DELACROIX: Cuando el color supera al tema
Exposición
Retrospectiva “DELACROIX” (1798-1863) 180 obras en pintura
al óleo, tiza pastel, litografía y dibujo. Museo del Louvre, París, Francia.
Del 29 de marzo al 23 de julio, de 2018, de lunes a domingo.
Cuando uno recorre la muestra puede ganar una
vista panorámica conociendo sus inicios como joven pintor, su interés en la
narrativa de Byron, Goethe y Shakespeare, sus viajes a Inglaterra y al norte de
áfrica, sus murales, su imaginería religiosa, y sus diarios con
autoevaluaciones y variaciones sobre su obra anterior hasta sus últimas
pinturas antes de morir en 1863.
El romanticismo defiende la superioridad del
sentimiento sobre la razón, y por ello exalta la sensibilidad, la imaginación y
las pasiones. Aunque encontró en Delacroix un catalizador en la pintura, la
historia lo ha visto más como un movimiento social y espiritual.
Para el Salón de 1824, regresó con una enorme tela de
4,26 cm de alto titulada “La Masacre en Quios”
que describe la matanza por parte de los otomanos de civiles griegos. La obra
concebida por Delacroix casi tridimensionalmente por presentar tres escenas en
el mismo plano, pero a diferentes distancias cada uno crea una presencia
sobrenatural.
El orgullo de los parisinos se refleja en toda la
composición donde los colores del pabellón revolucionario: azul, blanco y rojo
asoman en distintos elementos. Es
también una obra que transmite los sentimientos contradictorios del pintor por
una revolución con la que simpatiza, pero una violencia y vandalismo que le
preocupan. La alegoría es completada con la libertad que se sobrepone a todo
como un ideal positivo.
La retrospectiva permite explicar a modo de crónica
porqué Delacroix fue uno de los preferidos de impresionistas, fauvistas,
puntillistas, e incluso abstraccionistas. Los movimientos pictóricos
posteriores supieron rescatar la obra del pintor de las manos de los críticos
académicos que solo trataron de crear nuevos convencionalismos a partir de ésta.
Pero, Delacroix vence como demuestra la retrospectiva
la estrechez de almas complacientes incapaces de disfrutar una obra sin la
literatura que se crea de ella a posteriori. Su color supera al tema..
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA
La historia humana es mejor entendida en
términos de revolución que de evolución.
El conocimiento sea científico o artístico va hermanado con cambios
radicales de paradigma que implican un “volver a cero”, es decir que lo que
antes servía para comprender o hacer ya no es válido o funcional. No obstante, predomina el rompimiento, no la
continuidad, tanto en ciencia como en arte.
El arte en particular ha sido un reflejo
evidente de los cambios de paradigma tanto en el proceso creativo, como en los
modos de percepción y apreciación de este.
La paradoja es que cada cambio de paradigma artístico planta las
semillas de la siguiente revolución.
Por ello, es tan oportuna como relevante la
exposición retrospectiva en el Louvre del más prominente pintor romántico,
Eugene Delacroix, en el único museo que le puede hacer justicia por contar con
sus más explosivas y envolventes pinturas de gran y pequeño formato.
Desde 1963 no se había organizado una muestra
retrospectiva dedicada a Eugene Delacroix de estas dimensiones y con la colaboración
de tantos museos.
La mejor forma de aquilatar la contribución
de Delacroix al arte es ver su obra organizada a través de los capítulos
centrales de su carrera. Que es
justamente lo que ha hecho Sebastián Allard, director de Pintura en el Museo
del Louvre y uno de los curadores de la exhibición.
CAMBIO
DE PARADIGMA
Delacroix nació en una familia acomodada
venida a menos al colapsar el imperio de Napoleón. Quedó huérfano y sin recursos en una época de
agitación económica, política y artística, lo que lo obligó a transformarse en
un emprendedor tanto en lo social como en lo intelectual.
Como pintor se dio a conocer en 1820 con
obras de gran formato que recibieron la aceptación del público y la crítica en
el Gran Salón de Paris, y que estaban en clara oposición al Neoclasicismo. Este
último surgió en el siglo XVIII para denominar al movimiento estético que venía
a reflejar en las artes los principios intelectuales de la Ilustración, que se
venían produciendo en la filosofía y que consecuentemente se habían transmitido
a todos los ámbitos de la cultura.
Sin embargo, su decadencia coincidió con la de
Napoleón Bonaparte, y el fin de su imperio. El paradigma fue sustituido por el
Romanticismo del cual Delacroix se llegaría a convertir en el mayor
representante, aunque su vida personal no reflejaba lo que pregonaba.
De hecho, es notable que Delacroix pusiera su
pasión en su obra, no en su vida personal.
Vivió frugal y castamente asistido solo por su ama de llaves. Quienes lo
conocieron, especialmente sus amigos, lo describieron como una persona un poco
fría, leal, sobria, confiable, recta y honesta.
Delacroix era romántico solo en su obra plástica.
El término romántico, surgió en Francia en el
siglo XVII para referirse a la novela, y fue adaptado a principios del siglo
XIX a las artes plásticas, en contraposición al neoclasicismo que imperaba
entonces. El romanticismo en la pintura se extiende desde 1770 hasta 1870 y fue
de la mano con los movimientos sociales y políticos, que ganaron cuerpo con la
Revolución francesa y fueron objeto de muchas de sus representaciones en la
pintura.
Este movimiento enfatizaba la sensibilidad
emocional del individuo, sobre la razón y la vuelta a lo clásico que pregonaba
el pensamiento y el arte precedente. De
hecho, Delacroix dijo que el romanticismo era “la libre manifestación de sus impresiones personales”.
"La barca de Dante", 1822. Oleo/tela. Eugene DELACROIX. Museo del Louvre. Foto: JCFZ
EXITOS
INICIALES
En el Salón de París, en 1822, Delacroix
exhibió su obra “Dante y Virgilio en los
infiernos”, la visión aterradora del poeta italiano Alighieri junto al
también poeta Virgilio a bordo de un bote sacudido por la tempestad acosado por
las almas perdidas del infierno. Aunque
la obra tiene reminiscencias de clasicismo, la atmosfera dramática es claramente
romántica.
Es precisamente en estos hombres condenados
en los que Delacroix muestra su maestría como pintor. Son figuras angustiadas
que se retuercen en grandes escorzos, están desnudos y su sufrimiento es
claramente perceptible en sus rostros que, en ocasiones, están desfigurados.
Como han dejado claro otros historiadores y
críticos las figuras muestran influencia de las obras de Rubens o del Juicio
Final de Miguel Ángel. Son personajes con gran musculatura, rostros expresivos
y una fuerte carga dramática.
PUNTO
DE INFLEXIÓN
Delacroix dejó su marca en casi todos los géneros pictóricos
antes de cumplir los treinta años, pero también empezó a recibir las opiniones
cáusticas de críticos y publico cuando en 1827 escandalizó con “La muerte de Sardanápalo” una pintura de
gran formato – 4 metros por 5 - inspirada en el drama escrito por Lord Byron y
de la cual realizó muchos bocetos en pastel antes de plasmarla en el lienzo.
"La muerte de Sardanápalo", 1827. Oleo/tela. Eugene DELACROIX. Museo del Louvre. Foto: JCFZ
El tema central de esta obra es la historia
del rey asirio que hizo que sus concubinas, esclavos y riquezas le acompañaran
en su muerte al ser derrotado en el campo de batalla. El sádico rey manda desde su lecho a destruir
todo lo que le daba placer en un acto en que el creador destruye su creación.
Lo que es sobresaliente es que esta pintura
es el resultado de un concienzudo análisis reflejado en distintos bocetos al
pastel de la piel humana. Distintos tipos de mujeres diferenciadas por edad y
color de piel lustrosa y hombres africanos que atrapan la luz por su piel oscura.
Además, con los objetos, adornos y caballos, que
le encantaba pintar, crea un caos ordenado. Esta obra fue recibida fríamente
por el público y la crítica, pero marcó un giro, un punto de inflexión, en la trayectoria
del pintor.
Más tarde, recuperó el afecto de una nueva
audiencia cuando presento su icónica “28
de Julio de 1830: la Libertad guiando al pueblo” pintada en 1830 tras la
revolución que depuso el régimen de Carlos X, hermano de Luis XVI quien
recordamos que perdió la cabeza en la guillotina en la revolución precedente. Luis Felipe de Orleans lideró la insurrección
en Paris que se extendió del 26 al 28 de Julio de 1830.
Delacroix fue testigo de primera mano de esta
revolución que lo inspiró a concebir esta obra.
Esta conocida pintura muestra la bandera francesa que sale a la calle
enarbolada por la Libertad tras haber sido prohibida y sustituida por la
bandera blanca del rey.
PINTOR
VISIONARIO
Esta como otras obras de la primera mitad de
su carrera se caracterizan por sus pinceladas gruesas y sus torbellinos de
color, pero la exposición retrospectiva en el Louvre deja claro con los muchos
bocetos y estudios previos de sus pinturas, que su proceso creativo era meticuloso
y mejorado a través de la rigurosidad de su oficio.
El empaste grueso da a las obras de Delacroix
una naturaleza táctil, que invita al espectador a tratar de tocarlas.
Tanto en sus dibujos, litografías como
pinturas de distintos formatos podemos apreciar que el tema suele ser solo una
excusa para la construcción meditada de la emoción que se quiere evocar a
través del dibujo que sostiene la pintura y el color que comunica su
romanticismo
Pero a pesar de su técnica y concepto,
Delacroix ve cerrarse el mercado para su obra tras el fracaso experimentado con
“La muerte de Sardanápalo” y a pesar
de la aceptación de “28 de Julio de 1830: la Libertad guiando al pueblo”.
El Museo francés deja de comprarle y se ve
obligado a hacer una revisión de un área donde su obra era débil: la
representación de la vida cotidiana, el género de lo contemporáneo. De hecho,
consideraba que lo cotidiano fuera burgués, campesino u obrero no era digno de
pintarse, y menos por él.
Por ello, buscó una solución y la encontró
casualmente en una misión diplomática que envió el gobierno francés para
tranquilizar al sultán de Marruecos ante la colonización militar que hacían los
franceses de su vecina Argelia.
En lo que constituye uno de sus escasos
viajes fuera de Francia, Delacroix viajó en 1832, a Marruecos y Argelia, y
quedó deslumbrado por la luz y la cultura nativa. No olvidemos, que la búsqueda de lo exótico era
otro componente romántico. Este viaje, no en vano, afectó su proceso plástico
al permitirle profundizar en la representación de lo cotidiano bajo una luz muy
vigorosa. El resultado fue visionario.
“Mujeres
de Argel en su aposento” pintada en 1834, fue la primera obra producto de
ese viaje que exhibió en París y que impactó a la audiencia por mostrar por
primera vez la intimidad cotidiana de un hogar argelino. Por cierto, esta obra en particular obsesionó
a Picasso por ser el resultado de un riguroso estudio de tintes y texturas para
crear una atmosfera compuesta por la luz adelantándose al impresionismo.
Es interesante como lo describe el propio
Delacroix, en las abundantes notas que forman parte de la retrospectiva en el
Louvre: “Imaginar una composición es
combinar los elementos de los objetos que uno conoce… con otros que pertenecen
al interior, al alma del artista”.
Paulatinamente, Delacroix abandona los temas
que definieron su obra temprana a saber, acción, violencia, lucha y muerte.
Cuando se acerca los 50 años se enfoca en composiciones florales que parecen
flotar gracias a una paleta intensa de azules, rojos y verdes y la disolución
de las formas que será el norte de los impresionistas más tarde.
También produce imaginería religiosa a partir
del Cristo crucificado, entre otros sujetos, caracterizada más por un espíritu piadoso que
por el dramatismo emocional de algunos de sus colegas románticos.
POESÍA
EN MOVIMIENTO
El romanticismo encontró en la pintura un
medio de expresión poético de sus ideas humanistas y sus creencias
panteístas. A modo de ejemplo, en 1859,
Delacroix presentó su “Ovidio entre los Escitas”
que describe al poeta romano exiliado al Mar Negro, observando a miembros de
una tribu de barbaros. Uno de ellos ordeña a una yegua enorme, algo que se ha
comprobado era una actividad ordinaria entre los toscos escitas.
Pintada con libertad como un borroso torrente
de energía uno ve al equino moviendo su melena en el viento, como parte de un
paisaje libre con las cimas montañosas nubladas al fondo y las nubes que se
desplazan. Esto debe haber impactado a Ovidio, el poeta desterrado -sujeto del
cuadro- famoso por su elegante
literatura. Pero como esta obra, mucha
de la producción de Delacroix es poesía
en movimiento.
Como bien señaló Charles Baudelaire,
ferviente admirador y defensor del pintor, “una
imagen de Delacroix, colgada a una distancia demasiado grande para juzgar la
armonía de sus contornos y la calidad más o menos dramática de su tema, ya te
ha llenado de una especie de voluptuosidad sobrenatural”
No obstante, aún de cerca como lo permite la
exposición en el Louvre, la observación estilística de Baudelaire sigue siendo
correcta, el color, sobre todos los demás elementos compositivos, supera al
contenido. Al fin y al cabo el pintor romántico usa la anécdota, pero no está
interesado tanto en informar o describir el tema como comunicar el drama, la
emoción, la humanidad de este.
El análisis del tema ni agrega ni quita
deleite a quien se enfrenta a la obra de Delacroix. Ya se trate del cuerpo desfallecido de una ninfa,
o las extremidades de un mártir torturado, si ha sido bien dibujado y pintado
produce un placer en el que el tema no es decisivo.
En términos estéticos, las virtudes formales
de la obra pictórica, sin caer en el facilismo, no son negociables en nuestras
profundas nociones de lo que es arte.
Por eso resulta, chocante que en algunas épocas lo que hoy apreciamos haya
sido encasillado como perverso, decadente e incluso inmoral.
Algunos historiadores y críticos actuales encuentran fácil descartar a pintores como Delacroix en aras de una
posmodernidad dominada por la improvisación y los automatismos. También los hay
“intervencionistas” que coartan la
libertad del arte y tergiversa la historia creando “lecturas” antojadizas del valor temático, histórico y plástico de
ciertas obras llegando al punto de “cambiar
sus títulos” para no herir sensibilidades actuales.
Juan Carlos Flores Zúñiga, M.A., BSc, CPLC, AICA
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