarado, Oscar Hernández, y Christian Vindel)
La talla directa, herencia que adoptan en
general, del pasado precolombino, testimonia sus respectivos intereses por la
realidad y la figuración.
Indistintamente del énfasis hacia lo figurativo
o lo abstracto, que se puede observar en el recorrido por el jardín
escultórico, la forma y el espacio son los vehículos de comunicación de
preferencia de las obras mostradas, si bien, en más de la mitad de las obras,
sus respectivos temas o anécdotas son pocas veces trascendidos mediante la
poética o metafísica lo que las encasilla en el panfleto sociopolítico o a la
deformación figurativa gratuita. Y, esto es definitivamente, un tema de alarma
en cuanto al proceso plástico e intencionalidad conceptual de la nueva
escultura hondureña contemporánea.
De las 25 esculturas en exhibición, dieciséis
presentan evidentes visos figurativos, e incluso realistas, que denotan falta
de investigación en la forma y la identidad. Su representación y/o evocación de
lo real visible, tiende a centrarse en la anécdota, en la que no se profundiza
por comodidad y poco conocimiento de la forma.
No es extraño que muchos autores se conformen
con la anécdota figurativa carente de expresión o hagan exploraciones a modo de
aventura, por la síntesis de la forma, y regresen pronto a lo que hacían al
principio de sus carreras o a una nota dominante tradicional. Esperamos que la
historia no se repita en Honduras.
La capacidad creativa suele ser frágil y
permeable a las demandas y condiciones externas y comerciales de mercado, las
cuales se satisfacen sin ningún conflicto interno.
REFINAMIENTO O NOVEDAD
En la escultura es fundamental la relación que
existe entre el espacio y la masa, y el significado del espacio. No obstante,
tanto en el viejo como en el nuevo continente se inició en el siglo pasado la
sustitución de un principio estático por uno dinámico en la escultura, a través
de movimientos como el futurista y el constructivista.
Tradicionalmente se creía y algunos lo creen
aún, regionalmente, que la escultura empieza allí donde la materia toca el
espacio. El espacio era un marco que rodeaba la masa y el volumen escultórico
se convertía así en expresión de ese concepto.
Artistas como Archipenko, Lipchitz, Brancusi,
Calder, Smith y muchos otros, estiman, por el contrario, que la escultura en un
sentido moderno se inicia cuando el espacio se halla rodeado por la materia.
La colectiva de la Galería Nacional de
Tegucigalpa es tanto un acto de refinamiento de una escultura que,
conceptualmente, sigue siendo tradicional, aunque en su factura formal adopte
algunos recursos de la academia y de la modernidad.
La compatibilidad estilística permite al
espectador el encuentro de una cierta armonía en la exposición, favorecida por
un montaje que tiende a ocultar las diferencias entre cada autor e incluso en
el conjunto de las obras, algunas de las cuales, por empatarse a temas que los
autores vienen investigando desde hace varios años, se encuentran desconectadas
de la presente indagatoria de otros de los expositores.
Cada uno, a su manera, pretende la existencia
de un trasfondo que el espectador debe suponer. Así, Darío Rivera ensambla dos
tallas en mármol y piedra, respectivamente, para simbolizar dos simientes
antagónicas, el bien y el mal; Cristian Gavarrette desgarra con cierto “brutismo” la figura para denunciar el acto
de despojo; Gustavo Armijo intenta parangonar la estructura y “espíritu” del caracol con las del
hombre; Adonay Navarro denuncia la
hibridación de naturaleza y tecnología a modo de denuncia del consumismo,
mientras Scarlett Rovelaz, simboliza mediante barras de hierro que oprimen y
placas que atraviesan un vientre las heridas causadas por la desigualdad.
Es visible en muchos de los escultores, un respeto por
el material empleado y la destreza manual con que lo tallan, lo que ya es un
avance en el microambiente artístico local.
En lo que atañe al concepto, todos, con la
posible excepción de Edwin López y, en menor grado, de Blas Aguilar, constriñen
su producción a una estilización de lo que encuentran en su entorno físico, sin
mayor reflexión.
Aunque sostengan verbalmente lo contrario,
despojan a sus piezas de emoción y conocimiento. López, mediante sus tres
sillas en clara fricción evoca con simplicidad y orgánicamente los poderes en
pugna en su contexto sociopolítico. Pero
esto, en cuanto parte de una lectura de la obra por su autor, resulta extra
artístico.
Carlos Guevara, por su parte, pretende hacer
una maternidad en mármol donde el drama está ausente. La silueta sencilla, el
carácter de relieve y la forma amplia y unificadora a la manera de un Ernst
Barlach, que parece referir, son reflejados sin vigor, creando una evanescencia
poco convincente.
Por otro lado, está el realista torso de Marcio
Arteaga, donde la representación anatómica descubre la nervadura y energía
corporal, en una propuesta crítica que podría evocar la mutilación humana ante
los cambios devenidos con la civilización.
TRANSFORMACIÓN DEL ESPACIO
Casi ninguno se aviene con la transformación
del espacio en que se inserta su trabajo, para crear verdaderas tensiones entre
el espectador y el objetivo tridimensional.
Dos modestas excepciones a la regla son Oscar
Hernández y Christian Vindel quienes inscriben, desde el punto de vista formal,
sus creaciones en una tendencia “abstracta” de referencia creacionista bíblica.
El primero mediante el “ensamblaje”
donde participan la piedra y el hierro titulado “Verbo y tiempo” y, el segundo mediante su alegoría en mármol sobre
el mito judaico de “Lilith y Adán”.
En este último caso la alegoría, podría ser gratuita, pero el concepto se
alimenta de valores plásticos en perfecto equilibrio, y que implican
significado aún despojados de su anécdota contingente.
La propuesta surgida del Simposio del 2017
constituye un refinamiento del oficio, y una afirmación dentro de una escuela
tradicional de hacer escultura que niega, según la obra de sus autores, no por
desconocimiento, sino como acto deliberado, las conquistas que del espacio han
hecho, durante los últimos cien años, los escultores modernos en todo el mundo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSaOX4Z8eAjI4872hZx3ifsHMVup0gshniyZJufnPHIRlXPr7RouxTYbY1Fn8RefMOJTn8oRMdk-ch0RruSfg2ORGSGTrRYoLh2q13Wc7jUUcHStaU-DpnZMXfuZ_xFwhqtEY6XBe3mYhJ/s1600-rw/cristian+navarrette.cronica+del+despojo+-+detalle.jpg)
TEMOR AL RIESGO
Se evidencia, en términos generales, cierto
temor al riesgo que ha inducido a muchos de estos autores a limitar su sentido
de aventura en el arte, quedándose en la comodidad de lo probado, a pesar del
talento que parecen poseer, como lo demuestra la exhibición comentada.
Existen serios problemas de profundización,
surgidos del excesivo celo por la técnica, verdadero simulador del talento, y
una débil indagatoria formal, manifiesta en la ausencia de audacia en las
formas y sentido de aventura en las propuestas de estos escultores que no
agregan nada a lo ya conocido en Centroamérica.
Es pertinente que la curaduría y organización
de estas colectivas se preocupen no solo por la participación y el
financiamiento, sino también por la exigencia en la selección de las obras, de
acuerdo con un criterio de confrontación plástica, y no sólo por la armonía
general conducente, en este caso, a la superficialidad y la medianía.
Debería superarse el temor de que las
exposiciones generen polémicas, críticas y autocríticas. De otra manera el
espectador, tanto como el artista auténtico, son los verdaderos perdedores en
estas muestras con carácter permanente, tendientes en parte a promover ciertos
“nuevos valores” en circulación en el mercado, con el simple respaldo de
algunas referencias de valor histórico, el patrocinio financiero de un tercero
y una temerosa convicción.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, ACC
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